Me encontré este en la red de periodistas que mantenemos un buen grupo de profesionales de este ramo, y me dispuse a leer el inicio y con calma el resto, porque quise socializarlo primero por algunos medios nuestros.
Arranqué con twitter, facebook y después por el Blog.
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"Un negro en eterno exilio", por Eliane Brum, una periodista, escritora y documentalista brasileña sobrada. Ha ganado más de 40 premios nacionales e internacionales de reportaje...
Casi llega al medio de siglo. Le deseo muchos años de vida, para que la puedan seguir leyendo y aprendiendo de su prodigiosa pluma.
Un negro en eterno exilio...
RADAR,luisemilioradaconrado
@radareconomico1
"Un negro en eterno exilio"
05/09/2015
El largo viaje de Carlos Moore, el activista e intelectual que denunció el racismo en Cuba y pasó su vida perseguido por los dos lados de la Guerra Fría
La historia...
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh6EErTBfZQFjVgAEXVV2oIhCTxYIQqSEkluuWwmxusvfm6gbMUJkQCYZ0JwZJo5wl1mnvyo7U2UxX7PT79ed7EuihURCYZ2c-VPoRmeM6C3pCJCzkHBg3tyOvfQYqwB7pO0dg5Z73o7KmX/s400/CUBA.+Carlos+MOORE.+De+blanco..jpg)
A los 22 años, Carlos Moore ya
había vivido más que la mayoría de la gente en una existencia entera. Ya había
conocido el hambre y la violencia en la pequeña ciudad cubana donde nació, ya
había deseado no ser negro y se había esforzado por alisarse el pelo, aclararse
la piel con productos arriesgados y desachatarse la nariz con pinzas, ya había
emigrado a los Estados Unidos y había descubierto la lucha por los derechos
civiles, había sentido fascinación por Patrice Lumumba, el famoso líder
congoleño, y había planeado un ataque contra el consulado belga en Nueva York
para vengarse del asesinato del activista, ya había sentido encanto por la
revolución tras la reunión con Fidel Castro, se había convertido en comunista y
había regresado a Cuba para cooperar con el proceso revolucionario, ya había
descubierto que el régimen cubano era tan racista como el que había derribado,
ya había sido encarcelado una vez por denunciar que el racismo persistía en la
revolución, ya había sido condenado a cuatro meses en un campo de trabajos
forzados por segunda vez por la misma razón, después de dirigirse al propio
Fidel Castro en público, ya había hecho una confesión para que no lo
mataran, diciendo que se había equivocado y que no había racismo en Cuba,
ya se había refugiado en la embajada de Guinea cuando se dio cuenta de que
sería ejecutado de todos modos, ya había huido a Egipto y luego a Francia, sin
ningún documento, ya había sido rechazado por un Jean-Paul Sartre convencido
de que él era un “agente del imperialismo”, ya ha sido acogido por uno de
los ideólogos de la negritud, el gran poeta surrealista de Martinica Aimé
Césaire, ya se había convertido en guardaespaldas del activista negro Malcolm
X, cuando este estuvo en París, y ya había sufrido de todas las formas por el
asesinato del mismo. Todo eso sucedió hasta sus 22 años. Después sucedió mucho
más.
Carlos Moore tiene hoy 72 años.
Y lanza en Brasil su autobiografía:Pichón: raza y revolución en Cuba, por
la editorial Nandyala, gracias a una financiación colectiva, y en los Estados
Unidos en 2008, el mismo año en que Barack Obama se convertía en el primer
negro elegido presidente de la mayor potencia global. El prefacio es de
Maya Angelou (1928-2014), artista y activista, ella misma una leyenda, que
desempeñó un papel crucial para que el entonces joven Moore descubriese su
identidad y la realidad brutal de las mujeres negras.
Para alcanzar la trayectoria de
Carlos Moore, hay que entender que, como hijo de inmigrantes jamaiquinos,
ocupaba el peldaño más bajo de la escala racial de la sociedad cubana. Peor que
un negro cubano era un negro inmigrante de las demás islas del Caribe. En su
libro aparecen genocidios de inmigrantes negros en Cuba de los cuales la
mayoría jamás ha oído hablar. A los 13 años, el padrastro de su madre ya la
había violado y la había dejado embarazada. Con un hijo del incesto, ella se
casó con otro inmigrante jamaicano. Moore nacería años después, entre varios
hermanos. Y jamás entendió por qué su madre lo rechazaba y le daba palizas
hasta el punto de dejarlo encamado durante días, cubierto de heridas y
hematomas, que incluso lo llevaron a desarrollar una especie de reacción
convulsiva. El pequeño Moore cavaba agujeros en el patio, para tratar de
escapar de esa madre. Su fotografía era la única que no estaba colgada en la
casa de la familia.
Un día, la madre se fue y los
abandonó a todos. Y él solo descubriría mucho más tarde, ya en la edad adulta,
la raíz de la violencia materna inscrita, mediante palizas cotidianas, en el
cuerpo de su hijo. La vida de Carlos Moore también puede contarse por medio de
una larga travesía en busca de una madre y de una identidad.
Hace algunos años, tras sufrir
una embolia pulmonar y coquetear con la muerte durante tres semanas, Carlos
Moore cuenta que decidió seguir el consejo de su buen amigo, el escritor
estadounidense Alex Haley (1921-1992), autor de La autobiografía de
Malcolm X, y escribir sus memorias. Decidió entonces trasladarse a
Brasil, donde vive desde 2000 en Salvador, con su compañera, la guadalupense
Ayeola. De su primer matrimonio tiene un hijo que vive en los Estados Unidos.
En Brasil, acogió a una niña que vivía en una favela y hoy ya es adulta y hace
doctorado. Tiene siete libros publicados, cinco de ellos traducidos al
portugués y lanzados en Brasil. Uno de ellos, Fela, esta vida puta,
es la impresionante biografía de Fela Kuti (1938-1997), el creador del
afrobeat, con quien tuvo una amistad profunda. Entre sus varios exilios, Moore
hizo dos doctorados en la Universidad de París VII, el primero en Etnología, el
segundo en Humanidades.
Carlos Moore eligió Brasil,
donde tenía amigos como Abdias do Nascimento (1914-2011), para recogerse y
escribir su autobiografía con tranquilidad, en un país donde era casi un desconocido.
Pronto se dio cuenta de que Brasil vivía un punto de inflexión en la lucha
contra el racismo, con las cuotas raciales y las demás acciones afirmativas.
Como hizo a lo largo de toda su vida, se comprometió. Su libro Racismo
y Sociedad (2012), se ha convertido en una referencia y ha despertado
controversias. Carlos Moore está lejos de despertar sentimientos unánimes,
tanto dentro como fuera del movimiento negro, lo que no parece preocuparle. Se
convirtió en uno de los pensadores negros dedicados a ese tiempo histórico muy
particular de Brasil, definido por Moore como “el momento en el que las
máscaras comenzaron a caer”.
Desde la infancia, Carlos Moore
quería huir, una fuga profunda, con varios sentidos simultáneos. Acabó por
pasarse la vida huyendo de perseguidores de todos los lados del espectro
ideológico. Esa fuga interminable parece haberlo llevado a sí mismo, el único
lugar de llegada que importa.
La entrevista a continuación se
realizó durante seis horas, en dos días consecutivos de la semana pasada,
durante la estancia de Carlos Moore en São Paulo, para el lanzamiento de Pichón. En
ella, él habla de racismo, trayectoria, identidad, mujer negra, exilio, así
como de las realidades del continente africano y de países como Cuba, los
Estados Unidos y Brasil. Por su relato desfilan personajes que son iconos de la
historia mundial del siglo 20, pero que tal vez la mayoría de los no negros
desconozca, porque esta es una historia borrada por aquí, o jamás contada.
A primera vista, lo que llama
la atención de este negro de tantos mundos es su levedad, que sorprende en
alguien que carga una trayectoria tan pesada y además trae en el cuerpo las
cicatrices de la violencia que comenzó a sufrir a manos de su propia madre.
Moore es acogedor, cariñoso y sonriente, jamás esquiva una pregunta difícil, y
su fuerza aparece cuando no está de acuerdo con su interlocutor y le da una
respuesta demoledora. Está claro que, como se verá, no tiene tiempo para
conversaciones superficiales.
1) El primer exilio de
un negro: el del ser
Pregunta. ¿Por qué
eligió Pichón como título de este libro?
Carlos Moore. El editor
estadounidense quería quitar ese título, diciendo que no era un título
comercial. Le dije que no lo cambiaría, porque le puse ese título para que la
gente se preguntase: ¿qué espichón? Pichón, en la Cuba de mi
infancia, significaba “crío de buitre”. Solo más tarde, como adulto, vine a
descubrir su significado más neutral, que era el de crío de cualquier ave. En
Cuba era el término que utilizaban para humillarnos. Aquellos negros que venían
del Caribe eran buitres, porque eran negros y también porque se decía que les
robaban los empleos a los cubanos y que comían carroña. Y esta fue la palabra
que más me dolió. Que me insultasen llamándome “negro de mierda” era normal.
De modo general, los blancos estaban acostumbrados a llamarles “negros de
mierda” a todos los negros. Pero solo a algunos negros los llamaban pichón, a
aquellos que eran hijos de inmigrantes caribeños negros, gente venida de Haití,
Jamaica, Barbados... Los negros cubanos ostentaban nombres como González, Díaz,
Hernández y así por el estilo. Pero un negro con el nombre Moore ya se sabía
que no era cubano, aunque poco importara que hubiera nacido en Cuba y que
hubiera pasado 100 años allí. Había un odio profundo, racista, dentro de la
sociedad cubana, para con los hijos de aquellos inmigrantes negros, a los que
se consideraban más primitivos, más bárbaros, más africanos. Más negros. Su
negrura era exponencialmente mayor, en el sentido negativo. Así que me dije: “Si
ese es el término que más me hirió, durante mi infancia, es el que quiero
utilizar como título del libro”. No lo quitaría por nada del mundo.
P. Usted tuvo una vida de
exilios. Pero, desde niño, parece que usted ya se veía como exiliado, en un
sentido más profundo. Un exiliado de la piel, de la lengua, de los nombres, ya
que había un rechazo a su nombre, porque revelaba que sus padres eran
inmigrantes jamaicanos. ¿Cómo es eso?
CM. Todos aquellos que
nacemos negros de este lado del Atlántico ya nacemos dentro de un gran exilio.
Un enorme exilio involuntario, forzado. Y a partir de ahí, vienen todos los
demás exilios que proceden de él y que por su vez crean otros nuevos lugares de
exilio. Pronto me di cuenta de que no tenía ninguna conexión con el mundo, a no
ser una conexión ficticia que el mundo blanco me obligaba a aceptar, a querer
ser como él. Ahí ya se creaba un corte fundamental, que era el corte conmigo
mismo. Yo no sabía quién era, porque quería ser otro. Porque ese otro era lo
bueno, lo bonito, lo que todo el mundo quería ser. Cuando era pequeño, rechacé
a mi madre rápidamente debido a toda su brutalidad. Y en su lugar creé a otra
madre en mi imaginación. Aunque nunca hablé de ese punto en el libro, la verdad
es que creé otra madre imaginaria, que era totalmente blanca, rubia, de ojos
azules, o sea, una mujer como las que yo veía en las revistas cubanas.
"Todos los negros nacen en
un gran exilio forzado"
P. Su madre era una mujer
brutal, pero cuando usted creó a una madre imaginaria, creó a una madre blanca,
en vez de a una madre negra. Eso viene de otra brutalidad, ¿verdad?
CM. Sí. Me retiraba al
fondo del jardín para hablar con esa madre imaginaria, que era cariñosa
conmigo, siempre sonriente y de voz suave, y ella y yo hacíamos juntos todo. Esa
madre de fantasía me traía regalos, me traía unos bizcochos que me gustaban
mucho. Por la noche, yo me metía en la oscuridad del fondo del patio, entre dos
cocoteros, y ahí esa madre venía a visitarme. Yo tenía unos siete años, y ella
era real para mí. Siempre me preguntaba si estaba contento. Y yo le decía que
quería escaparme de allí, le pedía que ella me ayudase a fugarme. Durante toda
mi infancia, mi obsesión era fugarme, escapar. Largarme de allí fue el deseo
más poderoso de mi infancia.
P. ¿Huir de qué? ¿Y hacia
dónde?
CM. Yo pretendía caminar,
caminar, caminar, caminar toda la noche, hasta llegar al puerto. Allí podría
esconderme entre aquellos enormes sacos de azúcar, en uno de aquellos buques. Y
aquel buque me llevaría a aquel país que era mítico para mí, que eran los
Estados Unidos. Le decía a mi madre blanca: “Llévame, llévame por la mano”. Y
ella me decía que no, que no podía. A veces yo me quedaba esperándola y ella no
venía. Yo estaba totalmente alienado de mí mismo. Quería ser blanco, solo
quería tener amigos blancos, quería cambiar de piel, quería cambiar de pelo,
quería cambiarlo todo. Ese fue mi primer exilio, un exilio ontológico.
Normalmente las personas saben lo que son, ellas son lo que son, no se plantean
ese asunto. Pero yo no lo sabía, no quería ser lo que era y, por el hecho de no
querer ser aquello que era, llegué a no saber ni quién era.
P. ¿Cómo es no saber lo
que se es?
CM. Pues uno siente
constantemente que le falta algo (la voz de Moore se vuelve inestable). No
tengo la piel correcta, no tengo la nariz correcta, no tengo los labios
correctos, no tengo el cuerpo correcto, no los tengo. Todo denota falta. Lo
único que me salvó durante esa infancia fue mi inteligencia (la voz se
restablece). Porque en la escuela yo podía abstenerme de estudiar, y, sin
embargo, me iba bien en los exámenes, incluso mejor que los blanquitos que se
pasaban el tiempo estudiando.
P. Y cuando usted se
miraba al espejo, ¿qué veía?
CM. Me veía como alguien
grotesco, siempre feo. Y además era bizco. Así que la gente siempre me decía:
“Pichón, pichón, pichón...” Yo ni me miraba al espejo. Y como en mi casa no
había ninguna foto mía, eso reforzaba mi idea de ser feo. Yo pensaba que era
algo solo conmigo, no tenía aún esa percepción de que así se consideraba a todos
los negros.
P. Su madre negra,
concreta, parece haber sido una persona ambigua. Al mismo tiempo que ella le
daba palizas constantemente y le alisaba el pelo, era ella quien se enfrentaba
a los blancos y lo incentivaba a enfrentarse a ellos. ¿Cómo usted coexistía con
esa ambigüedad?
CM. Ella fue la primera
persona que me habló de la esclavitud. La única que me enseñó a resistir, la
única que me dijo que tenía que enfrentarme a este mundo. Mi padre era todo lo
contrario, buscaba solo la aprobación de los blancos. Y los blancos decían que
yo era la vergüenza de mi padre. Pero de mi madre tenían miedo. Ellos temían
que ella los afrontase, porque hacía escándalos con cualquiera. Los escándalos
de mi madre, en aquella pequeña ciudad, eran mayúsculos. Pero yo sólo conseguía
acercarme a ella los domingos, cuando ella lloraba porque estaba escuchando
ópera en la radio. Se quedaba escuchando esa música, zurciendo la ropa y
llorando. En aquellos momentos, ella me tocaba, era cariñosa conmigo.
“Mi madre me daba palizas y me
alisaba el pelo, pero también me enseñó a resistir y a enfrentarme a los
blancos”
P. ¿Hoy en día, como ve a
esa madre?
CM. La veo con
comprensión, porque fue una mujer violada por su padrastro a los 13 años. Mi
hermano mayor es el hijo de esa violación. Mi madre llegó de Jamaica y, en
pocos meses, ya había sido violada y se había quedado encinta. Estoy
escribiendo otro libro, llamado “Las huellas del caos”, que habla de esas
realidades históricas. En este libro, mis padres son los protagonistas. Por medio
de ellos, voy a hablar de la vida de todos los demás. De esa pobreza inmensa,
dramática. Del odio que enfrentaron en Cuba por ser negros inmigrantes de islas
caribeñas, considerados bárbaros y primitivos. Poco antes de su muerte,
hablé con mi madre en los Estados Unidos, en Nueva Jersey, donde ella estaba
viviendo. Fue mi amigo, el escritor Alex, quien me dijo: “Tienes que saber lo
que sucedió”. Así que fui a hablar con ella, y después con mi padre, que vivía
en Brooklyn. Fue entonces cuando me enteré, por medio de ella, de que no era
hijo de mi padre, sino de su mejor amigo, a quien mi padre le había confiado a
su familia. Eso sucedió cuando mi padre tuvo que partir en busca de trabajo y
pasó mucho tiempo sin volver. Ella, llena de hijos, pensó que él había muerto.
Y cuando al fin mi padre regresó, ella estaba encinta de este amigo. El bebé
era yo. Pero eso no lo supe si no a los 40 años. Después fui a hablar con mi
padre. Él estaba sentado, tomando el sol. Ya estaba ciego. Él me dijo que mi
madre nunca debería habérmelo contado, porque tenían un acuerdo sobre eso.
Pero la nuestra era una ciudad pequeña, y me había pasado toda la vida
peleándome con los otros niños porque le llamaban puta a mi madre y no sabía
por qué. “Puta, puta, puta”. Y aquellos dos hombres casi se mataron a causa de
aquel embarazo. Yo grabé toda la conversación con mi madre y con mi padre. Mi
madre me contó las cosas horribles por las que había pasado. Toda el hambre que
había pasado. Y los niños, llegando uno tras otro, porque no sabían cómo
evitarlos. Ella estaba perpetuamente encinta. Entonces me di cuenta del horror
que habían sido sus vidas. Eran vidas trágicas.
P. Pero su padre,
este que le creó, al contrario de su madre, lo aceptó por completo como hijo,
¿no?
CM. Fui su favorito.
Todavía recuerdo el olor de aquellos tabacos que él fumaba, y hasta hoy me
encantan los tabacos por eso, son lo único que fumo. Hasta me acuerdo del
perfume que mi padre usaba, era un perfume que de vez en cuando le traían de
los Estados Unidos. Cuando hablamos, le di las gracias por todo el amor que me
había dado. Le dije lo mucho que lo amaba. Le dije: “Tú eres mi papá”. Y con
eso el ciclo estaba cerrado.
2) La mujer negra: la más
aplastada entre los aplastados
P. Por lo que se puede
notar en su autobiografía, esa escisión entre la madre blanca buena y la madre
negra mala impactó en la elección de sus parejas sexuales, ¿cómo fue eso?
CM. Eso es verdad, porque
esa afectividad se transfirió a aquellas mujeres blancas que conocería en mi
vida, que tenían aquel fenotipo que correspondía a esa visión de lo que para mí
era la belleza. Todo lo que tenía que ser era bueno en la cama con ellas. No
era una relación en el sentido de tener intimidad y explorar profundamente al
otro. Era una performance sexual. Eran relaciones sexuales
como de ficción. Cada encuentro con una mujer blanca era como en una novela.
Eran mujeres que no sabían nada sobre las cuestiones raciales, solo querían un
buen sexo, un negro en la cama que alimentase sus fantasmas sobre el macho negro.
Y ellas, a su vez, alimentaban mis propios fantasmas. Y estos fantasmas estaban
relacionados con esa otra visión, que podría incluso considerarse incestuosa,
ya que esas mujeres correspondían a aquella mujer mítica creada en mi infancia.
Que era buena conmigo, que me traía regalos. Yo veía el sexo como un gran
regalo. La relación profunda solo comenzó a existir cuando pasé a conocer a
mujeres negras, que tenían conciencia de su negritud, que estaban debatiéndose
con el problema de la identidad y que me forzaron a debatirme con el problema
de mi propia identidad como negro. Ahí fue donde comenzó el otro combate.
P. ¿La historia de
su madre le llevó a la historia de la mujer negra?
CM. Sí. Comencé a
entender la historia de la mujer negra a partir de Maya Angelou y de las otras
escritoras negras, amigas de ella, que luego alcanzarían la fama. En Nueva
York, eran las mujeres con las que pasé a convivir, sin darme cuenta de la
importancia literaria que tenían. Por eso, tengo una deuda con las mujeres
negras que no tiene precio, porque me llevaron a comprender quién era yo. Y,
por ello, tengo el deber de participar en esta lucha para que la mujer negra
recupere la dignidad ante esta sociedad, una dignidad que le robaron
brutalmente hace 400 años.
"El racismo ya ha
determinado que las blancas son para casarse, las mulatas para fornicar y las
negras para trabajar"
P. ¿Cuál es el papel de un
hombre negro ante la indignidad sufrida por la mujer negra?
CM. La mujer negra experimenta una situación de profunda
soledad. Ella es rechazada universalmente, es pisoteada. Para ser un negro
consciente, un ser humano consciente, un hombre negro tiene que tener en cuenta
ese aspecto. No puede seguir siendo un cómplice de ese aplastamiento histórico
de la mujer negra. La mujer negra es el ser humano más aplastado de todas las
categorías de personas marginadas del mundo. Y no se puede ignorar eso. Por
eso, Obama hizo algo extraordinario al llevar a esa mujer negra, de piel negra,
a la Casa Blanca, como su esposa, como madre de sus hijas, cuando en realidad,
la sociedad no había programado eso. La sociedad había programado que alguien
de ese nivel, con ese éxito, llevase automáticamente a una rubia a la Casa
Blanca. Obama también rompió un tabú y se convirtió no solo en el primer presidente
negro, sino también en el hombre negro que le devolvió a la mujer negra el
sentido de la autoestima y del respeto que esa mujer debe tener, en primer
lugar. El sistema racista ya hizo inviable la relación entre el hombre negro y
la mujer negra desde los tiempos de la esclavitud. El racismo ya determinó que
las blancas son para casarse, las mulatas para fornicar y las negras para
trabajar. Hace cuatro siglos que esa es la ley. Así es que, cuando un hombre
negro, consciente, como yo, entiende lo que todo eso significa, comienza a
tener otra mirada hacia la mujer negra. Empieza a buscar el diálogo con esa
mujer, en vez de pisotearla, en vez de reproducir toda la historia de
aplastamiento. Es un diálogo muy difícil, porque, durante cuatro siglos, el
hombre negro y la mujer negra no tuvieron una situación que permitiese ese
diálogo. Para derribar el racismo es indispensable que el hombre negro y la
mujer negra tengan esa conversación.
3) La Cuba de Fidel: un régimen
que reprodujo el racismo
P. ¿Por qué decidió
escribir esta autobiografía?
CM. En 1996 tuve una
embolia pulmonar y estuve entre la vida y la muerte durante tres semanas en un
hospital de Trinidad y Tobago, donde trabajaba como profesor universitario de
relaciones internacionales. Pensé que, si muriese, todo aquello que necesitaba
decir acerca de mi experiencia con la revolución cubana se perdería. La gente
tiene una idea de que fue una revolución generosa, correcta con todo el mundo.
Y fue la peor de las represiones contra los homosexuales, contra los negros.
Así que pensé que, si yo sobreviviese, saldría de la universidad e iría a un
lugar donde nadie me conociese como militante, para escribir este libro. Elegí
Salvador de Bahía. Bahía, para mí, es como si fuese un país. La culinaria, la
música, el candomblé... Quería un lugar donde pudiese vivir tranquilamente y
terminar esta obra.
P. ¿Qué agujero se abre en
su vida cuando usted descubre que la revolución cubana está reproduciendo el
racismo?
CM. Fue un choque. Yo
tenía una necesidad ontológica de que blancos y negros, juntos, pudiesen
cambiar la sociedad. Cuando descubrí que estaban todos mintiendo, que
estaban destruyendo las organizaciones negras, destruyendo las religiones
africanas, designadas como santería, destruyendo todo lo que era negro, porque
no querían convivir con esas diferencias, porque querían crear a un nuevo
negro, a un negro sumiso, a un negro comunista, fue un gran choque. Lo que
estaban proponiendo era un negro sin color, un cubano sin color. Pero yo quería
mi identidad, yo no quería rebajarme a la categoría de un ser sin color. Había
este discurso de que éramos todos cubanos, solo que el color cubano seguía
siendo el blanco, ya que solo había un negro en posición de mando, entre todos,
que era manipulado por Fidel, como yo ya me había dado cuenta en los Estados
Unidos. Así que me dije: “no”. Pero fue un gran choque llegar a la
conclusión de que estos dirigentes blancos no tenían la menor intención de
convivir con gente como yo. No puedo ni describir lo que Fidel Castro
significaba para mí. Él simbolizaba la revolución, y la revolución era para mí
como una madre sustituta. Era aquella cosa de que podía entregarme y amar y ser
amado por ella. Ser aceptado y amado por ella. Aceptado del modo como yo era. Y
que ella nunca más iría a rechazarme. Y entonces me la encuentro y, de repente,
me percato de que ella me rechaza, tal cual yo soy. Y es por eso que cometo
esas imprudencias locas que voy a cometer, porque estoy convencido de que Fidel
Castro no forma parte de eso. Yo estaba convencido de que Fidel estaba rodeado
de los blancos racistas de siempre, que no eran la revolución. Cuando descubrí
que Fidel era aquel que realmente estaba al frente de todo eso, ahí me rompí en
pedazos... Todo eso me sucedió cuando no tenía ni 20 años.
"El racismo se ha
reforzado en todos los espacios en la Cuba de hoy"
P. Usted hizo una
confesión en la que negaba el racismo en Cuba, para escapar de un
encarcelamiento más o de algo peor. ¿Cómo se siente con relación a eso?
CM. Muchas veces me he
preguntado por qué no acepté que me fusilasen en vez de confesar lo que ellos
querían que confesase. Muchas veces me he preguntado esto. Y no tengo ninguna
respuesta, a no ser aquella que me forjé. Lo que aconteció es que llegó un
momento en el que sabía que la muerte estaba allí y que, para evitarla, solo
tenía que mentir. Y ese fue el momento en el que me dije a mí mismo: “Voy a
mentir. Porque aquellos que me están pidiendo que mienta son mentirosos. Así
que no estoy traicionando absolutamente nada”. Nunca dije el nombre de nadie,
nunca impliqué a nadie. Me impliqué a mí mismo, diciendo: “Fui yo”. Asumí toda
la responsabilidad. El régimen cubano puede enseñar ese documento en cualquier
momento y solo mostrará que Carlos Moore dijo que lo hizo solo.
P. Usted volvió a Cuba hace
algunos años para una visita, se reencontró con sus hermanos y conoció a su
familia por parte del padre biológico. ¿Cómo ve la Cuba de hoy?
CM. La Cuba de hoy es
mucho más compleja que la de cuando yo estaba denunciando el racismo en
aquellos tiempos. El hecho de negar la existencia del racismo hizo que el este
ocupase todos los espacios. Entonces el racismo se reforzó en Cuba. No se
expresa de la misma manera como se expresaba antes de la revolución, mediante
la segregación racial en los lugares públicos. Pero la segregación racial hoy
es tan fuerte como aquí en Brasil. En el poder político, económico, en cosas
tan simples como el contenido de la televisión. Es muy fuerte. La única gran
diferencia que existe en la Cuba de hoy es que hay un número significativo de
negros que pertenecen a una clase media que ha estudiado. Mis propios hermanos,
por ejemplo, son todos profesionales. La razón de esto es que, para sobrevivir,
el régimen tuvo que crear toda una clase de profesionales negros cubanos.
P. ¿Y ese no es un cambio
importante?
CM. Sí que es un cambio
importante, porque esa nueva clase de profesionales negros entrará en colisión
violenta con la Cuba que ahora está surgiendo con Raúl Castro, que es esa Cuba
capitalista, al estilo chino. Porque esa es una Cuba que excluye totalmente a
los negros profesionales y no profesionales. Y
ahí va a producirse una colisión, porque ahora hay una masa de negros que
meditan sobre su situación. Y el régimen cubano va a tener que hacerle frente a
un problema enorme. De la misma manera que Brasil, hoy, está afrontando
un problema cada vez más fuerte, que es el refuerzo de esa clase media negra
que es cada vez más consciente de su situación.
"Los pueblos ponen la
revolución en movimiento, y en seguida aquellos que manipulan los aparatos de
control la asesinan"
P. Y ¿cómo ve usted a
Fidel Castro, ese hombre que acabó teniendo una gran importancia también en su
vida?
CM. Fidel hizo algo muy
importante para Cuba, la revolución fue importante. A pesar de todas las cosas
que han sucedido, yo nunca habría preferido una Cuba sin revolución. La
revolución era necesaria, en Cuba, y se convirtió en aquello en lo que se
convirtió. La revolución murió, fue destruida, fue asesinada, pero el período
durante el cual la revolución existió, como una esperanza que unió realmente a
este pueblo, que les permitió a los negros soñar con una sociedad nueva y que
les permitió a muchos blancos soñar con una sociedad en la que esas diferencias
raciales y ese conflicto racial pudiesen superarse, ese fue un momento
importante. Todas las reformas más estructurales que la Revolución hizo, como
la de la salud y la de la educación, también fueron importantes. El hecho de
que Fidel Castro fuese un dirigente que tuvo el coraje de desafiar a los
Estados Unidos también fue importante. Ahora bien, esa militarización exigida
por la resistencia contra los Estados Unidos convirtió a la sociedad cubana en
una Esparta y destruyó todos los espacios de expresión civil, que no volverían
nunca.
P. Usted hace una
diferencia entre la revolución y el régimen. ¿Cuál es?
CM. La revolución es una
esperanza colectiva. El ser humano está constantemente buscando ampliar los
parámetros de la libertad de su existencia, y la revolución es ese momento.
¿Hubo una revolución rusa? Sí que la hubo. ¿Murió? Sí que murió. ¿Hubo una
revolución china? Sí que la hubo. ¿Murió? Sí que murió. ¿Fue asesinada? Sí que
fue asesinada. Los pueblos ponen la revolución en movimiento, y, en seguida,
aquellos que manipulan los aparatos de control la asesinan. Así que es siempre
ese vaivén. Ese conflicto, esa contradicción.
4) Encuentros con Malcolm X y
Aimé Césaire, desencuentro con Sartre
P. Usted pasó por una
experiencia muy particular, la de vivir en un mundo polarizado, que era el
mundo de la Guerra Fría, y ser sospechoso a ambos lados, perseguido por ambos
lados, sin lugar en ninguno de ellos. ¿Cómo es esa experiencia de encarnar un
no lugar, en el sentido más profundo?
CM. Hubo personas que me
acusaron de ser un agente del imperialismo, por un lado, y otras que me
acusaron de ser un agente del comunismo, por el otro lado. Al mismo tiempo. Me
sentí víctima de una injusticia total. Hasta el punto de que no podía resistir
más. Uno no consigue probar nada. Cuanto más intenta probar algo, más le dicen
que está camuflando la verdad. Me di cuenta de que, para aquellos que se dicen
de izquierda, o para aquellos que se dicen de derecha, no importa para nada la
verdad. Para ellos, la verdad es algo relativo. Uno tiene un adversario,
entonces lo elimina de la forma más eficaz. Y esa manera más eficaz es mediante
calumnias. Pero esas mentiras destruyen al ser humano que es el blanco de esos
ataques. Hubo momentos en los que sentí que no podría aguantar más. Recuerdo al
menos tres momentos en los que contemplé seriamente la posibilidad de quitarme
la vida.
P. ¿Podría describir uno
de esos momentos?
CM. La última vez que me
encontré en esa situación, le hablé francamente a mi pareja actual, Ayeola. Me
senté con ella en un jardín, en Guadalupe, y le dije: “No puedo continuar más,
y no consigo ni siquiera explicarte el dolor que estoy sintiendo”. Ella me miró
y dijo: “Está bien. Entonces hazlo. Lo entenderé. Si estás sintiendo tanto
dolor hasta el punto de querer abolir tu existencia, debes hacerlo”. Esa fue la
cosa más maravillosa que alguien podría haber hecho por mí. Me sentí libre,
liberado, realmente libre. Y esa autorización, de la mujer que me amaba, hizo
que algo se rompiese a partir de ahí. Y empecé a vivir tranquilo, sabiendo que,
en cualquier momento, podría quitarme la vida. Fueron pasando los meses, los
años... Y eso me ayudó a afrontar esa situación de cerco permanente.
P. En el lanzamiento de su
libro, en una librería de São Paulo, usted dijo que la persona que más le marcó
fue Aimé Césaire. ¿Por qué?
CM. Porque era un hombre
con una calma extraordinaria en medio de todos los conflictos. Pertenecía al
Partido Comunista y salió por una cuestión ética, la invasión de Hungría, y
pasaron a atacarlo violentamente. Y lo atacaron también los de la derecha,
porque estaba siempre predicando una especie de socialismo de la negritud, para
Martinica y para otros países negros. Me impresionó mucho su discurso sobre la
cuestión colonial, especialmente aquella parte fantástica que me abrió
ventanas, cuando dijo: “¿Por qué están condenando a Hitler? Eso es mentira.
¿Cómo pueden condenar a Hitler, cuando ustedes hicieron la trata de esclavos,
cuando ustedes colonizaron toda África? Trabajos forzados, genocidios...
Ustedes no pueden decir nada contra Hitler. Hitler son ustedes”. ¡Y también
dijo: “Lo único que pueden decir sobre Hitler es que les dolió que matase a
blancos! ¡Ah... eso sí que pueden decirlo! Pero no confiesan que para ustedes
el único delito que Hitler cometió fue haberles aplicado a blancos, durante un
corto período de tiempo, aquellos métodos que ustedes les reservaban hasta
entonces a los negros, desde hacía siglos”. Esa argumentación me impresionó
muchísimo. Produjo una explosión en mi cabeza.
"Para aquellos que se
dicen de derecha o de izquierda, no importa la verdad. Si tienen un adversario,
lo eliminan de la forma más eficaz: mediante calumnias"
P. ¿Y cómo fue su “no
encuentro” con Sartre?
CM. Cuando llego a París,
busco a Aimé Césaire y finalmente nos reunimos, y él me escucha acerca de lo
que está sucediendo en Cuba. Y, al final, afirma: “No me quiero creer todo lo
que me has dicho, no me lo quiero creer. Pero me lo creo”. Entonces me dijo que
necesitaba ver a varias personas, entre ellas a Sartre. Un joven escritor,
amigo íntimo de Sartre, organizó ese encuentro, en un café. Yo veía a Sartre
allí, con sus amigos, mientras aquel amigo en común fue a decirle que yo estaba
allí y que quería hablar con él.
De inmediato, Sartre empezó a gesticular y a
decir que no con la cabeza. El amigo volvió, entonces, y me explicó: “Sartre
dijo que no te va a recibir, porque no habla con agentes del imperialismo”.
Imagínense que Simone de Beauvoir y Sartre son gente a la que amo, son personas
que liberaron mentes. Sartre fue aquel que abrazó la negritud, que escribió un
texto hermosísimo que se llama “Orfeo Negro”, donde les explica a los
intelectuales blancos, de izquierda y liberales, lo que es la negritud. Dijo
cosas luminosas. Ese Sartre era fundamental en mi vida. Así que, para mí, fue
una traición. Como si alguien me apuñalase. Él tuvo una reacción de
conquistador, de no querer escucharme. Eso fue muy duro para mí. Sin embargo,
eso no cambió que él siguiese siendo fundamental en mi vida, en mi desarrollo
como ser humano. Así como Simone de Beauvoir. Siento mucho amor por esos dos...
mucho amor.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhl_8hkKE_Huz9wHLd_yYWSWUbxr6CyoEVW1zGbQ7X8VwjQOYzHVi9i0p0RJIwAccqHqfdj4_9hN5VtW1mZFcC0vYXO4DFqRik5AZvDGo683Six1l-IIbkFkGGPB1VKWaT4nD3gTOwPR8AU/s320/MALCOLM+X.+Micr%25C3%25B3fonos.jpg)
P. ¿Cuál fue su
experiencia con Malcolm X?
CM. Cuando lo conocí, como
líder en los Estados Unidos, no era su amigo. La amistad llegó en aquellos
momentos dramáticos en los que él estaba caminando hacia la muerte. En aquel
entonces, él estaba obsesionado con poder apoyar rápidamente la insurrección en
el Congo. Yo tenía poco más de 20 años y pensé que lo menos que podía hacer era
darle todo mi apoyo a Malcolm para que él pudiese reunir a voluntarios.
Entonces pasé a ayudar a reclutar a esas personas. Durante el período que pasó
en Francia me ocupé de su seguridad, durmiendo inclusive en su suite en el
hotel. Es decir, él dormía y yo me quedaba despierto. Después de que él
despertase, yo dormía durante algunas horas. Él se hacía cargo de sus asuntos y
después buscábamos un lugar para que él desayunase, porque tenía miedo de que
lo envenenasen en el hotel. Eran los últimos momentos de Malcolm, y él lo
sabía. Me dijo que solo tenía horas o días, que estaba yendo hacia la muerte.
Me decía constantemente: “Tienes que prestar atención a lo que te estoy
diciendo, porque es la última vez que voy a poder hablar así”. Entonces él
empezó a hablarme de todo: de la mujer, de la vida, de la revolución, de cómo
organizar los grupos en la clandestinidad... Era un hombre muy generoso. No era
una persona efusiva, no era una persona de abrazos, era un hombre muy
contenido. Todo se concentraba en sus ojos, en el modo de sonreír. Y tenía una
gran paciencia. Yo podía hablar durante media hora y él no me interrumpía nunca.
Se quedaba allí, atento a todo lo que yo o alguna otra persona estaba diciendo.
La gente tiene una visión de Malcolm solo como aquel gran agitador y todo lo
demás, pero Malcolm era un hombre muy tranquilo, muy generoso, muy cariñoso...
P. ¿Y cómo recibió la
noticia de su asesinato?
CM. Cuando me enteré de su
muerte hacía frío en París y salí a caminar durante horas. Aquel fue uno de los
momentos más difíciles para mí. Tenía 22 años. Cuando asesinaron a Patrice
Lumumba, yo solo quería venganza. Amé a Lumumba sin haberlo visto jamás, lo
amaba por las cosas que decía. Había una fragilidad en Lumumba. Era un hombre
delgado, alto, pero cuando decía que crearía una nación en la que se respetase
a los negros y a la que todos los negros, de cualquier parte del mundo, podrían
ir, es decir, el Congo, fue una revelación para mí, a los 18 años. Sin embargo,
con Malcolm el sentimiento fue de impotencia total, porque yo había convivido
con él y lo amaba. Me acuerdo de un momento en el que le estaba presentando a
reclutas para el Congo y una de las jóvenes, que prestaría ayuda como
enfermera, le interrumpió. Me enojé: “No interrumpa al brother Malcolm.
“Malcolm paró, me miró, metió la mano en el bolsillo, sacó una moneda de un
dólar y dijo: “BrotherCarlos, ¿qué hay al otro lado de esta moneda?” Le
dije que no lo sabía. Y Malcolm me respondió: “Entonces, nunca más interrumpas
a una mujer, porque la mujer siempre ve la otra cara de la moneda”. Nunca me
olvidé de eso.
5) Brasil, la mayoría negra y
la creciente tensión racial
P. Usted ha investigado el
racismo en varios países, en cuatro continentes. ¿Qué es el racismo, desde
su punto de vista?
CM. El racismo no es una simple tejedura de prejuicios
aberrantes, ni una confabulación ideológica desechable. Tampoco es una realidad
oportunista surgida hace poco, y mucho menos una “enfermedad”. Se trata de una
estructura de origen histórico, que desempeña funciones beneficiosas para un
grupo, que por medio él construye y mantiene el poder hegemónico sobre el resto
de la sociedad. Ese grupo usa el racismo como instrumento a través de las
instituciones y organiza, por medio del imaginario social, una tela de
prácticas de exclusión. De ese modo, preserva y amplía los privilegios
sociales, el poder político y la supremacía total adquiridos históricamente y
transmitidos de generación en generación. En una sociedad ya multirracial y
mestiza, serviría para preservar el monopolio de los recursos para el segmento
racial dominante. Sería un sistema total que se articula desde el principio
mediante tres instancias operativas entrelazadas, pero distintas: 1) las estructuras políticas, económicas y jurídicas de
mando de la sociedad; 2) el imaginario social
total, que controla el orden simbólico; y 3) los
códigos de comportamiento que rigen la vida interpersonal de los individuos que
forman parte de esta comunidad. Por lo tanto, no se puede atacar el racismo en
una sola dimensión, porque nada va a cambiar. Hoy en día, el racismo ha
alcanzado tal grado de sofisticación que se niega a sí mismo y finge que no
existe. Negar la existencia del racismo, transformarlo en un tabú social,
tratarlo como una “aberración” o reducirlo a la “discriminación” y al
“prejuicio” es la mejor manera de encubrirlo y protegerlo en cuanto estructura
sistémica. Por eso, siempre que el ser humano lo niega o lo simplifica, está
automáticamente en “complicidad sistémica” con él.
P. Y ¿cómo ve usted el
racismo en el Brasil actual?
CM. Los blancos y los negros están librando aquí una batalla
terrible. Y los blancos ni siquiera saben que están enfrascados en esa lucha.
Algunos lo saben y fingen que la lucha no existe. Pero solo una minoría, muy
pequeña, es consciente de esa lucha y sabe que es una lucha. La mayoría no
quiere ni saber de ella.
“En Brasil, el racismo es la leche que amamanta al negro todos los
días”
P. ¿Hay alguna
peculiaridad en el racismo de Brasil?
CM. No estoy buscando
ningún lugar idílico, eso no existe para mí. Lo que estoy diciendo en mi
libro Racismo y sociedad es que tenemos que pensar el racismo
a partir de los modelos. El racismo aquí en Brasil corresponde a un modelo
específico, y ese modelo vino de la Península Ibérica. Es el modelo de una
esclavitud ya naturalizada, donde los negros crecen dentro de la esclavitud,
los negros se saben esclavos. Donde hay un sistema clientelista, donde hay una
serie de gradaciones de colores. Esta es una esclavitud que tiene mil años de
osificación. En ella, el subalterno dentro del sistema acepta su actividad, ve
eso como normal. En este modelo, el racismo es la leche que amamanta al negro
todos los días.
P. ¿Un racismo
naturalizado?
CM. Sí. Por eso, todo el
mundo quería esa limpieza del vientre, de la barriga. Las mujeres negras
buscaban constantemente que sus hijos saliesen de la esclavitud. ¿Y cuál era la
única salida? Era que fuesen mulatos. Una situación de transacción sexual entre
el hombre blanco y la mujer negra. Porque aquí, cuando uno habla de mestizaje,
habla de una forma general, habla sin decir que aquel que está mestizando es el
hombre blanco. No es el hombre negro el que está mestizando a la raza blanca,
sino el hombre blanco el que está mestizando a la raza negra. Cuando llegan los
españoles y los portugueses es lo primero que hacen con las nativas y con las
africanas. La mujer blanca viene después, con el sistema ya estabilizado. Así
que este es un modelo mucho más difícil, porque todo se naturaliza, todo está
normado. En ese contexto, las cosas fluyen, la sangre está fluyendo dentro del
sistema de una manera normal.
“La penetración
de los negros en las universidades, mediante las cuotas raciales, fue vivida
por la sociedad blanca como una violación”
P. Parece que algo fuerte
está sucediendo en Brasil en este momento, en lo que se refiere al racismo,
aunque muchos blancos no lo vean o no lo quieran ver. ¿En qué medida esto está
relacionado con la primera generación de negros que llegó a la universidad
mediante las cuotas raciales?
CM. Esa relación es real. Por eso hay tanto pánico. Yo llegué
aquí en un momento en el que el pánico comenzaba a desencadenarse. El movimiento
negro hizo un trabajo colosal en este país. Y llegó a interferir en los
partidos. Luego, cuando vi a esos jóvenes negros entrar en la universidad y
llevar con ellos el candomblé, las favelas, los quilombos... La universidad
entró en estado de choque. Ellos eran un cuerpo extraño que había entrado allí,
y me di cuenta de eso. Ellos no eran vistos como estudiantes, sino como
soldados de un ejército extranjero. Eran vistos como invasores de la
universidad. Me percaté de que ese espacio sacrosanto, blanco, se había
desacralizado. Ante eso, comenzó una reacción tan fuerte, contraria, que
continuó aumentando hasta nuestros días. Volviéndose más compleja,
convirtiéndose en todo tipo de oposición, con una máscara política. Por primera
vez los blancos en este país oyeron decir que los negros eran mayoritarios. La
población blanca parece vivir eso como una violación. La raza negra es un falo
y la sociedad blanca es una enorme vagina. Hay una tensión constante. Esa
penetración en las universidades se vio, simbólicamente, como algo muy, muy,
muy profundo. Por eso, inmediatamente, la repulsa fue general, dentro de la
sociedad blanca. Con las cuotas raciales y las
demás acciones afirmativas se despertaron fuerzas que nadie conocía. Me di
cuenta de que había un potencial real de cambio que actuaba dentro de la
sociedad. En este punto es donde empecé a ver, a sentir, que este país tenía la
posibilidad de cambiar esta situación. Las máscaras han empezado a caer. Y
Brasil es un país de máscaras, tantas máscaras...
P. ¿Es importante
que las máscaras caigan?
CM. Es importantísimo.
La sociedad estadounidense, por ejemplo, tiene esa posibilidad tan grande de
discutir y de avanzar en esta cuestión tan difícil, que es la cuestión racial,
porque las máscaras allí se arrancan con mayor facilidad. Ya son varias
generaciones discutiendo abiertamente la cuestión racial. Aquí, no.
Allí, cuando se mata a ocho, a nueve negros en una iglesia, se dice claramente
que los mataron por ser negros. Punto final. Aquí, si queman a un indio, lo
quemaron por alguna otra razón. Matan al negro y es lo mismo. Pero las máscaras están comenzando a caer.
“Al romper el mito de la
democracia racial, el movimiento negro rompió la ideología sobre la que se
sostiene este país”
P. ¿El mito de la democracia racial es una máscara que cae?
CM. Al romper el mito de
la democracia racial, el movimiento negro rompió la ideología sobre la que se
sostiene este país. Este país siempre se presentó ante el mundo entero como el
único país en el que todo va bien entre blancos y negros. Y mismo los negros
fuera de este país se lo creían. Todo el mundo hablaba de Brasil como un
milagro, hasta que los negros de aquí, en décadas de combate, al fin rompieron
el mito de la democracia racial. Que este mito vuelva ya es imposible. Tendrán
que inventar algo nuevo.
6) Los blancos y la negociación
del poder
P. ¿Qué
pasará después de que las máscaras hayan terminado de caer?
CM. No sé lo que va a
venir... Porque esos son los momentos en los que puede suceder lo mejor o lo
peor.
P. ¿Y
qué sería lo mejor y qué sería lo peor?
CM. Lo mejor sería una
discusión, dentro de este país, en la que se debata claramente cuáles son los
problemas. En la que cada uno diga lo que tiene dentro. En la que cada uno diga
lo que tiene que proponer. En la que cada uno diga cuál es su relación con este
país. La cuestión racial se sobrepone a todas las demás consideraciones: de
sexo, de género, de nacionalidad, de religión... Estamos llegando a un momento
en el que se están diciendo estas cosas. Algunas
personas ya se dan cuenta de que este es un país en el que la mayoría es negra
y eso funda un pánico existencial enorme, dentro de esa parte de la población
blanca, en la que la mística de la cuestión racial está enraizada, como
en Sudáfrica. Vi esa misma reacción en Sudáfrica, cuando se empezó a hablar de
la transferencia de poder. La minoría blanca nunca había oído hablar de sí
misma como una minoría, ni se había visto a sí misma como una minoría. En el
Brasil de los últimos 15 años, la conciencia de que los blancos son una
minoría, en un país que es en su mayoría negro, está creciendo. Surge entonces
un pánico existencial, que está delineado por una consideración racial.
“El descubrimiento de que los
negros son mayoría en Brasil generó un pánico existencial en la parte blanca de
la sociedad”
P. ¿Usted cree que hay en
Brasil un Apartheid, con la diferencia de que no está en la
ley?
CM. Aquí el Apartheid no es jurídico. Pero
está en todas partes, en todos los lugares de poder y de decisión. Solo no
consta en las leyes porque, dentro del modelo ibérico, el Apartheid se
basa en un consentimiento social. Los negros saben dónde están los espacios de
los blancos. Los blancos, a su vez, saben dónde están los espacios de los
negros. Cada quien, negro y blanco, sabe dónde están los límites más allá de
los cuales el negro no debe ir. Todo el mundo sabe cuál es su lugar, y el lugar
del blanco es siempre hegemónico. Pero, ahora, por primera vez en la historia
de este país, ha llegado el momento de cuestionar eso.
“En los próximos 15 años, la
mayoría negra tendrá que estar reflejada en todas las instancias de poder”
P. Usted dijo que lo mejor
que podría suceder sería una discusión abierta, donde a las cosas se las
llamase por su nombre. ¿Y qué es lo peor que podría
suceder?
CM. Lo peor sería lo que sucedió en Alemania. El racismo es
fascismo. El racismo es nazismo. Solo que estamos acostumbrados a pensar en el
nazismo como campos de exterminio. Pero el nazismo no se restringe a los campos
de exterminio, este es solo su momento extremo. El exterminio simbólico
y físico, sin los campos, está sucediendo todos los días. Y se acepta ese
nazismo cotidiano, el nazismo de todos los días. Porque la sociedad blanca
dominante lo está viendo como una respuesta a la “agresión” de los negros, que
están llegando cada vez más cerca de aquello que no deben tener, que es el
poder. Ya existe la idea, dentro de la nación, de que tarde o temprano los
blancos tendrán que negociar aquí el poder político y económico, tal como lo
negociaron en Sudáfrica. Tarde o temprano eso va a suceder. En los próximos 15
años, seguro, la mayoría negra tendrá que estar reflejada en todas las
instancias del poder político. Nunca el blanco de este país pensó en términos
de negociación racial. ¿Con quién iría a negociar? ¿Y por qué? Ahora, por
primera vez, esa idea está entrando, simbólicamente, en las cabezas, porque
existe una contestación negra. A veces aflora como una protesta por algo que
está sucediendo en la televisión, en la que los negros dicen: “No queremos
eso”. Y en la que los blancos dicen: “¿Qué derecho tienen ellos a decir lo que
quieren o no quieren? Es solo televisión...” Pero los negros dicen que no
quieren ese tipo de ocio. Y entonces los blancos dicen que es fascismo de los
negros. Esto demuestra que hay un momento de confrontación obvio. Visual. Los
extranjeros ven eso con más facilidad que los brasileños. Llegan aquí y ven que
la tensión es cada vez mayor. El Brasil de hoy ya no es el Brasil de hace 15
años.
P. Usted dice que no le
gusta el concepto de tolerancia. ¿Por qué?
CM. La palabra tolerancia
transmite rechazo. Y transmite imposición de todo un modo que determina aquel
que dice tolerar. Voy a tolerar, pero el modo bueno
es el mío. Para mí, lo importante es el
comercio con el diferente. Esa espiritualidad, que no tiene nada que ver
con la religión, que es sentir la conexión con todos los demás que no conozco. Quiero conocer y
tener una relación con el diferente, como diferente. Quiero poder formar parte
de su mundo también. En la medida en que pueda. Y quererlo también en mi mundo.
En la medida en que él también pueda. Es muy
arrogante decir eso de tolerar. Cuando alguien dice, aquí en Brasil, que tolera
a los negros, que no tiene nada contra los negros, uno ya sabe que quien está
hablando es racista. Y ha llegado el momento de rasgar esas máscaras.
Diga usted, entonces, francamente, que no le gustan los negros, que cree que
son sucios, que huelen mal, que son peligrosos, que hay que cortarlos y
castrarlos, también intelectualmente. Los negros son una amenaza para el mundo
occidental, especialmente para Brasil. Y Brasil se elige a sí mismo como parte
del mundo occidental. Los blancos de este país se consideran representantes
tropicales del mundo occidental. Así que sus reacciones son las reacciones del
mundo occidental. Y el mundo occidental se considera hoy invadido por los
negros y por los árabes. En la Alemania nazi, se convirtió a los judíos en
negros. Y, cada vez que conviertes a un grupo blanco en negro, tienes que subir
el espacio del grupo blanco a otro nivel, por eso Hitler cambió a ario. Ahora
están convirtiendo a los árabes en negros, entonces tienen que cambiar la
dimensión blanca a otra dimensión, la suprablanca. Porque los
árabes son blancos en sus países. Y los blancos aquí en Brasil consideran que
están siendo invadidos por los negros.
P. ¿Cómo está
produciéndose ese proceso de “más blanco” en Brasil?
CM. Ahora está habiendo un
problema aquí en Brasil. En la medida en que los negros que tienen la piel
clara comienzan a decir que son negros, ya empiezan a acercarse demasiado. Así
que los blancos tienen que cambiar de categoría. Tomemos (la cantante) Fabiana
Cozza (una de las amigas que hospedaron a Moore en São Paulo), por ejemplo, que
insiste en que la reconozcan como negra, y quiere hacer valer su negritud. Al
adoptar esta actitud, está subvirtiendo el sistema. Y esto está sucediendo cada
vez más. Solo que este sistema se creó exactamente para lo contrario. Para que
cada vez que un negro tuviese la piel más clara, reforzase el sistema de la
blancura en este país. Ahora estamos viendo un desplazamiento de la categoría
‘blanco’, o sea, de la blancura, a un nivel superior de barbarie. Eso es lo que
estamos viendo en estos momentos: un desplazamiento de la blancura en este
país. Porque el negro está llegando demasiado cerca. El esquema raciológico brasileño
está rompiéndose y creando una profunda angustia dentro de esa sociedad blanca.
Esta angustia está expresándose de muchas formas.
“Los blancos van a tener que
negociar el poder en Brasil, como sucedió en Sudáfrica. Ya no hay como
‘blanquear’ más el país”
P. ¿Cuál debe ser el papel
de un blanco en el Brasil de hoy, en lo que se refiere al racismo?
CM. Brasil es un lugar muy
particular, en lo que se refiere a las relaciones raciales. Particular no por
las razones que los blancos argumentan, diciendo que las cosas suceden de una
manera diferente al resto del mundo. No. Aquí, las cosas suceden como lo hacen
en todas las demás partes del mundo. La opresión
del negro es brutal, es severa, es terrible. Aquí se ha confinado al negro a
los peores lugares, en el imaginario, en el espacio físico, en todos los
espacios. Pero Brasil ocupa un lugar muy particular en el sentido de que este
es el lugar donde los negros son la mayoría. Y eso quiere decir que los blancos
no van a cambiar de país. Los blancos de Sudáfrica no cambiaron de país.
Tuvieron que pactar. Y los blancos de Brasil tendrán que pactar con la mayoría
negra de aquí. Porque es una mayoría negra que constituye cada vez más
una mayoría. Y este proceso ya no se puede revertir, porque ya no hay la
posibilidad de una inmigración blanca a este país. Se acabó cualquier
posibilidad de una inmigración europea hacia aquí. Así que los blancos y los
negros están aquí en una competición demográfica, y los blancos ya la han perdido.
Los negros han vuelto a ser mayoría en este país. Como eran mayoría al fin de
la esclavitud. Después de la abolición, los blancos manejaron esa realidad
mediante la importación de millones de europeos. Les daban todas las ventajas y
privilegios a esos europeos, para que se asentasen aquí y, al mismo tiempo,
expulsasen a los negros de todas las áreas de la vida civil, esperando que se
extinguiesen. Porque el plan era ese, era eugénico. Y los blancos pobres iban
mestizando a las mujeres negras, para llegar a una población de piel clara, que
pudiese ser considerada como blanca, para reconstituir la mayoría blanca en el
país. Ahora bien, esa mayoría negra, que va a constituir cada vez más una
mayoría, es cada vez más consciente de su negritud, de sus derechos, y
consciente del hecho de que tiene que gobernar este país. Tarde o temprano,
habrá que negociar.
P. ¿Y sobre qué bases se
producirá esa negociación?
CM. Es una negociación en
torno a qué tipo de país queremos. Es una conversación profunda. No se trata
simplemente de aquella conversación sobre el capitalismo. Hay que salir de una
conversación sobre el capitalismo, el socialismo, que era aquella polarización
que teníamos hasta ahora y que se basaba en el “queremos el comunismo o
queremos el capitalismo”. Ahora no. La conversación es sobre qué tipo de país
queremos. Ahora es cuando esa conversación ha comenzado de verdad en Brasil.
Qué tipo de país nos va a permitir vivir de una manera correcta, aquí, con
todos los recursos naturales que tenemos. Creo que este es un país que reúne
muchas condiciones para que se llegue a un diálogo. Y solo se llega a ese
diálogo por medio de una confrontación en la que las máscaras caigan y los
negros expresen lo que ellos desean que este país sea.
“Para una parte de los blancos,
descubrirse como opresores es un gran problema. Esos blancos éticos serán
una reserva moral importante”
P. ¿Y cuál sería el papel
ético de un blanco en este momento?
CM. Esta situación ya está
teniendo un impacto en las conciencias de algunos blancos, que están comenzando
a darse cuenta de que este mundo en el que están viviendo no es aquel mundo en
el que pensaban que vivían. Están viviendo, de hecho, en un mundo que es un
horror para la mayoría de la población. Así que, en estas circunstancias, tendrá
que haber una convergencia entre dos tipos de conciencias: una conciencia
surgida de las exigencias éticas, de una parte de la población blanca, que se
encuentra en contradicción consigo misma, en lo individual, y otra conciencia
de la parte restante que no tiene esa exigencia ética. Tener una visión de sí
mismo forma parte del ser humano. Cuando ciertos blancos descubren que forman
parte de un bando de opresores, para ellos es un gran problema. Pero, para
muchos, eso no va a tener ninguna importancia, porque los privilegios son tan
grandes que no constituye un problema. He visto este problema hacerse cada vez
mayor para los blancos de este país que se encuentran en contradicción ética
consigo mismos. Así que creo que esta situación va a crecer. Si yo no hubiera
visto este proceso ocurrir en otros lugares, no podía manifestarme con la
confianza con la que me estoy manifestando ahora. No voy a decir que los
blancos van a cambiar, digo que ciertos blancos van a cambiar. Y que ellos
constituirán una reserva moral importante en este país.
7) Las dos Áfricas: la mítica y la real
P. Hay esa dimensión
mítica de África como origen. Pero, cuando se trata de África, son varias
Áfricas. ¿Cuál fue su encuentro —o su enfrentamiento— al andar por tantas de
ellas?
CM. Cuando salgo de Cuba,
voy a Egipto, pero ahí no encuentro África, encuentro el mundo árabe. Vivo un
año en Egipto, dentro del mundo árabe. Llego al África real cuando voy a Nigeria por primera vez. Y allá
me encuentro con un África terrible. Un África de dirigentes
completamente cínicos, corruptos, mercenarios, asesinos. Es un choque muy
grande. Porque hasta entonces mi lógica era la del enfrentamiento con el mundo
blanco. Y allá era el enfrentamiento con el mundo blanco, aún, pero a través de
aquella cosa de (Frantz) Fanon: “Piel negra, máscaras blancas”. Aquellas clases
dirigentes totalmente occidentalizadas estaban oprimiendo al pueblo. Resolví
este conflicto uniéndome al África de la resistencia. Si yo no hubiese abrazado
de inmediato la causa popular en África, me habría sentido totalmente
destruido. Me habría convertido en un cínico total.
“Inventamos un África mítica
para resistir durante 400 años en un sistema que decía que no éramos humanos”
P. ¿Qué papel ocupó esa África
mítica en la resistencia de los negros a lo largo de la historia?
CM. Tuvimos que inventar
un África mítica para resistir durante 400 años. No fue fácil atravesar 400
años sin ninguna referencia positiva acerca de ti, de la raza negra. Tuvimos
que inventar un África que sirviese como apoyo moral y espiritual. Un África
que nos dijese, que nos informase constantemente de que éramos seres humanos,
viviendo 400 años en un sistema que nos decía que no éramos humanos. En el que
el blanco era el único que constituía una referencia de lo que es humano, de lo
que es bello, de lo que es bueno, de lo que es justo, de lo que es limpio, y
uno... apenas suciedad. ¿Quién resiste a eso? Así que tuvimos que inventar un
África que mantuvimos en secreto, como las religiones. Las religiones también
tuvieron ese papel de darnos esas referencias, de que no éramos suciedad...
basura.
P. ¿Y el África real?
CM. Hoy en día,
necesitamos decir: “Aún necesitamos ese mundo mítico. Pero ahora, tenemos que
mirar hacia el mundo real. El África de hoy es esta. Donde a los pueblos los
están masacrando esos canallas. Millonarios, mercenarios y totalmente vendidos
al extranjero. Y las guerras civiles son por eso”. Así que había que hacer las
dos cosas: abrazar el África mítica para desmitificar esa África cruel. Tener fuerzas
para llegar hasta aquí, para luego tener fuerzas para afrontar la realidad de
hoy. Hoy me siento muy cómodo. Voy a África con frecuencia, pero sé cuál es mi
lugar. No voy allá a confraternizar con las élites africanas. Las élites
africanas son élites enemigas. Voy allá para hacer algo muy preciso. Sé dónde
está mi línea de demarcación.
8) Conclusiones del exilio:
donde lo humano es real
P. Cuando leemos su
autobiografía, parece que son tantas vidas en una sola. En las últimas páginas
del libro, usted escribe: “Fue una historia casi inverosímil”. Y los
acontecimientos y las personas involucradas son tantos que podemos llegar a
tener esa impresión. ¿Por qué los lectores deben creer la historia que usted
cuenta?
CM. No, ellos no deben
creerla. En primer lugar, no trato de convencer a nadie. El libro fue escrito
simplemente porque alguien me llevó a escribirlo, alguien me dijo: “Tienes que
contar eso que sucedió”. Y comencé a contar lo que sucedió. Eso fue lo que
pasó. Y si el Gobierno Cubano tiene pruebas de que eso no haya sucedido, que
las presente. Y si otras personas tienen pruebas de que eso no haya sucedido,
que las presenten también. Pero, que yo sepa, esa fue la experiencia que tuve.
Eso fue lo que le pasó a mi madre, a mi padre, el modo como crecí, el modo como
me rebelé, la forma en que me fui a los Estados Unidos y la manera en que un
día una mujer llegó y me cambió toda la vida. Y así como fue lo cuento... lo
estoy contando. Yo podría haber cambiado mi historia muchas veces. El régimen
cubano me dio muchas posibilidades de entrar. Mi hermano se fue a la Unión
Soviética, se graduó ingeniero, regresó a Cuba y entró en el Partido Comunista.
Todos mis hermanos y hermanas están dentro del sistema. Pero yo opté por una
vida de resistencia, porque era lo que sentía. Y eso dio en lo que dio.
P. Y cuando usted mira
hacia esa vida tan inmensa, ¿qué ve?
CM. Yo no cambiaría mi
vida. Cuando uno está sintiendo la presión y el dolor, quiere que esa presión y
ese dolor cesen. Pero las oportunidades que yo tenía de hacerlos cesar no eran
dignas. Así que me negué a tomar esas vías. Pero tuve mil oportunidades de ser
un chivato, de satisfacer a la Inteligencia Francesa, que me estaba
interrogando continuamente. Me expulsaron de varios países, pero podría haberme
acomodado. Podría haber cambiado el desenlace de mi historia muchísimas veces.
Pero uno no está haciendo una historia. Está viviendo una vida.
“Uno no está haciendo una
historia. Está viviendo una vida”
P. ¿Y cuál es la
diferencia?
CM. La vida es todos los
días y es una vida de opciones. Ahora mismo tengo opciones ante mí. Por
ejemplo, podría callarme aquí en Brasil. Lo más prudente sería callarme aquí en
Brasil. Porque pueden echarme de Brasil en 24 horas. Denuncio el racismo aquí
desde hace 15 años y ciertos hasta podrían acusarme de interferir en la vida
doméstica del país. Es una opción. Podría optar por no hacer eso.
Sencillamente, por vivir tranquilo en Brasil. En ningún momento la policía vino
a mi casa a decirme qué hacer o qué no hacer. En ningún momento el Gobierno
Brasileño interfirió en la vida de mi familia. Entonces, ¿por qué voy a
denunciar, meterme en una situación en la que pongo mi propia paz en riesgo?
Porque mi opción es mantenerme fiel a esta vida que tengo hasta ahora. Porque
es la única cosa que me da paz. Si hago cualquier otra cosa, no me quedo en
paz.
“No me defino por
nacionalidades. Mi lugar es el de vivir de acuerdo con mi época”
P. ¿Usted se siente
exiliado, hoy?
CM. Me sentiré exiliado
siempre. El exilio ya ha dejado de ser para mí algo burocrático. Algunas
personas cubanas dicen: “Él no es un exiliado porque puede volver a Cuba”.
Vuelvo a Cuba condicionalmente. Ellos me dicen que no puedo vivir allá, residir
allá. Pero esa es una cuestión burocrática. Y mañana ellos pueden cambiarla también.
Pero no va a cambiar la manera como me siento. Formo parte de una tribu de
humanos que no se sienten bien con ninguno de estos sistemas. Que están
incómodos con este tipo de mundo en el que estamos viviendo. No me conformo con
este Brasil que estoy viendo. Y si mañana salgo de Brasil y me voy a Trinidad y
Tobago, me voy a Senegal, me voy a Sudáfrica, también me sentiré incómodo con
la situación de esos países. Me sentiré incómodo en Uganda, como me sentiré
incómodo en cualquiera de esos lugares. Así que pienso que mi verdadero lugar
es vivir conforme a mi época. Y mi época es la de afirmar ciertas cosas que
deberían ser evidentes, pero que no lo son tanto. Afirmar que hay posibilidades
de que la sociedad pueda funcionar de otro modo. Mi época es la de decir “no”.
La de resistir.
P. Usted afirmó que lo más
importante es vivir de acuerdo con su época. ¿Qué significa eso hoy en día?
CM. Mi esperanza se funda
en lo posible. Creo que es posible que el hombre y la mujer lleguen a entender
que la opresión que el hombre ha creado es totalmente contraproducente. No creo
que el masculinismo, el machismo y el sexismo sean situaciones que no puedan
extirparse de nuestra experiencia humana. Creo que es posible que negros y
blancos puedan verse de otra manera. Creo que es posible parar las guerras,
esas guerras sin sentido. No estoy diciendo que tenga una solución, eso sería
diferente. Pero creo que es posible sobreponerse a todos los conflictos, que
son conflictos religiosos, en torno a cosas que nosotros creamos, porque los
dioses fueron creados por nosotros, totalmente creados por nosotros. No es el
momento de afiliarme a una facción o a otra facción. Mi momento es el momento
de las posibilidades.
P. Usted dijo que, en su
infancia, no sabía quién era. Hoy en día, ¿lo sabe?
CM. Sí, lo sé
perfectamente.
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