viernes, 2 de abril de 2010

Semana Santa: filipinos se crucificaron



Flagelantes filipinos se crucificaron
Efe | Arrayat, Filipinas | Publicado el 2 de abril de 2010

Decenas de filipinos se crucificaron y flagelaron este viernes en pueblos y aldeas de Filipinas para celebrar el Viernes Santo, con la creencia de que con ese sacrificio protegerán a sus familias de enfermedades.

Los primeros en someterse al rito en la pequeña localidad de Arrayat, a unos cien kilómetros al norte de Manila, lo hicieron ataviados con una túnica morada y con el rostro cubierto, porque creen que si vieran desde los cuatro o cinco metros de altura de la cruz a sus seres cercanos no tendrían la fuerza necesaria.

Con tres o cuatro martillazos en la palma de la mano, los imitadores de Cristo quedan clavados a la cruz y entonces son alzados por una cuadrilla de quince personas para exhibir su sufrimiento ante las decenas de personas del pueblo y de los alrededores que desafían la canícula para contemplar el rito.

A medida que avanza el ritual, alguno se atreve a mostrar las muecas de dolor de su cara y hay quien incluso prescinde de la túnica, pero sólo uno de ellos, Sammy Mannansava, de 39 años, pide que le claven los pies, además de las manos, al madero.

Mannansava fuma con cierta ansiedad mientras observa, apoyado contra su cruz, la penitencia de sus predecesores, al tiempo que charla con los espectadores y comenta a un encargado de introducir los clavos, cuidadosamente guardados en un frasco lleno de alcohol, qué parte del pie debe atravesar.

"Me clavo también los pies porque quiero realizar un sacrificio mayor para mi familia, antes de hacerlo estoy un poco nervioso, y también cuando estoy arriba, pero rezo mucho y eso me da fuerzas para olvidar el dolor", comenta mientras apura su penúltimo pitillo.

Su crucifixión, la última, es también la que más expectación ha despertado y la que provocó más murmullos de asombro entre el público, mientras suena a todo volumen una música de aliento épico.

Después de cinco minutos crucificado, con la cruz girando para mostrar su rostro a todo el mundo, los voluntarios lo bajan, le extraen los clavos y tratan de detener una ligera hemorragia, más abundante en los pies que en las palmas.

Tradición
Es el sexto año que se somete a este rito y se ha propuesto alcanzar las 25 crucifixiones consecutivas antes de dejar paso a la juventud.

Antes del nuevo propósito, Mannansava pasó quince Viernes Santos seguidos de flagelante para adorar a Cristo, igual que otras decenas de filipinos lo hicieron hoy, ocho de ellos en la misma localidad de Arrayat.

"No siento ningún dolor, ni siquiera lo sentí la primera vez hace cinco años", explica Noel Cojungco, apenas una hora después de terminar su "penitensiya" (penitencia en tagalo), mientras las cerca de 60 pequeñas heridas que le cubren la espalda todavía supuran.

Dos horas antes, a las siete de la mañana, Cojungco y otros siete fieles comenzaban a fustigarse la espalda para anestesiar la zona antes de que les abrieran las heridas.

Descalzos, con una corona de hojas sobre la cabeza y la cara protegida por improvisados velos, los ocho penitentes se golpean rítmicamente con la fusta mojada con el fin de estar listos para los cortes que les infligen con una diminuta cuchilla sanitaria, unas veinte heridas a cada uno para comenzar.

"No he sentido nada, es como la picadura de una hormiga, no hay ningún sufrimiento", insiste Cojungco.

Abiertas las heridas, comienzan su trayecto por las calles de la aldea detrás de los devotos que cargan con la cruz, mientras los lugareños salen de sus casas para saludar la procesión o para seguirla, sin prestar demasiada atención a las gotas de sangre que les salpican aquí y allá.

Grupos de niños cargan cubos de agua para mojar las fustas y evitar que la sangre se coagule en las espaldas ya completamente teñidas de rojo, y "avitualladores" reparten pequeñas bolsas de plástico repletas de cerveza.

La procesión se interrumpe brevemente dos veces para que el "acuchillador" vuelva a abrir las heridas.

A la puerta de la iglesia se hace otra breve parada para rezar tumbados en el suelo mientras reciben más azotes, y entonces emprenden el camino de vuelta a sus hogares con la satisfacción del deber cumplido.

Las heridas comienzan a cerrarse y las cicatrices se irán superponiendo a las de otros años, hasta que vuelva a llegar el momento de abrirlas.

A la fusta de Cojungco se le han desprendido cinco "varas" durante el trayecto, lo que según la tradición le obliga, a sus 49 años, a cumplir con este rito al menos cinco veces más, pero no parece importunarle.

"Es algo refrescante, me siento renovado", comenta Conjungco.

La Iglesia Católica de Filipinas no recomienda la participación en estos actos de Semana Santa, pero tampoco se opone a una práctica de fuerte arraigo, sobre todo, entre las clases más humildes.