lunes, 6 de diciembre de 2010

El Heraldo: Una actitud que debe perpetuarse

El editorialista de El Heraldo admira la actitud de los ciudadanos del Departamento del Atlántico. Y yo lo acompaño en ese sentimiento. 
Nuestra gente es buena y eso me alegra.
Colombia, en general, es una nación amable y solidaria. Lo hemos
comentado en otras oportunidades. Y valga la pena resaltarlo nuevamente.
Cuando se revisan las cifras y algunos estudios, se ha señalado que Colombia es uno de los países que no dona mucho... pero sería bueno revisar el tema.
La solidaridad del sábado y lo que hemos estado escuchando y conociendo nos dice lo contrario.
Nos enteramos hoy que el Grupo Santo Domingo entregará cinco -5- millones de dólares para apoyar a los damnificados. Y el presidente Juan Manuel Santos, desde Estados Unidos, sugirió que ese dinero lo manejara la misma Fundación Mario Santo Domingo, que preside Pablo Gabriel Obregón.

El gobernador del Departamento del Atlántico,  Eduardo Verano, decía ayer: "No siento apoyo del sector privado. No he visto a los gremios..." Y yo pensaba que él decía eso por el desespero que debe sentir un mandatario viendo tanta necesidad, impotencia y hambre.
Pero, estoy seguro que saldremos adelante, como lo ha dicho el mismo.
Tenemos gente buena y consciente. Y eso lo vamos a sentir al cierre de esta hermosa jornada de SOLIDARIDAD CARIBE!.

Leamos el editorial de El Heraldo...
LuisEmilioRadaC
Pd:


Una actitud que debe perpetuarse

Lo primero que debemos decir es que resulta admirable, a todas luces, la actitud de los habitantes del departamento del Atlántico, que han emprendido una gigantesca cruzada conjunta para auxiliar a aquellos que han debido abandonar sus hogares en pleno diciembre, como consecuencia de las colosales inundaciones.

En todas partes –barrios, oficinas, esquinas, organizaciones o cualquier conglomerado urbano de Barranquilla y sus alrededores– emergen verdaderos líderes naturales, que emprenden colectas y convocatorias a la solidaridad. La mayoría de ellos reciben de inmediato respuestas afirmativas a sus convocatorias, y la ayuda fluye hacia el Sur.

Desde luego que no hay ayuda que valga ante la magnitud de la tragedia. Un chorro de agua, cuyo volumen de paso se duplicó de un día para otro, luego de que se abrieran las compuertas de Pradera, en Tolima, inunda sin piedad las tierras bajas y altas del Sur, obligando al desplazamiento de pueblos enteros y generando además hambre, especulación, abigeato, robos y muchos otros males.

Las fotos e imágenes cuentan la historia: niños de brazos en cuyos rostros se evidencia la angustia de algo que no están todavía en capacidad de comprender; familias resignadas que marchan hacia tierra firme con sus escasas pertenencias a cuestas. Es decir, de esa gráfica manera, los medios mostramos la miseria que reina entre nuestros hermanos.

¿Pero qué tan diferente es esa miseria, extraordinaria, circunstancial, ojalá temporal, de lo habitual? Lo cierto es que muchos de esos seres que claman ayuda no han sido víctimas sino de un empeoramiento extremo de sus condiciones de vida, como si la vida se empeñara en golpearlos más que a otros, y como si sus circunstancias anteriores ya no fueran susceptibles a empeorar. Especialmente en el Sur, la norma es la pobreza. Eso hace más urgente la ayuda en la actual coyuntura, pero también nos habla a gritos de ese paupérrimo statu quo que por lo general ignoramos. Es decir, hay gente que sufre todo el año, no solamente en el peor de los inviernos.

Basta observar los índices de pobreza en las zonas rurales de la Región Caribe. Mientras que las ciudades capitales ostentan un porcentaje de Necesidades Básicas Insatisfechas del 28,91 por ciento, las zonas rurales están en 47,93, no muy lejos del doble, y más lejos aún de la media nacional urbana, que es del 27,63.

Infortunadamente, son los niños víctimas principales de estas circunstancias. En la Región Caribe, 23 de cada 1.000 infantes mueren de hambre, mientras que en las zonas apartadas –como el sur del Atlántico– la desnutrición podría llegar al 25 por ciento, lo que equivale a decir que en este territorio hay 151 mil niños entre 0 y 5 años con problemas de desnutrición crónica.

Todo lo anterior no significa nada distinto a que el gran esfuerzo de solidaridad que estamos evidenciando en este diciembre, y que con toda seguridad es inferior al verdadero potencial de una sociedad genéticamente solidaria como la nuestra, debe ser sostenible en el tiempo y aplicable no solo a los momentos excepcionales.

Es preciso entender que, mientras tenemos una tendencia a captar la pobreza y sus consecuencias como un problema de remotas aldeas africanas, a la vuelta de nuestras esquinas hay un drama latente, que si bien empeora con el invierno, permanece intacto los doce meses del año. El invierno, en realidad, no hace otra cosa que hacerlo más visible: si se admite la metáfora, las aguas terminan empujando hacia afuera lo que la sociedad pretende ignorar durante casi todo el tiempo. 

Por fortuna, abundan las organizaciones de seres humanos extraordinarios que trabajan todo el año en favor de la nutrición, la capacitación, la educación y muchas otras formas de empoderamiento para los desposeídos. Lo que esas organizaciones nos indican es que para ser solidarios no es menester salir a buscar a los que más nos necesitan, sino que ellos son el conducto ideal, como quiera que la mayoría cuenta con equipos humanos y técnicos adecuados para determinar con claridad los requerimientos más urgentes y su ubicación geográfica. Basta con girarles un dinero, sea mucho o sea poco.

Nuestro propósito, entonces, debe ser que ningún costeño en este fin de 2010 se quede sin hacer algún aporte, mayor o menor, por la causa de los damnificados del invierno. Pero ese ánimo altruista, que es parte de nuestra naturaleza, tiene que multiplicarse y sostenerse en el tiempo, de manera que las manos extendidas hacia el Sur no se limiten a los tiempos de lluvia.