martes, 29 de marzo de 2022

Colombia no irá a Qatar 2022.

No ha podido el equipo colombiano.

Esta vez, tampoco irá al Mundial. 

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Colombia no irá a Qatar 2022.

Colombia no estará en Qatar. 

Pese a vencer a Venezuela en la última jornada de las Eliminatorias, el equipo nacional quedó en la sexta casilla de la tabla, fuera de puestos de clasificación, y no jugará el Mundial de este año. 

El equipo terminó con 23 puntos, producto de 5 victorias, 8 empates y 5 derrotas.

Brasil, Argentina, Uruguay y Ecuador son las selecciones que clasificaron de manera directa a la Copa del Mundo.

Perú, que venció a Paraguay, disputará el repechaje internacional en junio ante el ganador de Australia - Emiratos Árabes Unidos.

Sudáfrica 2010, la última ausencia

Colombia corta su racha de dos Mundiales consecutivos y se queda sin ir al torneo de naciones más importante del planeta por cuarta vez en el presente siglo.

Jugó las dos pasadas ediciones, Brasil y Rusia, pero tras 12 años volverá a estar ausente.

La última Copa del Mundo que se disputó sin la selección nacional fue Sudáfrica 2010. 

En las Eliminatorias para ese campeonato, Colombia quedó en la séptima posición de la tabla con 23 unidades, a un punto del quinto, Uruguay, que disputó la repesca.

Sin Qatar, el equipo colombiano continuará con seis presencias en Mundiales, la primera de ellas en Chile 1962 y la más reciente en Rusia 2018. 

En el medio, Italia 1990, Estados Unidos 1994, Francia 1998 y Brasil 2014, que continuará por lo menos cuatro años más como su mejor presentación.

Michael Shifter: “No veo que EE.UU. pueda competir con China en América Latina”

Siento que es más fácil entendernos con los norteamericanos que con los chinos.

Vamos a leer un poco lo que piensa Michael Shifter sobre lo que está pasando en el mundo.

Él es un reconocido experto en Latinoamérica, presidente del Diálogo Interamericano y afirma que Pekín tiene una estrategia clara para la región, mientras que EE.UU. está más preocupado por sus problemas internos.

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Michael Shifter: “No veo que EE.UU. pueda competir con China en América Latina”

Michael Shifter tiene un trabajo difícil y solitario en Washington: es uno de los expertos en América Latina más reconocidos. Pegada a Estados Unidos, la región sin embargo está tan relegada en la agenda política del país que por momentos parece que estuviera en otro planeta. 

Desde 2010, Shifter ha sido el presidente del Diálogo Interamericano, el think tank al que se sumó en 1994, cuando se realizó la primera Cumbre de las Américas en Miami. A punto de dejar su cargo, reflexiona en una entrevista con LA NACION sobre lo que vio en las últimas tres décadas. 

“La América Latina de hoy no reconoce a la de hace 30 años”, arranca Shifter. En los años 90, luego de la Guerra Fría, las transiciones democráticas y los conflictos civiles en la región, señala Shifter, había una esperanza en el futuro del vínculo de América Latina y Estados Unidos, el actor más relevante del hemisferio, anclado en una “agenda compartida” de democracia y libre comercio. Nadie hablaba de China.

Hoy, América Latina mira más a Pekín y la influencia de Washington ha caído. Falta liderazgo regional. Las redes sociales ahora moldean a la política y los movimientos sociales cobraron fuerza para impulsar reformas.

“Hoy los países de la región están divididos, y dentro de ellos hay una polarización alarmante y peligrosa. Hay un deterioro notable en las condiciones sociales y estancamiento económico en la mayoría de los países. Hubo esperanzas y promesas que no se cumplieron. Esta es la historia de los últimos años”, resume.

Enseguida, suelta una reflexión: “No veo cómo Estados Unidos puede competir con China en América Latina”.

Cuando se le pregunta la razón por la que no se cumplieron las expectativas de fines del siglo pasado, señala una combinación de factores. “Se descuidó el tema social, creo que esos años mucha gente pensó que el mercado podía solucionar todo, y creo que esto no funcionó. No se puede tener sociedades democráticas si se ha dejado una buena parte de la población descuidada. Esto falló en la región. Venezuela tuvo no una, sino dos décadas perdidas. En los 80 y en los 90 cuando las recetas macroeconómicas y las reformas no funcionaron y dejaron mucha pobreza, hubo mucho descontento que crearon las condiciones para el surgimiento y la elección de Hugo Chávez. Eso fue sintomático de los problemas en la región. Y también hubo mucha corrupción y recordamos en el caso de la Argentina de Carlos Menem, Fujimori en Perú.

Había gobiernos corruptos que no respetaron las prácticas de buena gobernabilidad y aprovecharon ese momento de apertura económica para su propio enriquecimiento. Fue una fórmula que resultó en un gran desencanto, y búsqueda de alternativas que en Venezuela fue Hugo Chávez que resultó en el peor desastre que hemos visto en América latina.”

"En EE.UU. tenemos ahora problemas comunes con América Latina, como la polarización y la desigualdad"

–¿Qué impacto tuvo la “marea rosa” posterior?

–Hubo una paradoja o una contradicción. La marea rosa coincidió con el boom de las commodities y el papel más comprometido de China como socio comercial. En varios países parte del resultado de esa marea rosa fue que mejoraron las condiciones sociales. Pero creo que ese efecto no fue tanto por programas sociales innovadores como por el crecimiento, que resultó en mejoras para la gente común y corriente. El país que mejoró más es Bolivia, guste o no guste Evo Morales. No estoy diciendo nada a favor de él, pero hay que reconocer que la Bolivia de hoy es mucho más desarrollada que la de hace treinta años.

Pero eso se debe no a programas innovadores, sino al crecimiento sostenido derivado de la venta de materias primas, sobre todo a China. Pero también esos gobiernos y líderes de izquierda resultaron sumamente corruptos y no manejaron bien la bonanza. Hubo mejoras, bajó la pobreza. Y la desigualdad, talón de Aquiles de América Latina, bajó mucho, hay estudios que lo demuestran. Fueron años excepcionales, de crecimiento sostenido. Pero, al mismo tiempo, de gobiernos que se quedaron muchos años, en Bolivia, Venezuela, Ecuador, Brasil, y fueron bastante corruptos y autoritarios. Ese también fue su gran legado, e hizo mucho daño a las instituciones públicas en esos países. Todo cambió desde la muerte de Chávez, que coincidió con la baja de las commodities.

Desde 2013, la región está bastante estancada.

"Creo que esa izquierda es muy diferente. Boric tiene poco en común con el presidente peruano, Pedro Castillo, o con Gustavo Petro, que hoy encabeza las encuestas en Colombia"

Shifter cree que gobernar es más difícil que antes. Hay más demandas sociales y los gobiernos ya no tienen los recursos que tenían en los años 2000. Y están más endeudados.

Destaca a líderes como Fernando Henrique Cardoso, Ricardo Lagos, Michelle Bachelet y Lula. Ahora, continúa, no hay liderazgo regional.

Lula, cree, quizá podría volver a ese papel. “Hay mucha gente talentosa en América Latina, pero mucha gente talentosa no quiere ir a la política y hacen carrera en otros campos”, afirma.

“Chávez fue un líder regional y Lula también. Fueron otros tiempos. Pero en este momento, cuando hay gran necesidad de cooperación, coordinación e integración regional, se necesita ese liderazgo. Y no existe. Cada líder está muy concentrando en lo suyo. Uno pensaría que la pandemia debería estimular la cooperación, pero ha tenido el efecto contrario. Este sueño del regionalismo está en su punto más bajo que yo pueda recordar”, remarca.

–¿El fortalecimiento de la izquierda abre otra oportunidad?

–Creo que esa izquierda es muy diferente. Gabriel Boric en Chile tiene poco en común con el presidente peruano, Pedro Castillo, o con Gustavo Petro, que hoy encabeza las encuestas en Colombia.

Lula es un caso distinto. Si regresa a ser presidente en Brasil, ¿cómo sería?, ¿cómo actuaría?, ¿qué políticas tendría? En otro momento fue capaz de ser un líder regional. Ahora quizá, pero la situación de Brasil es muy complicada, este año no va a crecer y es un país muy polarizado. Si Lula llega a ser electo, tendrá en principio las manos ocupadas con Brasil.

Boric es un líder interesante, es un cambio generacional, pero nadie debería pensar que lo va a tener fácil. También tiene un país polarizado, con expectativas muy altas y difíciles de cumplir. No lo veo como líder regional.

–¿La región va a seguir desarticulada?

–No veo que esto vaya a cambiar en el corto plazo. En general, soy más optimista de acá a cinco años. Como el resto del mundo tampoco se ve muy bien, relativamente América Latina no está tan mal, aunque podría tener liderazgos nuevos, interesantes, mejores condiciones económicas y sociales que permitan mayor cooperación e integración. No lo descarto. Pienso que va a ocurrir. Estos años van a ser muy turbulentos y complicados, pero tengo esperanza para lo que viene después.

–¿Por qué es optimista?

–Como Enrique Iglesias dijo a fines de 2019, no estamos en una época de cambios, sino en un cambio de época. Y la pandemia lo ha acentuado. Todo es muy incierto. Los partidos políticos están divididos en pedazos. La economía, la educación, la salud están muy golpeadas. Estamos en un momento donde todo está muy fragmentado. Pero creo que se va a recomponer. Es una cuestión de reconstruir otro orden. América Latina ha demostrado capacidad para hacerlo, y confío en que lo van a poder hacer. Muchos países enfrentaron circunstancias muy sombrías antes, dictaduras militares, y demostraron ser muy ingeniosos y resistentes, por lo que la experiencia pasada ofrece algunos motivos para creer que podría volver a suceder en un contexto diferente. Pero no ahora. Ahora somos testigos de una región desarticulada.

Shifter confiesa estar muy preocupado por el deterioro de los derechos humanos y la democracia en la región. No habla solo de Cuba, Venezuela o Nicaragua, sino también de El Salvador, donde Nayib Bukele da zancadas hacia el autoritarismo, y también de México, Perú, Colombia y la Argentina.

La independencia de la Justicia es algo “por lo que hay luchar constantemente”, advierte.

“No se pueden separar estos retrocesos de las condiciones que producen un Bukele o un Chávez. Son producto del fracaso de partidos políticos tradicionales, de las instituciones públicas y la falta de responsabilidad del liderazgo en esos países. Es una historia que produce demagogos y líderes autoritarios porque hay un disgusto y una rabia de la gente, con razón, y por eso buscan a los que dicen que van a salvar al país”, afirma.

–¿América Latina va en la dirección correcta?

–Tal vez es wishful thinking, pero creo que sí. Pero va a tomar tiempo. No vamos a verlo en 2022 o 2023. Los economistas dicen que la economía, el producto bruto, no va a volver a los niveles previos a la pandemia hasta 2024. Es muy difícil imaginar que esas tendencias autoritarias vayan a mejorar y que el descontento social vaya a bajar mientras la economía no vuelva por lo menos a los niveles de 2019, antes de la pandemia. No quiero poner fecha, pero estoy hablando de acá a cinco años. América Latina ha mostrado momentos de buen liderazgo, de gobiernos responsables y avances importantes. Confío en que eso volverá a ocurrir. Pero hay que esperar a que se recupere la economía.

–¿Se perdió la oportunidad de Estados Unidos y viene la era de China?

–El factor principal en ese cambio, en la relación más distante, es el deterioro en Estados Unidos. Y no solamente por el fenómeno de [Donald] Trump, sino todo. La gran polarización política, la enorme desigualdad social, una brecha cada vez más grande, y la crisis financiera global de 2008, el mal manejo de la economía. La crisis se produjo en Estados Unidos, no en América latina. Estamos desnudando a Estados Unidos y revelando su fragilidad, que cambia todo. Afecta su capacidad para proyectar en el mundo, en todo el mundo, incluyendo América latina. Creo que esa tendencia de mayor distancia con América latina no va a cambiar hasta que se resuelvan los profundo problemas internos de Estados Unidos, se recupere su democracia y mejore su manejo para tener gobiernos menos disfuncionales. Hasta que esto ocurra, no veo una manera de que se aumente su proyección en el mundo o América latina.

Mi impresión es que China tiene más capacidad, una estrategia clara en América latina y el resto del mundo y sus avances son inevitables. No veo cómo se va a parar y no veo cómo Estados Unidos puede competir con China en América latina porque no le alcanzan los recursos.

–¿Qué consecuencias tiene eso?

–No lo sé. Creo que por un lado en la medida que América latina tiene más relación con China, es un factor para aumentar el crecimiento en América latina. Esto es bueno, es bueno que la región crezca, si China ayuda en eso hay que aplaudir y reconocerlo. Pero viene con problemas, sobre todo ahora que viene con inversiones en tecnología, vigilancia, seguridad, y hay un tema de endeudamiento, de que la región está más endeuda. Creo que no le corresponde a Estados Unidos, y es una crítica a Trump y a [Joe] Biden, decirle a América latina decirle los riesgos de una relación a China. Darle un sermón. Me parece muy paternalista.

Creo que los gobiernos de América latina pueden medir los riesgos y los beneficios de tener una relación con China. No me parece lo más apropiado. Pero América latina debería evaluarlo bien, porque todas las relaciones, con Estados Unidos o con China, hay que medir los riesgos y los costos.

Shifter dice que también hubo un “cambio dramático” en Washington respecto de los años 90. Antes era mucho más fácil reunir gente en el Congreso con ganas de involucrarse en la región. “Hoy es imposible. No existe esa gente. No hay masa crítica”, sintetiza.

Shifter describe un desinterés mutuo. “En la medida en que América Latina está con crisis económicas y con gobiernos populistas, autoritarios, es mucho menos interesante para funcionarios de Estados Unidos dedicar capital político, tiempo y energía en hacer una política con la región. Y, como dijimos, Estados Unidos tiene problemas serios en casa. Tal vez esto despierte más solidaridad con América Latina. Ahora tenemos problemas comunes [ríe] como polarización, desigualdad y populismo. Estamos todos juntos. Pero esto no se traduce en una política hacia la región comprometida”, afirma. “Las circunstancias son muy difíciles. No permiten ese compromiso más serio con la región”.

–Describe realidades similares que alejan a Estados Unidos de América Latina.

–Sí. Podemos entendernos mejor, pero tener mejor comprensión mutua no significa tener una política más comprometida.

–¿Cómo explica las dificultades de la Argentina, que va de crisis en crisis?

–Si los mismos argentinos no me pueden explicar las razones, no pretendo yo tener la respuesta adecuada. Es un misterio. Lo que sí puedo decir, y lo digo con tristeza, es lo siguiente. Yo quiero mucho a la Argentina y he estado muchas veces a partir de 1987, cuando hice mi primer viaje. Me encanta el país y la gente. Pero lo que percibo es que hay muchos amigos y colegas que están… ¿Cómo es la palabra…? resignados. Hay algo en la Argentina que no permite que avance. No es una crítica al gobierno actual o a la oposición. Es un tema menos partidario, algo en la naturaleza del país, y no sé qué es. La dificultad de trabajar juntos. Todos observan que hay muchos argentinos brillantes, son genios, y cómo se explica que les cueste tanto trabajar juntos en un proyecto común de país. Yo escucho esto con más frecuencia, cuando antes era “si cambia el gobierno” esto va a mejorar. Cuando escucho a mis amigos y amigas argentinos, veo que ellos también están perplejos. No entienden. Esto me molesta, porque creo que lo último que podemos permitirnos es la resignación. Sería tirar la toalla, lo que quiere decir que estamos condenados, que no hay nada que hacer. Es horrible. Un país tan importante, con tanto potencial... Percibo que esta actitud es más común que antes. Ojalá que sea pasajero, y vuelva la esperanza para un futuro mejor.

Las posibilidades son enormes. 

La fiesta terminó. Los analistas señalan que la guerra en Ucrania significa el fin de la globalización. Análisis de Ricardo Ávila

¿Será cierto esto?

Aunque, si lo están diciendo los analistas es por algo…La fiesta terminó. Los analistas internacionales están comentando que la guerra en Ucrania significa que terminará la globalización... 

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La fiesta terminó. Los analistas señalan que la guerra en Ucrania significa el fin de la globalización.

Análisis de Ricardo Ávila  

Es probable que la mayoría de la gente no tenga idea de quién es Larry Fink, pero en el campo de las finanzas internacionales, este ejecutivo de 69 años es un verdadero referente. Aparte de manejar BlackRock, la firma de gestión de activos más grande del mundo, con inversiones cercanas a los diez billones de dólares –más de 30 veces lo que produce Colombia en un año–, sus intervenciones son seguidas con especial atención.

Por tal motivo, no pasó desapercibido el texto de la carta anual que les envió a sus accionistas el jueves pasado. En la extensa misiva, el ejecutivo trató temas que abarcaron desde la pandemia hasta las tasas de interés, pasando por la transición energética.

Sin embargo, la frase que acaparó titulares fue especialmente una. “La invasión de Rusia a Ucrania le ha puesto final a la globalización que hemos experimentado a lo largo de las pasadas tres décadas”, sostuvo.

El término hace relación al proceso de interacción e integración entre personas, empresas y gobiernos de las más diferentes latitudes. Sin duda la revolución en las telecomunicaciones y la masificación de internet contribuyeron a hacer del planeta una gran aldea en la cual pareciera que las distancias desaparecieron.

Pero realmente lo que le dio expresión tangible a esa realidad fue el intercambio de bienes, servicios, personas y capitales. De la mano del comercio, el turismo y los flujos de inversión, para miles de millones de individuos las cosas cambiaron sustancialmente al tener acceso a nuevas oportunidades, productos y conocimientos, casi de manera ilimitada.

Si bien lo sucedido vino acompañado de críticas asociadas a las disparidades entre naciones por cuenta del poderío de unos y la debilidad de otros, las estadísticas confirman que desde finales del siglo pasado la humanidad experimentó el proceso de desarrollo más rápido de su historia.

Para solo citar un dato, el Banco Mundial sostiene que a partir de 2016 la proporción de habitantes de la Tierra en condición de pobreza extrema cayó a menos de 10 por ciento, una cuarta parte del registro de 1984.

Marcha atrás

Ahora, sin duda, las perspectivas son distintas. Aparte de que antes eran notorias las tensiones que ponían en riesgo el esquema, como remplazar mano de obra cara en el hemisferio norte con trabajadores de bajo costo en el sur, estas se hicieron más evidentes con la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, con su eslogan de ‘América primero’.

La adopción de medidas proteccionistas y su antagonismo con China dejaron en claro que la partitura era diferente. En lugar del multilateralismo y la cooperación que tantos pregonaron a comienzos del milenio, comenzaron a ganar terreno las posturas individualistas.

Dos eventos inesperados enredaron más la madeja. “No hay duda de que la aparición del covid-19 impulsó el aislamiento, por razones de fuerza mayor”, explica el profesor de la Universidad de Princeton Harold James.

Autor de varios libros sobre globalización y considerado uno de los mayores conocedores sobre el asunto, el experto agrega que la falta de acceso a suministros médicos y sanitarios en aquellos sitios donde no se fabrican mostró el riesgo de depender de terceros. “El concepto de soberanía evolucionó ante la emergencia”, dice.

Como si eso no fuera suficiente, el académico de origen británico anota que “la expectativa era que el regreso paulatino a la normalidad cuando comenzaron a bajar los contagios permitiría retomar la senda, pero eso claramente no será posible debido a la guerra en Europa Oriental, que nos lleva a un escenario muy distinto”. Por eso subraya que “lo ocurrido aceleró un desgaste que ya venía”.

Que un giro sustancial se está dando es una afirmación imposible de negar. El viaje de Joe Biden al otro lado del Atlántico en días recientes confirmó que el Viejo Continente quiere dejar de depender de Moscú, comenzando con los suministros de petróleo y gas que recibe.

Incluso bajo el supuesto extremo de que Vladimir Putin retire sus tropas y busque enmendar la plana, la partida está jugada. A la vuelta de unos años, los nexos que se rompieron difícilmente se habrán restablecido. De las más de 300 multinacionales que cerraron sus puertas en Rusia como reacción a lo hecho por el Kremlin es factible que la mayoría no vuelva aun si retorna la paz, pues la confianza se rompió.

Borrar de la lista a la economía número 11 del mundo parece imposible, pero basta devolverse a la época de la Unión Soviética para darse cuenta de que puede hacerse. Obviamente, nada pasará de la noche a la mañana y otros podrán sustituir el espacio que europeos y norteamericanos abandonen, como sucede con India, pronto el país más populoso del planeta.

No obstante, lo que viene podría asimilarse a la era de la Guerra Fría, que caracterizó el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Aunque la lucha ya no será entre capitalismo y comunismo, la conformación de bloques no necesariamente será definida por la geografía.

De tal manera, se activarían varios grupos de países, inicialmente comandados por Washington y Pekín. En la medida en que evolucionen los acontecimientos pueden surgir otros polos que se comportan como aquellos clubes que privilegian a sus miembros y discriminan a los demás.

El nuevo mundo

Creer que todo seguirá igual y que lo de ahora es pasajero resulta ingenuo, por decir lo menos. En un artículo que acaba de ser publicado en la revista Foreign Affairs, el analista Adam Posen sostiene que “las consecuencias económicas para el mundo serán inmensas, con lo cual los encargados de hacer las políticas necesitan identificar esos efectos y evitarlos tanto como sea posible”.

Seguir el consejo obliga a entender que no va a venir un rompimiento súbito, a menos que venga una confrontación como la que comenzó hace un mes. Lo previsible es una desconexión paulatina que será más o menos notoria, dependiendo de las circunstancias específicas de un gran número de sectores.

Algo de ese estilo ya se está viendo en el campo de la tecnología. El acceso de las firmas chinas a los avances alcanzados en Occidente se encuentra restringido y viceversa. Componentes que son clave no solo para desarrollar armas, sino para las mejoras de electrodomésticos o automóviles, les llegarán a unos, pero no a otros.

En respuesta, hay un movimiento discreto pero evidente en favor de la autosuficiencia de ciertos insumos por parte de las grandes potencias. Hace poco, los europeos anunciaron que harán sus propias baterías para los vehículos eléctricos y así evitarse problemas a la hora de traerlos de Asia.

Ante la bifurcación de caminos, no suena para nada descabellado que existan estándares distintos, como pasó en algún momento con los televisores o los teléfonos celulares. El lío es que las distancias pueden llegar a ser irreconciliables y en más de un caso será necesario escoger partido.

Si el planeta pasa gradualmente de estar interconectado a estar desconectado, el resultado previsible es un crecimiento más bajo y una menor capacidad de innovación. El argumento de que cada país dependa menos de los demás sin duda es popular en muchos sitios, pero en general encarecerá los bienes que adquieren los consumidores, al dar lugar a prácticas proteccionistas.

En respuesta, no falta quien señale que los beneficios que en su momento dejaron las cadenas globales de valor son cosa del pasado. Los enormes cuellos de botella experimentados en el transporte marítimo en meses recientes mostraron que de poco sirve contar con un proveedor eficiente a miles de kilómetros de distancia si no puede despachar a tiempo.

De hecho, de unos años para acá ya se venía observando la tendencia de relocalizar fábricas cerca de los grandes centros de consumo. En el hemisferio americano, México apunta a ser el gran ganador de esa transición, pues cuenta con acceso privilegiado al mercado norteamericano y sus costos laborales son menores.

Mucho más complejo que en la industria es el acertijo en lo que se refiere a los alimentos. Hay condiciones naturales que explican por qué Rusia y Ucrania son tan importantes en el mercado internacional de cereales o por qué Brasil y Argentina se describen como despensas del mundo.

Incluso si soplan los vientos del aislamiento en el planeta, seguirá siendo lógico que aquellos que son excedentarios en este renglón les vendan a los que son deficitarios. De lo contrario, acceder a artículos de primera necesidad se volverá más difícil, algo que llevaría a un retroceso significativo en los niveles de pobreza.

Por aquí no escampa

El campanazo de alerta suena con mucho mayor volumen en la mayoría de las naciones en desarrollo. Para comenzar, tan solo un puñado cuenta con la población suficiente para que un buen número de sectores productivos logre economías de escala que medianamente funcionen.

Como si lo anterior fuera poco, numerosos análisis muestran que tanto el autoritarismo como la corrupción aparecen con más frecuencia en aquellos países relativamente cerrados. El peligro de un círculo vicioso es real, sobre todo si se acaba imponiendo el mensaje del sálvese quien pueda.

Tal como pasó en el Titanic, en el cual la proporción de víctimas fatales de primera clase fue 38 por ciento y la de tercera clase alcanzó el 75 por ciento, el fin de la globalización les haría más daño a los pobres que a los ricos. Ese es el motivo por el cual vale la pena buscar salvavidas para que logre sobreaguar.

Adam Posen sostiene que lo que es necesario ahora es más apertura entre los que pertenecen al club de las democracias. El hecho de que la Unión Europea se ve mucho más fuerte ahora que hace unos meses atrás, a pesar de la amenaza rusa y los dolores de cabeza que experimente en el frente de la energía, es una buena señal en el sentido de que la cohesión sirve.

Bajo tal perspectiva lo que viene ahora es una especie de regionalización, indispensable en el caso de los más vulnerables. El llamado también es válido en América Latina, que sobre el papel cuenta con recursos, área y población suficiente para construir un bloque poderoso.

Lamentablemente, las divisiones en la región son la norma. El sueño de la integración que aparece con frecuencia en los discursos de los presidentes es todavía una quimera que se estrella con realidades aparentemente insalvables, ahondada por la división entre las diferentes capitales.

Aun así, vale la pena seguir persistiendo. Sin desconocer que el entusiasmo que en su momento generó la Alianza del Pacífico ya no existe o que la Comunidad Andina sirve para poco, la llegada de un nuevo mandatario a la Casa de Nariño abre la posibilidad de comenzar a escribir en la hoja en blanco tras identificar que los paradigmas ahora serán otros.

El problema es que el tema brilla por su ausencia en los planteamientos que hacen los candidatos a la Presidencia de la República. Fuera de la pregunta ocasional frente a restablecer o no relaciones con Venezuela, da la impresión de que los aspirantes al primer cargo de la Nación son indiferentes a lo que pasa más allá de las fronteras colombianas.

Y eso es deplorable, no solo porque persiste el énfasis de mirarse al ombligo, sino porque Colombia está obligada a jugar muy bien sus cartas si desea convertir la crisis de la globalización en una oportunidad. Lejos de cerrar puertas, nos conviene mantenerlas abiertas, pero ello exige estrategia y objetivos claros, que arrancan con aceptar que el mundo de mañana será más como el de hoy y mucho menos como el que existía ayer.

RICARDO ÁVILA PINTO

Especial para EL TIEMPO