jueves, 31 de octubre de 2013

Nutresa reporta un incremento del 7% en sus ventas consolidadas

El Grupo Nutresa se mantiene con buenas ventas. No solo en Colombia, sino fuera del país: US$691 millones y representan el 31.4% del total del Grupo.

RADAR
  
Nutresa reporta un incremento del 7% en sus ventas consolidadas
Grupo Nutresa dio a conocer sus resultados corporativos que para el cierre de septiembre registra ventas consolidadas por $4,1 billones con un crecimiento del 7%, frente a los 3,8 billones del mismo periodo del año anterior.

Las ventas en Colombia durante los tres primeros trimestres alcanzaron los $2,8 billones con un incremento de 1,7% frente a la cifra de 2012.
Así mismo, las ventas por fuera de Colombia fueron de US$691 millones con un incremento de 15,9% y representan el 31,5% del total del Grupo.
Por su parte, la utilidad  neta  presentó un incremento del 16,2% al llegar a $280.155 millones, frente a los $241.105 millones del mismo periodo del año anterior.
 
Finalmente, la compañía resalta que durante el tercer trimestre del año las ventas en Colombia  continúan con un crecimiento positivo y se ubican en $979.033 millones, representando un incremento del 2,8%, frente al mismo trimestre del año anterior como resultado de una mejor dinámica en el consumo nacional, a pesar de los efectos negativos del paro agrario entre los meses de agosto y septiembre.

Lina Ruiz
lruiz@larepublica.com.co

COLOMBIA. Ecopetrol superó expectativas del mercado

Ecopetrol sigue metiendo la cara por Colombia. Los resultados que nos entregaron los directivos y el presidente de la petrolera fueron altamente satisfactorios. Aunque, como comentó Javier Gutiérrez, el presidente nacional, todo hubiera sido mejor, si no tuvieran los problemas que tienen con los atentados a la infraestructura de transporte y con los bloqueos que mantienen algunas comunidades…
Aún así, Ecopetrol entrega buenos resultados.

Nuestro colega Manuel García Riaño, del diario La República, nos explica qué pasó con esos resultados…

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Ecopetrol superó expectativas del mercado


La principal petrolera del país, Ecopetrol, reportó anoche sus resultados para el trimestre, que registraron un aumento de 22.1% en la utilidad neta frente al segundo trimestre de 2013, al llegar a $3,9 billones. Son 22.4% más que el mismo periodo del año pasado, prueba de su recuperación, y que supera las expectativas del mercado.
El Ebitda en el tercer trimestre de 2013 aumentó 25.4% frente al mismo periodo de 2012. El margen Ebitda fue de 50%, comparado con 46% del tercer trimestre del año anterior. Además, se mantuvo en 50% para el periodo enero-septiembre.
“En el tercer trimestre de 2013 obtuvimos resultados operativos y financieros muy positivos, respaldados por los crecientes niveles de producción, los favorables precios de los hidrocarburos y la tasa de cambio peso/dólar. Sin embargo, continuamos afrontando un entorno retador, particularmente por los atentados a la infraestructura de transporte y los bloqueos de algunas comunidades a la operación”, dice Javier Gutiérrez, presidente de Ecopetrol.
 
Los resultados financieros del tercer trimestre fueron los mejores de los últimos seis trimestres. Aunque son señales de recuperación, si se mira la utilidad neta entre enero-septiembre, 10,7 billones, cayó 4,8%. Aún no alcanza el ritmo de 2012.
En cuanto a ingresos operacionales en el tercer trimestre de 2013, registraron un aumento de 14%, superando en un punto porcentual lo estimado por el mercado. Alcanzaron $18,1 billones, más que los $17,3 billones calculados por los analistas en el sondeo LR. 
Esto a pesar de la reducción de 1.1% en el precio de venta promedio, debido a mayores volúmenes de venta de crudo (34.8 barriles diarios) y en la devaluación en la tasa de cambio. Los costos de las ventas del tercer trimestre crecieron 16.4% frente al mismo periodo de 2012, como resultado de los costos variables, los cuales aumentaron 19% divididos en costo de transporte de hidrocarburos, compras de crudo, gas y productos  y costos de amortización y agotamiento de campos.
 
Los gastos operativos en el periodo julio-septiembre presentaron una disminución del 43.0% frente al mismo periodo del año anterior. “Continuamos desarrollando las iniciativas de control de costos en todos los segmentos de la operación, principalmente en lo relacionado con mantenimiento de pozos, consumo de energía, abastecimiento y mantenimientos de refinerías”, dice Gutiérrez.
En cuanto a la producción de crudo, Ecopetrol alcanzó un nivel récord de 800.4 barriles diarios de petróleo con un crecimiento del 7.7% frente al tercer trimestre de 2012. Entre enero-septiembre de 2013, la producción promedio fue de 790.7 kbped, con un crecimiento de 5.4% frente al año anterior.
 
Mejores resultados en los últimos siete trimestres
De acuerdo con el presidente de Ecopetrol, Javier Gutiérrez, la empresa registró los mejores resultados debido a sus ingresos operacionales divididos en mayores volúmenes de venta de crudo, y a la devaluación en la tasa de cambio y por los costos variables. Esto representado en el incremento de 3.6 millones de barriles de inventarios al cierre del noveno mes del año, y sus costos de amortización y agotamiento en campos como Rubiales, Quifa, Castilla y Chichime.

 
Manuel García Riaño
megarcia@larepublica.com.co




miércoles, 30 de octubre de 2013

El Heraldo. Un puñado de pelaos, por Alba Pérez del Río

Los 80 años de EL HERALDO.
Ricardo Rocha ha sido testigo… y por eso lo invitamos a la cabina del RADAR este lunes 28. Igual estuvimos con Raimundo Alvarado, quien conoce parte de esa historia y porque el Club Rotario de Barranquilla le entregó una condecoración como uno de los buenos periodistas de la ciudad.
Es bueno que lean esto, porque la periodista Alba Pérez del Río relata cómo trabajaban en ese diario, cuando tenían ese tremendo equipo de redactores que vivían felices haciendo periodismo con placer.

Me gusta también, porque Alba resalta el papel de Rocha, a quienes algunos periodistas no conocen en Barranquilla, pero porque no leen ni conocen qué ha ocurrido en la ciudad que los vio nacer.
 
Me complace leer este párrafo: … “estaba Ricardo Rocha, un hombre cultísimo y gran persona que atajaba en primera instancia los remezones que se producían en el despacho de Olguita. Cuando sabía que allá dentro la olla estaba a punto de explotar, salía y se ponía a darle pataditas al poyete que separaba la redacción del pasillo de entrada a la misma, y decía: “más les vale que se apuren y entreguen ya, que allá la señora está que arde”. Y todos agradecíamos que fuese él quien nos lo dijera, y tecleábamos aquellas Remington con verdadero ímpetu porque nadie quería terminar incinerado”...

Les recomiendo esta crónica…

RADAR,

Un puñado de pelaos

Sábado, Octubre 26, 2013

 

Rodeados de escritorios, grabadoras y el televisor de la época, en la redacción de EL HERALDO, el director Juan B. Fernández R. y don Manuel De la Rosa, entre periodistas, fotógrafos, empleados de la rotativa y de otras secciones viendo un partido del Junior. El pequeño Aníbal también lo disfrutó.

La verdad es que aquella era una redacción que parecía interpretar un guion de teleserie. Teníamos una jefa de redacción que fumaba sin parar, pegaba unos gritos que hacían saltar las sillas y, habitualmente, reducía las cuartillas que sometían a su aprobación sus redactores en papeles llenos de tachaduras y correcciones que, en muchos casos, había que volver a rehacer. Aquel torbellino indomable, que tenía la labor de enseñar periodismo a una redacción compuesta mayoritariamente por inexpertos pelaos veinteañeros, se llamaba Olga Emiliani Heilbron. Tenía la piel tan blanca como una campesina suiza de los Alpes, el cabello castaño claro, labios protuberantes y siempre rojos –aun sin pintar–, un caminar cansado y una voz entre ronca y aguda, muy temida cuando se hacía notar. Detrás de toda esa iracundia se escondía un alma generosa y de gran ternura, que podía echarse a llorar contigo si te pasaba algo gordo. He de confesar que conmigo siempre fue tolerante y comprensiva. Quizás yo despertara en ella su instinto maternal –no tuvo hijos– y por eso me protegía de sus gritos. 
 
No lo sé. Cuando me gané el premio Simón Bolívar me preguntó si había pensado en qué vestido me pondría para ir a recogerlo, y como yo le respondí que no, me hizo una cita con una diseñadora amiga suya para que me elaborara el traje que debía lucir en la gala de noche. Ella me ayudó a escoger la tela –de un azul precioso– y hasta me asistió cuando tuve que ir a las pruebas de rigor, y yo pagué cuando ambas estuvimos de acuerdo en que el vestido había quedado bien. A pesar de sus gritos, siempre la he recordado con gran cariño no solo porque me enseñó las bases fundamentales del periodismo, sino por el interés que mostró hacia mí después que hube dejado EL HERALDO y Barranquilla. En las pocas veces que visité la ciudad mientras ella estuvo viva, siempre nos veíamos y nos poníamos al día de nuestras vidas como un par de viejas amigas.
Tras ella, y en orden jerárquico, estaba Ricardo Rocha, un hombre cultísimo y gran persona que atajaba en primera instancia los remezones que se producían en el despacho de Olguita. Cuando sabía que allá dentro la olla estaba a punto de explotar, salía y se ponía a darle pataditas al poyete que separaba la redacción del pasillo de entrada a la misma, y decía: “más les vale que se apuren y entreguen ya, que allá la señora está que arde”. Y todos agradecíamos que fuese él quien nos lo dijera, y tecleábamos aquellas Remington con verdadero ímpetu porque nadie quería terminar incinerado. Por entonces, debíamos hacer tres noticias diarias, así que había que preguntar mucho y moverse mucho por los sitios donde estuviesen las fuentes para poder conseguirlas. Tuvimos que aprender a desarrollar el ojo periodístico hasta en la Prefectura de Precios, Pesas y Medidas y sacarle noticias al personero municipal, porque de ello dependía nuestro puesto. 
 
Había días en que no pasaba gran cosa, pero al día siguiente los lectores de EL HERALDO hablaban de cómo se habían alterado los precios de la carne en ciertos puestos del mercado, como si se tratase de la caída de las Torres Gemelas. Haciendo pasillos y rebuscando información hasta debajo de las piedras aprendimos a hacer periodismo. Aprendimos mucho. Muchísimo.
Con Ricardo Rocha, las guardias eran deliciosas. Podías hablar con él de literatura, de historia o de política, de manera distendida y hasta el cierre, mientras revisábamos teletipos y nos atragantábamos a comida china. Las guardias por lo general eran agradables también porque la redacción de noche se transformaba en un remanso de paz, solo sobresaltada por las muertes de los NN de la carretera Circunvalar.
En una ocasión nos tocó a Guillermo Salcedo Castañeda –Guillotín– y a mí hacer una guardia especial. Fue el día en que atentaron contra la entonces primera ministra hindú, Indira Gandhi. Le habían disparado ocho balazos y se debatía entre la vida y la muerte. Debían ser más de las once de la noche cuando nos enteramos del magnicidio. Si mal no recuerdo las guardias terminaban sobre la medianoche, así que la noticia había saltado cuando ya casi vislumbrábamos el final de la jornada. Sin embargo, debimos entusiasmarnos con tamaña noticia –como si las estuviésemos cubriendo en primera fila– porque nos dio un arrebato de responsabilidad periodística y decidimos quedarnos hasta cuando se produjera el deceso. Cuando ya era más de la una de la madrugada y el sueño nos vencía, nuestro parecer era otro muy distinto. Había sido un día movido en la redacción y estábamos cansados. Así que a esta altura de la noche habíamos pasado a desear con todas nuestras fuerzas que la primera ministra se muriera rapidito para poder largarnos a casa. Como pensábamos que de esa balacera no podía salvarse nadie, decidimos que debíamos arriesgarnos y hacer la noticia de su muerte. Teníamos claro que la señora a la mañana siguiente ya estaría más que muerta. Sin embargo, a última hora nos faltó valor para hacerlo, y nos marchamos a casa dando solo la noticia del atentado.
 
A la mañana siguiente –hora colombiana–, Indira Gandhi ya había fallecido. Pero, a la hora en que Guillotín y yo queríamos matarla, ninguna agencia nos había informado de su deceso.
 
El que sabía informar como nadie de los muertos ajenos era Manuel Pérez, que hacía dúo con José Cervantes Angulo para contárselo a los lectores. Mañe llegaba a la redacción con sus informaciones de occisos –como se refería él hacia ellos– y se sentaba frente a Cervantes a narrarle los asesinatos. La forma como se hacían aquellas noticias era bastante singular. “¿Nombre”, preguntaba Cervantes, mientras masticaba su chicle como siempre, y luego “¿edad?” y luego más datos personales, hasta que Mañe le terminaba de recrear al muerto, la forma del deceso, lo que decían los vecinos y la policía y la parentela, con aquel hablado entrecortado suyo en el que parecía que todas las palabras llevaban  zetas. Todo esto mientras Cervantes tecleaba la noticia, le daba forma y, seguramente, más que todo eso porque seguía escribiendo durante muchísimo más tiempo del empleado por Mañe Pérez para contarle lo ocurrido. Y lo escribía sin detenerse. Como una bala.
Ese dúo que funcionaba perfectamente ejercía puro periodismo norteamericano, en lo referente a la complementación de reportero y redactor. En lo demás y, según mi punto de vista, tejía, sin proponérselo, las anécdotas más literarias de aquella redacción.
 
Los más jóvenes de la redacción, a pesar de su poca veteranía, estaban al frente de distintas secciones. En economía y gremios estaba Jorge Medina, que contaba todo lo que decían los ‘nísperos’, como habíamos bautizado a los entonces jóvenes dirigentes gremiales porque decíamos que los maduraban a punta de periódico; la verdad es que se prodigaban mucho con la prensa. En salud estaba José Granados, que se volvió un experto en gastroenteritis, la enfermedad flagelo de muchos niños de la ciudad. Por bromear le preguntábamos cualquier cosa sobre la gastro a ver si lo corchábamos, pero no había manera: se lo sabía todo; Mauricio Vargas se encargaba de la última página del periódico y formó parte del equipo de investigación hasta su partida a Bogotá a trabajar en la recién fundada revista Semana, no sin antes –y confabulado con Roberto Pombo– haberle hecho mil maldades a Olguita, quizás como respuesta a sus desaforados gritos. Mauricio fue el creador de la papela, que no era otra cosa que una reunión de la redacción para soltar a primera hora de la mañana aquellos temas sobre los que se pensaba trabajar a lo largo del día. Era la novedad que Mauricio había traído de su paso por el diario español El País, en el que había hecho prácticas. Pero estábamos en Barranquilla y aquel invento español duró lo que dura un dulce en la boca de un niño: ¡Ná!; Marco Schwartz, también del equipo de investigación, se encargaba de la Administración local y de escribir cuentos que Juan B. Fernández estimaba tan buenos que les abría hueco enseguida en su muy apreciado suplemento dominical; Humberto Mendieta, que ya entonces tenía un pico de oro y enredaba a Olguita contándole exhaustivos reportes judiciales y tecnicismos de abogado recién graduado a los que ella respondía con el rostro cansino, se encargaba, cómo no, de las noticias de los juzgados; Ernesto McCausland, grandote, devorador de literatura y prensa norteamericana, empezaba sus pinitos en la crónica además de ser redactor de judiciales. He de decir que fue cronista desde siempre y que cuando alguien en la redacción contaba algo que le había pasado en el transcurso de una noticia, él exclamaba: ¡qué maravilla! Y ese qué maravilla significaba que él estaba viendo la historia dentro de la historia, pues tenía ese don especial, esa mirada especial. Por eso con el paso de los años llegó a ser un cronista de los grandes; en fotografía, empezaban Vivian Saad –a la que creo recordar le tocaba sacar fotos de occisos, como decía Mañe Pérez– y Claudia Cuello, que parecía tener ganas de aprenderlo todo y posiblemente por ello parecía estar siempre estresada; en sociales creo que la más joven era Loor Naisir, que junto con Patricia Escobar y Zoraida Noriega hacían las páginas más leídas de todo el periódico: las sociales, un invento de gran éxito de Olguita Emiliani. Entonces, mucha gente se mataba por salir en estas. No sé cómo será ahora; en deportes, el más joven era Estewil Quesada, alto, flaco y con una sonrisa de hombre entrañable y bondadoso.
En cuanto a la redacción, en general estábamos todos uniformados con los artilugios de Castiblanco, el comerciante del interior del país que nos vendía a plazos, y el parque de motocicletas Kawasaki que EL HERALDO le había dado a casi todos sus redactores para sus desplazamientos. Sin embargo, aquellas motos que habían recibido los jóvenes redactores con jolgorio terminaron siendo un continuo dolor de cabeza. Marco Schwartz y Ernesto McCausland terminaron un día debajo de un autobús, que por fortuna estaba estacionado; Medina se reventó contra un poste de energía eléctrica, quedando varios días en coma, y hasta Sonia, la cariñosa secretaria de redacción, se accidentó gravemente teniendo que ausentarse por un buen tiempo del trabajo.
 
En la Sala de Tertulias, con Álvaro Gómez Hurtado, el director JBFR, Juan Gossaín, Ricardo Rocha y al fondo, Olguita Emiliani, entre otros.

La redacción contaba, además, con un redactor de excepción que, en realidad, era chofer: Pedro Acosta. Pedro conducía una pequeña camioneta en la que se transportaba a todos aquellos redactores que no sabían o no querían conducir moto. Y era el encargado de llevarnos a Dandi Maestre y a mí por todos los pueblos del Atlántico para hacer crónicas que se publicaban durante el fin de semana. Yo las escribía y Dandi hacía las fotos. Y Pedro Acosta, nada más llegar al pueblo que tocaba, se perdía para luego llegar diciéndome: “Allá en esa otra tienda me han dicho que aquí vive uno que tiene la primera radio rural de todo el Atlántico”. Y yo salía disparada en busca del personaje en cuestión.
Esos viajes a los pueblos del Atlántico me enseñaron mucho sobre el Departamento, y sobre el delicado manejo que exigen algunas noticias. Una vez publiqué que en uno de esos pueblos la maestra era analfabeta y que nadie de los lugareños se había dado cuenta. A las seis de la mañana del día en que salía publicada mi crónica, sonó el teléfono en mi casa. Del otro lado del auricular una joven angustiada me decía que la gente del pueblo la había amenazado con que le iban a apedrear la casa por haberme suministrado la información de la maestra. La joven me había enseñado su pueblo, todos nos habían visto juntas, y de ahí que creyeran que era ella la que me había proporcionado la información. 


Yo, tan angustiada como la amenazada, cuando dieron las ocho de la mañana llamé al alcalde y no recuerdo a qué otra autoridad del pueblo a darles mi palabra de que no era esa persona la que me había dado la información. En verdad, no había sido ella. Asimismo, les pedí que me entendieran por no poder revelarles cuál había sido mi fuente. Pero, pasados dos días del susto, a la redacción del periódico se presentó un bus lleno de gente de ese pueblo a pedir que se hiciera una rectificación. No recuerdo qué hizo Olguita Emiliani, pero lo cierto fue que lo solucionó. En lo que a mí respecta, aprendí que la noticia es tan importante como el manejo que hagas de la misma.
Por último, decir que fuimos una redacción privilegiada por haber tenido a Germán Vargas, sentado muy cerca a nosotros, para poder preguntarle sobre todos los escritores que leíamos y que queríamos emular; por haber tenido a una Olguita que nos permitía emularlos o intentar hacerlo, a pesar de sus gritos, y por haber tenido un director que desde que pisaba la redacción nos daba clases de periodismo a base de tías, de mi amigo tal, o de “la gente en las esquinas”. Todos tenían la particularidad de enterarse de las noticias antes que nosotros. “Oye”, decía Juan B., “ya hasta mi tía X sabe que...”, y así con su amigo no sé quién o con los de las esquinas. Era el hombre más informado del mundo. Y no solo en noticias locales sino nacionales, además de otros muchos registros. Estaba puesto en economía, filosofía, literatura y mil cosas más. Yo siempre pensé que en su casa no debía hacer otra cosa que leer y leer. Los redactores le teníamos enorme respeto, y cuando Olguita decía que el director te quería ver, te echabas a temblar. 
Sabías que tenías que ir bien preparado para la defensa porque te enfrentabas a un hombre de extraordinaria inteligencia y no podías salir con cualquier excusa. Sin embargo, sabía escuchar y si ganabas el round, reculaba. Entonces, salía de su despacho directo para el de Olguita, y le decía: “Oye, Olgui, fulano tiene razón. Es que creo que estamos enfocando mal la noticia”, o aclaraba lo que fuera, y uno salía de esos despachos más hercúleo que nunca.
Juan B., además, tenía un gran sentido del humor y le sacaba apunte a todo. En una ocasión, EL HERALDO contrató a un par de extranjeros para que reorganizaran el periódico. Y aquellos dos hombres se pusieron manos a la obra. Elaboraron un minucioso plan de todo lo que se debía hacer en cada momento del día para que el periódico marchara con la precisión de un reloj suizo. Entonces, Juan B. examinó con detenimiento todo aquel cuadriculado plan, y dijo: “Bueno, si aquí a la una se hace tal cosa, y a la una y media tal otra y a las dos esa otra más y así todo el día sin parar, entonces me pueden explicar ¿aquí a qué hora se trabaja?”. Y la anécdota se hizo famosa y entró como una perla en el anecdotario del periódico.

Y esto fue lo que nos tocó vivir a ese puñado de pelaos que éramos. Tan jóvenes, que todavía nos asustábamos como niños pequeños. Un día nos fuimos varios a la casa de Marco y mía a cenar y terminamos echando cuentos de miedo. Cuando tocó marcharse nadie quería moverse. Todos teníamos un miedo infinito en el cuerpo. Por suerte la casa era grande y había sitio. Ernesto McCausland y Jorge Medina decidieron marcharse. Pero, porque antes de salir de casa se prometieron que se acompañarían el mayor tramo de trayecto posible.

Por Alba Pérez del Río