Este editorial del periódico más importante e influyente del país llega como un regalo a las madres.
Este espaldarazo de El Tiempo para aquellas personas que le quieren apostar a una nación más sana y respetuosa de los derechos de los demás, lo necesitaba la comunidad.
Una alianza con El Tiempo se requiere en momentos tan duros, cuando los corruptos estaban pensando que ellos se iban a salir con la suya.
Somos muchos los ciudadanos que no le apostamos a la corrupción, porque estamos seguros que es un mal negocio para todos, incluidos los propios corruptos, porque al final, terminan destruidos por sus propios inventos.
Colombia es un país inteligente. Lleno de gente buena, muy preparada, respetada en el mundo entero y no se justifica que un pequeño grupo destruya lo que hemos construido con tanto esfuerzo.
Bien por El Tiempo.
Bien por los buenos.
Y como dice el editorialista “Conseguir la victoria no es tarea sencilla. El poder corruptor del dinero fácil es inmenso y más en un país en el que la cultura del narcotráfico ha permeado a veces las costumbres. La presencia de verdaderas mafias dentro de la administración pública, que no dudan en hacer uso de la violencia para lograr sus oscuros fines, constituye un reto inmenso que requiere recursos y personas valerosas para enfrentarlo”.
La tarea está en el pupitre. En el tablero digital, en las redes periodísticas, en los móviles, en las redes sociales. Tenemos toda una serie de herramientas que nos van a permitir ganarnos esta… Los corruptos no podrán ganar esta batalla. Lo he dicho siempre, los buenos somos más y al final la verdad nos hará libres. La esclavitud es parte de la historia, el presente es más hermoso. Trabajemos, entonces, para ser los ganadores.
LuisEmilioRadaC
Pd: Una lucha sin descanso
Editorial: Una lucha sin descanso
Por: REDACCIÓN ELTIEMPO.COM | 6:56 p.m. | 07 de Mayo de 2011
A lo largo de las últimas semanas, los colombianos han seguido de cerca noticias que hacen pensar que el país se encuentra cercado por la corrupción. Y es que a lo sucedido con el Grupo Nule, involucrado en contratos públicos del orden nacional y municipal, le han seguido las denuncias sobre la existencia de una organización enquistada en el Ministerio de la Protección Social, cuyo objeto era apropiarse de los millonarios recursos de la salud.
Como si lo anterior fuera poco, Samuel Moreno, el alcalde de Bogotá, fue suspendido por la Procuraduría General de la Nación al haber pecado por omisión en el seguimiento de diversas obras. Ese castigo tuvo lugar unos días después de que su hermano, el senador Iván Moreno, resultara detenido una vez fue acusado por la Corte Suprema de participar en el llamado "carrusel de la contratación". Hasta el propio Club Militar llegó a los titulares, cuando el Ministro de Defensa señaló diversas irregularidades en el manejo de la entidad.
Ante semejante avalancha de escándalos, que se tasan en decenas y cientos de miles de millones de pesos, el rechazo de la ciudadanía no se ha hecho esperar. El más reciente Gallup Poll reveló que la percepción de que la corrupción ha empeorado en Colombia llegó a 70 por ciento a comienzos de mayo, 24 puntos más que la medición de octubre de 2010. Esa es una de las razones fundamentales, junto con la de la ola invernal, para que el talante del país se haya vuelto mayoritariamente pesimista, pues tan solo algo más de una cuarta parte de los encuestados en el sondeo citado considera que las cosas en el territorio nacional van por buen camino.
Tan negativa actitud es, a todas luces, inquietante. Y es que, después de lo avanzado en años recientes, se corre el peligro de dar marcha atrás en la confianza, lo cual, sin duda, podría influir sobre el clima de inversión y la actitud de los consumidores, para no hablar del golpe a la legitimidad de las instituciones. Con razón se afirma que la situación es preocupante y no puede ser tomada a la ligera.
Hecha esa advertencia, vale la pena preguntarse si el destape de tanta olla podrida es un síntoma de que el deterioro moral ha llegado a extremos intolerables. Esa postura, que es compartida por amplios sectores de la opinión, tiene, sin embargo, un ángulo que no se puede desconocer: el de la existencia de un aparataje disciplinario y penal que se expresa en castigos y condenas, algo en lo cual Colombia ocupa un lugar excepcional en América Latina. Dicho de otra manera, hay criminales que le meten mano al erario, pero también opera la justicia, sin desconocer que en ocasiones tiende a cojear y no anda rápido.
No obstante, ese ritmo debería aumentar por varias razones. Por una parte, tanto en la Fiscalía como en la Contraloría General ha tenido una refrescante renovación, que da motivos de esperanza, pues a la cabeza de ambas instituciones se encuentran profesionales dedicadas y sin tacha. Las estadísticas disponibles muestran un aumento de los procesos, lo cual complementa la labor de la Procuraduría, que también ha acelerado su marcha. Al mismo tiempo, la Casa de Nariño lidera una cruzada que tiene como meta extirpar el cáncer de la corrupción y no solamente reducirla a sus justas proporciones, como dijera en alguna ocasión un dirigente ya fallecido.
En ese propósito, es necesario destacar la aprobación que le dio al estatuto anticorrupción el Congreso el miércoles pasado, que se constituye en un poderoso instrumento a la hora de salvaguardar los fondos públicos. Si bien la medida es menos ambiciosa de lo que el Gobierno quería, tiene elementos destacables, como hacer más estricto el régimen de inhabilidades, ponerle un 'tatequieto' al abominable maridaje de contratistas y dirigentes políticos y acabar con la puerta giratoria que les permite a los funcionarios cambiar de camiseta de un día para otro y entrar a ocupar cargos en el sector privado que han supervisado o vigilado.
Esas, junto con un buen número de disposiciones adicionales, renuevan el arsenal de las autoridades, al tiempo que envían una poderosa señal a quienes ofrecen o piden coimas. Dicho mensaje no es otro que el de la voluntad de castigar a los tramposos con todo el peso de la ley. Si bien ante los anuncios es fácil encontrar caras de escepticismo, es bueno recordar que la credibilidad de las nuevas medidas solo se logra ventilando las trampas y sancionando a los culpables. Para decirlo en forma más precisa, las penas tienen que ser ejemplares y deben servir para proscribir las conductas venales en la administración pública.
Conseguir la victoria no es tarea sencilla. El poder corruptor del dinero fácil es inmenso y más en un país en el que la cultura del narcotráfico ha permeado a veces las costumbres. La presencia de verdaderas mafias dentro de la administración pública, que no dudan en hacer uso de la violencia para lograr sus oscuros fines, constituye un reto inmenso que requiere recursos y personas valerosas para enfrentarlo.
Afortunadamente, los episodios recientes dan motivos para ser optimistas. Sin desconocer que los escándalos descorazonan y entristecen, también demuestran que hay voluntad para triunfar en una guerra que se tiene que ganar batalla por batalla, hasta poner a todos los corruptos tras las rejas.
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