martes, 30 de mayo de 2017

Hijos sin resiliencia. Por Gonzalo Gallo

Qué bueno que Gonzalo Gallo toque este tema.
De verdad, una de las cosas buenas que debemos hacer los padres, es enseñar a los hijos a defenderse de la sociedad y el mundo.
Enseñarles que el mundo es cruel, a veces, y hay que enfrentarlo con fortaleza y responsabilidad. 

No son papito y mamita quienes nos van a salvar, somos nosotros mismos quienes tenemos la responsabilidad de salir adelante.

Obviamente, con las herramientas que los mayores les vamos entregando día a día con nuestro ejemplo...

RADAR,luisemilioradaconrado
@radareconomico1
Hijos sin resiliencia 
Son padres entrometidos, malcriando hijos inseguros y exigentes que siguen siendo niños a los 30 o los 40 años.
Opinión
POR: Gonzalo Gallo González
mayo 25 de 2017
 
La psiquiatra Lori Gottlieb describe así a muchos jóvenes: “brillantes, queridos por su familia y sus amigos, pero con un gran vacío en el alma. Jóvenes de 20 y 30 años con depresión y angustia, indecisos, confundidos y con temores y sombras en su vida y su carrera”. No halló en su historial graves conflictos con sus padres, ni traumas en la niñez que pudieran causar sus miedos y su insatisfacción. Comprobó que su mal venía, no de malos padres, sino de papás o abuelos demasiado pendientes y apegados. “Adultos que por protegerlos de frustraciones o desdichas los privan de la felicidad en la adultez.
Sobreproteger es nocivo, es pretender que los hijos no afronten problemas ni dolores”. 

Errado porque los mejores logros surgen de aprender de caídas y errores. Es un grave error pavimentar el camino para que no tengan tropiezos ni contratiempos que son necesarios para templar el carácter. Un hijo protegido, ya adulto, se vuelve un ocho ante una dificultad y en cualquier revés ve el fin del mundo. Nadie crece sin haber sufrido poco o mucho. Lo difícil educa, lo fácil anestesia.

La felicidad no es igual a una vida fácil, es algo que se conquista y se construye superando obstáculos como lo hace el deportista. Educar es preparar a un hijo para enfrentar la vida, asumir responsabilidades y solucionar problemas sin desfallecer. “Pero ser papá o mamá hoy es tenerle miedo al sufrimiento de los hijos”, dice Barry Schwartz, sicólogo del Swartmore College en EE.UU. Y agrega: “La felicidad no es ausencia de problemas, al contrario, es el gozo de superar barreras y crisis necesarias”. En un modelo idílico de mundo feliz, padres y abuelos olvidan que las mayores oportunidades de aprendizaje están en los errores y las caídas. Privar a los hijos de eso es impedir que desarrollen inmunidad psicológica, resiliencia o capacidad para resistir los altibajos propios de la vida. Afirma Barry: “Esta es una generación de la carita feliz, de niños sobreprotegidos y mimados en exceso”. Entonces crecen con un ego engrandecido, una falsa autoestima y escasa o nula capacidad de resolver problemas.

Cada día las familias son más pequeñas y eso induce a que los padres sean muy sobreprotectores y hagan mucho daño. Aman con miedos, dependencia, grandes apegos y no quieren que sus hijos se vayan algún día de la casa. ¡Qué falla! Los cuidados y los mimos no terminan cuando se gradúan del colegio o se casan; no, siguen organizándoles la vida ya adultos. Son padres entrometidos, malcriando hijos inseguros y exigentes que siguen siendo niños a los 30 o los 40 años. Viven superpendientes de ellos, no los sueltan y controlan con tecnología cada detalle de su existir. Pretenden llenar cada vacío emocional de su vida y les impiden fortalecerse con el dolor. Maleducan niños con serios vacíos, incapaces de soltar las amarras y con problemas para madurar, ‘niños Peter Pan’.
Los padres deben aprender de la vida dura de la mayoría de los grandes personajes de la historia. Sobreproteger es la fórmula perfecta para que tu hijo se la pase inseguro, frustrado y triste en el diván del psiquiatra. Desde niño te educan para manejar bien los golpes y las crisis, sin rendirte o renegar, o te miman tanto que creces sin coraje ni fortaleza. El resiliente padece, pero no se hunde ni sucumbe. Si aceptas la dura realidad no sufres, o sea, no te derrumbas del todo y sales avante con coraje.

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