martes, 15 de marzo de 2016

El profesor que no sabía ladrar Por: Alberto Martínez

El profesor Alberto…
Cómo aprende el ser humano. Y esta columna del profe, nos enseña que todos aprendemos con los años. El sabio logra aprender con los años.

Y como dicen los que saben, entre más aprendemos más nos conocemos y nos volvemos más humildes. Los sabios no son prepotentes… conocen sus falencias y nunca dejan de aprender de los demás.

Qué bueno es escuchar y aprender de los que saben…

Bien por los 50 años de Uninorte.

RADAR,luisemilioradaconrado

@radareconomico1

Martes 15 de Marzo de 2016 - 12:05am

El profesor que no sabía ladrar

Por: Alberto Martínez


Gianni Rodari era uno de los escritores más originales. El mundo reconoció sus aportes a la renovación de la literatura infantil, cuando le entregó en 1970 el premio Hans Christian Andersen, que es algo así como el nobel de literatura infantil.

En su obra, tan extensa como creativa, se destacan títulos como El libro de los meses, Jazmino en el país de los mentirosos, Las canciones del caballo que habla y, por supuesto, la siempre notable Gramática de la fantasía.

Hay quienes juzgan que su mejor cuento es el del Pinocho que decía mentiras porque cada vez que le crecía la nariz le cortaba el pedazo con el que luego nutriría su frondosa fábrica de muebles.

El que a mí me gusta es El Perro que no sabía ladrar. “No ladraba, no maullaba, no mugía, no relinchaba, no sabía decir nada”. Hasta que un día no soportó las críticas y decidió ir a buscar a un maestro. Primero se encontró con un gallo, y este le enseñó lo que supo. Al perro, finalmente “le salió de la boca un desmañanado “keké” que hizo salir huyendo aterrorizadas a las gallinas”. Todos se burlaban. De inmediato supo que no funcionaría.

Después se encontró con el cuco, y le pasó lo mismo.

Hasta que un día halló un animal que tenía orejas y pelamenta como él y, oh, sorpresa, ladraba. Esto sí le era familiar.

“Guau, guau —dijo en seguida nuestro perrito. Y, conmovido y feliz, pensaba para sus adentros: “Al fin encontré el maestro adecuado””.

No sé cuántos maestros he tenido en mi vida ni en cuántos escenarios me han perfilado. Debo confesar que aún de los que me han enseñado a ladrar con sonidos que no son los míos, he aprendido algo notable.

Pero en la búsqueda de las mejores formas de compartir conocimiento, creo haber encontrado, desde hace algún tiempo, al adecuado. Tiene nombre de universidad y hoy cumple 50 años.

Al recordar su nombre no me refiero solo a la Institución sino a lo que ella comporta.

La evocación me remite a otros profesores, a funcionarios y por sobre todo a los estudiantes de la Universidad del Norte.

Con ellos he aprendido que la clase es un lugar en el que habitan seres de carne y hueso, que no solo buscan un conocimiento necesario para la vida sino avivar ilusiones sin oficio. He aprendido que el mejor profesor es el que se integra, con lo que sabe y lo que no, a otros constructores para elevar entre todos barriletes de sueños. He aprendido que los referentes de los autores que validan la clase, son más ascendentes si escuchamos, entre todos, los latidos de sus corazones ansiosos, estén en esta o en otra vida. He aprendido a no llevar nada para encontrarlo todo. He aprendido que la risa es el mejor tributo al conocimiento. He aprendido que la palabra no es la esencia sino la savia pero que nadie tiene la última sobre nada. He aprendido que el mejor examen es el que ayuda a encontrar objetos perdidos. He aprendido, en fin, a evaluar sin calificar.

Mis maestros son todos los que hoy, al amparo de un techo cincuentenario, celebran conmigo el placer de enseñar.


amartinez@uninorte.edu.co
@AlbertoMtinezM

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