domingo, 16 de agosto de 2015

PRIMER EJEMPLAR DE LA NUEVA EDICIÓN DE "LA ETERNA PARRANDA", de Alberto Salcedo Ramos.

Alberto Salcedo Ramos y su eterna parranda deleitando a sus lectores.
Felicitaciones para él. Nueva edición de "La Eterna Parranda", que se había agotado en las librerías.

RADAR,luisemilioradaconrado 
@radareconomico1
PRIMER EJEMPLAR DE LA NUEVA EDICIÓN DE "LA ETERNA PARRANDA"


Un motivo de alegría dominical. Este libro llevaba ratito ausente de las librerías porque se había agotado, y ahora, a partir del 20 de agosto, será posible volver a encontrarlo en puntos de venta, en una nueva edición.
Aquí les dejo, a manera de abrebocas, el comienzo de la crónica "Un viaje con los enanos toreros" (una de las 27 que componen el libro).

 "Un viaje con los enanos toreros"
Por Alberto Salcedo Ramos

Hugo Martínez —treinta y nueve años, ciento dieciocho centímetros— bebe un nuevo buche de cerveza y empieza a enumerar las ventajas de los enanos: no se descalabran con los travesaños de las puertas, ni sufren cuando se agachan y, como si fuera poco, se libran de toparse cara a cara con Dennis Rodman, ese tipo tan feo.
Sus compañeros de juerga, enanos como él, largan la risotada. Uno de ellos le golpea la cabeza con la palma de la mano, otro lo empuja, los demás le piden que no les embrome la vida. Todos lucen achispados, felices. Martínez, a gusto en su papel picaresco, levanta las nalgas y las menea en forma chistosa. Después continúa su función.



Cuando se presenta un asesinato —dice—, un enano jamás es el primer sospechoso, así se encuentre al lado del cadáver con una pistola humeante en la mano. Además, como sus ojos están cerca del suelo tiene muchas posibilidades de descubrir, al lado de una alcantarilla, aquel extraviado billete de veinte mil pesos que los seres normales no pudieron ver por andar englobados en las alturas.
Larry Plazas —dieciséis años, ciento veinte centímetros— le pide a Martínez que suspenda las payasadas, porque ya le duele el estómago de tanto reírse. Martínez lo amonesta con una mirada severa que, evidentemente, es fingida. Sonríe, le pellizca la mejilla. Luego se tambalea como borracho y dice que aún no ha mencionado la ventaja más grande de todas. En este punto se dirige a mí y me advierte que yo no lograría, ni en sueños, un momento de placer con Jennifer López. Lo máximo que conseguiría, si la viera, sería un autógrafo, o comprobar que soy más alto que ella.
—En cambio yo, papá —exclama, con el rostro súbitamente enrojecido—, si me pongo junto a ella, le doy por el culo.
Sus secuaces vuelven a reír de un modo estridente.

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