martes, 27 de mayo de 2014

COLOMBIA. Elecciones. El veneno y las elecciones, por Juan Gabriel Vásquez

Algunas personas parecen enfadarse cuando se hacen analisis que terminan afectando la imagen del expresidente Uribe pero, siendo que se trata del caudillo mas importante de Colombia en las ultimas décadas y que existe un innegable riesgo de que regrese a controlar todo el Estado con sus conductas abusivas de las instituciones, conviene que haya recordacion de lo que fue y lo que puede ser si logra su objetivo.
 
Raimundo Alvarado


JUAN GABRIEL VÁSQUEZ 22 MAYO 2014 - 10:22 PM

El veneno y las elecciones

Juan Gabriel Vásquez

Hace años, cuando Uribe nos decía que el país se iba a caer si no votaba a favor de su referendo contra la corrupción y la politiquería, nadie hubiera podido imaginar que en Colombia pudiera pasar lo que ahora está pasando. Más tarde, a finales de 2007, escribí una columna sobre el fracaso del referendo; de aquella administración dije que era, justamente, la más corrupta y politiquera de la historia. En esos tiempos, opinar contra Uribe era algo que simplemente no se hacía, a pesar de que la realidad era lo que era: el DAS infiltrado, la reelección comprada con notarías, el superintendente de notariado destituido por corrupción, los congresistas presos por corrupción, el presidente pidiéndoles que voten si no están en la cárcel, los magistrados y periodistas espiados y sus teléfonos chuzados: corrupción y más corrupción, corrupción acompañada de politiquería como no se había visto en Colombia. Y todavía ni siquiera había estallado el horror inverosímil de los falsos positivos.

Ha pasado el tiempo y la antigua corrupción más o menos solapada se ha convertido en guerra abierta contra las instituciones. Mucha más gente se da cuenta hoy del profundo daño que Uribe le hace todos los días al país; mucha gente, digo, pero no una mayoría clara. Un día habrá que dejar de lado los diagnósticos más fáciles y preguntarnos, en serio, por qué a Uribe se le sigue creyendo con tanto fervor cuando una y otra vez se ha demostrado que miente. Mintió cuando calumnió a su contendor en la carrera presidencial diciendo que tenía ciertas pruebas de ciertas cosas y que las iba a presentar. Los que no le creemos, porque lo hemos visto mentir otras veces, dijimos que no era verdad: que no tenía las pruebas, que nunca las iba a presentar y que aquello no era más que una grosera distracción. Teníamos razón. 

Fracasada la maniobra, dijo Uribe con la misma cara que antes que no: que no tenía las pruebas. Que lo que tenía era información. Que, por supuesto, no ha presentado.
Lo que quería era envenenar. 
Así ha sido siempre: Uribe envenena todo lo que toca. 
Envenenó las elecciones internas de su partido (y este periódico contó que una jurado, escandalizada por las trampas con que se escogió a Óscar Iván Zuluaga, acabó renunciando). 
Envenenó el ambiente de las elecciones para Cámara y Senado (y congresistas respetables, aun seguidores suyos, acabaron renunciando). 
Envenenó estas elecciones presidenciales, las más sucias y lamentables de que se tenga memoria: envenenó a Zuluaga, que mintió sobre su relación con el hacker y sobre las veces que lo había visitado. 
Luego dijo Zuluaga que el video había sido manipulado; finalmente —en lo que tiene que ser el más grande ridículo de los últimos tiempos— sugirió que ese señor del video no era él. 
Y así Zuluaga llega a las urnas enredado en un lío más grave que el que llevó a renunciar a Nixon. 
Pero sigue ahí. 
Les miente a sus votantes, les miente a los demás colombianos, pero ahí sigue. 
Por eso es una pérdida de tiempo pedirle la renuncia al candidato: renunciar sería una conducta honorable y limpiaría el ambiente. Eso no le conviene. Le conviene lo turbio y lo envenenado.

Las del domingo no son unas elecciones presidenciales: son un examen de la salud mental y moral de este país. 

Veremos qué resultado arrojan.
 

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