lunes, 10 de junio de 2013

PAZ. Cuando los periodistas estorban, por Javier Darío Restrepo



 
La experiencia, el buen tino, el respeto de los procesos ciudadanos, hacen que Javier Darío Restrepo se exprese así, en un proceso de paz en el que se han hecho tantos comentarios y que esperamos cierre con una victoria en que podamos titular: “¡Colombia consiguió la PAZ!”
¡Para mí sería la noticia más importante de esta nación! Todos los colombianos queremos la PAZ.

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Cuando los periodistas estorban
Cuando el presidente Santos anunció que las gestiones diplomáticas de acercamiento al presidente Maduro se harían sin micrófonos de por medio, el sentido de su expresión fue claro: se hará sin periodistas a la vista.

Y no hay por qué resentirse, ni ha lugar protesta alguna en nombre de la libertad de expresión o de información. Hay un antecedente de esta práctica de poner distancia con los periodistas. En París se discutía la paz entre Estados Unidos y Vietnam y fue decisión del canciller Henry Kissinger que esas conversaciones estuvieran protegidas por el secreto.
La prensa solo tuvo conocimiento de las trascendentales reuniones cuando el acuerdo estuvo listo. Malhumorados, los medios de comunicación registraron el evento de las firmas porque la magnitud de la noticia así lo exigía, pero los periodistas se sintieron afectados en su honor profesional. Una reacción parecida hubo en Colombia cuando los medios conocieron que se iniciarían conversaciones de paz con las Farc en La Habana, como culminación de un largo proceso de acercamientos que, como las de París con Vietnam, habían transcurrido en secreto y sin la participación de los medios de comunicación.


Son ocasiones en que la prensa es indeseable y en que, en vez de aportar, el periodista estorba. A los periodistas, esa calificación de estorbos y el hecho de que la historia se desarrolle a nuestras espaldas, nos ofende; pero cuando el asunto se mira con ojos y cabeza fríos, se llega a entender.
Cuando sobre la mesa se ha puesto el tema de una paz posible para el país, nada de lo que allí se diga será definitivo. Cada una de las expresiones de los negociadores es provisional y se manifiesta con libertad en el entendido de que esas palabras pueden ser recogidas, o corregidas, o rectificadas, o conservadas para un examen posterior. Cualquier extraño carece de contextos, desconoce los antecedentes, o difícilmente mide las consecuencias de intervenir en esa conversación, citando apartes de ella, agregando su propia interpretación o urgiendo al público para que se pronuncie sobre el tema con un conocimiento incompleto. A eso equivale cada una de las informaciones en procesos en que se construye un acuerdo. Por eso allí el periodista estorba.

Aún, cuando su información se atiene a las declaraciones que le dan uno o algunos de los que se sientan a la mesa de conversaciones. Esas informaciones son, forzosamente, incompletas porque solo reflejan el punto de vista de uno entre varios, sobre un tema en que la visión de cada uno es provisional e incompleta. Esa fuente quizás obra de buena fe y con el ánimo de ayudar al periodista a hacer su trabajo, pero de hecho da una información parcial y contaminada de opinión personal. Es lo que ha pasado con las profusas, confusas y difusas declaraciones de las Farc en La Habana que, al ser generosamente reproducidas, han demostrado que, en esas condiciones el periodista estorba.
 
Sí, el periodista tiene que hacer su trabajo, pero este no consiste en decir algo, lo que sea, con tal de dejar constancia de que el medio está allí y de que informa más y primero.
Utilizo la frase publicitaria porque es hora de hacer caer en la cuenta de que el periodista estorba cuando solo cumple una función comercial. Tan estorbosa como la mención publicitaria en medio de una información, es la motivación comercial para hacer una noticia.

Hay, en cambio, un periodismo que no estorba: el que calla cuando es hora de callar porque el bien público lo exige; el que pesa cada palabra porque sabe que una información sin equilibrio hace daño; el que se pregunta antes de cada información sobre sus consecuencias posibles, porque sabe que maneja un instrumento poderoso y con consecuencias y porque está convencido de que uno es dueño de sus silencios, pero no de sus palabras que si son dañinas, nada ni nadie las podrá recoger.

Por Javier Darío Restrepo
 


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