El genocidio al Movimiento GaitanistaApartes de la ponencia donde su nieta María Valencia Gaitán sostiene  que La Violencia no fue un conflicto partidista, como dice la historia  oficial, sino un crimen de lesa humanidad.    El  exterminio premeditado, masivo y sistemático por parte del Estado de los  miembros del Movimiento Gaitanista en las décadas de los 40 y 50, y el  magnicidio de su máximo dirigente, Jorge Eliécer Gaitán, constituyen,  sin duda alguna, uno de los casos más documentados y dramáticos del  genocidio político en la historia de Colombia, lo que no ha sido óbice  para que deliberadamente la historia oficial lo haya desconocido y  tergiversado. 
Oficialmente se dice que la llamada Violencia, con  mayúscula, fue una mera prolongación de las guerras civiles entre  liberales y conservadores del siglo XIX, y nunca se menciona la  persecución dirigida principalmente contra el Movimiento Gaitanista con  el propósito de eliminar la inminente llegada al poder del proyecto de  transformación democrática liderado por Gaitán. 
Un proyecto  político que Gaitán empezó a plasmar desde su juventud, cuando escribió  su tesis de grado Las ideas socialistas en Colombia, complementándola  con la presentación de su tesis de doctorado en Roma sobre el Criterio  positivo de la premeditación en el delito, que revelan cómo Gaitán  estructuraba su pensamiento a través de una formación filosófica y  científica. 
 
A su regreso de Roma en 1927, en plena Hegemonía  Conservadora, Gaitán adhiere al Partido Liberal, fue elegido  parlamentario y asume la defensa política de las víctimas de la Masacre  de las Bananeras. 
En 1930, Enrique Olaya Herrera, del Partido  Liberal, es elegido presidente e incorpora a Gaitán en la comisión para  redactar el proyecto de ley de reforma agraria. Pero las directivas del  Partido Liberal optaron por preservar los intereses de los  terratenientes que se habían apoderado de los baldíos colonizados por  los campesinos, lo cual motivó su retiro del partido, afirmando: 
“Mientras  no existan leyes que eliminen la explotación latifundista y procuren la  repartición de la tierra y permitan que cada hombre bajo el sol tenga  un pedazo de ella; mientras no nos rebelemos audazmente contra el  sistema individualista, que se basa en la explotación de los más por los  menos, para reemplazarlo por la norma socialista que busca la equidad y  garantiza que uno goce de aquello que es producto de su trabajo, todas  las medidas que se adopten sólo tendrán ventajas para los especuladores,  para los más hábiles y menos laboriosos; sólo traerán miseria y  pobreza, hambre y dolor para la gran mayoría de nuestro pueblo”. 
 
En  1933 ingresa a la ya existente Unión Nacional Izquierdista  Revolucionaria (UNIR), fundada en defensa de la lucha por la tierra  emprendida por colonos del Sumapaz. 
Sin embargo, Gaitán pronto  entendió que un cambio de sistema no era posible desde un “tercer  partido”. Al respecto, afirmó: “Nuestras masas en lo político no tienen  un sentido distinto del fonético: el ¡Viva al Partido Conservador! o  ¡Viva al Partido Liberal! Pero llame usted a gentes de medianas nociones  y trate de indagar la diferencia de ideas que para ellas significa la  diversidad del grito. No será mucho lo que haya de lograr...”. 
Es  a causa de estos llamados “quistes psicológicos”, propios de la  cultura, que en 1935 Gaitán regresa al Partido Liberal con el propósito  de convocar al pueblo de todos los partidos bajo la bandera de las ideas  socialistas, buscando convertir al Partido Liberal en el Partido del  Pueblo. 
Esa nueva corriente orientada hacia “la restauración  Moral y democrática de la república” dio origen al Movimiento  Gaitanista, con una plataforma ideológica independiente y diferente a la  del liberalismo oficial, con una militancia que se nutría tanto de  liberales, como de conservadores, socialistas, comunistas y sin  filiación partidista; con un cuerpo ideológico y doctrinario propio y  con una estructura organizativa autónoma, de alcance nacional, que tenía  como meta instaurar una democracia directa. Contaba entonces con una  Dirección Nacional Liberal Gaitanista, con sede propia, situada en la  calle 14 con carrera 7ª en Bogotá y con un órgano periodístico llamado  Jornada, como vocero oficial del movimiento. 
 
El Movimiento  Gaitanista creció, proyectándose como una clara amenaza, no sólo para el  oficialismo liberal, sino para el establecimiento. Tanto así que para  las elecciones presidenciales de 1946, los dirigentes oficialistas de  los dos partidos se unieron para enfrentar a Gaitán. El gobierno liberal  de Alberto Lleras Camargo alentó a los dirigentes del Partido  Conservador y a los liberales oficialistas, partidarios del candidato  Gabriel Turbay, a frenar la llegada de Gaitán al poder, como lo relató  José María Villarreal, en entrevista con los historiadores Rocío Londoño  y Medófilo Medina: “… En conversación con Álvaro Gómez Hurtado y Jorge  Leiva, me pidieron que yo fuera la persona que les ayudara a organizar  el conservatismo de Soatá (Boyacá) para que volvieran a votar, que el  presidente Lleras daba todas las garantías… Lleras Camargo reforzó las  garantías diciendo que si tenía que echar una bomba de dinamita sobre  Soatá para que dejaran votar a los conservadores, lo haría. Al fin  pudimos votar y ganamos, como era previsto”. 
Este propósito se  convirtió en el comienzo de la persecución y asesinato sistemático de  los seguidores del proyecto político de Gaitán. 
En 1946, la  represión se extendió y se agudizó con el triunfo de Mariano Ospina  Pérez, quien conformó un grupo de policía departamental popularmente  llamada “chulavita”, por ser conformada inicialmente por personas  provenientes de la vereda de Chulavita en Boyacá. Su tarea era asesinar  campesinos simpatizantes de Gaitán con el fin de mantener la división  partidista y azuzar el enfrentamiento y el odio entre el pueblo, hechos  que fueron recopilados e investigados por Gaitán, como se demuestra en  los informes que acompañaron sus denuncias oficiales que se conservan en  el Archivo Gaitán. 
Ya para entonces, el Movimiento Gaitanista se  imponía frente al oficialismo liberal, logrando una mayoría  indiscutible en las votaciones de 1947 para el Congreso, las asambleas y  los concejos. 
Los oficialistas se vieron en la obligación de  entregarle a Gaitán, el 24 de octubre del mismo año, la jefatura única  del Partido Liberal, convirtiendo la Plataforma del Colón —la plataforma  ideológica del Movimiento Gaitanista— en los estatutos oficiales del  partido, donde se establece como primera medida que “El Partido Liberal  de Colombia es el Partido del Pueblo”. 
La persecución oficial  contra el gaitanismo avanzó con tanta furia que Gaitán le dirigió al  presidente Ospina varios memoriales de agravios, enumerando con nombres  propios, lugares y hechos concretos las masacres y asesinatos que se  cometían a lo largo y ancho del país contra sus seguidores. 
Sin  respuesta a sus denuncias, Gaitán convoca una gran manifestación, el 7  de febrero de 1948, llamada la Marcha del Silencio. En Bogotá, una  ciudad de 500 mil habitantes, se conglomeraron 300 mil personas de todos  los rincones de Colombia, guardando absoluto silencio y agitando  banderas negras, con el propósito de exigirle al gobierno que cesara la  Violencia. En su Oración por la Paz, Gaitán señala directamente como  responsable al propio presidente Ospina y a su gobierno. 
Sesenta  días después, Jorge Eliécer Gaitán es asesinado en pleno centro de  Bogotá, como parte integral e indisoluble del genocidio al Movimiento  Gaitanista, que a partir de ese momento se extendió con más intensidad.  Ya sin Gaitán, el Partido Liberal volvió a manos de los aliados del  gobierno conservador, desamparando al pueblo gaitanista perseguido. 
Para  defender sus vidas, los militantes gaitanistas tuvieron que internarse  en el monte y así se dio, con el tiempo y las circunstancias, inicio a  la lucha guerrillera que no ha tenido solución hasta hoy. 
No  existe una estadística exacta de la cantidad de víctimas que produjo esa  dolorosa etapa de la historia nacional, aun cuando muchos historiadores  hablan de 300 mil muertos, sin mencionar el sinnúmero de desplazados y  despojados. Esto representa el 2,5% de la población colombiana que para  ese entonces era de 12,5 millones de habitantes (1), lo cual hoy  equivaldría a 1,1 millón de colombianos y colombianas asesinados. 
Con  el ascenso al poder de las élites liberales y conservadoras, bajo el  Frente Nacional, se optó por el perdón y el olvido, dejando semejante  monstruosidad en completa impunidad jurídica e histórica hasta nuestros  días. 
A los grandes héroes no sólo los asesinan físicamente sino  que distorsionan su legado político para acabar también con la razón de  su existencia. Forma parte de la autoría intelectual del crimen. El  genocidio no termina con la eliminación física de sus víctimas, sino que  se prolonga con el aniquilamiento de la memoria de las luchas  populares. Así que mientras no se asuma con seriedad esta etapa del  genocidio en Colombia, seguirá siendo mutilada la verdad histórica  haciendo reinar la impunidad y la tergiversación de los hechos en favor  de los victimarios. 
 
Las 1.000 muertes de Gaitán 
Este  sábado el performance “Las 1.000 muertes de Gaitán” se volverá a tomar  Transmilenio. El propósito es continuar con el homenaje que desde ayer  se les viene haciendo a algunos líderes políticos que han sido  asesinados defendiendo sus ideales, como José María Córdoba, Rafael  Uribe Uribe, Jorge Eliécer Gaitán, Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro y  Jaime Garzón. 
La intervención artística retoma el asesinato del  caudillo, cometido por Juan Roa Sierra, que terminó desencadenando El  Bogotazo, para ponerlo en escena en las estaciones periféricas a la  Localidad de Puente Aranda como la CAD, Comuneros, Sena, Carrera 32 y  Carrera 53 A. 
Los bogotanos podrán disfrutar de esta puesta en escena de 10 a 11 de la mañana. 
El día en que cayó un líder 
Si  a la hora del almuerzo del 9 de abril de 1948 Jorge Eliécer Gaitán no  hubiera recibió a la muerte que le llegó disparada en tres balas, desde  el revólver que Juan Roa Sierra apretaba en una mano, su cuerpo no  hubiera sido trasladado inmediatamente a la Clínica Central, donde a las  2:05 de la tarde fue declarado muerto. 
Esa misma tarde se  hubiera tomado un café y cumplido la cita pactada con el estudiante de  derecho Fidel Castro, el joven cubano de 21 años que visitaba la ciudad  como participante de un congreso latinoamericano de estudiantes, quienes  se oponían a la intervención estadounidense en América Latina y también  a la Novena Conferencia Panamericana, que por esos días se reunía en la  capital, y que dio nacimiento a la OEA. 
Bogotá hubiera seguido su ritmo y sus calles no habrían enloquecido bajo los gritos de “¡Mataron a Gaitán!”. 
María Valencia Gaitán | elespectador.com | 
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