lunes, 23 de agosto de 2010

El imperio de las mototaxis, por Alberto Salcedo Ramos



Alberto Salcedo Ramos, es uno de los periodistas colombianos que observa muchísimo lo que está sucediendo no solo en Bogotá, ciudad donde reside; sino que como cronista anda buscando historias.
Historias de vida, que nos enseñan cómo nos estamos moviendo los habitantes de esta hermosa nación.
Y se detuvo en un tema que nos inquieta a todos.
Vaya a Soledad, Atlántico y lo encontrará.
En Barranquilla, también.
Pero lo conseguirá en otras latitudes. Está ocurriendo en Centroamérica...

Leamos a Alberto nuevamente, porque siempre encontraremos enseñanzas...

LuisEmilioRadaC
Pd:

El imperio de las mototaxis
Por Alberto Salcedo Ramos

"A puños se enfrentaron policías y mototaxistas en Santa
Marta”. “Aumentan los siniestros en Sincelejo por las
mototaxis”. “Se disparan alergias de piel en Cartagena”. Estos
titulares, extraídos de diversos periódicos de los dos últimos
años, señalan tres de los problemas álgidos derivados del
mototaxismo: la proliferación de disturbios, el alto índice de
accidentalidad y el aumento de enfermedades cutáneas.

La implantación de las motocicletas como sistema de transporte
público ha ocasionado estragos en varias ciudades de la Costa
Caribe. Compartir las avenidas con ese torrente de mototaxistas
temerarios –bien sea en calidad de peatones o de
automovilistas– es una aventura extrema.

Menos peligrosa, en todo caso, que subirse como usuarios
en alguna de tales motos, pues desde el momento mismo
en que empezamos el recorrido nos enfrentamos a una
disyuntiva perversa: si el mototaxista nos niega el casco
protector, como hacen muchos de sus compañeros en el gremio,
corremos el peligro de morir golpeados en el cráneo. Y si por
casualidad nos lo suministra, es posible que nos enfermemos
de seborrea.

Mototaxis en Lima, Perú

La crisis parece más cerca del empeoramiento que de la
mejoría, y eso es, justamente, lo más alarmante. Día a día
crece la presencia de mototaxistas en las calles; día a día los
conductores de estos vehículos se muestran más
abusivos: violan los semáforos y las señales de tránsito,
se montan en los andenes, sobrepasan a los automóviles por
el costado derecho –lo cual es indebido–, cambian de carril
imprudentemente, circulan en contravía, se estacionan
sobre las cebras de los peatones.


¿Cómo llegamos a esta situación? En principio, el mototaxismo
fue una reacción contra la falta de empleo. En una región cuyas
necesidades básicas insatisfechas rondan el 30 por ciento en las
zonas urbanas y el 60 por ciento en las rurales, no es de extrañar
que muchas personas recurran desesperadamente
a este sistema de transporte.

A menudo, frente a la urgencia de ganarse la vida poco importa
el riesgo de perderla. O de que la pierdan los demás. A la
pobreza de esa gente se sumaron, por un lado, las deficiencias
proverbiales del transporte público: buses destartalados y lentos,
taxis costosísimos, conductores desconsiderados, pésima
atención. Y por el otro, la codicia de los negociantes de cuello blanco
que, sin dar la cara, vieron allí la oportunidad de pescar en río
revuelto. De Montería y Cartagena me llegan rumores acerca de
empresarios asolapados que han acumulado hasta
cuarenta mototaxis.

Que cualquiera pueda comprar una moto, o treinta, y convertirse
de la noche a la mañana en un zar del transporte público es
preocupante. Tan preocupante como la certeza de que muchos
de quienes manejan estos vehículos son ex paramilitares
reinsertados que han reincidido en sus andanzas delictivas, y no
se caracterizan, precisamente, por su manera civilizada de resolver
las diferencias.

Aun si las motocicletas fueran conducidas solamente por gente
de bien, estaríamos, como usuarios, utilizando un servicio
que no nos ofrece ninguna garantía de supervivencia. Propongo
no seguir aplazando el debate urgente que este tema amerita.

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