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Amylkar Acosta, exministro de Minas de Colombia |
Por Amylkar D.
Acosta
Según el Departamento
Nacional de Planeación -DNP-, el sector Minero-energético ha decrecido, cumpliéndose
la teoría del decrecimiento de la exministra de Minas y Energía Irene Vélez,
quien se inspiró en el pensamiento del filósofo francés Serge Latouche, que la
popularizó. En efecto, en 2024, según cifras del DANE, el sector de minas y
canteras cayó -5.2%, lastrando el magro
crecimiento del PIB de 0.7% y esa tendencia se mantiene en el 2025, arrancando
con un repliegue de -5%, restándole 0.3 puntos porcentuales al crecimiento
total del PIB, que fue de 2.7%. La
extracción de carbón cayó -13% en 2024 y -7% en el primer trimestre de 2025, la
producción de crudo cayó en 2024 el -0.6% y siguió a la baja este año, pues al
cierre del mes de mayo experimentó una disminución del -4.8%.

Esta baja en la producción de carbón y de petróleo ha repercutido en una
caída de sus exportaciones, las cuales habían pasado de representar el 33.6% en
1991 a 62% en 2019. Para agosto de 2022 sumadas las exportaciones de carbón y
petróleo participaron en un 53.4% de las exportaciones totales; no obstante,
para abril de este año se contrajeron hasta el 41.1. Ello se explica,
especialmente, por el declive reciente de los volúmenes y del valor de sus
exportaciones. Veamos: las exportaciones de carbón, de petróleo y sus derivados
bajaron de US $29.349 millones en el curso del año que concluyó en agosto de
2022 a US $20.507 millones en el año terminado en abril de este año. El
desplome de dichas exportaciones es significativo, cifrado en US $8.841
millones, más del 30%, haciendo la salvedad que en el caso del carbón aunque
aumentaron
las exportaciones el 7.7%, el precio bajó -28%.
Por su
parte las llamadas exportaciones no tradicionales, antes exportaciones menores,
experimentaron un importante crecimiento, pasando de US$25.657 millones en
agosto de 2022 a US$29.357 millones anuales para el mes de abril de 2025, para
un crecimiento de $3.700 millones, el
14%, para esos casi 3 años, lo cual representa un importante repunte de las
mismas.
La
concomitancia de la caída del crecimiento y de las exportaciones de carbón y
petróleo y el mayor crecimiento, además del auge exportador de otros sectores,
como el agrícola, la industria y el turismo, llevó al Presidente de la
República Gustavo Petro a expresar que “estamos
ante un cambio del modelo de desarrollo exitoso, que la sociedad debe sostener
para los siguientes años y no volver atrás, hacia las rentas fósiles y
cocaineras” y añadió: “verificamos
que entre más cae el extractivismo fósil, más crece la actividad productiva en
agricultura con un enorme 7.1% e industria no ligada al petróleo y con un
portentoso 7% de crecimiento en textiles y confecciones”.
El presidente
Petro hace alarde de que “vamos por el
camino correcto, aquí está cayendo esto (la extracción de carbón, petróleo y
gas) pero no por Petro, sino porque el mercado mundial piensa lo mismo que yo,
y es que no se puede comprar más carbón, vamos para abajo. ¿Y cuál es el
problema? Que si amarramos la economía a lo que va para abajo, pues vamos
sencillamente con los ojos abiertos al abismo". “La energía del futuro no está en el carbón, que ya no tiene mercado…el
mercado mundial del carbón se está acabando…el mundo ya no compra carbón”,
aseveró el presidente Petro en su más reciente alocución.
Pero, como
diría el premio Nobel de Literatura Octavio Paz, el jefe de Estado está a las
afueras de la realidad, porque esta es otra: según la Agencia Internacional de
Energía (AIE), tanto el consumo de carbón como de petróleo vienen de récord en
récord: el consumo de carbón en 2022 fue de 8.415 millones de toneladas, en
2023 de 8.700 millones, en 2024 de 8.787 millones y pronostica que para el 2028
se superará la barrera de los 9.000 millones. Y en cuanto al petróleo, su
consumo superó por primera vez la barrera de los 100 millones de barriles al
día en 2023, en el 2024 se consumieron 103 millones y se proyecta para este año
una demanda de crudo de 104.7 millones. Razón tuvo la reputada escritora
británica cuando dijo que “es más fácil
matar a un fantasma que a una realidad”.
Pero, el pírrico triunfo del presidente Petro no pasa de ser un falso positivo y paso
a explicar por qué. En primer lugar, no existe ninguna correlación entre la
caída del sector M-E, que obedece a la caída de los precios del petróleo y el
carbón, así como a la caída de la producción, que el mundo sigue consumiendo
cada vez más y el repunte del sector agrícola, el cual responde
fundamentalmente a la bonanza cafetera, gracias a los altos precios, que
superan los US$3 la libra. Como afirma el presidente de ANALDEX Javier Díaz, “las mayores exportaciones no
minero-energéticas, en buena medida, responden a lo que ha sucedido en los
mercados internacionales: una mayor demanda, un incremento de precios y la
búsqueda de proveedores más cercanos”.
Es más, no obstante, el crecimiento de las demás exportaciones,
distintas al carbón y al petróleo, que no hay que negar es un hecho positivo,
el mismo no alcanza a contrarrestar y menos a compensar el bajonazo en las
exportaciones de los mismos. En efecto, por cada dólar adicional que se recibe
por las mayores exportaciones de productos agrícolas e industriales se están
dejando de recibir por concepto de las menores exportaciones de carbón y de
petróleo 2.4 dólares. Para modo de compensar la entrada de divisas que se dejan
de recibir por las exportaciones de carbón y petróleo se necesitarían aumentar
las provenientes del resto de exportaciones registradas en un 138%. Y ello, no
para aumentar el valor de las exportaciones sino para mantener el valor de las
mismas.
Ello explica que, a pesar del buen comportamiento de las exportaciones
no tradicionales en los últimos dos años, las exportaciones totales han venido
cayendo, -0.4% en 2024 y en mayo de este año registraron una caída del 2.1% en
comparación con el mismo mes del año anterior y el déficit en la cuenta
corriente de la balanza de pagos se mantiene. En efecto, el valor de las
exportaciones totales arroja como resultado US$5.141 millones anual menos que
hace tres años, toda vez que la estrepitosa caída de las exportaciones de
carbón y petróleo, debido a la pérdida de competitividad en el primer caso y a
la baja inducida de la producción en el segundo, duplican el crecimiento de las
otras exportaciones.
Huelga
decir que en ello han incidido las políticas gubernamentales hostiles a la
actividad extractiva, tales como la carga impositiva y la decisión del gobierno
de no firmar nuevos contratos de exploración y explotación de hidrocarburos, lo
que ha frenado a esta industria, estancando la inversión, reduciendo en un
15.7% y el 34.3% el número de taladros activos en 2024 y en lo corrido de 2025,
respectivamente, así como el número de pozos exploratorios perforados, 33.3% en
2024.
Aquí cabe
una digresión para denotar cómo la decisión del Gobierno de no reactivar las
dos minas de carbón en el Cesar, cuyos títulos le fueron devueltos al Estado
por parte de la empresa PRODECO en 2021, ha significado, además de su impacto
social, laboral y en los ingresos, tanto para la Nación como para las entidades
territoriales, 15 millones de toneladas de carbón que desde entonces se están
dejando de producir y exportar. El gobierno se ufana diciendo que esa es su
contribución a la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero
(GEI), causantes del cambio climático, pero la mala noticia, como ya lo vimos
es que, el mundo no está dejando de
consumir esos 15 millones de toneladas, de modo que nos estamos quedando con el
pecado y sin la gracia.
La cuenta
que debería hacer el Gobierno debería ser otra, bien diferente. En primer
lugar, si en lugar de decrecer la producción de petróleo y carbón crecieran,
los mismos en lugar de estar frenando el crecimiento del PIB estarían
contribuyendo a un mayor crecimiento de la economía, porque no nos podemos
resignar a que el crecimiento del PIB no llegue siquiera al 3%. De la misma
manera, si no estuvieran cayendo las exportaciones de carbón y petróleo, como
vienen cayendo, ello posibilitaría la reducción del déficit de la balanza comercial,
que para el mes de mayo de este año alcanzó los US $6.160 millones y por qué no
pensar en que esta, por fin, llegue a ser superavitaria. Pero la miopía y la
carga ideológica del Gobierno lo lleva a que los árboles le impidan ver el
bosque. ¡Tamaña equivocación!
Desde
luego que se requiere el cambio del actual modelo económico imperante en
Colombia, porque no puede reputarse como exitoso un modelo en el que el
crecimiento del PIB esté atado y a merced del comportamiento de los mercados y
de la volatilidad de los precios internacionales de los commodities. Recordemos que durante el más largo ciclo de precios
altos de los mismos, entre los años 2003 y 2014, el crecimiento potencial de la
economía fue de 4.8%, para luego de la destorcida de los precios, hacia el año
2016, se redujo a sólo 3.5%. Pero, lo más grave es que, excepción hecha de los
años 2021 y 2023, cuyo crecimiento, debido al efecto rebote después de la
recesión (-7.2%) en 2020 causada por la crisis que provocó la pandemia, fue de
10.8% y 7.3%, el crecimiento del PIB ha estado por debajo de dicho crecimiento
potencial. Y, de contera, el desempleo se ha mantenido en dos dígitos y no es
para menos, pues es bien sabido que con ese anémico crecimiento en lugar de
generar empleo lo destruye. Los niveles de pobreza, así como de desigualdad son
la más clara muestra del fracaso de dicho modelo.
Como lo
planteó la entonces secretaria de la CEPAL Alicia Bárcena, “en Colombia, al igual que Latinoamérica, nos convertimos en
exportadores de materias primas, volvimos a esquemas que creíamos superados…así
nos será muy difícil dar sostenibilidad a nuestro crecimiento…hay que procurar
que las exportaciones vayan más allá de las materias primas”. En ese mismo
sentido se pronunció FEDESARROLLO, al hablar de la necesidad de “reformular nuestra estrategia de
crecimiento y adoptar un modelo menos basado en la industria extractiva”. Por
su parte, el ex ministro de Hacienda Rudolf Hommes aconsejó que “debemos procurar que el petróleo y la
minería no inhiban el desarrollo de otros sectores, pero de ninguna manera
dejar pasar oportunidades en minería y petróleo que no atenten contra el
medioambiente”.
Por ello
nos pareció sensato lo planteado por el entonces candidato a la presidencia en
su programa de gobierno, en el sentido de propender por el desescalamiento gradual
del modelo extractivista:”emprenderemos
un desescalamiento de la dependencia del petróleo y el carbón”. Igualmente
compartimos lo dispuesto en el Plan Nacional de desarrollo de darle un impulso
a la reindustrialización. Ello, además de pertinente es inaplazable, toda vez
que la viabilidad y la sostenibilidad de la transición energética sólo es
posible si esta va acompasada de una estrategia de transformación productiva
que diversifique la economía colombiana. Pero, lo que se escribió con la mano
en el Programa de Gobierno y en el Plan de Desarrollo se ha venido borrando con
el codo, debido al fundamentalismo, al dogmatismo y a la gran carga ideológica en
su implementación, que han dado al traste con ellos.