UNÁMONOS todos para que el dolor sea cada vez más liviano.
Agradezcamos esta oportunidad que nos da la vida.
Son muchos los colombianos que han sufrido más que nosotros. Pero todos hemos padecido esta tristeza nacional.
Desarmemos nuestros corazones y démosle gracias a DIOS por todas las bendiciones.
No escuchemos a los amigos de la guerra.
La nuestra debió acabar con el proceso de PAZ.
RADAR,luisemilioradaconrado
@radareconomico1
|
AL FINAL
Por William Ospina
Después de
una Guerra de 50 años, es tarde para los tribunales
Si hubo una guerra, todos
delinquieron, todos cometieron crímenes, todos profanaron la condición
humana, todos se envilecieron.
Y la sombra de esa profanación y de esa
vileza cae sobre la sociedad entera, por acción, por omisión, por haber
visto, por haber callado, por haber cerrado los oídos, por haber cerrado
los ojos.
Si para poder perdonar
tienen que hacer la lista de los crímenes, hagan la lista de los crímenes.
Pero esas listas sólo sirven si son completas, y quién sabe qué ángel podrá
lograr el listado exhaustivo.
Ya comete un error el que
trata de convertir en héroes a unos y en villanos a los otros. Lo que hace
que una guerra sea una guerra es que ha pasado del nivel del crimen al de
una inmensa tragedia colectiva, y en ella puede haber héroes en todos los
bandos, canallas en todos los bandos, en todos los bandos cosas que no
merecen perdón.
Y ahí sí estoy con Cristo:
hasta las cosas más imperdonables tienen que ser perdonadas, a cambio de
que la guerra de verdad se termine, y no sólo en los campos, los barrios y
las cárceles, sino en las noticias, en los hogares y en los corazones.
Pero qué difícil es pasar
la página de una guerra: la ciudadanía mira en una dirección, y ve
crímenes, mira en sentido contrario, y ve crímenes.
Es verdad. La guerra ha
durado 50 años: de asaltos, de emboscadas, de bombardeos, de extorsiones,
de secuestros, de destierros, de tomas de pueblos, de tomas de cuarteles,
de operaciones de tierra arrasada, de tomas de rehenes, de masacres, de
estrategias de terror, de cárceles, de ejecuciones, de torturas, de asesinatos
voluntarios, de asesinatos involuntarios, de minas, de orfandades, de
infancias malogradas, de bajas colaterales, de balas perdidas. Medio siglo
de crímenes a los que nos toca llamar la guerra.
Pero cuando las guerras no
terminan con el triunfo de un bando y la derrota de otro, cuando las
guerras terminan por un acuerdo de buena voluntad de las partes, no se
puede pretender montar un tribunal que administre justicia sobre la
interminable lista de horrores y de crímenes que, hilo tras hilo, tejieron
la historia.
Lo que hay que hacer con
las guerras es pasar la página, y eso no significa olvidar, sino todo lo
contrario: elaborar el recuerdo, reconciliarse con la memoria. Como en el
hermoso poema “Después de la guerra”, de Robert Graves, cuando uno sabe que
la guerra ha terminado, ya puede mostrar con honor las cicatrices. Y hasta
abrazar al adversario.
Y todos debemos pedir
reparación.
Hay una teoría de las
víctimas, pero en una guerra de 50 años ¿habrá quién no haya sido víctima?
Basta profundizar un poco en sus vidas, y lo más probable es que hasta los
victimarios lo hayan sido, como en esas historias de la violencia de los
años 50, donde bastaba retroceder hasta la infancia de los monstruos para
encontrar unos niños espantados.
También eso son las guerras
largas: cadenas y cadenas de ofendidos. Por eso es preciso hablar del
principal victimario: no los guerrilleros, ni los paramilitares, ni los
soldados, colombianos todos, muchachos de la misma edad y los mismos
orígenes, hijos de la misma desdicha y víctimas del mismo enemigo.
Un orden inicuo, de
injusticia, de menosprecio, de arrogancia, que aquí no sólo acaba con las
gentes: ha matado los bosques, los ríos, la fauna silvestre, la inocencia,
los manantiales.
Un orden absurdo, excluyente,
mezquino, que hemos tolerado entre todos, y del que todos somos
responsables. Aunque hay que añadir lo que se sabe: que todos somos
iguales, pero hay unos más iguales que otros.
Enumeren los crímenes, pero
eso no pondrá fin al conflicto. La guerra, más que un crimen, es una gran
tragedia. Y más importante y urgente que castigar sus atrocidades es
corregir sus causas, unas causas tan hondas que ya las señaló Gaitán hace
80 años.
Por eso se equivoca el
procurador pidiendo castigo sólo para unos, y se equivocan los elocuentes
vengadores, señalando sólo un culpable, y se equivoca el expresidente que
sólo señala las malas acciones de los otros, y se equivoca el presidente,
que habla como si, precisamente él, fuera el único inocente.
Señores: aquí hubo una
guerra. Y aún no ha terminado.
Y no la resolverán las
denuncias, ni los tribunales, ni las cárceles, sino la corrección de este
orden inicuo, donde ya se sabe quién nació para ser mendigo y quién para
ser presidente.
Si, como tantos creemos, es
la falta de democracia lo que ha producido esta guerra, sólo la democracia
puede ponerle fin.
Al final de las guerras,
cuando estas se resuelven por el diálogo, hay un momento en que se alza el
coro de los vengadores que rechaza el perdón, que reclama justicia. Pero
los dioses de la justicia tenían que estar al comienzo para impedir la
guerra. Cuando aparecen al final, solo llegan para impedir La Paz.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario