viernes, 24 de julio de 2015

La miseria electoral en el Magdalena Por Luis Oñate Gámez

Me gustó el titular: La miseria electoral en el Magdalena

Aunque la tristeza nos embarga siempre, cuando hablamos de este tema.
Me gusta que lo esté manejando Luis, por su profesionalismo.

¿No aprenderán los políticos y poliquiteros del Magdalena que deben buscar otra forma de enriquecerse?

El pueblo colombiano no se merece ese tratamiento tan mezquino e irrespetuoso.
Eso lo está presenciando el mundo entero… Ya se acabó el desorden. Casi todo se puede probar con estos avances tecnológicos.

Llegará el momento de empujar en la cárcel a los corruptos.

RADAR,luisemilioradaconrado
@radareconomico1
Pd: Bien por La Silla…
 
La miseria electoral en el Magdalena
Publicado por Luis Oñate Gámez.

A José María el sol y el salitre le han tostado tan fuerte la piel que en la parte externa del antebrazo han comenzado a salirle escamas. No pasa de sesenta años pero de su dentadura solo quedan unos testigos. Aun así es dueño de una sonrisa permanente y un hablar dicharachero. Su vida ha transcurrido entre la ciénaga y el mar, una labor que heredó de su padre y sus abuelos, y en la que también se han enrumbado sus hijos. 
 
Junto con su esposa, dos de sus hijos, una nuera y ocho nietos, José María vive en uno de los tantos ranchos multifamiliares de cartón, lata y palma que en medio de un cinturón de miseria, basuras y olores nauseabundos se levantan a la vera de vía Ciénaga-Barranquilla. José María es una de los centenares de víctimas vivientes de la masacre de la Ciénaga Grande, registrada en noviembre del dos mil por 60 paramiliares al mando de “Jorge 40”, y por la que aún no hay condena para los autores intelectuales ni reparación para los familiares de las más de 50 víctimas fatales que dejó el genocidio. 
 
En esa masacre José María perdió un hijo, dos hermanos, un primo y varios amigos y compañeros de faenas. Desde entonces partió del asentamiento palafito donde vivía desde muy niño. Luego de deambular por ciudades y pueblos del Caribe regresó a las laderas de Tasajera en Pueblo Viejo en donde levantó el rancho que hoy ocupa. Aquí, en la nueva morada, la angustiosa pesadilla de la masacre todavía está latente en él y su familia pero lo que más le aterra es la miseria y la hambruna que los agobia por momentos. Algunas veces, con sus dos hijos, en la Ciénaga Grande o el mar, comienzan la   faena de pesca antes de las tres de la madrugada y después de doce horas de labores continuas regresan a casa solo con unas cuantas capturas, las que a duras penas les ayudan a mitigar el hambre.

Se ha vuelto costumbre que en época electiva la casa de José María y las de sus vecinos sean frecuentadas por los llamados tenientes electorales, especies de intermediarios del oscuro negocio de la compraventa de votos. Estas personas conocen la zona y a la mayoría de los habitantes, son los que comercian directamente, y aprovechándose de sus necesidades y penurias los comprometen a que les vendan el sufragio. En alimentos o en dinero en efectivo, ya varios de éstos que viven en la miseria han recibido anticipos por ese “favor” electoral.








Algunos de los tenientes vienen desarrollando la labor como intermediarios electorales desde los tiempos de la efervescencia paramilitar, cuando muchos de los votantes ni siquiera se acercaban a las urnas a sufragar, otros lo hacían religiosamente por ellos. Hoy no hay intimidación directa y pareciera que el voto fuese libre, pero no es así. Buena parte de los electores aún sienten el mismo miedo de aquellos tiempos tenebrosos. Creen que si no aparecen los votos de la negociación les harán daño. 
En la Casa de José María, donde hay cinco adultos, negociaron el paquete por un millón de pesos el cual incluye los votos para alcaldía, asamblea y gobernación. Aseguró que ha recibido dos mercados y la próxima semana le completarán en efectivo el cincuenta por ciento, el otro cincuenta por ciento se lo dan en efectivo el día de las elecciones. 
Le sugerí que una forma de acabar con eso, ya que el Estado ha sido inoperante, es recibir todo lo que les ofrezcan y como castigo el día de las elecciones votar por otro, tal como aseguran expertos que aconteció  en Santa Marta en las pasadas elecciones. Él dice que no se atreve porque ese día los buscan y siempre vigilados los llevan a votar. También señaló que tal parece que en la región los tenientes electorales tuvieran zonificados a todos esos pueblos y existiera entre ellos pactos para no pisarse las mangueras. 


Este panorama que se palpa en la zona norte del Magdalena es quizás el mismo que se registra en buena parte del departamento, en donde casi el 40 por ciento de la población vive en condiciones de extrema pobreza y un alto porcentaje de ésa es analfabeta; caldo de cultivo para la aberrante practica electorera. De ahí la extrañeza que causó durante la parapolítica que hubiese mesas en donde de un potencial de 400 votantes sufragaran 350 personas, sin votos nulos y a minuto y medio por elector. Un dato propio para un guinness records.

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