lunes, 30 de junio de 2014

Música en Maracaná, toca Colombia, Ramón Besa

Colombia está dando de qué hablar en el Mundial 2014, en Brasil.
Convirtieron el juego, en lo que es: un juego de niños, como dicen los colegas del diario El País, de España.

Están jugando con tanta alegría y profesionalismo que los goles llegan sin tropiezos. Se hacen fácilmente.
No hay egoismo en este grupo.
Como lo he comentado en las redes sociales, este es un equipo ESPECIAL, en el que DIOS está presente.

RADAR,luisemilioradaconrado
@radareconomico

 

El PAÍS. MUNDIAL 2014 | COLOMBIA, 2 - URUGUAY, 0 

Música en Maracaná, toca Colombia

Dos goles de James, uno de gran tiro y otro de estupenda jugada colectiva, funden a Uruguay


Por Ramón Besa, Rio de Janeiro 29 JUN 2014



Hay en Brasil una selección llamada Colombia que juega como los ángeles, fresca, divertida y armónica, dulce y nada empalagosa, venenosa cuando ataca, tensa cuando defiende, deliciosa con la pelota, nueva reina de Maracaná. No hay duda de que es la heredera de aquella generación que tenía que conquistar Estados Unidos después de causar admiración en Italia. La Colombia de Pékerman eliminó con una pulcritud sobrecogedora a la pendenciera Uruguay. El partido fue un juego de niños para la jovial y creativa Colombia del excelso James Rodríguez.
Tiene Colombia un equipo estupendo y de momento el jugador de la Copa. James está hoy por encima de Messi y Neymar. No solo porque ha marcado más goles sino porque la mayoría de sus cinco tantos han sido obras de arte, sobre todo los dos de Maracaná. 
 
El 1-0 sirvió para certificar la calidad del propio James y el 2-0 definió la soberbia actuación global colombiana, el sentido de equipo, la fluidez del juego, la música del fútbol, la capacidad para visualizar el partido y encontrar la rendija para meter el pase y el gol. El balón silba en Colombia.



Uruguay quedó más retratada que nunca ante Colombia. Los charrúas defienden que no necesitan la pelota. Juegan con uñas y dientes, sobre todo si se trata de derrotar a un campeón del mundo, sea Inglaterra o Italia, o hay que conquistar un estadio mítico como Maracaná contra Brasil. La garra celeste aumenta en proporción al reto que se le presenta, de manera que pierde grandeza si se enfrenta a un rival aparentemente menor. Así pasó contra Colombia. La salida de Luis Suárez ha sido terminal.
Colombia en cambio es un encanto de equipo, admirable por cómo se maneja con la pelota y se organiza sin ningún ruido, tan silenciosa que incluso se escucha el toque-toque de sus delicados centrocampistas, jugadores excelentes como Cuadrado y James. Ambos se arrancan desde el regate, sus conducciones son suaves y desequilibrantes porque eliminan a rivales, y sus pases resultan directos y precisos para los delanteros.

Cuadrado se arrancó muy artista y arrebatador por las dos bandas, tanto que los falsos laterales charrúas le dejaron una marca en cada jugada, la manera más disuasoria de defender la cancha propia, y más en Maracaná. Los uruguayos utilizan por igual los hombros que los codos, las rodillas que las piernas, la cabeza que las muelas, irreductibles en el cuerpo a cuerpo, intimidadores para detener a Colombia. Los colombianos en cambio se valen de su carrocería para armar la pierna y tirar a gol como sucedió en el tiro monumental de James Rodríguez.
 
El volante del Mónaco recibió la pelota de la cabeza de Abel Aguilar. Nadie miraba a la portería de Muslera salvo James Rodríguez. Aunque estaba de espaldas al marco, acunó el balón en su pecho con un control orientado soberbio, su tronco fue girando al tiempo que rodaba al cuero, para quedar frente al guardameta y clavar sin parar un zurdazo a la base del larguero de Uruguay. La bola dio en la base del travesaño, botó superada la línea de meta y se coló de manera majestuosa ante el asombro de Maracaná. James había decidido tirar antes de recibir de Aguilar.
 
Los movimientos del mediapunta colombiano delataron que tenía el gol ya en la cabeza antes de chutar contra Muslera. Los gestos técnicos de los muchachos de Pékerman contrastaban con el coraje de los guerreros de Tabárez. A un lado se tiraban caños y paredes, se escondía y exhibía el balón, se ganaba el campo con el fútbol y al otro por contra se defendía la cancha y se reventaba el cuero, a la espera de una jugada episódica, de un córner o una falta, de un error de la zaga contraria, redoblaba con el apoyo de La Roca Sánchez y esponjada por las salidas de Zúñiga.

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