¿Existió el Nadaísmo?*
Por: JOTAMARIO
ARBELÁEZ
Ya todos los jóvenes de Colombia son
nadaístas, por lo menos los que tienen peso en la cola y cólera en la razón.
En los albores del nadaísmo, aterrado de ver cómo de todos los pueblos de
Colombia llegaban solicitudes de ingreso al movimiento, el poeta Amílcar U le
preguntó a Gonzalo Arango: “Profeta, ¿qué vamos a hacer cuando todos los
jóvenes de Colombia se vuelvan nadaístas?”. Y el Monje Loco, que pasaba por ahí
en patineta, le contestó: “¡Inventaremos el hipismo!”.
No me canso de reiterar las frases finales del
manifiesto del 58: “No dejar una fe intacta ni un ídolo en su sitio.” Aunque el
movimiento fue más social que literario y más filosófico que político, la
costumbre nacional de banalizar las cosas impuso que se nos consideraran unos
humoristas, o más precisamente mamagallistas.
Desde un principio, los comunistas, celosos de
nuestro ascendiente con la juventud, nos descalificaban moteándonos “payasos de
la burguesía”, porque esta nos celebraba con whisky de bacanales las acres y
originales burlas públicas de que la hacíamos objeto. Igualmente, recriminaban
el hecho de que envenenáramos con marihuana a los jóvenes en vía de coger las
armas. Solo los muchachos que se quedaron a compartir con nosotros el bareto de
la paz sobrevivieron al inane sacrificio.
Valiente Eduardo Escobar tomó la decisión de
marchar al monte, pero el crítico nadaísta-marxista Álvaro Medina lo paró a
tiempo. También se iba para la guerrilla el comandante Pablus Gallinazo, pero
no a militar sino a cantarle Mula revolucionaria, y volvía.
Y Patricia Ariza, la teatrera de La Candelaria, a
presentarles el drama de Guadalupe años sin cuenta, para que fueran viendo lo
que podía pasar tras entregar las armas.
La última generación pensante en Colombia
constituida en movimiento o en grupo fue el Nadaísmo. A pesar de tener 5 años
más que las Farc y 6 más que los Rolling Stones, no ha
podido colgar la lira porque no ha habido otro grupo más berraco que la recoja.
Por la época de los hippies, en Mayo de 68, las
barricadas de París se poblaron de grafitis juveniles, entre ellos: ‘Pedid lo
imposible’. Como para las Farc el tiempo no pasa,
el único gesto nadaísta que han tenido es el de haber acudido a la mesa de
negociaciones, en Cuba, frente a Humberto de la Calle, representante del
Gobierno y nadaísta frentero, a “pedir lo imposible”. Continúo con el primer
manifiesto: “¿Hasta dónde llegaremos? El final no importa desde el punto de
vista de la lucha. Porque no llegar es también el cumplimiento de un
destino”.
Al finalizar mi intervención en el Caguán, me bajé
de mi Mont Blanc y se lo regalé al Secretariado para cuando se decidiera a
firmar la paz. Es el momento en que hagan buen uso de él.
Sobrevivimos a la tela de los hilos perfectos, al
fracaso del comunismo, a la quiebra de las ideologías, a la caducidad de la
lucha armada y a la vejez de los hippies. De todas las formas de lucha, el
nadaísmo fue la única que sacó el culo.
Nunca fuimos realistas pero tampoco patriotas. Nos
hicimos antisociales mientras llegaba el socialismo. Hicimos nuestra revolución
sin disparar un tiro. Todos los ídolos cayeron y las fes como velas se
derritieron. El único mito que queda, si queda, es el nadaísmo.
Ya todos los jóvenes de Colombia son nadaístas, por
lo menos los que tienen peso en la cola y cólera en la razón. Podríamos
convertirnos en un partido político, cosa que nos asquea. Preferible debatirnos
entre librepensadores, gnósticos, masones e illuminati, que entre
liberoconservadores, farcócratas y delaúes.
Por ello, en la próxima reunión de nuestro
Presidium –así quedemos 3 y estemos divididos en 4–, propondré que nos
transformemos en una sociedad secreta. Así nos toque pagar impuestos y
renunciar a nuestras columnas de prensa.
* Conferencia gratiniana en la Casa Silva (calle
12C No. 3-41), jueves 27 de junio, 18:30.
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