domingo, 26 de mayo de 2013

Algo como un abrazo, por Antonio Caballero



¿Quién se creyó el anuncio del procurador Alejandro Ordóñez en Medellín esta semana?
¡Nadie! 
Yo pienso que ese solo gesto (mentiroso) nos indica que el ciudadano que está cuidando la moral en este país, no es confiable. 
Si él nos sorprende con la renuncia, ¡carajo!, lo aplaudiremos muchos colombianos un día completo.
Antonio Caballero, no cree mucho en eso…
RADAR,luisemilioradaconrado
25 mayo 2013

Algo como un abrazo

Por Antonio Caballero

OPINIÓN ¿No debería el procurador después de tanto banquete inhabilitarse a sí mismo por participación indebida en política?

Veo en el diario El ‘Colombiano’ una foto del homenaje que le hicieron en Medellín al procurador Alejandro Ordóñez. Con este ya van dos que el alto funcionario tiene la impudicia, y tal vez de paso el prevaricato, de aceptar. Está él radiante, con los brazos cruzados de arrogancia sobre el rotundo pecho y reventadas las mejillas en una risotada de colmillos como los del tigre de dientes de sable del Pleistoceno, y flanqueado por los oferentes del ágape, tan antediluvianos y pleistocénicos como él.
 
El exgobernador y exalcalde y exdirector del periódico Juan Gómez Martínez tiene una cara perdida de estar perdido en sus cosas, y Gabriel Harry de la Cámara de Comercio una cara distraída de estar pensando en las suyas. El procurador ríe. ¿Quién lo ronda? ¿Quién va a ponerle el cascabel a ese gato de colmillos de tigre?
En su discurso, que no sé si llamar de posesión o de consagración, además de encomendarse demagógicamente a la madre Laura, la nueva santa  antioqueña, y al margen de sus habituales denuncias doctrinales del aborto asesino y del contra natura matrimonio homosexual, arremetió una vez más contra las conversaciones de La Habana entre el gobierno y las guerrillas.

Fue muy aplaudido. Había, dice El Barquero en El Nuevo Siglo, “unos mil ciudadanos de diferentes tendencias políticas y de los sectores público y privado”. Y tal vez emborrachado por los aplausos el homenajeado Ordóñez llegó a anunciar que estaba dispuesto a inmolarse en el altar de la juridicidad:

–Prefiero renunciar (a la Procuraduría) antes que transigir (en la defensa del ordenamiento jurídico).
Porque, como él mismo ha dicho repetidamente en banquetes políticos, en foros académicos, en misas cantadas en latín, “lo que se pacte en La Habana no tiene ningún valor jurídico: tiene valor político”.
 
Pero de eso se trata. Y el procurador Ordóñez debería saber (y sabe, aunque finja que no sabe) que las cosas son así: él, que desde que empezó a intrigar politiqueramente para que lo eligieran para su alto cargo no ha hecho otra cosa que política. Esa misma declaración suya que acabo de citar es política, y no jurídica. Y, de paso, y para no incurrir en un nuevo prevaricato ¿no debería el procurador después de tanto banquete inhabilitarse a sí mismo por participación indebida en política?
 
Pero es que de eso se trata: de política. Y después ya se verá cómo se juridiza –si esa es la palabra– lo que se pacte en La Habana.
Pues el problema de la guerra en Colombia es político, no jurídico. Aunque, claro, el derecho tiene que ocuparse también de ella, como de todos los aspectos de la realidad. Pero eso viene después. Para poner un ejemplo, el histórico “abrazo de Santa Ana” entre Simón Bolívar y Pablo Morillo que en 1820 puso fin a la Guerra a Muerte no fue un acto jurídico, sino político. Y muy probablemente antijurídico, como lo era la Guerra a Muerte misma, así estuviera esta amparada por un decreto dictado en toda regla siete años antes por Bolívar con la anuencia del Congreso de la Nueva Granada.
 
Estoy diciendo una obviedad, que el politiquero procurador Alejandro Ordóñez entiende perfectamente, aunque la niegue. ¿Quién va a ponerle el cascabel a ese gato, antes de que se coma los ratones y el queso? Porque no es cierto que vaya a renunciar, como anunció en Medellín  en tono de amenaza. Ahí está, y ahí se queda. Propongo que alguien que sepa –un procurador–fabrique el necesario proceso para destituir, y si es el caso ahorcar, al jurista Alejandro Ordóñez por intromisión abusiva en política.
Y otra obviedad agrego. No estoy comparando con Simón Bolívar a los guerrilleros de las Farc, ni a Pablo Morillo con Juan Manuel Santos, salvo en el hecho evidente de que los unos son alzados en armas y el otro representa al gobierno legítimo. Estoy diciendo simplemente que una guerra no se acaba con un acto jurídico, sino con un acuerdo práctico entre los participantes. 
Aunque eso le parezca inmoral al gazmoño procurador Ordóñez, quien sin duda hubiera rechazado el abrazo de Santa Ana entre el Pacificador Morillo y el Libertador Bolívar por tratarse de una expresión nefanda de excrementicio amor homosexual. Y lo hubiera hecho abortar.

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