Mis corresponsales nunca me dejan solo... esta me la mandó Bernardo, quien me dice:
"Qué bueno, me alegro que haya tenido esa oportunidad de conocer
esa cultura.
Lo que usted dice es cierto. Yo asistí a una presentación de
un conferencista nacido en Colombia hijo de japonés y bogotana. El tipo se lo
llevaron a vivir a Japón a los 10 años y allá duro 13 años, o sea parte de su
niñez y toda su juventud.
Fue impresionante como fue el choque de culturas, valores,
costumbres etc., de tal forma que ya adulto no resistió más y se
vino de nuevo a Colombia porque no "soportaba vivir sin poder reír,
llorar, ni abrazar a sus amigos".
Vea este articulo sobre Yokoi Kenji Diaz.
Ojalá podamos reunirnos pronto para que nos cuente sobre el
viaje.
Saludos,
Bernardo Ruiz Blanco".
Y seguramente lo haremos, las reuniones con Bernardo, su esposa, la mía y los otros amigos son especiales. Donde la sonrisas se regalan... No hay máquina que las supere...
RADAR,luisemilioradaconrado
Abrazos que cruzan fronteras
Yokoi Kenji Díaz, una conferencista
colombo japonés, descubrió que una nueva manera de hacer turismo en Colombia
es ofrecerle al extranjero la calidez del colombino. Su programa ha permitido
que jóvenes que contemplaban la posibilidad del suicidio en Japón lleguen a
nuestro país a reencontrarse con el sentido da la vida.
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Cada vez que
un extranjero visita nuestro país, una pregunta suele impresionarlo. Si ha
estado más de un día en el territorio nacional, la gente suele inquirirle con
frecuencia “¿qué le gustó de Colombia?”, como si fuera una obligación del
colombiano hacer que el país les guste a los demás y de los foráneos hacer una
lista precisa con sus sensaciones favoritas. El cuestionamiento no se lo hacen
ni una, ni dos, sino cientos de veces, y eso obliga al turista a hablar acerca
de la calidez de la gente. Lo curioso es que la mayoría la pone de primera en su
listado, tal como lo comprobó un estudio adelantado por el Ministerio de
Comercio, Industria y Turismo. Luego vienen las playas o los paisajes. Pero es
el calor humano el que toca a quienes nos visitan.
En Bogotá, exactamente en Ciudad Bolívar, un hombre piensa que la mejor manera
de vender el país de forma positiva es justamente a través de la calidez de su
gente. Su nombre es Yokoi Kenji Díaz, un conferencista colombo japonés que con
sus discursos logra despertar emociones en auditorios de colegios, universidades,
empresas y organizaciones civiles y del Estado. Él no pensó en hacer el turismo
típico a través de las esmeraldas, los paisajes o el clima. Sino en vender al
país a través de los abrazos, el servicio y la “amabilidad de su gente”.
De su mano se adelanta un proyecto que él ha
llamado Turismo con propósito. Pero ¿a quién le puede interesar el calor humano
de un colombiano o el abrazo de un compatriota nuestro? Aunque usted no lo
crea, fuera de nuestras fronteras hay muchas personas que necesitan de nosotros
más que de nuestro café y esmeraldas.
HABÍA UNA VEZ…
Yokoi Kenji nació en Colombia y se crió entre Costa Rica y Brasil. A los diez
años toda su familia viajó a Japón, la tierra natal de su padre. Sin embargo,
Ciudad Bolívar había marcado sus primeros años de infancia pues allí vivieron
sus abuelos. La llegada a Japón le impactó profundamente por la diferencia
cultural que percibió de entrada. Allí estudió, hizo su universidad y hace
cinco años regresó nuevamente a Colombia.
“Vivir en la tierra de mi padre cambió mi percepción de la vida. Experimenté
cosas que son raras para un colombiano, como no hacer fi la nunca, ver que dos
carros se estrellen y los conductores bajen a pedirse
perdón, pero eso es lo normal en Japón. Entonces uno empieza a entender por qué
el colombiano anhela esa vida e irse a vivir a un país tan rico, donde el
salario mínimo supera los tres millones de pesos”, cuenta.
Sin embargo, no todo era maravilloso en el País del Sol Naciente. A los 16 años
Kenji tuvo que vivir amargamente el suicidio de cinco amigos: tres se arrojaron
al tren y dos se lanzaron de un edifi cio. “Yo era el único que lloraba. Ahí
comencé a ver que lo que es normal en Japón, es anormal en mi país”, dice.
A partir de ahí empezó a ver con otros ojos la tierra de algunas de las marcas
más avanzadas de tecnología y vehículos. Descubrió que en ese país del primer
mundo se vive una depresión colectiva y aceptada, en la que a los padres no se
les llama papá y mamá, nadie habla con nadie y donde hay pocos abrazos y
palabras de afecto. Un país con 32 mil suicidios al año.
“Yo regresé a Colombia pensando en qué podría hacer por los niños de Ciudad
Bolívar, pero descubrí que eran más felices que mis amigos y yo. No hay mejor
calidad de vida, eso queda claro, pero son felices”, dice.
“En una de esas depresiones, sentado en una tienda de comida rápida con mi
mejor amigo, que es brasileño japonés, le pregunté: ‘¿Por qué a nosotros no nos
mató la depresión?’. Y descubrimos que en nuestras vacaciones siempre
viajábamos de Japón a Colombia, o a Brasil, donde uno escucha un ‘Te quiero’,
donde el vecino lo abraza a uno y hay besos por todos lados y una sensación
permanente de fi esta. Ahí fue cuando dije: ‘Mis amigos no se hubieran
suicidado si yo los hubiera llevado a Colombia’”, cuenta.
Kenji reafi rma que la felicidad es un estado mental, una decisión interna que
se toma. Y de ahí nació lo que sería una forma positiva de hacer turismo en el
país, lejos de lo que otros venden como narcoturismo o sexoturismo. Kenji pensó
en vender turismo con propósito.
POR UNA SONRISA
Su proyecto nació hace tres años en Japón cuando se hizo la pregunta crucial:
¿Cómo vender el calor humano? No lo sabía al inicio, pero la respuesta se le
fue dando en el camino. “Comencé a hacer campañas de amistad en Tokio y
Yokohama. Nos inventamos con algunos colegas el Día de la sonrisa y luego el
Día de estrechar las manos. Eso impactó bastante. Luego llegó el Día del
abrazo, pero nos tocó disfrazarnos como perros o gatos para que fuera más
fácil. Luego invitamos a algunos jóvenes a reuniones de intercambio cultural. Y
fue ahí cuando dije: ‘Los invito a Colombia para combatir el suicidio’”.
Así fue como en 2009 llegó un primer grupo de doce personas, entre japoneses y
jóvenes de otras nacionalidades, todos elegidos con sumo cuidado porque a Kenji
le interesaba que “no supieran mucho del país. Algunos seleccionados ni
siquiera saben dónde queda Colombia. Primero los llevo a la Zona Rosa y allí se
impactan porque creen que aquí no hay bares del estilo de Hard Rock Café ni
tiendas de moda, pero no les dan ganas de comprar cosas. Luego elijo doce
familias de Ciudad Bolívar, con las cuales ellos van a convivir, todas
escogidas con mucho cuidado porque me interesa que tengan valores y principios.
Allí, ante
la diferencia de idiomas, su comunicación pasa a ser por señas. Es en ese
momento cuando ellos conocen el lenguaje universal de la sonrisa y el abrazo”,
dice.
Ese es el grano de arena de Yokoi Kenji para lograr que se cambie la imagen de
Colombia en el exterior, asegura. Dice que Ciudad Bolívar sufre el mismo
estigma que tiene el país fuera de sus fronteras. “Allá hay gente buena y gente
que ha surgido. Ciudad Bolívar no está golpeada por la pobreza material, sino
mental. Japón es un país pobre que vive en la riqueza gracias a su mentalidad.
No tiene esmeraldas, café, oro, petróleo y es tres veces más pequeño, mientras
Colombia es un país rico que vive en la pobreza. A largo plazo sueño con abrir
una ruta fuerte de turismo y llevar niños de Ciudad Bolívar a Japón”, dice.
Durante su estadía los japoneses no sólo aprenden a convivir con una familia
que los recibe con afecto y les brinda calor humano, sino que también hacen
turismo por sitios emblemáticos pues se busca igualmente que cada joven tenga
contacto con la naturaleza y disfrute del paisaje colombiano. Así, descubriendo
la felicidad en medio de la escasez, es posible promover la calidez nacional, y
quizás también lograr que la tasa de suicidios disminuya al otro lado del
mundo.
ASÍ LO VIVIERON
Algunos de los visitantes que habían contemplado la idea del suicidio y que
participaron en el programa Turismo con propósito se llevaron no sólo abrazos
sino también recuerdos únicos de esta tierra, en la que aprendieron que la vida
siempre tiene una segunda oportunidad. Todos se manifestaron sorprendidos por
la amplitud de las casas, la belleza de las mujeres y sobre todo, por la
calidez de la gente.
Kosaka Hiroyuki. 25 años. Vive en Yokohama, trabaja en remodelación de
apartamentos y edifi caciones y opina que “además de la alegría que tienen los
niños de los sectores vulnerables, me impresionaron las maticas verdes
(cilantro) que ponen en todas las sopas. La verdad, no pude acostumbrarme a ese
sabor tan fuerte y hacía de todo por evadirlas”.
Higuchi Yuko. 25 años. Vive en Tokorozawa, su trabajo es alimentar los delfi
nes del acuario Sea Paradise, en Yokohama. Lo que más lo impresionó fue que “en
Japón no es común decir ‘te amo’; ni mis padres ni mis amigos me lo han dicho.
Lo que me sorprendió y me gustó de Colombia fue la facilidad que existe de
transmitir los sentimientos entre las personas. Aprendí a decir ‘te amo’, pero
sólo lo uso con mis amigos en Colombia. Además me pareció increíble ver tantos
perros en la calle. Me gustan mucho los animales y en Colombia casi toda
familia tiene uno o dos, algo que sería muy costoso de hacer en Japón, ya que
son muy caros”.
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