sábado, 10 de diciembre de 2011

A mudarse a los puertos, por Mauricio Vargas

A mudarse a los puertos

Echarle toda la culpa al actual gobierno es un recurso tan fácil como injusto.
Las imágenes del derrumbe de la carretera del alto de La Línea, la vía que comunica los centros de producción del interior del país con Buenaventura, el único puerto de importancia en el Pacífico, no pueden ser más dramáticas. Un país que aspira a negociar de tú a tú con el primer mundo y que para ello firmó tratados de libre comercio con Estados Unidos, Canadá y Europa, y ahora negocia otros con Asia, no puede ofrecer tan lamentable espectáculo. Es cierto que Colombia tiene una geografía desafiante, con tres cordilleras, profundos valles, ríos incontrolables y laderas inestables. Pero también que por décadas han sobrado desidia, imprevisión y corrupción. Por eso, echarle toda la culpa al actual gobierno es un recurso tan fácil como injusto. 

Claro que algunos casos claman por un juicio de responsabilidades. Indigna ver la misma variante de la autopista del Norte, entre Chía y La Caro, inundada a la misma altura que hace un año; o ver cómo se cubre de aguas del río Bogotá la carretera entre Suba y Cota, en el mismo lugar que en el 2010; o soportar horas de retraso de un vuelo a la capital porque otra vez, como hace doce meses, las aguas amenazan una de las pistas. ¿Qué hicieron la CAR, la alcaldía, la gobernación de Cundinamarca y Colombia Humanitaria? Que los organismos de control indaguen y nos cuenten: no sólo se peca por firmar contratos de forma indebida. Hay casos en que la omisión puede ser un crimen.
Las imágenes que nos deja esta nueva ola invernal nos deben convencer de que harán falta años, incluso décadas, para que el país pueda contar con una red de carreteras y trenes que permita no sólo la movilidad de los turistas, sino el transporte de productos. Así -dicen muchos empresarios- es muy difícil competir. Tienen razón, pero hay algo adicional que podrían hacer aparte de quejarse: si su vocación exportadora es clara y si el avión no les conviene, por volumen o por precios, como medio para enviar sus productos al exterior, deberían mudar sus plantas del altiplano cundiboyacense o de los valles encerrados como el de Aburrá, a las costas. Producir al lado de los puertos abarata enormemente la llegada de materias primas y el envío del producto final, y evita que las mercancías se queden varadas en un derrumbe, con enormes costos y hasta la pérdida total si se trata de bienes perecederos. Eso no era necesario cuando el país estaba encerrado en el proteccionismo, las grandes empresas tenían cautivo el mercado nacional y los puertos apenas eran importantes. Pero con el libre comercio y la competencia, todo cambió. Hay que ser eficientes y no sobrecargar los productos con fletes innecesarios.
Muchos ya lo han comprendido y se han instalado en Cartagena, Barranquilla y otros puertos. No de otro modo se explica que, mientras en algunas ciudades de las cordilleras, el desempleo ronda el 16%, en Barranquilla, donde en cuestión de pocos años surgieron media docena de zonas francas y otros tantos parques industriales, esté por debajo del 8%. Empresarios paisas que por años mantuvieron sus plantas en Medellín y sus alrededores, desarrollan hoy sus expansiones en los puertos del Caribe. Lo mismo han hecho decenas de industriales venezolanos que huyen de la dictadura chavista y, a la hora de montar sus fábricas en Colombia, entienden que es un absurdo instalarlas en el encierro de las cordilleras. Es una solución obvia. Y el propio Gobierno, en aras de la eficiencia y de la competitividad del país, debería promoverla y estimularla de manera abierta y decidida.
 

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