martes, 18 de mayo de 2010

Lo que resta de mayo, por William Ospina


La opinión de William Ospina, es la misma de muchos colombianos.
Leamos su posición.

LuisEmilioRadaC
Pd:
William Ospina

Opinión| 15 Mayo 2010 - 11:00 pm

Lo que resta de mayo
Por: William Ospina

ÁLVARO URIBE VÉLEZ, EL MÁS POPUlar presidente de nuestra historia, tuvo durante ocho años la oportunidad de cambiar a Colombia.

Lo respaldaban los viejos y los nuevos terratenientes, el clero, los industriales, muchos políticos respetables y muchos otros aliados con los más oscuros intereses; lo respaldaban el Congreso y el Ejército, la opinión pública y los medios de comunicación. Tenía poder suficiente para emprender una audaz reforma de la economía que recuperara el imperio de la ley y de la justicia sobre millones de hectáreas de tierras usurpadas; para adelantar un proceso profundo de verdad y de reparación sobre el rastro ominoso de las violencias de las últimas décadas.

Pudo haber modernizado nuestra infraestructura vial y productiva, pudo adelantar una verdadera política de empleo, pudo haber iniciado un proceso que hiciera de Colombia una sociedad más cohesionada en lo económico, más solidaria, más reconciliada en lo político y en lo cultural. Pudo haber hecho brillar a Colombia como líder con posiciones de avanzada en los procesos de integración continental
.

Prefirió utilizar los dos períodos presidenciales que le dieron los colombianos para perpetuar muchos de los defectos de nuestra historia: entender la seguridad como un asunto exclusivamente militar, enfrentar la pobreza con un mero plan de asistencia pública y de subsidios. Y si bien termina su segundo gobierno rodeado de la gratitud de muchos ciudadanos, de un vago sentimiento de respaldo general, también se ve rodeado por la marea de unos escándalos que seguirán creciendo y empañando en gran
medida sus logros como presidente.

Ofreciendo a la sociedad algunos avances en seguridad y en cobertura de los servicios de salud y educación, Uribe dejó intocado el tema del más escandaloso robo de tierras de nuestra historia, dejó sin resolver el duelo de millones de víctimas de las violencias, permitió que persistieran las grietas del Estado en materia de derechos humanos y no hizo nada por corregir el semillero de violencias de nuestra economía excluyente, la inequidad en la distribución del ingreso, nuestra exasperante demora para incorporarnos a la modernidad.

Cuando oigo decir que según las encuestas el candidato Antanas Mockus iguala o aventaja al candidato Juan Manuel Santos en la carrera electoral, me asombra el modo como el fenómeno del Partido Verde está expresando una nueva realidad de la sociedad colombiana. Mientras la candidatura de Santos no sólo cuenta con el respaldo del Gobierno, del que se declara continuador, sino con el apoyo de la clase política tradicional y emergente de Colombia, Mockus simboliza la opinión conmovedoramente libre de un país que busca otro porvenir, y la entrada en la vida política de una nueva generación de colombianos.

Esos votos de Mockus, que posiblemente serán más de la mitad a la hora decisoria de las urnas, se abren camino en un país donde abundan toda clase de prácticas de presión y de manipulación de los electores; son la expresión admirable del voto a conciencia, del voto no manipulado. El avance del Partido Verde representa, como en muy pocos momentos de la historia política del país, la irrupción decisiva del voto de opinión frente a una deprimente tradición de voto manejado y cautivo.

Un triunfo de Mockus significará, entre otras cosas, la derrota del clientelismo, el comienzo de la pérdida del poder de los caciques electorales, el triunfo de la persuasión sobre la manipulación, de lo nuevo sobre lo viejo, de la libertad sobre la participación condicionada, y también un triunfo de las ideas sobre los subsidios, del entusiasmo sobre la costumbre, de la conciencia sobre la obediencia.

No nos garantiza la posibilidad de un gran gobierno, porque muchos grandes poderes se le oponen, pero su primer valor será devolverle a una sociedad paralizada la conciencia de sus propias posibilidades, una idea, hoy perdida, del poder de la ciudadanía.

Sé que a una parte del viejo electorado la mueve el sincero deseo de respaldar al gobierno actual y a su política, y creo que buena parte de los votos del candidato Santos son votos del presidente Uribe, cuyos índices de aprobación siguen siendo altos a pesar del desgaste de los dos períodos, y a pesar de la marea de escándalos en que termina involucrado su gobierno. Pero mucha gente que está satisfecha de haber sido gobernada por él, no quiere sin embargo que ese estilo de gobierno se prolongue.
Mucha gente agradecida por lo que el Gobierno ha hecho, tiene pocas esperanzas de que esos logros exclusivamente militares, que devoran el presupuesto de la nación, sean en verdad duraderos.

El candidato que gane va a encontrar un país mucho más difícil de gobernar. Han pasado muchas cosas en estos ocho años, hay poderes locales que la gente prefiere no nombrar y que han llegado a donde están por vías realmente sombrías. Ni Mockus ni Santos parecen la clase de personas que aprueban cualquier cosa, pero Mockus es menos capaz que otros de cohonestar por ambición con las malas prácticas en el manejo de los asuntos públicos.
Mockus no ha sido ministro de todos los sucesivos y contrarios presidentes de la República en las últimas décadas.

En la Colombia de hoy no basta votar, no basta ganar, no basta administrar. Cambiar la historia, hacer surgir la justicia sobre un horizonte de arbitrariedad, hacer surgir la confianza sobre un horizonte de miedo y de violencia, hacer surgir la inteligencia sobre un horizonte de intimidación y de corrupción, exige respaldo ciudadano, exige tener claros principios, exige firmeza, exige lucidez, exige decisiones ambiciosas e históricas.

• William Ospina

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