Lo interesante ahora, es que en el RADAR
Caribe hay más fortaleza, más consistencia y una meta por alcanzar: la CIUDAD
CARIBE.
Carlos Vives fue uno de los personajes. Y
fueron muchos los que destacaron su compromiso caribe. Fue uno de los alumnos
fieles. Escucho a los ponentes. Se emocionó con sus comentarios y sus
intervenciones. Y también habló en el Centro de Convenciones…
RADAR,luisemilioradaconrado
@radareconomico1
CIUDAD CARIBE, Carlos Vives,
en Cartagena
El artista samario conmovió a la audiencia
de Ciudad Caribe en Cartagena a través de un texto poético que leyó en el
Centro de Convenciones de Getsemaní.
Acabo de regresar de un viaje por un lugar
increíble. Me ha tomado 25 años llegar hasta aquí y, aunque estoy cansado,
quiero que se pongan cómodos porque les voy a contar lo que vi.
En un lugar llamado Saturnia, habita una
gente que se nombra matunas. Son dorados porque se visten en filigrana de oro
de pies a cabeza. Hacen el amor a plena luz del día pues piensan que si lo
hacen de noche los niños podrían nacer ciegos. Yo vi el pacto que Bastidas hizo
con ellos, con el cacique de Taganga y de Bonda para la fundación de una ciudad
que se llamó Santa Marta. Vi la ternura con que el notario de Triana abrazaba a
los tayronas y la felicidad casi infantil del viejo cuando recorría sus
impresionantes terrazas de pancoger. Yo vi la noche que lo mataron; fue
Villafuerte, su hombre de confianza. Vi cómo lo lloraron las mujeres y los
caciques, vi la cólera de Palomino, su teniente capitán, y vi más de 100 años
de guerra.
Yo conocí a la India Catalina, que era de
Zamba, y vi cuando Pedro de Heredia la reclutó en Gaira, donde ella vivía, y la
llevó a la conquista de Calamarí. Vi en Barú a los caribes adornar sus casas
con las cabezas de sus enemigos, y cómo las embarcaciones españolas tomaban el
agua dulce en el golfo de Urabá porque el río Atrato era tan caudaloso que
desplazaba el agua salada.
Yo vi a 100 indios lanzarse al mar, a cazar
perlas bajo las órdenes de un tirano que se hacía llamar López Sierra, que
prefería negociar con los piratas de Isla Tortuga antes que entregar el tesoro
a sus amos (cuando los españoles venían a cobrar ya López Sierra estaba
borracho y armado…). Vi a Morgan desesperado, escondiendo tesoros en San
Andrés, sin ni siquiera sospechar que el verdadero tesoro de la isla iba a ser
el calypso. Y vi a Francisco de Paula Santander izar la bandera colombiana por
primera vez en el archipiélago, y la vi reflejada en un mar de siete colores.
Sentado en el embarcadero de Mompox, vi
pasar el fantasma del Libertador diecinueve veces, pregonando la libertad de
los esclavos pero también lo vi dando la orden de fusilar a Padilla. En ese
mismo lugar, comiéndome un raspao, vi el entierro de un niño que había sido
mordido por un caimán. Vi a los primeros comerciantes que, en rebeldía contra
las imposiciones comerciales de Cartagena, fundaron las primeras barrancas en
el río.
Yo vi en el puerto de Cartagena a un rey
africano que, herido en su orgullo, no entendía por qué estos hombres blancos
no le mostraban el debido respeto. Y vi a las esclavas negras que guardaban en
la humedad de sus vaginas las semillas sagradas del baobab. En esta misma
Cartagena, vi al rey de España y a su acompañante, disfrazados de mujeres,
observando las murallas recién terminadas en una calle que hoy se conoce como
la Calle de las Damas; y vi al diablo torcer la torre de una iglesia ante la
mirada perpleja de su arquitecto.
Yo vi a Amira de la Rosa en su casa escribir
poemas enamorados y vi a Herbert Boy y a Cortissoz levantar el vuelo; y vi cómo
el alemán en su Junker hizo correr a las tropas peruanas. Yo vi a unos nazis
bajar de un submarino en una playa en La Guajira y los vi conversar en una
ranchería con una familia wayuu, buscando provisiones. Yo vi a un judío y a un
árabe llorar de alegría en Puerto Colombia. Yo vi un B29 de la Segunda Guerra
Mundial abandonado en la bahía de Santa Marta, durante la época de la marimba.
Yo vi a Candelario Obeso llorar, despreciado
por su color, por la misma gente que amaba su poesía. Yo vi a Uribe Uribe
firmar la paz en Neerlandia y tomarse un jugo de corozo para el calor. Vi en
Cartagena, días después de terminado el sitio, el reinado que hicieron las
niñas de la ciudad para celebrar la libertad. Yo vi el primer balón de fútbol
que llegó a Colombia y el primer partido que se jugó en Santa Marta, entre
tiburoneros y tortugueros, y la felicidad que, tiempo después, produciría el
partido entre dos equipos de la región, uno de franelilla roja y azul y el otro
de roja y blanca.
Yo vi a Joaquín de Mier salvar la vida de
veinte italianos que naufragaron frente a las costas de Papare. Y vi al árabe
que se inventó la carimañola tratando de hacer un quibbe. Yo vi a Humboldt
matar caimanes a escopetazo limpio porque el olor a almizcle no lo dejaba
dormir. Y vi en un entierro tayrona adornos increíbles hechos con piedras de
Marruecos.
Yo vi los primeros barcos que llegaron al
río y las bandas de jazz barranquilleras, y cuando los cumbieros llegaron y
nació el porro, que se fue a las ciénagas de Lorica porque el tabaco trajo
dinero para los instrumentos de viento. Yo canté con un gaitero de El Carmen
que se convirtió en Lucho Bermúdez inspirado por Benny Goodman. Yo vi al hijo
del telegrafista escribir el vallenato más largo y lo vi ir y venir comiendo
mangos por una finca llamada Macondo.
En Montería, yo vi a un hombre cantarle al
ganado y con esas melodías hacer canciones famosas. Yo vi a Escalona enterrar
un tesoro en las estribaciones de la Sierra y a un cantante ciego que nunca
estaba triste. Yo vi en Valledupar al dentista alemán que era un espía nazi y
que se pegó un tiro cuando supo que Hitler había perdido la guerra. Y vi en
Fundación un alcalde que no hablaba español. Yo vi en Valledupar los animes que
le ayudaron a un antepasado a construir su casa. Yo vi en Ciénaga al hombre que
negoció con el diablo el éxito de su finca por la vida de un trabajador todos
los años. Y vi a Buitrago y a Bovea revolucionar el vallenato por primera vez.
Yo vi en Sincelejo a Calixto ya enfermo
pero rodeado del amor de su familia, y canté con Rubén Darío Salcedo sus paseos
bolero, esos que no les gustan a los vallenatos ortodoxos. Yo vi los espíritus
de los niños que murieron de hambre en La Guajira y que nadie ha llorado. Yo
canté con los vivos y con los muertos de El Salado la música de Adolfo Pacheco
y de Andrés Landeros. Y vi comiendo con la mano a Alejo Durán en la casa de mi
tío Rodrigo. Vi que nosotros lo teníamos todo y que él no tenía nada. Pero él
era Alejo.
Yo nací en ese lugar increíble, aquí en el
Caribe colombiano. Y también pensé que no éramos importantes y que aquí no
había pasado nada. Los invito a que superemos nuestras diferencias, a que nos
reconozcamos todos como caribes, a que dejemos atrás quinientos años de
exclusión y de guerras. A que nos queramos y ayudemos como hermanos. A que
salgamos todos a la puerta de esta Casa Grande y recibamos con un fuerte abrazo
a los desterrados del paraíso.
Cartagena de Indias, 27 de mayo
de 2016
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