lunes, 2 de noviembre de 2015

Un engranaje perfecto Por: Thierry Ways



El sabor amargo de unas elecciones narradas por un columnista preocupado.

Thierry Ways, sigue indignado…

RADAR,luisemilioradaconrado
@radareconomico1
Un engranaje perfecto
Por: Thierry Ways

Escuché a una conocida analista política decir esta semana que no hay datos que demuestren que estas elecciones hayan sido más corruptas que otras. En parte, tiene razón: la corrupción, como la extorsión o el narcotráfico, no reporta anualmente sus cifras al Dane. Pero eso no impide que se saquen conclusiones. En casi todas las situaciones de la vida tenemos que razonar a partir de información imperfecta y, a falta de estadísticas, los testimonios presenciales y las observaciones indirectas sirven para hacernos una idea de las cosas.
Podemos mirar, por ejemplo, la escala de la invasión publicitaria que se tomó las ciudades y los pueblos. Casi no había plano o superficie que no estuviera adornado con un rostro, una cifra y un logotipo. Lo mismo en la radio y la TV: andanadas de publicidad política que debió costar ríos de dinero.
Un indicador anecdótico alarmante es la suma que se paga en la calle por voto comprado, que viene aumentando muy por encima de la tasa de inflación. En las elecciones legislativas de 2010 se hablaba de 20.000 pesos por voto. En las regionales de 2011 había subido a entre 30.000 y 40.000, cifra que se mantuvo en 2014. Esta vez, un voto en Barranquilla costaba alrededor de 100.000 pesos, aunque también se pagaban sumas mayores por votos múltiples, para varias ‘dignidades’, empaquetados en ‘combos’.
 
Ese dinero lo entregan los ‘mochileros’, como le llaman en la Costa a los coordinadores de barrio que, lejos de cualquier filiación partidista, ponen al servicio del mejor postor sus regimientos de electores a sueldo. Imitando tácticas del mundo corporativo, los partidos hoy tercerizan la compra de votos, subcontratándola a especialistas experimentados en el oficio, que se encargan de preparar los múltiples ingredientes —censo, transporte, refrigerios, animación, etc.— de la parranda democrática.
La corrupción, en otras palabras, se profesionalizó.
Como cada peso gastado tiene que ser recuperado y, además, dejar alguna utilidad —de lo contrario no es negocio—, por simple lógica financiera podemos anticipar para los próximos años una rapiña histórica, un saqueo proporcional a las millonarias inversiones realizadas para llegar al poder.
A eso, sumémosle los infaltables toques de republicanismo bananero que se dieron en esta ocasión: el candidato que hizo campaña —y ganó— desde la cárcel, las medidas contra el trasteo de votos que terminaron anulando miles de inscripciones de cédulas por error, los avales repartidos sin coherencia ideológica alguna, los tarjetones marcados de antemano. Y un episodio horrendo: los 11 soldados y el policía masacrados por 300 milicianos del ELN mientras cuidaban las elecciones en un resguardo indígena.
 
Este desmadre moral debe ser tabulado como uno de los costos de la paz con las Farc. Un lustro de mermelada, con la que el Gobierno buscó obtener el apoyo irrestricto al proceso de paz que un país dubitativo se rehusaba a darle, barrió con el poquísimo decoro que le quedaba al sistema político colombiano. El clientelismo tradicional mutó y ahora es un engranaje perfecto de votos que eligen a quienes otorgan contratos y contratos cuyas ganancias compran los votos de quienes eligen. No sé si fueron las elecciones más corruptas de la historia, pero sí las más desesperanzadoras.
@tways / ca@thierryw.net

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