sábado, 14 de noviembre de 2015

Las cosas por su nombre Por: Fernando Arteta



Del posconflicto y de las cosas dichas por su nombre, unos comentarios de Fernando Arteta…

RADAR,luisemilioradaconrado
@radareconomico1
 
Las cosas por su nombre
Por: Fernando Arteta
2015-11-14
 
Qué buena costumbre es llamar a las cosas por su nombre. Por eso celebro el nacimiento o redescubrimiento de términos que indican situaciones y describen adecuadamente lo que quieren decir. Oímos hablar de la justicia transicional o del desescalamiento y entendemos que la una es la justicia que se aplicará durante y para la transición que abocará el país durante las negociaciones en busca del cese de hostilidades. La otra debe ser algo así como lo que va pasando cuando bajamos por una escalera luego de estar en una gran altura –se desescala en la medida que perdemos altura – y perder altura es en este caso bajarle la intensidad al enfrentamiento. Podría haber sido bajamiento, descendimiento, aplacamiento o hasta aculillamiento, pero no, escogieron un adecuado gerundio al que ya nos acostumbramos.

Algo parecido sucede con “postconflicto”, término acuñado para referirse a todo lo que suceda después del conflicto. No tengo claro si es pos o post pero no hay duda alguna en que ambos prefijos indican posterioridad. El término es claro y no requiere explicaciones, así como posguerra es después de la guerra, en este caso no podría haberse utilizado este término como sinónimo del postconflicto. Allí empiezan a presentarse grandes diferencias en ambos términos y las consecuencias que conllevan cada uno de ellos. Guerras entre naciones o guerras internas implican enfrentamientos generalizados entre las partes en donde además de matarse, se destruyen ciudades y su infraestructura con el afán de ganar como sea y mientras no haya victoria, el desastre de parte y parte continúa de la forma más cruda posible.
 
En Colombia, a pesar de la existencia de grupos guerrilleros, subversivos, terroristas o lo que sea, nunca ha habido realmente una guerra. Secuestros, chantajes, boleteos, actos terroristas, sí, pero batallas como tácticas de guerra, no las conocimos. Las guerrillas, como su nombre lo indica, son diminutivos de guerra, acosan y molestan al enemigo y nunca lo enfrentan en serio porque pierden y lo saben. De hecho quizá la única acción de guerra que pudiese considerarse fue la toma del Palacio de Justicia donde los guerrilleros fueron aplastados en 28 horas por el ejército regular.
Varios errores, ha cometido el Estado durante los 50 y más años de existencia de los grupos armados insurgentes. Pusilánime y permisivo en muchos casos, humanitario y liberal en otros, pero lo más delicado fue haber permitido que el conflicto se hubiera convertido en una seudo guerra que les dio ese estatus a los insurrectos y que les permite estar donde están. Si fuera una guerra, pues, los perdedores firmarían con sangre la derrota y sufrirían todas las consecuencias.
 
Pero como ya estamos en lo que estamos y vamos para donde vamos, no sigamos embarrándola con la apoteosis del después, aquí no hay ciudades arrasadas, refinerías quemadas ni puentes destrozados. Hubo ataques a pequeños centros urbanos, oleoductos reventados e inmediatamente reparados y uno que otro puentecillo dinamitado y, eso sí, muchos secuestrados y numerosos asesinados que no pueden restituirse. Entonces debemos tener claro que el postconflicto se limita, por los acuerdos a los que llegaremos, a poner a vivir a los desmovilizados, en pagarles mesada y construirles centros rurales de vivienda donde medio paguen las atrocidades cometidas. Nada más.

Ojalá el nuevo min-postconflicto, de manera ordenada, juiciosa y seria, tal como es él, desescale al post y culmine la transición efectivamente sin necesidad de obras faraónicas, ni actuaciones excesivas, no es necesario y Pardo más que nadie lo sabe.

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