Me gustó esta columna de Lola.
Especialmente porque ella no regala
elogios…
Para mí Antonio Celia ha sido uno de
los seres humanos más comprometidos con nuestra sociedad barranquillera y ella
destaca algo que no tiene precio: el valor de la educación.
Él eso lo tiene
claro. Si le damos educación al pueblo, lo demás llegará por añadidura.
Y Lola
lo resalta en su columna.
RADAR,luisemilioradaconrado
Antonio,
el educador
Un tema siempre ha sido recurrente en cualquier
conversación con Antonio Celia Martínez Aparicio: la educación, en sus mil
distintas formas, caminos y métodos, y sobre todo: cómo hacer que más personas
tengan acceso al conocimiento.
Hace muchos años me parecía obsesivo y falto de
tema, él era un ejecutivo joven y yo creía que me las sabía todas. Hoy, cuando
los años han emparejado nuestras perspectivas y nos asomamos al país desde el
mismo mirador, el Caribe, reconozco que siempre fue un paso más adelante que
sus colegas, competidores y amigos.
Por ejemplo, la responsabilidad social empresarial
que hoy se menciona en toda información sobre desarrollo, globalización y
crecimiento económico es una práctica que Antonio realiza desde siempre. Y no
es socialista ni de tendencia izquierdista.
Es un demócrata a la vieja usanza que tanto
añoramos y solo vemos en personajes como Nicanor Restrepo, tan admirado y
respetado en el país. Tienen en común la visión de Nación y Estado, les cabe en
la cabeza Colombia y desde la sociedad civil vienen apuntalando la justicia
social y acompañando las políticas estatales de educación a largo plazo, que
deben culminar el salto desde el analfabetismo a la modernidad.
Sin entrar a detallar la loable labor que desarrolla
la Fundación Promigás, orientada a dar acceso al conocimiento y la tecnología a
los jóvenes, esta entidad participa en los grandes proyectos de la cultura de
Barranquilla.
Y es así, porque Antonio es un apasionado
investigador y devorador de conocimientos, en permanente ebullición. Pero, el
plus es que es un hombre caribe integral, como lo es Gustavo Bell Lemus. Ese
par de auténticos barranquilleros le apuestan a lo mismo: educación. Y son los
únicos acertados entre los apostadores por el progreso, esos que buscan la
calentura en la sábana o venden el sofá cuando les ponen cuernos.
Puedo hacer un recuento, de memoria, de los
proyectos educativos y culturales que caminan gracias a su tenacidad y apoyo
filantrópico: el Museo de Arte Moderno, La Cueva, El Museo del Caribe,
Barranquijazz, Universidad del Norte. Luego siguen una serie de actividades
puntuales, como patrocinar un taller de cultura ciudadana para los policías de
Tránsito, personalizado, en grupo de 20 agentes, cuatro horas de ayuda al manejo
del estrés, repaso de normas sociales y búsqueda de la felicidad en sus
emociones y no en el consumo.
Creer en una propuesta ecléctica, novedosa y de
apariencia frágil solo lo hace un educador, una persona que sabe que crecer
como individuo implica aprendizaje y que una sociedad no mejora si sus
ciudadanos son ineducados e incultos.
Ese educador, también acierta cuando señala la
falta de educación como el origen de la violencia intrafamiliar y de todo tipo
de violencia contra las mujeres, los niños, las minorías. Además está
convencido de que las guerras son producto de la desigualdad y que la peor
inequidad es la negación del conocimiento.
Cuánto me alegra poder escribir con admiración,
respeto y amor por un barranquillero, Antonio Celia Martínez Aparicio (homenaje
Ceci), que es como la mayoría somos pero que, más testarudo y activo, está
realizando su ideal de la democracia plena: nada más la semana pasada le soltó
un salvavidas al Instituto Experimental, el mejor colegio de la Región, siempre
ahogado en penurias. Si hubiera muchos más como él, otra ciudad tendríamos.
Por Lola Salcedo C.
@losalcas
losalcas@hotmail.com
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