martes, 25 de septiembre de 2012

El país de la copia, de Heriberto Fiorillo

El país de la copia

Por: HERIBERTO FIORILLO | En El Tiempo

 
Heriberto Fiorillo
El que plagia no solo sabe que perjudica a otro hacedor. También pretende engañar dos veces al público.
 
En Colombia, un blog demuestra una y otra vez que las portadas de algunas revistas nacionales son copia de varias extranjeras. Una docena de fotógrafos locales se apropian del concepto, del estilo, de los temas y los encuadres de colegas europeos y norteamericanos. Un músico demanda a otro porque su canción se parece demasiado a la suya. La marca de Cartagena es igualita a la de Hong Kong. Aquella campaña de turismo local calca otra desplegada en Puerto Rico.
En un extremo habitan las coincidencias y las casualidades. En el otro, el cinismo y el plagio. No es lo mismo inspirarse en la obra de otro para producir una distinta, que copiar aquella en lo esencial y presentarla como propia, negándole los créditos a la original. No es lo mismo admirar e imitar a Faulkner o a Carver a los 17 años mientras se busca una voz y un estilo, que copiarlo de frente a los 40.
Ad portas de echar a andar una revista nacional y con la cabeza llena de ideas, el dueño del proyecto me aclara que todo está inventado, me muestra dos revistas norteamericanas y una europea, me llama a dos traductores y me entrega una tijera.
Yo era un muchacho apenas de veintitantos años y opté por salir de allí y mantenerme en la aventura del periodismo, pero los años me fueron enseñando con tristeza que, con admirables excepciones, nuestro país era un lugar común lleno de lugares comunes, pendiente de un primer mundo, al que copia de manera permanente, en un alborotado complejo de inferioridad.


Con un problema tan grave de identidad, solo es bueno lo que viene de afuera, lo aprobado en el primer mundo. Quizás por eso gran parte de nuestros compatriotas se sienten ciudadanos de segunda y, con algunos engaños y esfuerzos, creen acceder a primera. De ahí su cultura de la copia.

Saber imitar es un valor reconocido y aplaudido en todo el territorio nacional. La televisión colombiana -sus programas de concurso, de noticias y de opinión- se ha inspirado, más allá de su tecnología, en modelos y formatos extranjeros. Unos han llegado a la ridiculez de copiar no solo la estructura del programa, sino su escenografía, la camisa y ¡la corbata del imitado presentador!
¿Recuerdan aquella pequeña revista nacional de farándula que buscaba y premiaba al doble de Charles Bronson, Bruce Lee y otros artistas de Hollywood? Hoy, el popular programa Yo me llamo consolida la importancia, el valor que se otorga en nuestra sociedad a quien imita bien.

En la vida del arte hay inspiraciones, versiones, subversiones e imitaciones burdas, copias descaradas y ruines. Para copiar con la intención de robar hay que asumirse villano o tal vez inferior, incapaz de producir una obra de calidad, creativo a medias. Lo dijo, casi con ingenuidad, una directora: "Nos inspiramos en ideas lindas que luego realizamos con nuestros modelos, nuestras luces, nuestras cámaras". El resultado, empero, no añadía en su caso creatividad alguna. Eran copias vulgares, "idénticas".

Frente a un conocedor, los textos, las fotos, las pinturas, las campañas y los videos expresan con claridad la intención de dolo, la falta ética. El que plagia no solo sabe que perjudica a otro hacedor. También pretende engañar dos veces al público, que desconoce, cree él, la obra original y puede, por lo tanto, asumirla como suya.

La aparición y la cobertura de Internet, con los infinitos recursos de Google, han informado y entregado conocimiento sin precedentes a los colombianos y el resto del mundo. Las obras originales están a los ojos de todos. Solo hay que ver y comparar. Se nos sigue engañando a algunos, por supuesto, pero ya no se nos engaña a todos tan fácil.

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