sábado, 1 de mayo de 2010

Los candidatos analizados por Julio César Londoño



Julio César Londoño

Julio César Londoño, es cuentista y ensayista. Escribe en El Espectador y tiene su concepto sobre el debate presidencial, sobre los candidatos y el presidente Álvaro Uribe.
Es un colombiano que está observando lo que está ocurriendo en el país.
Vamos a leerlo.
LuisEmilio RadaC
Pd:

El ‘western’ y la polis
Por: Julio César Londoño
ME GUSTA ESTA CONTIENDA PRESIdencial.
www.lcibogota.edu.co

Me gusta el peso de los candidatos, que las ideas cuenten, que los simpatizantes suden la gota e inventen estrategias, que las redes sociales de internet hiervan, que los jóvenes por fin se despabilen, que no tengamos que escoger entre dos sujetos anodinos (v. gr. Serpa vs. Pastrana); me gusta que elijamos a B no sólo porque odiamos a A, o porque alguna lumbrera dijo: Si no es Barco, ¿quién, ve?

Y sobre todo, me encanta que esta vez no les están disparando a los candidatos en las plazas ni en los aviones, como en el lejano western de Barco. ¡Caramba!
Me gustan todos, me seducen la experiencia de Santos, el carisma de Noemí, el carácter de Pardo, el valor de Petro, la aplicación de Germán Vargas y la probidad, la trayectoria y el equipo Mockus.


Gustavo Petro

Bueno, en realidad no me gustan todos, sino que me tranquiliza pensar que ninguno podrá hacerlo peor que Uribe. Lo bueno de tocar el fondo es que uno sabe que de ahí no pasa.
Me tranquiliza pensar que el próximo presidente de Colombia no será invulnerable ni todopoderoso ni ejercerá sobre la gente ese poder hipnótico que irradia Uribe sobre las almas pías.

El próximo presidente será un ser humano, alguien que lea periódicos y vaya a cine y salga a comer con su mujer y pasee con sus hijos, alguien de este mundo, no un marciano omnipotente.
Será Jekill o Hyde, pero no ambos; no podrá limpiarse el asterisco con la Constitución, ni afectar el equilibrio de los poderes, ni usar lenguaje de camaján en los foros internacionales; no heredará el teflón, ni polarizará al país en bandos irreconciliables, y tendrá amigos en el vecindario, como cualquier persona honrada.
Estoy seguro de que los hijos del próximo presidente no serán tan listos como los muchachos de Uribe. Y si lo fueran, su padre no será tan orondo. Y si lo fuera, hasta las almas pías se lo reprocharán.
Cualquiera de los seis candidatos, estoy seguro, honrará mejor la majestad presidencial que Uribe, esa mezcla de santo en trance y pistolero hiperactivo. Cualquiera puede hacerlo mejor y emprender la urgentísima tarea de la reconstrucción nacional.
Santos es un estadista al lado de ese microgerente.
Noemí es un genio de la diplomacia al lado de estos camorreros del micrófono.
Petro es un ejemplo de valor frente a la cobardía del Estado policiaco que estamos padeciendo.
La política social de Pardo no oscilaría entre la indiferencia y las limosnas asistencialistas.
El programa y las actitudes de Germán Vargas tienen una coherencia monolítica si los comparamos con los bandazos de esta administración.


Mockus, finalmente, es luz al final del túnel de ocho años de tenebrosa oscuridad.
Mockus hace énfasis en el concepto de legalidad porque lo alarma ver la enorme aceptación social del “atajo”. El torcido es un vicio viejo, dirán los laxos, pero es evidente que en los últimos años esta práctica se volvió casi un derecho constitucional gracias al “pragmatismo” de ciertos sujetos que prefirieron, “en aras de los intereses superiores de la nación”, torcer la Constitución antes que enderezar el torcido. Es por esto que el profesor Mockus no se cansa de recordarnos que la educación no sólo es útil en las aulas y para los jóvenes, sino que se trata de un elemento formativo crucial en todas las etapas de la vida y válida para todos los escenarios: para el despacho y el bar; para la calle, la casa y la alcoba; para el viejo y el niño; un proceso vital para la formación de ciudadanos y el desarrollo armónico de la sociedad.

Mockus es un locazo bello, agudo y sensible, un hombre que ha enseñado con el ejemplo, que no separa filosofía y política, que se siente habitante de la “polis” y circunscrito por la “ética” —conceptos familiares a los profesores, claro, pero exóticos para los pistoleros y los “pragmáticos”—.
Julio César Londoño

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