Antonio Caballero manda a callar al que él considere.
Ese es el poder de personajes como él, que además de haber obtenido respeto entre los medios de comunicación, entre la sociedad colombiana e internacional, suelta verdades que muchos ciudadanos leen con gusto.
¿Tiene siempre la razón?
Hhhuuuummmm... seguro que no.
Pero en la mayoría de los casos, sus escritos revelan verdades...y que nos sirven para cotejar datos históricos.
Me gusta leerlo...
RADAR,luisemilioradaconrado
Que se callen
Por Antonio
Caballero
Por qué estamos condenados a tener siempre a nuestros expresidentes, aún después de muertos, respirándonos en la nuca
OPINIÓN¿Por qué no se callan? ¿Por qué estamos condenados a tener siempre a nuestros expresidentes, aún después de muertos, respirándonos en la nuca?

Autor: León Darío Peláez / Semana
Hace dos años, el expresidente Andrés Pastrana...
Un momento de reflexión: ¿a alguien le importa un bledo lo que hiciera o
dijera o pensara hace dos años el expresidente Andrés Pastrana, o lo que piense
o diga o haga ahora?
Y la
 respuesta, tristemente, es que sí. Por razones que saltan a la vista, 
Andrés Pastrana no debería haber sido presidente de Colombia nunca. Pero
 el caso es que lo fue: la historia de Colombia aguanta cualquier cosa. 
Por las mismas razones evidentes, lo que dice o lo que piensa o lo que 
opina no debería importarle un bledo a nadie. Pero el caso es que nos 
importa a todos, porque a todos nos afecta. Los esporádicos graznidos de
 Pastrana son como los demenciales trinos diarios del también 
expresidente Álvaro Uribe, que no está en sus cabales. 
En Colombia los expresidentes reinan 
después de morir. Y lo hacen, sobre todo, en momentos electorales como 
el que estamos viviendo. 
Y en Colombia, no sobra recordarlo, los 
momentos electorales suelen durar cuatro años cada vez.
Con lo cual vuelvo atrás.
Hace
 dos años, recién elegido el actual presidente Juan Manuel Santos, el 
expresidente Pastrana estaba encantado con su gobierno. Decía que veía 
en él “muchas caras conservadoras, frescas e incontaminadas”; y supongo 
que así llama él a las caras pastranistas. 
(Aunque, ¿hay caras 
pastranistas? Tiene que haberlas, ¿no? Al fin y al cabo hubo más de seis
 millones de personas que votaron por él para elegirlo presidente). 
También
 el ya muy difunto, pero todavía presidente reinante Alfonso López 
Pumarejo llamaba “alegres” a las caras liberales. Pero resulta que ahora
 Santos, enredado en el lío del fallo adverso para Colombia de la Corte 
de La Haya, quiso salirse por la tangente anunciando que publicaría las 
actas de la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores de los últimos 30 ó
 40 años, para que se viera que la culpa del desastre diplomático no era
 suya. 
Y entonces Pastrana, sin duda con razón, se sintió directamente 
aludido. Se delicó. Temió tal vez que las actas desvelaran que, mientras
 el gobierno de Nicaragua estaba cimentando pacientemente su alegato 
diplomático para quedarse con el mar de San Andrés, la política exterior
 del suyo consistía en llevar a la reina Noor de Jordania de visita al 
Caguán de la guerrilla. 
Pero alguien le debió 
soplar que su rabieta frívola sonaba demasiado a vanidad herida, vacua, 
como él. Y entonces decidió adobarla con reflexiones más serias: una 
crítica a la política de paz de Santos desde su propia sabiduría 
caguanesca que tanto había ilusionado a la bella reina de Jordania. 
Según Pastrana, esa política de paz de Santos no es más que grosero 
electoralismo en cabeza propia. “La gente se pregunta hasta dónde va a 
ceder el presidente Santos para hacer la paz, no tanto por ella sino por
 su reelección”.
Puede ser. 
Pero, ¿por qué no 
se callan? 
¿Por qué estamos condenados a tener siempre a nuestros 
expresidentes, aún después de muertos, respirándonos en la nuca? 
Desde 
ultratumba llegan todavía las admoniciones de López Michelsen, que 
cuenta con la ventaja de haber sido profesor de Derecho Constitucional 
en un país poblado por constitucionalistas aficionados. 
Desde ultratumba
 flota sobre todas las cosas el espíritu –¿Turbayesco? ¿Turbayoso?– de 
Julio César Turbay. 
Belisario Betancur es el único que guarda un 
discreto silencio, interrumpido de tiempo en tiempo por incómodos 
llamados a declarar ante funcionarios del poder judicial. 
Pero hay que 
ver a los que todavía están vivos: César Gaviria, que demasiado tarde 
descubre las virtudes de la legalización de las drogas. 
Ernesto Samper, a
 quien le pasa lo mismo con la diferencia de que él las había 
descubierto tempranamente: antes de ser presidente con ayuda de los 
narcos y de mantenerse en la Presidencia a fuerza de complacer en todo a
 los Estados Unidos en su prohibicionismo –“por convicción, no por 
coacción” decía el pobre–; y ahora viene a redescubrirlas con igual 
oportunismo cuando empiezan a estar de moda de nuevo en el poder. 
En
 cuanto a Uribe, de él ya he hablado lo bastante. Y ahora sale Pastrana 
otra vez. Es que no habrá nadie que les diga: ¿Por qué no se callan?
(Y a Santos también). 
 







 







