Preocupante el panorama que se vislumbra para la educación colombiana, y especialmente, para los jóvenes que dependerán de las universidades públicas.
Salomón Kalmanovitz nos muestra un futuro triste, en este escrito, que circula por El Espectador. La foto que coloco en este medio, lo demuestra...:
("en 2022 el aporte de la Nación sería de 0,28% del PIB y
de sólo 0,15% en el último año de la serie.*)
Kalmanovitz, nos alerta con esto: (En
2007, Brasil gastó 1,05% del PIB sólo en investigación y desarrollo. La
Universidad de São Paulo, pública por excelencia, es la 169 del mundo y
la mejor de América Latina. Ha logrado desarrollar tecnologías
apropiadas a la agricultura tropical y a su industria).
Comparemos lo que hace el gobierno brasilero y lo que hace el nuestro, a ver qué sale...
LuisEmilioRadaC
LuisEmilioRadaC
Pd: Otra vez la reforma a la educación
Otra vez la reforma a la educación
Por: Salomón Kalmanovitz
El Gobierno le quitó las aristas más mercantiles al proyecto de ley que reforma el sistema educativo superior, como la patente para las universidades con ánimo de lucro que debían complementar los cupos ofrecidos por la universidad pública.
Sin embargo, se insiste en tratar a la educación pública superior
como un bien inferior que debe recibir una proporción decreciente y
avara del presupuesto.
Se trata también de una política que
continúa con la de Uribe, que en 2002 encontró un presupuesto que
asignaba el 0,50% del PIB a las universidades y que en 2011 había
reducido esa participación al 0,38% del producto, pero exigiéndoles a
sus administraciones que ampliaran los cupos y los programas de
doctorado. Eso está bien: las universidades deben emplear los recursos
públicos de manera eficiente, exigirles a los profesores buena docencia e
investigación y contribuir a que aumente la cobertura al máximo. Pero
cuando los recursos no son proporcionales a las necesidades, lo que
sucede es una pérdida de calidad, algo que fue evidente con la expansión
del SENA, y que también está ocurriendo en las mejores universidades
públicas del país.
El Gobierno argumenta que ha aumentado el
presupuesto de las universidades en términos reales, lo cual es cierto.
Sin embargo, ha dejado de aprovechar el crecimiento económico más rápido
para darle un impulso tanto a la cobertura como a la calidad de la
educación en Colombia, indicadores que son deficientes frente a países
de mediano desarrollo y, más aún, si se pretende escapar de la
especialización en la exportación de recursos naturales que ha escogido
como modelo de desarrollo.
Las prioridades se revelan si se
compara la participación del gasto en seguridad y sueldos de retiro,
6,5% del PIB, 17 veces superior al gasto en universidades públicas,
proporción que seguirá aumentando de acuerdo con los propósitos de la
nueva ley. En la última propuesta se incluye un factor transitorio —el
3% del monto decreciente sobre el PIB—, lo cual no cambia mucho las
cosas: al final del mandato único de Santos la participación cae a 0,35%
del producto.
Hacia futuro, la reforma condena a la educación
superior a seguir reduciendo su presupuesto como proporción de la
riqueza nacional, mediante unas fórmulas absurdas que la reglan ¡hasta
el año 2042!
Así, en 2022 el aporte de la Nación sería de 0,28% del PIB y
de sólo 0,15% en el último año de la serie.*
Evidencia también el
talante autoritario de Santos, que se abroga la decisión de gasto contra
siete gobiernos del futuro, cuyos electorados puede que aspiren a que
se gaste más en un bien meritorio por excelencia, como la educación.
En
2007, Brasil gastó 1,05% del PIB sólo en investigación y desarrollo. La
Universidad de São Paulo, pública por excelencia, es la 169 del mundo y
la mejor de América Latina. Ha logrado desarrollar tecnologías
apropiadas a la agricultura tropical y a su industria.
EL TRISTE FUTURO
Pero la imagen
del futuro de la administración Santos es distinta: se trata de la
Universidad de Phoenix de Estados Unidos, que es muy lucrativa, cuenta
con medio millón de estudiantes y fabrica profesionales y técnicos
mediocres. Sus egresados han sido favorecidos con créditos del Gobierno
que no están en capacidad de pagar porque no consiguen empleo o ganan
muy poco.
* Jorge Armando Rodríguez, “Alternativas a la ley 30 y
al proyecto de Santos de financiación de la educación superior pública”,
CID, Universidad Nacional.
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