lunes, 14 de noviembre de 2011

La indignación estudiantil, por Javier Darío Restrepo

13 de Noviembre de 2011 

La indignación estudiantil




Por Javier Darío Restrepo

La imagen de las marchas estudiantiles del jueves pasado hacía pensar en las de los ‘indignados’ de África, de España, de Chile, de Estados Unidos; pero se destacaba un elemento de gran peso significativo: fueron indignados capaces de mostrar su protesta con flores, besos y abrazos, o con música, o con gestos histriónicos y con pancartas, pendones y mantas que comunicaban ideas y no simples lugares comunes.

Como alma de las marchas no estaban solo los reclamos contra la Ley 30; había la defensa de los derechos ciudadanos a la educación y la denuncia de las pretensiones empresariales del Gobierno; pero el asunto de fondo era del mayor calado.

Y así como los ‘indignados’ africanos no solo querían la caída de un presidente, sino un cambio de régimen y de estructura, nuestros ‘indignados’ tuvieron en mente el necesario cambio de una política.

En efecto, el examen de la Ley 30 dejó, entre otras conclusiones, la evidencia de que detrás de las bonitas palabras de ampliación de la cobertura de la educación y de la extensión democrática de la oferta educativa hay un hecho inquietante: la educación, convertida en mercancía, sujeta a la ley de la oferta y la demanda y atravesada por la lógica de los comerciantes.

Por eso la algazara festiva de las marchas apenas si logró darle una apariencia pacífica a una protesta de fondo contra una política y unos políticos que hacen girar la actividad nacional alrededor de lo económico. Las locomotoras del presidente Santos, como los huevos de su predecesor, son metáforas con el mismo propósito: hacer de Colombia una empresa próspera, con abundantes rendimientos, que se permite subordinar todos los objetivos al de la prosperidad económica nacional. Como si eso fuera todo.

Es el dinero como motor y obsesión nacional. Por eso la perversión de las recompensas millonarias, multiplicadas desde el gobierno pasado; por eso los multimillonarios beneficios tributarios para los inversionistas; por eso la degradación de las regiones con potencial minero, en donde el dinero a rodo corrompe autoridades, poblaciones enteras y el entorno ecológico; por eso el giro de las políticas agrarias en el gobierno Uribe, que privilegiaron la producción de biocombustibles por sobre la producción de alimentos; por eso proyectos como el del hotel en el Parque Tayrona; o el puerto de embarque de carbón que degradó las playas de Santa Marta, porque importó más la producción y exportación de carbón que la defensa y preservación del medio ambiente.

Presidentes que aparecen más gerentes de una multinacional que defensores del bien público son capaces de convertir una universidad en una empresa, y de fomentar la transformación de la actividad educativa en un negocio; que es el mismo toque transformador con que la Ley 100 hizo de los médicos unos negociantes de la salud.

Pero la vida de la sociedad no puede estar sometida en todo a la lógica de los comerciantes. Lo sabemos muy bien los periodistas, porque esa degradación llegó a los periódicos y noticieros y los convirtió en negocios y transmutó las noticias en mercancías. La Ministra de Educación, una exitosa ejecutiva de la Cámara de Comercio, no tiene la culpa de actuar frente a la educación como una comerciante. Fue la lógica que guió su actividad y la que más se ajusta a sus celebrados talentos.
Pero es evidente su incapacidad para pensar y actuar con esa distinta lógica de los educadores. Es, por tanto, una persona en el lugar equivocado, que contribuiría a resolver en parte el conflicto, dejando su lugar a alguien con alma y trayectoria de educador. Algo va de una empresa comercial a una escuela o universidad, que son tan parecidos a los templos en donde oficia el espíritu y no las registradoras.

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