09 de Noviembre de 2011
En el Bicentenario de la Independencia de Cartagena
“(…) declaramos solemnemente a la faz de todo el mundo que la Provincia de Cartagena de Indias es desde hoy de hecho y por derecho Estado libre, soberano e independiente; que se halla absuelta de toda sumisión, vasallaje, obediencia, y de todo otro vínculo de cualquier clase y naturaleza que fuese, que anteriormente la ligase con la corona y gobiernos de España, y que, como tal Estado libre y absolutamente independiente, puede hacer todo lo que hacen y pueden hacer las naciones libres e independientes.
“Y para mayor firmeza y validez de esta nuestra declaración empeñamos solemnemente nuestras vidas y haciendas, jurando derramar hasta la última gota de nuestra sangre antes que faltar a tan sagrado comprometimiento”.
Así dice el Acta de la Independencia de Cartagena firmada el 11 de noviembre de 1811 en el Salón Amarillo del Palacio de la Proclamación (hoy sede de la Gobernación de Bolívar), después que seguidores de los Gutiérrez de Piñeres, impulsados por Pedro Romero, conminaran a los miembros de la Junta Suprema de Gobierno a dar el paso fundamental.
Doscientos años después, que se cumplen mañana, y con solo una somera revisión a la historia de Cartagena, ¡qué tan cierta fue esa promesa de empeñar vidas y haciendas en cumplimiento del juramento!
Cartagena tiene bien ganado el título de Heroica por sus tribulaciones y sangre derramada, antes y después de la Independencia. Por lo que significó, por razones geográficas y políticas, en la historia de América. O, digámoslo sin ambages: por lo que significa y lo que es todavía. No ha resuelto sus problemas fundamentales, y su más reciente decisión política significa profundizar sus audacias en busca de destinos mejores, enviando el mensaje de todo o nada. Es lo que habitualmente hacen los pueblos decididos y frustrados.
Para conmemorar los hechos de 1811 se inició ayer la Semana Mayor del Bicentenario de la Independencia con un desfile multitudinario y alegre de estudiantes, donde la alcaldesa Judith Pinedo, dijo, bien inspirada, que si hace 200 años la lucha fue por la igualdad, hoy tiene que seguir siéndolo por la dignidad, de manera que los cartageneros vivan bien en todos los puntos de la ciudad.
Fue tan cruel lo vivido a partir de 1811 que Cartagena terminó literalmente decapitada. Su élite, que había sido cantera para que Simón Bolívar formara con ellos gobiernos nacionales, incluyendo eficaces administradores de la hacienda pública y hombres de tropa, perdió poder y prestancia con el correr del tiempo por la ferocidad de la reconquista española, sumado a la pérdida de los privilegios que antes tuvo como metrópoli colonial en América.
Se redujo a la mitad su población, la ciudad fue presa de la pobreza y las enfermedades, y al final los historiadores han demostrado que perdió todo el siglo XIX como fortaleza económica y política. En ello tuvo una gran contribución el centralismo que se apoderó de Colombia, justamente en competencia con Cartagena.
Es deber de los caribeños conocer su historia porque durante varios siglos fue el eje político, cultural y económico de la Región. Pero también por lo que esa ciudad significa hoy. En el siglo XX comenzó su recuperación, y se ha convertido en referente internacional de muchas cosas buenas: tiene tesoros arquitectónicos que la humanidad ordenó que se protejan, tiene mar y playas, teatros o escenarios de cultura, recintos para convenciones, bulle con frenesí la investigación social, y sus expresiones culturales y folclóricas han sido recuperadas con paciencia y sabiduría. La gente de Cartagena es, en su mayoría, maravillosa.
La ciudad conmemora el bicentenario de su independencia sin resolver totalmente la contaminación de sus aguas interiores, que generan secuelas graves por enfermedades en su población más pobre, y ha sido receptora de desplazados por la violencia o las inundaciones de las zonas rurales próximas, lo cual aumenta los niveles de pobreza y desigualdad, así como las demandas de un estado que ha sido secularmente ineficaz. A esto se agregan conflictos interraciales de vieja data, que la volvieron excluyente. De ahí que el desafío que sus más esclarecidos dirigentes sugieren apostarle a la inclusión social.
Tiene lógica, así vistas las cosas, el que su Alcaldesa proclame como objetivo la dignidad humana.
El Acta de Independencia de Cartagena de 1811, segunda provincia en América que declaró su autonomía absoluta frente a España, después de Caracas, contiene referencias necesarias de las vejaciones que sufrieron los cartageneros en casi 300 años de vida colonial, y quienes hoy residen en ella tienen igualmente motivos para quejarse u ofrecer vida y fortuna para cambiar el destino.
Mucho ha cambiado el mundo y las realidades concretas de los cartageneros en estos 478 años (fue fundada el 20 de enero de 1533 como “mero lugar de asentamiento”, y definitivamente, el 1º de junio de ese año) pero es ciudad que tiene gente buena y laboriosa que la defiende, la quiere y trabaja por ella.
Lo van a lograr. El ejemplo de sus mártires está allí vigente en el imaginario. De ahí los esfuerzos para vincular a los niños y los jóvenes en el destino de la ciudad. Que se sepa que en el Caribe les queremos. Por eso, ¡brindemos por Cartagena!
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