Plinio Parra se sobra con esta historia en medio de los CARNAVALES de Barranquilla.
Estoy casi seguro que a todos los caribeños les encantará este escrito, porque nos enseña a querer más a nuestra Región, a nuestros ancestros, a Colombia y a nuestra propia historia.
Ver la alegría de estos flausteros tan jóvenes...
Leer lo que narra Plinio, con tanta sabrosura, me acompañó en mi sábado de CARNAVAL, pendiente, obviamente, de la trasmisión de TELECARIBE.
Me puse a pensar que mi labor en estas fiestas era registrar la historia y lo he estado haciendo toda esta semana, porque eso quedará toda la vida, a través de internet.
El trabajo de Plinio Parra es valioso y los gaiteros, flauteros, hacedores del Carnaval se lo agradecerán siempre, como se lo agradezco yo en el RADAR, porque logró conmoverme y alegrarme las fiestas, que apenas arrancaron.
Nuevamente felicitaciones para él.
LuisEmilioRadaC
Pd: lo reeleré con una sonrisa en los labios...
REPORTAJE A LA FLAUTA DE MILLO
Por: Plinio Parra
El hombre que no se pudo arrancar la máscara
Las leyendas nos permiten recordar lo que hicimos en otras vidas.
Una tarde en el viejo puerto de El Banco, departamento del Magdalena, un grupo de abuelos ribereños explicó el origen del pito atravesao con una fábula que nadie en su sano juicio se ha atrevido a desmentir nunca.
“Cierta vez un indio agarró una caña, se la cruzó en la boca y se disfrazó de turpial. Lo hizo tantas veces, por tanto tiempo y con tanta sinceridad, que una noche de cumbias la máscara se le fundió en el rostro y el hombre se transformó en pájaro. Jamás recuperó su estado original. Así fue como nacieron los cañamilleros”.
Pedro Beltrán y Miguel Ángel Romero
Tiempo después, en julio de 1995, el maestro Pedro Ramayá Beltrán nos concedió una entrevista para televisión y, como es de suponer, le referimos el cuento viejo.
–¿Usted qué opina? –le preguntamos.
El ocurrente Ramayá, sabiendo que estaba frente a cámara, ejecutó un prefacio musical: empuñó la flauta de carrizo, se la llevó a los labios y comenzó a beberle los sonidos, o a llenarla de sí mismo. A besarla. Se conjugan muchos verbos cuando se toca una caña dulce.
Luego dijo:
–Ignoro si la historia del tipo que se volvió pájaro fue cierta o no, pero lo que sí le aseguro es que eso fue exactamente lo que a mí me sucedió. Yo toqué mi primera caña siendo niño, en el año 1937, y eso cambió mi vida para siempre. Nunca más pude desprenderme esta flauta de la boca. Eso es verídico. El hombre que toca una flauta de millo no vuelve a ser el mismo.
Aunque parece extrema la afirmación de Pedro Beltrán, se encuentra perfectamente corroborada. En las riberas del Bajo Magdalena abundan los hombres pájaros.
En El Banco, plaza de cumbia desde tiempo remoto, todavía está fresco el recuerdo del negro Mane Arrieta, “el rey del corozo”. Un juglar que tenía el hábito de ensopar la flauta en ron blanco antes de ponerla a trinar.
En Talaigua Viejo (Bolívar), sostienen que Aurelio Yeyo Fernández, fiel exponente del estilo malibú, hacía que los cumbiamberos “sudaran lágrimas”.
En la aldea de Barroblanco (Magdalena) vivió el sapientísimo Gregorio Goyo Polo. “El más grande artífice de la flauta que la tierra haya conocido jamás”, según el criterio autorizado de su alumno Pedro Beltrán.
Por su parte, Baranoa, en el departamento del Atlántico, aportó a esta historia dos canarios de canto fino: Serafín Acosta y su sobrino, Baldomino Acosta.
Y Soledad, la indiscutida capital de la cumbia, le regaló al mundo los ingenios de Antonio Lucía Pacheco, Alejandro Barceló, Alberto Montero y Diofante Jiménez Robles, el autor de La puya loca.
Vale decir que en Soledad (Atlántico) fue que la flauta de millo concibió y parió hace 140 años (16 de abril de 1877) a la más célebre de todas sus criaturas: la Cumbia Soledeña. Una de las instituciones raizales más insignes de Latinoamérica. «Escriba también que desde Soledad fue que la música de millo emprendió sus más largas migraciones –subraya el maestro Efraín Mejía Donado–. En el continente americano correteó por Perú, Ecuador, Venezuela, Panamá, Costa Rica, Guatemala, Méjico y Estados Unidos. Y en Europa anduvo por España, Francia, Inglaterra y Alemania».
La flaca, la morena clara y la prieta
La flauta de millo es la invención más simple, más castiza y más original que Precolombia le heredó al mundo a través del Caribe. «¡Mire su humildad! –señala Carlos Insignares Heredia, profesor de música folclórica–. Este instrumento no ha tenido modificación alguna en los últimos 500 años».
–Modesta, pero muy competente –destaca el cañamillero Víctor Pupo Quintero–. Esta es la única flauta del mundo que suena hacia adentro y hacia afuera.
Efectivamente, en comparación con la gaita zenú de los departamentos de Sucre y Córdoba, que es mucho más elaborada, la flauta de millo es el paradigma de la sencillez.
–Examínala –me dice Jorge Jimeno Ortega, flautero de la nueva generación–. No tiene ningún aditamento. Es un cilindro vegetal de 20 centímetros de longitud por 3 centímetros de espesor. Consta de cuatro orificios laterales y tiene ambos extremos abiertos. Por eso es que yo sostengo que tiene seis huecos.
–El alma de nuestra flauta es la lengüeta: su órgano sonoro –declara Víctor Pupo–. Ese es su punto esencial.
«Apenas la lengüeta se troncha, se levanta o se astilla, ¡adiós luz!, ellas dejan de existir, precisa Edinson Rodríguez, intérprete del barrio Montecristo. Un pelito que le arranques en un momento de necedad basta para matarle la voz. Da pesar despedirlas, ¡uf! Quien ve a este fotuto inocente no se imagina la fuerza con que nos levanta del suelo en momentos de derrota. Hay que ser cañamillero para sentir eso».
La antropología sugiere que, antes de dar con la flauta ideal, los músicos precolombinos realizaron muchos ensayos. Se sabe que elaboraron flautas de maíz, de guadua, de papayo y hasta de canilla humana. Esa exploración los condujo a la flauta de millo. Un término genérico que agrupa tres materiales: el carrizo, el corozo y el millo, propiamente dicho.
–Empecemos por “la más flaca de todas”, que es el tallo de millo –nos ilustra Edinson Rodríguez–. Esta flauta es un vasito de cristal de voz dulce, uf, trina lindo, pero es muy delicada. A veces da la impresión de que se te va a morir entre los dedos, y no alcanzará para la siguiente canción.
“Para mí la flauta de millo (la genuina) es la madre original de nuestra música –asegura el maestro Ramayá–. Y como toda madre es la más sentimental de todas. Esa sujeta todo se lo lleva al corazón, y por eso dura menos. Es muy frágil. Si se te cae, punto final: se quebró. Si se te moja, se desafinó. Y si la dejas al sol, se chupó. De modo que no es apta para la faena folclórica. Pero yo insisto: es nuestra Mae (matrona) cultural, y la prueba de ello es que todas las cañas traversas de esta región tomaron su nombre: caña de millo”.
Por su parte, la flauta de carrizo es la hija típica del agua. Sólo nace y crece cerca del río y del manantial. El hombre precolombino del Bajo Magdalena veneró a la caña de carrizo (Phragmites Australis) como la «planta de la paz», en franca oposición a la caña flecha (Gynerium sagittatum), que fue la «planta de la guerra».
“La constitución vegetal del carrizo posee una alta sonoridad. Y aunque su timbre jamás igualará la dulzura del millo, es más aguantalona y soporta mejor el meque (trajín) de los flauteros –nos explica Víctor Pupo–. Cavila tú. Mientras el millo a duras penas pronuncia cincuenta cumbias, el carrizo pregona quinientas sin esfuerzo. Yo he tenido carrizos de batalla que me han durado más de un año. Por eso es la caña favorita de los flauteros”.
Pedro Beltrán comparte ese parecer. La tarde que lo visitamos en Malambo, Atlántico, en busca de ratificación, el maestro hurgó su mochila y sustrajo una flauta de carrizo que fue morena clara alguna vez y hoy es un cilindro mate, a causa de la resina.
Ramayá pitó la caña para enseñarnos su voz.
–Por amor a esta clienta (que entre más vieja es, besa mejor) yo me hice un experto curador de rajas, a punta de gota mágica –dijo.
En tercer lugar se halla el pito atravesao de corozo, o caña de lata. “Eso es acero vegetal, compañero, y de acero es su grito”, recalca Carlos Insignares, aludiendo la proyección sonora de este material.
Ramayá en los 80
El promotor Lehelvill Escorcia no admite discusión: «Vea, compa, el perrenque de esa flauta, cuya voz inunda plazas en fiestas patronales, no tiene comparación. Hay que ver el parlamento que suelta esa prieta cuando el flautero le oprime el alma como Dios manda. Gracias a la caña de lata fue que el difunto Mane Arrieta pisó la historia como el monarca del corozo».
–Lo que marca la diferencia entre las flautas de millo, de carrizo y de corozo es la tímbrica particular de cada cual –concluye el flautero Nayib Feres–. Cada madera posee su voz personal. Conviven en la misma mochila, pero saben diferente.
El beso más apasionado del mundo
La flauta de millo es el núcleo de un microcosmos endémico, altamente aluvial, que tiene su nicho en las riberas del Bajo Magdalena. Eso lo confirma el argot que identifica a su contexto folclórico. A manera de ilustración, observemos algunas de las palabras originales y conceptos novedosos que manejan sus cultores.
–¿Cuesta mucho trabajo domar una flauta de millo? –indagamos.
–El idioma de los pájaros exige mucha paciencia –responde Nayib Feres–. Aquí no es el beso lo que conduce a un largo matrimonio. Es al revés. Se necesitan muchos años de amor constante para darle un beso perfecto a la flauta, que es una caricia con banda sonora incorporada: llámese cumbia, corrido, puya o jalado.
Desde el ángulo de la flauta, cada canción es un ejercicio íntimo que sucede entre la boca del intérprete y su lengüeta. Un acto fecundo que la empreña, la hace parir, amamantar y morir en el breve lapso de tres minutos.
–Para mí la flauta es femenina –sostiene Edinson Rodríguez–, y como tal hay que tratarla: con ternura. Uno la ensaliva. La chupa. La muerde. La lame. La sopla. Y hasta la bebe.
Sin embargo, su colega Víctor “El mello” Pupo opina todo lo contrario: «Vea, cuadro, para mí la flauta de millo es un instrumento macho. Mire mis labios. (Muestra la parte interna de su paladar). ¡Puro callo! La flauta nos parte la boca, por dentro y por fuera. La flauta te pellizca el labio y eso es doloroso. Esto de tierno no tiene nada. Le voy a pintar una escena brava: es plena madrugada de un lunes de carnaval. Usted tiene la boca reventada, la encía inflamada y los labios sangrantes. Y llega alguien y le dice: “Tócame La cumbia soledeña”. Eso es un martirio, ¿oyó? ¡Uno ve candela!».
El argumento melódico de la flauta de millo consta de tres posibilidades sonoras.
El primer sonido se logra soplando una corriente de aire hacia fuera, expirando, tal como sucede con el clarinete, la gaita zenú y la quena andina –explica Nayib Feres–. En este sentido, la caña de millo suministra los mismos sonidos medios en tono natural que ofrecen todas las flautas del mundo.
El segundo sonido se obtiene a la inversa, inspirando, “jalando” el aire hacia adentro. «Esto es lo que hace del millo un fruto único en su género –asevera el profesor Carlos Insignares–, porque las notas agudas “chupadas” se combinan con los tonos medios expirados. La inhalada es lo que te friega la boca».
Y en tercer lugar tenemos el garganteo –expresa con orgullo Jorge Jimeno Ortega–. Nosotros soplamos hacia afuera, cambiando la embocadura, “echas la lengua un poquito hacia atrás, bajándola, como si te propusieras imitar a un pato”. Ese es el garganteo. Un sonido intermedio que nos permite empalmar los tonos medios con los bajos, desde el sol sostenido hasta el sí. Básicamente, el garganteo y la inhalada producen los mismos sonidos, pero expuestos a octavas diferentes.
La reina del Carnaval
–¡Ojo! –me advierte “El mello” Pupo–. Una cosa son los sonidos de la flauta, y otra cosa son sus efectos sonoros. Nosotros tenemos el «golpe erre o ronquido», que es un ataque agresivo que se le asesta a ciertas melodías. Estas descargas reviven muertos. También tenemos al “güiteo”, que es un pito agudo que se tira hacia afuera. ¡Cheverísimo! Y está el “lamento”, donde destapamos todos los huecos y extendemos la nota, haciendo que la flauta desparrame su dolor mediante un vibrato tristísimo.
Este beso de flauta de millo, este beso amerindio fue el que dio a luz a nuestra cumbia, la reina del carnaval de Barranquilla, la niña bonita de Colombia ante el mundo.
–Júrelo –asegura Pedro Beltrán–. Sin flauta de millo, nuestro país jamás habría tenido cumbia.
Efectivamente, cuando a este pito atravesao –cualquiera que sea su materia prima–, se le suma un tambor alegre, un tambor llamador, una tambora, dos maracas y un guache, el resultado es el conjunto de millo. Emblema cultural del Caribe colombiano.
“Cada integrante de un grupo de millo es un médium de los ancestros –revela Víctor Pupo–. En eso radica nuestra autenticidad. Nosotros somos los pregoneros de las raíces”.
Es una cuestión de magnetismo ancestral. Cuando pasa un conjunto de millo, el mundo entero mueve la cadera. Y cuando un flautero se pone la caña en la boca, todas las espinas atravesadas del hombre Caribe empiezan a enderezarse.
¡Usted no imagina lo desabrida que sería la cumbia si no existiera la flauta de millo!, sentencia Jorge Jimeno.
Cierto es. Como capitana de la cumbia, la caña de millo es la que arrea el sentimiento. Como instrumento cerebral, ella arranca, comanda y marca la pauta. Y como dueña del color, ella es la que teje el vestido melódico. «Y eso es fácil de comprobar, testifica el flautero Edinson Rodríguez. Cuando se calla la flauta, la cumbia queda en el hueso pelado. Los tambores siguen galopando, pero a la topa tolondra, “como el caballo al que se le ha dormido el jinete”. Se lo pongo en otros términos: cuando la caña de millo queda muda, a la cumbia le da muerte cerebral. Así de seria es la cosa».
“Obviamente, explica el profesor Carlos Insignares, el hueco que deja la flauta se tapa perfectamente con la voz humana, pero ya eso es pepa de otro calabazo. Y tiene un nombre diferente: música negra ribereña, que está cimentada en los tambores. En esta gama folclórica encontramos los bailes cantaos, los bullerengues, las chalupas y los derroches”.
Ramayá, el profeta mayor
Pedro Beltrán nació en la aldea de Los Paticos (Isla de Margarita, departamento de Bolívar), en 1930, y fue un músico precoz. A los siete años era un espléndido ejecutante de la flauta en el Bajo Magdalena, y a los trece creaba la banda Bombo asao, llamada así porque cuando el orín de la luna ablandaba los tambores, el grupo templaba los cueros con tizones.
Al pisar los veinte años, Beltrán, hambriento de esperanzas, cometió un despropósito: cambió su caña dulce por un cañón de fusil. Su vida guerrera duró diez años. No obstante, en esa experiencia militar el díscolo flautero aprendió a tocar guitarra y acordeón. Nada se había perdido: su aura musical todavía andaba con él.
De modo que sólo era cuestión de tiempo. Algún día este trotamundos habría de reconciliarse con su primer amor. Una tarde del 61, Efraín Mejía reunió a la Cumbia Soledeña , y les dijo: «Señores, les presento al sargento viceprimero Pedro Beltrán, nuestro nuevo cañamillero».
Dicho y hecho. Beltrán desenfundó su flauta y se dedicó a producir folclor tradicional en su “prístina pureza”, al decir del maestro Mejía. Y ahí está su palmarés: Santo y parrandero, Mi flauta, La niña Mode y El guataco y la guataca, entre muchos temas de cartel.
Naturalmente, como suele sucederle a los espíritus creativos, después del noveno año de brega Pedro Beltrán empezó a sentirse “preso entre las cercas de la tradición”, que Efraín Mejía defendía a ultranza.
Así las cosas, apenas despuntó 1970, Beltrán apartó sus abarcas de la Cumbia Soledeña y creó su propio atajo: la Cumbia Moderna de Soledad. Como era de esperarse, en esta banda con atributos de orquesta, el artista soltó los pájaros que llevaba en el alma.
–Andando el año 78, cogí un tema de Afric Simon, intitulado Ramayá, y lo reedité en aire de cumbia –rememora el maestro–. Ese suceso discográfico cambió mi nombre de pila para siempre.
Posiblemente la posteridad sólo recuerde a Pedro Beltrán por los versos agrestes que imprimió en el cancionero popular. Valga mencionar: La clavada, el mico ojón, la teniente Rada y el caballo Chovengo. Pero en cuanto a la música de millo concierne, este trovador fue el Lutero que resquebrajó la tierra dura de la tradición, abonó con modernismo sus raíces y luego –sin traicionar sus ancestros–, puso a la flauta reverdecida en las manos del tercer milenio.
He aquí el retrato de Ramayá. El árbol más elevado de nuestro bosque folclórico. El autor intelectual de este siglo dorado que la caña de millo está empezando a vivir en Barranquilla.
En noviembre de 2009 el flautero Jorge Jimeno recibió una llamada telefónica de Magangué (Bolívar), a eso de las cuatro de la tarde: «Mañana tenemos una gran parada cultural y necesitamos poner en las calles a sesenta conjuntos de millo».
Al siguiente amanecer cinco buses repletos de músicos, todos barranquilleros, ingresaron a Magangué, mientras aquí, en tierra, quedaba un remanente de cincuenta grupos rezagados.
Sirva este hecho para refrendar la actual resurrección de la flauta de millo.
Víctor “El mello” Pupo es categórico al respecto:
–Vea, hermano, la música tradicional estuvo comiendo tierra desde 1985 hasta 1990. En esa época los cañamilleros de Barranquilla cabían en los dedos de la mano. Eran ellos Misael Álvarez, Sergio Zambrano, Orlando Villarreal, Javier Jiménez (el hijo de Diofante) y Ramayá, por supuesto.
Ciertamente, las dos almas que más aporreó esta mala situación fueron Efraín Mejía y Pedro Beltrán, que habían tejido, éxito tras éxito, la corona que la flauta de millo exhibía como reina del carnaval. Ellos nunca sospecharon que las emisoras locales usarían ese estereotipo para engavetar la música vernácula durante nueve meses del año: de marzo a diciembre. Un error fatal, porque para la flauta el silencio es el sinónimo de la muerte.
Baste decir que en esos 80, de cuya ingratitud ningún flautero quiere acordarse, las cumbiambas del carnaval de Barranquilla tuvieron que importar cañamilleros de Sucre y Córdoba, donde el pito atravesao era sostenido a punta de festivales.
–Yo me acuerdo de eso –asevera Ramayá–. En ese tiempo comprobé algo que ya yo sabía: que la fama no es harina y el aplauso no se come.
Sin embargo, la agonía de la flauta de millo, que fue provocada por un déficit de amor, sólo necesitó cuatro onzas de ternura para ser revertida. A promedios de los 90 Colombia emprendió la restauración de sus haberes culturales y, como efecto de ello, Barranquilla volcó su mirada sobre los corotos de sus abuelos.
Entre todos los proyectos acometidos por Curramba, a lo largo de su historia, ninguno fue más gratificante, ni más barato ni más fecundo que esa resiembra de raíces, verificada en quince casas de cultura y una escuela de artes y tradiciones populares.
Tres lustros después nadie sabe con precisión cuántos técnicos en instrumentos, ritmos y danzas ribereñas existen en esta ciudad, pero son millares. Lo que sí es un hecho patente es que hay más de quinientos cañamilleros, cada cual con su combo folclórico a cuestas. El horizonte de nuestra flauta precolombina no puede ser más espléndido. En todas partes hay signos de bonanza.
Hoy Barranquilla, la ciudad que ayer reclutaba “milleros” en los pueblos aledaños, no sólo abastece su carnaval, si no que provee de música vernácula a toda la región Caribe. La Curramba inexperta que, apelando a métodos hechizos, ayer inventó las cátedras de millo y de gaita, hoy surte de profesores a los departamentos de Sucre, Córdoba y Bolívar. ¡Quién lo diría! Y la perla final: la urbe que ayer miraba con perplejidad a los trovadores de la montaña y del río, hoy tiene en su seno a los tres últimos monarcas del festival de pito atravesao de Morroa: Nayib Feres, Jorge Jimeno y Daniel Silvera.
«Si esto no es resurrección, entonces: ¿qué lo es?», enfatiza el promotor Lehelvil Viloria.
FOLCLOR PURO: GAITA, ACORDEÓN Y FLAUTA DE MILLO
–Lo bueno de este cuento vivo es que la mejor parte aún está por escribirse –vaticina Pedro Beltrán–. ¿Y sabe usted quiénes van a escribirla? Mis herederos culturales. Apunte sus nombres completos, por favor. Jorge Jimeno Ortega (1979), Joaquín Pérez Arzuza (1980), Víctor Pupo Quintero (1981), Nayib Feres Farfán (1982), Miguel Ángel Romero (1985) y Daniel Silvera Ariza, de Baranoa, que es sobrenombrado Pajarito (1990).
La flauta de millo, la cumbia y el carnaval
El río Magdalena tiene dos desembocaduras: una física y otra espiritual.
En primer término, el río derrama sus aguas físicas en el Mar Caribe, mediante ese drama de sopas turbias conocido como Bocas de Cenizas. Y en segundo lugar, el río deposita sus aguas espirituales en Barranquilla, suscitando ese monstruo magnífico de mil colores llamado carnaval. Estamos, pues, ante el máximo monumento aluvial de Colombia.
Alguna recompensa debía recibir esta ciudad tras haber refugiado tantas almas dispares, tantas costumbres diversas y tantas cosas misceláneas, en ejercicio de la virtud que le dio vida: la inclusión. Extranjero que pernocta en Curramba, despierta como barranquillero. Así fue, así es y así seguirá siendo. Aquí, sobre este pedazo de suelo y bajo este chicote de cielo, todos somos diferentes y, por lógica simple, todos somos iguales.
Por consiguiente, el carnaval –espejo que refleja la exacta faz de Barranquilla–, es el súmmum de la aleación, de la sinergia, de la adaptación, de la tolerancia, del consenso, del encuentro y del sincretismo.
Ahí reside el carácter único de este antruejo que debe su transparencia mineral a los múltiples colores incorporados a su trapío. Que debe su pureza local al vasto cúmulo de aportes llegados de afuera. Y que debe su corpulencia cultural a la retorcida madeja de destinos cruzados que en él confluyen.
Bajo estas premisas, cuesta creer que una obra de arte de tales magnitudes tenga alma. Pues sí, la tiene. Todos los carnavales del mundo tienen alma. La médula del carnaval de Río (Brasil) es negra, y se llama samba. Y el tuétano del carnaval de Barranquilla es mestizo, y se llama cumbia. Luego, es tan absurdo concebir a Río sin samba como imposible es imaginar a Barranquilla sin cumbia.
Sin embargo, hicimos el intento.
–¿Cómo sería una batalla de flores sin música raizal? –preguntamos varias veces.
El flautero Jorge Jimeno Ortega aventuró una respuesta. Cerró los ojos tres segundos y “atisbó” lo que nunca deberá suceder.
–Una batalla de flores sin cumbiambas es un carnaval sin aroma –dijo.
Jorge Jimeno y Ramayá, en Morroa
La reacción de Pedro Ramayá Beltrán fue más enérgica.
–¡Dios nos ampare! –exclamó–. Yo no puedo figurarme a la cumbia sin flauta de millo. No puedo ver al carnaval sin cumbia. Y no puedo consentir mi existencia sin carnaval. Si gracias a la flauta de millo mi vida sirvió para darle alegría al mundo, gracias al carnaval de Barranquilla el mundo me regaló las dos más grandes alegrías de mi vida.
Lo entendemos perfectamente.
Pedro Beltrán, Rey Momo del Carnaval de Barranquilla
El primero de esos regocijos sucedió en el año 2002, cuando Ramayá fue exaltado como «Rey Momo de los carnavales». El máximo honor cultural que puede recibir un hombre del Caribe. Y el segundo júbilo tuvo lugar el lunes de carnaval de 2010, cuando el festival de orquestas le confirió el Congo de oro en reconocimiento a su vida musical.
“Ese fue un día bonito –subraya el artista–: yo estaba cumpliendo 80 años de edad”.
La última vez que lo vi, con motivo de este reportaje, Pedro Beltrán acababa de superar un quebranto de salud. Estaba delgado, y me pareció más alto.
–Maestro, disculpe la pregunta, ¿usted siguió creciendo?
Entonces, el más grande flautero del mundo me dio una respuesta colosal.
–Fíjese usted –sonrió–. En estos días me he dado cuenta de que entre más me aferro a las raíces, más alto me elevo. ¡Qué vaina!
Exelente artículo! comencé a leerlo y quedé atrapado. Felicitaciones por transmitirnos tantas emociones y refirmarnos el orgullo de ser costeños.
ResponderEliminarEver Rada
Plinio, ¡de los MEJORES!
ResponderEliminarEs un orgullo caribeños.
Saludos.
LuisE
TÚ ESCRITURA SALIÓ DE LA MISMISIMA MELODÍA DE LA CAÑA DE MILLO,CARRIZO O DE COROZO QUE TODOS LOS CARIBANOS LLEVAMOS EN EL ALMA...
ResponderEliminarTienen que investigar un poquito más y respetar a quienes entrevistas, hay palabras que dijo un flautero y se las pusieron al otro.
ResponderEliminarQuisiera saber mas de este instrumento.
ResponderEliminarVivo en italia, conocen algun cañamillero que este aqui en italia?
joseverdini arroba tiscali.it
Eso seria imposible amigo mio, esto es el caribe puro y duro que no lo encontraras en ninguna parte del mundo. Lo siento por ti.
EliminarExcelente , me quede encerrado en tan magnifica lectura , es como leer con musica !! Si sabes de alguien que enseñe a tocar flauta de millo por medio de videos o algo asi , te agradeceria que me dijeras , vivo en el extranjero y desde hace mucho he deseado aprender a tocar tan bello instrumento , cualquiera informacion te la agradeceria. El siguiente es mi correo muchas gracias . jorgevegarico@hotmail.com
ResponderEliminarEs espectacular lo que las vibraciones de la flauta de millo hacen en mí, hace pocos días la descubrí y quedé loca enamorada!! como quisiera poder conseguir una y entonarnos juntas! soy de Ecuador, como hago para tocar una, donde las puedo conseguir??
ResponderEliminarSaludos!
mi mail: diablipecas@hotmail.com
Sin palabras me deja tan excelente articulo, sin duda alguna estremece las fibras mas intimas del alma las palabras llenas de poesia de los maestros "cañamilleros" a través de las cuales se deja entrever el amor por la música ancestral. Dios bendiga a estos juglares y a los nuevos mensajeros del arte y la música folclórica asi como tamb ien el empeño la seriedad, la dedicación y el profesionalismo de periodistas como ustedes que dejan en sus lineas la historia que todos debemos conocer. Muchas gracias
ResponderEliminarCabe aclarar que las maracas que estan en la foto con el sombrero y las flautas de millos son marca JR las mejores del mundo jajajajajajaja............
ResponderEliminar¿Dónde se puede comprar la flauta de millo? ¿Existe algún sitio internet donde conseguirla?
ResponderEliminarFrancisco
maturanafp@gmail.com
que articulo tan bueno y divrtido de leer!
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