sábado, 12 de febrero de 2011

Una noche con el Pachanga en Medellín, Colombia. Por Humberto Mendieta

Humberto Mendieta, nos cuenta más de David Sánchez Jualiao.
Seguro que ahora, le vamos a leer más... así es la vida.
Pero como dijo Yexenia Díaz, desde hace muchos años, los barranquilleros y costeños nos estamos gozando la inteligencia del Deivi.
 
LuisEmilioRadaC
Pd:
Una noche con el

Pachanga en Medellín

Barranquilla, febrero 12 de 2011
Por Humberto Mendieta
 Era agosto y Medellín con su acento amable nos llevó a uno de los eventos de la multicolor Feria de las Flores: Humor City. Presagiaba yo una retahíla de dudosos chistes. Pero Jorge Melguizo, secretario de Cultura de la ciudad, hizo un pare y una explicación. "Vienen importantes humoristas y artistas de todo el mundo. Aquí está, representando a Colombia, un paisano de ustedes”.


Era David Sánchez Juliao, con quien me había tropezado en el Festival del Porro en San Pelayo, en los carnavales de Barranquilla, en el Festival Vallenato y en un montón de encuentros. Siempre escuchándolo hablar. Sobrado, como siempre, dijo: “Cuadro, es la primera vez que hago esto ante un público popular, porque siempre lo he hecho en otros escenarios, más académicos”.


Era verdad. Y la noche fue para alquilar balcón. Tanto que ‘picó y se extendió’ porque lo sucedido allí trascendió a la voz de radionovela de los noticieros de FM y a páginas completas de diarios nacionales.


Resulta que cuando él salió al escenario, un humorista español que lo antecedió había sido abucheado porque no gustó. Sánchez Juliao entró con una breve introducción académica de El Pachanga y comenzó a narrar con su tono particular. Pero una andanada de chiflidos y griticos paisas se le vinieron encima. El indio Zenú que llevaba por dentro, revuelto con loriquero y barranquillera, se le salió. Y se jaló un discurso antropológico y social de “por qué somos así”. “Saben qué –les dijo a las 10 mil personas que estaban en el Parque de los Pies Descalzos–, en Barranquilla no pasa esto. Allá oyen El Pachanga y la trova de ustedes. Aprendan”, y se bajó.


Apenado, el anfitrión, Melguizo, subió molesto a la tarima, regañó a su misma gente y al día siguiente le dijo a los medios que había que cambiar el humor arcaico, machista, homofóbico y primario producto de Montecristo. Después, Sánchez Juliao me contó que había sido una de las mejores experiencias de su vida. “Nojoda, regañar a 10 mil personas al mismo tiempo no es fácil”.


Esta semana, haciendo honor a su inigualable humor que tenía un profundo trasfondo social y cultural, se nos fue El Pachanga o El Flecha, o como lo llamaran. Como siempre, el Viejo Deivi tuvo la razón y escogió una fecha especial para morir: el Día del Periodista.


Temerario y obstinado, como lo califican sus amigos más cercanos, Sánchez Juliao libró batallas nacionales por la costeñidad en Bogotá. Fue un manejador de la palabra, un jugador del verbo, un malabarista de los adjetivos. Tanto que recibió el remoquete de el brujo de la oralidad, un alias que gozaba en todo el esplendor de su inmenso ego intelectual. Si nostalgia es un costeño con gabardina, felicidad es un cachaco con guayabera, decía para poner en práctica su afición por inventar frases.


“Así es la vida, ¿sabe cómo e’?, como una película de vaqueros”, con esta línea Sánchez Juliao rompió el hielo en los 70 en un cuento narrado que se tornó en una marca inolvidable.


Seguro estará hoy muerto de la risa sentado, cigarrillo en mano, tinto en la otra, en una esquina del Colegio Lácides C. Bersal hablando con José de Jesús Negrete, más conocido como El Pachanga, sobre lo divino y lo humano. Y sobre costeños y cachacos.












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