lunes, 6 de marzo de 2023

TENER QUE IRSE. Por JULIO CÉSAR HENRÍQUEZ

Somos muchos los que vivimos muy bien en Barranquilla, la región Caribe, Colombia y el mundo.

Es un privilegio vivir holgadamente.

Pero, hay tanta pobreza y tantos viajeros que no pueden decir lo mismo.

Revisando los datos que nos entrega Julio César, debemos repetirlo: somos unos privilegiados.

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TENER QUE IRSE

Una nación que vive de las remesas solo deja evidencia de la incapacidad de su sistema social para aprovechar el talento en fuga propio de la identidad construida por la fortaleza de sus valores, el potencial de sus tradiciones y el linaje que ennoblece la estirpe de su raza.  Por JULIO CÉSAR HENRÍQUEZ

Quien se va nunca sabe si volverá. 

Al salir se dejan atrás ilusiones, esperanzas, proyectos, amores, decepciones y alegrías inolvidables. 

Se despide el viajero apostándole a encontrar un destino mejor transformando al protagonista de la historia en un ejemplo de superación.

Algunos emprenden la tarea de escapar de la autocracia, la inequidad, la desigualdad, la injusticia y la falta de oportunidades. 

Una nación dónde la idea de marcharse está en la retina de todos, requiere reingeniería social. Por lo menos reevaluación general de su liderazgo y sus políticas sociales. 

El inmigrante es una nave humana surcando mundos desconocidos al sortear la resistencia de anfitriones la mayoría de las veces hostiles a su presencia. Esa aventura potencia la capacidad conferida por la resiliencia, para soportar maltratos, discriminación, exclusión, xenofobia, racismo y estigmatización. En el peor de los casos, aporofobia que es el rechazo a la condición de pobreza.

El asunto se vuelve más dramático si se viaja solo con lo que se lleva puesto.  Según cifras oficiales de la OIM, a junio de 2019 se contaban cerca de 272 millones de inmigrantes a escala global, con un aumento considerable de 51 millones comparándolo con cifras de 2010. 

Más del 70 por ciento lo hacían buscando oportunidades de empleo. 

La población migrante representaba el 3,5% de los habitantes del planeta en 2019, frente al 2,8% del año 2000 y el 2,3% registrado en 1980. 

En 2020 el informe anual de la ONU habla de 281 millones de migrantes que constituyen el 3.60 por ciento de la población mundial.

Según datos de 2022 más de tres mil personas cruzan la selva del Darién todos los días. 

Ciudadanos de diferentes nacionalidades andan en masa por una ruta tan agreste que desnuda la desesperación de escapar de las difíciles condiciones en sus países. 

En las caravanas se suelen ver niños en brazos de sus padres, mujeres embarazadas y adultos mayores. 

Todo ello ante la indiferencia de sus gobiernos.

Asumen el tema como algo “natural” frecuente o cotidiano si al fin y al cabo las remesas que enviarán tendrán un régimen contributivo especial y en algunos casos asumirán un nivel protagónico en sus indicadores macroeconómicos.

Una nación que vive de las remesas solo deja evidencia de la incapacidad de su sistema social para aprovechar el talento en fuga propio de la identidad construida por la fortaleza de sus valores, el potencial de sus tradiciones y el linaje que ennoblece la estirpe de su raza. 

Tener que irse dibuja en la conciencia colectiva la imagen real de la impotencia. Los líderes no hacen nada porque van de paseo, no a trabajar.

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