La HAYA y los colombianos (1)
Algunas cosas hemos comentado
por facebook, y algo en el blog, pero como sentimos que eso será una lucha más
larga, vamos a colgar en este espacio tres pareceres que nos pueden servir para
ampliar el conocimiento de nuestros lectores.
Y también el nuestro, porque
muchos somos ignorantes de todo lo que ha ocurrido en estos pasajes que han
manejado 11 gobiernos, un montón de cancilleres y presidentes y no puedo estar
de acuerdo que se tome al presidente Juan Manuel Santos y a la canciller
Holguín como los malos del paseo, porque no hicieron bien su tarea.
¿Quién es perfecto aquí?
¡Que se levante y nos diga: “yo”!
Y si se atreve: TODOS le
diremos tienes hue… Tendremos que enviarte a una clínica de reposo, porque has
perdido el juicio…
Como dije, les voy a
presentar tres escritos que envió mi colega Raimundo Alvarado, a través de las
redes periodísticas, para que los leamos.
Pero hay que leerlos para no
seguir diciendo barbaridades.
Esto es muy serio y debemos
tomarlo como tal: como algo serio.
RADAR,luisemilioradaconrado
Pd: de Jorge Orlando Melo
Nacionalismo depresivo
Por: JORGE ORLANDO MELO 21 de Noviembre
de 2012
Los
resultados en La Haya son mejores de lo previsible. Y ahora ese nacionalismo de
banderitas está excitado y pide que no obedezcamos la decisión de la Corte,
como si fuéramos un país de matones, donde la ley se cumple solo cuando le
sirve a uno.
A Colombia
no le fue mal en La Haya. Nicaragua quería a San Andrés y Providencia, y la
Corte Internacional de Justicia los declaró colombianos. Pedía que se
reconociera la soberanía de los cayos e islotes que se encuentran sobre la
plataforma continental de Nicaragua, y la corte los declaró colombianos. Y
pedía una nueva delimitación de las fronteras marítimas y de las zonas de
exclusividad económicas. En este tema, la corte prefirió buscar algo de equidad
y le asignó a Colombia, que tiene el 11 por ciento de las costas pertinentes,
el 23 por ciento de las áreas de uso económico. Serrana, una isla pequeña con
un pasado de novela, y Quitasueño, un islote casi todo bajo el agua en la marea
alta, quedaron como enclaves en medio de la zona de exclusividad económica
nicaragüense, pero con un mar territorial, no de 70 kilómetros cuadrados, como
quería Nicaragua, sino de más de 1.000 cada uno, suficientes para ocupar a
mucho pescador artesanal.
Los resultados son mejores de lo previsible. Hace unos meses, los políticos casi se comen viva a la Ministra de Relaciones porque, conociendo la fuerza de los argumentos de los dos países, trató de preparar a la opinión colombiana para lo inevitable: que la corte no diera el 100 por ciento de razón a Colombia y, contra las tendencias del derecho actual del mar, dejara que unas islitas metidas en el escudo territorial de Nicaragua pesaran tanto, para definir la zona de uso económico, como 400 kilómetros de costa continua. Pero esto se logró porque los alegatos colombianos, presentados en el 2008 y 2010, son bastante sólidos: sorprende que el expresidente Uribe no esté reivindicando un resultado que debe ser motivo de satisfacción.
Colombia
tenía argumentos sólidos sobre San Andrés y Providencia, dos islas que los
gobernadores de Cartagena, de 1641 en adelante, arrebataron varias veces a los
colonos ingleses, y que fueron de la Nueva Granada desde 1803. Le fue bien con
los cayos, pues, aunque la presencia real de Colombia fue ínfima, por lo menos
hizo leyes y resoluciones para controlar la extracción de guano o la pesca,
aunque no pudiera hacerlas cumplir. Si Colombia no tenía mucho que mostrar,
menos tenía Nicaragua.
Y le fue
bien, aunque no tanto como quería, en la fijación de zonas de exclusividad
económica, pues alegaba un tratado de 1928 que la corte prefirió ignorar. Que
la mención del meridiano 82 pudiera justificar una asignación de zonas
económicas, un concepto inexistente entonces, era una ilusión sin bases. El
efecto económico de esto, si uno lee los estudios previos sobre pesca en la
región, no puede ser grande: toda la zona del archipiélago produce menos de 200
toneladas de langosta al año y los pescadores artesanales son menos de 200, que
se pueden ayudar con actos administrativos sencillos y sin medidas heroicas.
Pero el nacionalismo colombiano es muy depresivo: nos sentimos colombianos cuando nos tratan mal, nos discriminan, nos creen narcotraficantes o delincuentes. Y es masoquista: se alimenta con las derrotas de la selección Colombia o con el mito de que Colombia perdió grandes territorios con los países vecinos, aunque nos quedamos con casi toda la Guajira, que muchos mapas del siglo XIX pintaban como venezolana, y con la tierra entre el Putumayo y el Caquetá, que otros mapas dibujaban en Perú. Y es un nacionalismo al que nunca le preocuparon los pescadores artesanales, aunque hoy los alebreste, pues su modelo de desarrollo es el cemento y el comercio, y que ignora la historia real de las islas, la que han contado Newton, Parsons o Kupperman, pues desprecia la cultura local y quiere progreso, pero como lo definimos en el interior.
Y ahora ese
nacionalismo de banderitas está excitado y pide que no obedezcamos la decisión
de la corte, como si fuéramos un país de matones, donde la ley se cumple solo
cuando le sirve a uno.
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