lunes, 14 de marzo de 2011

El Voto Caribe, un año despues. El Heraldo

Los sueños se consiguen trabajando, laborando, metiéndole persistencia al asunto.
Construir sueños, no es fácil.
El hombre y la mujer, si le apuestan a esa realidad, se duermen soñando y se levantan con la misma disposición... Dicen los que saben, que las palabras tienen poder.
En el caso de la Región Caribe, si los caribeños queremos constuir una Región autónoma fuerte, aguerrida, unida, debemos continuar la tarea.
A veces, los gobernantes, el pueblo en general, empresarios y funcionarios bajan la guardia y el sueño se vuelve volátil. Y ahí es dónde debe aparecer la casta de los guerreros caribeños.
No perdamos el sueño... los sueños. Nos merecemos una mejor suerte. 
No lo olvidemos nunca.
Un año después del Voto Caribe, el editorialista de El Heraldo, nos recuerda ese 14 de marzo de 2010, donde salimos "con todo" a decirle a Colombia: "estamos cansados de la discriminación presupuestal".


LuisEmilioRadaC
Pd: Voto Caribe, un año después


Tomado de El Heraldo
14 de Marzo de 2011 

El Voto Caribe, un año después

No apareció el Voto Caribe de un día para otro. Fue el resultado de un largo proceso que se fue incubando en diversos escenarios de afirmación del sentimiento y los sueños del Caribe. Lo antecedieron hitos ya remotos como la hidalga Liga Costeña, otros más recientes como los Foros del Caribe, y los más cercanos como la suscripción del Compromiso Caribe a finales de 2007 y el lanzamiento de la propuesta del Fondo de Compensación Regional.
Ha sido larga la lucha, y aunque aún no cristaliza en competencias e instituciones que expresen cabalmente el autonomismo a que tienen derecho todas las regiones de Colombia, no ha sido infructuoso, creemos, el proceso, porque, además, este prosigue hoy –con comprensibles dificultades y resistencias e incluso incomprensiones en la misma región - en un marco de interlocución y negociación para obtener un ordenamiento territorial coherente con el aliento regionalista de la Constitución del 91, que permita para Colombia el tránsito hacia un modelo de Estado donde las autonomías jueguen a favor de las iniciativas territoriales, de las creatividades locales; donde no sea el centralismo de más de cien años el que imponga sus visiones y decisiones como un cartabón rígido e intocable, y donde el libre protagonismo de las regiones active las energías del progreso y el desarrollo de todas, de modo que no sigamos siendo una nación de una sola región privilegiada en la que se concentra el poder político, la mayor parte del PIB, los recursos humanos más cualificados, y de la que, por supuesto, han provenido todos los presidentes de la República, buenos, regulares y malos, que han tenido bajo su mando la conducción de este país heterogéneo, diverso, que casi nunca se ha sentido interpretado por Jefes de Estado de alma montañosa para quienes todos los que vivimos más allá de la sabana cundinamarquesa somos gentes de segunda, y de esta cosmovisión de parroquia, gélidamente santafereña, ha derivado, por ejemplo, el divorcio histórico de este país respecto de sus mares, de sus costas Caribe y Pacífica, que un país con una perspectiva verdaderamente globalizante, abierta al mundo, habría usado como sus grandes plataformas de inserción en la economía mundial.
Por todo esto es que el autonomismo no puede verse como un embeleco, como un absurdo arrebato federalista o como una rabieta para fracturar la unidad nacional, a título de que no la mereceríamos porque muchos de quienes han estado al frente de la institucionalidad en la Región Caribe han sido paradigmáticamente incompetentes y despreciables símbolos de corrupción y maridaje con el crimen, como en los tiempos aún frescos, recientes y sanguinolentos del paramilitarismo.
No. Una cosa es que ciertamente el Caribe, como clamaba en sus días postreros el expresidente Alfonso López Michelsen, cuyos lazos con la costeñidad siempre fueron genuinos y explícitos, esté necesitando una nueva dirigencia, un tsunami político renovador que barra lo viejo, lo decadente, lo corrupto. Y otra cosa es que, por la hegemonía que han ejercido caciques y gamonales indignos, la Costa, como todas las regiones de Colombia, no merezca tener una oportunidad bajo un régimen de autonomías políticas en el cual no sólo sea posible seguir conservando la colombianidad, nuestra unidad histórica, sino garantizar un modelo de desarrollo realmente equilibrado.
Como vocero de esta región, EL HERALDO fue uno de los promotores del Voto Caribe, y hoy se complace en registrar esta fecha histórica, en la cual queremos renovar nuestro firme e inmodificable compromiso con la causa costeña. Compromiso que no ha sufrido alteraciones ni menguas a lo largo de la vida de este periódico, como lo testimonian todos los numerosos editoriales en los que hemos demostrado que para nosotros los intereses costeños están por encima de cualquier ideología o partido. Con gozo, por tanto, recordamos esta fecha participativa de la costeñidad y alentamos a la región para que, en el marco del respeto a la unidad nacional, exijamos que se cumpla lo que sobre la regionalización consagró la Constitución del 91.
Nos parece un avance que, en medio del debate sobre la Loot, un grupo de profesionales nuestros haya contribuido aportando unas precisiones claves en materia de competencias para las regiones que, sensatamente, deberían ser tenidas muy en cuenta en el Senado.
Es una buena señal, asimismo, que el Plan de Desarrollo del presidente Santos muestre progresos conceptuales en cuanto a equidad regional, que ahora deben tener concreciones reales en el reparto de la inversión pública nacional.
Después del Voto Caribe, que afirmó el deseo de autonomía de la Costa, esta región tiene el reto de ser distinta, para bien, no sólo en la composición y la calidad de la gestión de sus gobiernos departamentales, municipales y distritales, sino en sus relaciones con el poder central, del cual esperamos algo tan simple como fundamental: que entienda que este país no puede seguir siendo manejado como lo ven desde Bogotá.

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