Triste que tengamos que estar de acuerdo con Mauricio García, quien escribió en El Espectador que en Colombia tenemos pocas universidades de élite; unas universidades públicas de mediana calidad y un montón de universidades de garaje para el resto de la población... Y remata señalando: "Esta es la versión para adultos del apartheid educativo".
Un llamado especial para todos, ahora que estamos en ese interesante debate de la Educación Pública.
Llamado para todos: Presidente Juan Manuel Santos. Ministra de educación. Ministro de hacienda. Director Nacional de Planeación. Empresarios, rectores de las universidades. Estudiantes. Dirigentes gremiales. Periodistas. Congresistas... Colombia está avanzando en las discusiones y madura... madura... como una sociedad de clase mundial.
LuisEmilioRadaC
Pd: Igualdad social
Un llamado especial para todos, ahora que estamos en ese interesante debate de la Educación Pública.
Llamado para todos: Presidente Juan Manuel Santos. Ministra de educación. Ministro de hacienda. Director Nacional de Planeación. Empresarios, rectores de las universidades. Estudiantes. Dirigentes gremiales. Periodistas. Congresistas... Colombia está avanzando en las discusiones y madura... madura... como una sociedad de clase mundial.
LuisEmilioRadaC
Pd: Igualdad social
Universidad e igualdad social
Por:
Mauricio García Villegas
En el siglo
XVIII la suerte de las personas dependía de la de sus padres: los hijos de los
campesinos eran ineluctablemente campesinos, tanto como los de los artesanos
eran artesanos y los de los nobles eran nobles.
La sociedad era inmóvil y reproducía sus
estructuras sociales. Ese, se consideraba, era el curso natural y justo de las
cosas.
Cuando llegaron las revoluciones modernas (a
principios del XIX) ese curso fue eliminado y en su lugar se impuso el
principio de igualdad: todos nacen iguales, deben ser tratados como iguales y
pueden llegar a ocupar cualquier cargo o posición, si se lo proponen y trabajan
para lograrlo. El mérito dejó de reproducirse a través de la sangre y la
democracia se convirtió en una batalla contra la herencia.
Para librar esa batalla, los sistemas democráticos
diseñaron herramientas que amortiguan las desigualdades naturales. La más
importante de ellas es la educación. La escuela fue concebida entonces como la
fábrica de la ciudadanía; un lugar para construir la igualdad de oportunidades.
Hago todo este preámbulo para decir que esa
fábrica ha funcionado mal en Colombia. Donde peor ha funcionado es en la
educación básica.
Tan mal lo ha hecho que hoy tenemos una situación
de apartheid educativo: no sólo cada clase social estudia por su lado, sino que
los ricos reciben una educación de buena calidad y los pobres de mala calidad.
En estas condiciones la escuela es un simple
reproductor de las clases sociales; el mérito y la posición social dependen,
como en el antiguo régimen, de la herencia.
Si bien en la educación superior las obligaciones
del Estado son menos apremiantes que en la educación básica (aquí es un derecho
fundamental, allá no), las falencias oficiales con respecto a la universidad
son tan grandes como con respecto a la escuela: el Estado dejó de invertir
en la universidad pública desde hace por lo menos cuatro décadas y ha
permitido que la demanda educativa sea copada por una oferta privada, en la
mayoría de los casos barata y de mala calidad.
Resultado: unas pocas universidades de élite, muy
costosas y en donde se educa la clase alta; unas universidades públicas de
mediana calidad, con pocos recursos y en donde estudia un reducto privilegiado
de las clases media y media baja, y un montón de universidades de garaje para
el resto de la población. Esta es la versión para adultos del apartheid
educativo.
El proyecto de reforma a la educación superior del
gobierno Santos no modificaba este panorama desalentador: los recursos
previstos eran insuficientes para atender la demanda futura. Más aún, en ese
proyecto, el gasto oficial por estudiante para los años venideros disminuía o,
en el mejor de los casos, se mantenía igual.
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