El Banco Mundial está narrándonos parte de la historia económica...
La lectura de este documento, nos puede servir un poco, para ir entendiendo lo que está sucediendo en estos momentos de crisis.
¿Y después de la crisis?, se pregunta el Banco...
Vamos a leerlo con detenimiento.
Saludos,
Luis Emilio Rada C.
¿Y después de la crisis?
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Robert B. Zoellick
Presidente
del Grupo del Banco Mundial
The Paul H. Nitze School of Advanced International Studies (SAIS),
Johns Hopkins University
28 de septiembre de 2009
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Crisis económica está reconfigurando relaciones, dijo el presidente del Banco Mundial, Robert B. Zoellick
Fragmentos del discurso de Robert B. Zoellick
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Crisis financiera
Las repercusiones de los grandes cataclismos agrandan las grietas de los órdenes político, económico y de la seguridad. A veces los viejos órdenes se quiebran. Con todo, imprimir la dirección de los cambios puede estar al alcance de los líderes y los pueblos.
En la actualidad, casi todos suponen que cuando Edmund Burke escribió sus Reflexiones sobre la revolución francesa estaba denunciando una revolución que ya había ejecutado al rey y a la reina, e iniciado la época del Terror. Sin embargo, su obra se publicó en 1790, antes de que el ruido sordo de los carros y el estruendo de las multitudes en la guillotina reverberaran en las calles empedradas de París.
La de 1789 fue una de las grandes revueltas de la historia. Si bien Burke hizo sensatas advertencias, la mayoría de su contemporáneos esperaban que Francia siguiera el “camino inglés” hacia la democracia constitucional.
Los efectos de eventos trascendentales pueden manifestarse con el tiempo. Cuando le preguntaron, más de un siglo después, acerca del impacto de la revolución francesa, se dice que el primer ministro de China Zhou Enlai contestó: “Es demasiado pronto para saberlo”.
Este año se cumple el 20.mo aniversario de la revolución pacífica de 1989. Las conmociones que se registraron en toda Europa ese año, tan distintas de lo ocurrido en 1789, llevaron a su fin a la Guerra Fría. Dieron lugar a la apertura del muro de Berlín, la libertad de Europa central y oriental, la unificación de Alemania en un país democrático y la reunificación de Europa, la disolución de la Unión Soviética y la vuelta de Rusia. Para muchos, estos tumultuosos eventos equivalían realmente al “fin de la historia”, para usar la célebre frase de mi amigo y su profesor Frank Fukuyama. Sin embargo, se abrieron nuevos capítulos en la historia europea con la ampliación de lo que sería la Unión Europea (UE), la creación de una moneda común y la ampliación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
Mientras que en esa época casi todas las miradas se dirigían a Europa, en todo el mundo se estaban trazando esquemas de nuevas historias: el Tratado de Libre Comercio de América del Norte brindó a México una nueva orientación fundamental, incluso hacia la democracia y una posible integración más sólida de América del Norte; el Foro de Cooperación Económica de Asia y el Pacífico (APEC) entrañó un nuevo “regionalismo abierto” que podría poner en contacto a un Asia oriental naciente con las Américas lindantes con el Pacífico, y una coalición basada en las resoluciones de las Naciones Unidas dio marcha atrás a la brutal conquista de Kuwait por Iraq, lo que abrió el camino a una conferencia de Madrid donde se iniciaron negociaciones entre Israel y los estados árabes. Estas semillas de cambio fueron plantadas por líderes visionarios que identificaron oportunidades en medio de cambios sísmicos y de tendencia.
Mi experiencia en esos momentos y desde entonces ha reforzado mi impresión de que los hechos ocurren dentro de un proceso continuo. Como señaló Burke, existe una “asociación [en la que] participan no solo los vivos, sino también los que han muerto y los que están por nacer”.
Los resultados no están predeterminados. Dependen tanto de los acontecimientos como de las acciones intencionales.
En 2009, estamos viviendo otro cataclismo que está cambiando el mundo que conocemos. ¿Cuáles serán sus repercusiones para el futuro?
El cataclismo actual no provino de la nada. Sus semillas se plantaron antes.
En los últimos 20 años se produjo un enorme cambio económico. La disolución de las economías de planificación centralizada de la Unión Soviética y Europa central y oriental, las reformas económicas de China e India, y las estrategias de crecimiento de Asia oriental impulsadas por las exportaciones fueron todos factores que contribuyeron a configurar la economía mundial de mercado, que pasó de alrededor de 1000 millones de personas a entre 4000 millones y 5000 millones de personas. Este cambio brinda grandes oportunidades. Sin embargo, también ha sacudido a un sistema económico internacional forjado a mediados del siglo XX, con modificaciones introducidas aquí y allá en los decenios siguientes.
Algunas semillas de los problemas actuales fueron sembradas por las respuestas, o la falta de ellas, ante las crisis financieras de fines de los años noventa. Después de la crisis financiera de Asia, los países en desarrollo decidieron que nunca más querían verse expuestos a las tempestades de la globalización. Muchos de ellos se “aseguraron” mediante la gestión del tipo de cambio y la constitución de grandes reservas monetarias. Algunos de estos cambios contribuyeron a los desequilibrios y las tensiones que se registraron en la economía mundial, pero, durante años, los Gobiernos salieron a flote en condiciones de buen crecimiento en general.
Los bancos centrales no abordaron los riesgos que estaban gestándose en la nueva economía. Al parecer, controlaron la inflación de precios de los productos en el decenio de 1980, sin embargo, la mayoría de ellos decidió que era difícil identificar y contener con la política monetaria las burbujas de precios de los activos. Aducían que, una vez que estallaran las burbujas, con una baja decidida de las tasas de interés podía controlarse el perjuicio que se produjera en la “economía real” de los puestos de trabajo, la producción, el ahorro y el consumo. Resultó que se equivocaron.
Los encargados de las reglamentaciones y los supervisores de las instituciones financieras perdieron contacto con la realidad. La competencia y la innovación financiera ampliaron mucho los servicios, incluso a empresas y familias a menudo dejadas de lado en el pasado, pero el diseño tentadoramente simple de la “teoría de la racionalidad de los mercados” llevó a los encargados de las reglamentaciones a olvidarse de las realidades de la psicología, la conducta organizacional, los riesgos sistémicos y las complejidades de los mercados y los seres humanos.
Como en el pasado, las medidas que tomemos hoy configurarán las oportunidades y los desafíos del futuro.
Tenemos que aprender las enseñanzas que nos dejó el pasado, sin dejar que ello nos limite. Con mucha frecuencia nos preparamos para luchar contra la crisis del pasado en lugar de anticipar la crisis del futuro. Lo único de lo que podemos estar seguros es de que habrá otro cataclismo en el curso de nuestras vidas, y que él será distinto del que encaramos ahora.
Todos ustedes que están en SAIS tienen la buena fortuna de estar preparados para hacer su aporte, y espero que opten por hacerlo. Mientras estudian las medidas adoptadas en el pasado, tal vez se pregunten: “¿Qué cambios producirá en nuestro mundo esta crisis?”.
En 1944, los delegados reunidos en Bretton Woods aprovecharon la oportunidad para configurar un nuevo sistema mundial. Pasaron tres semanas en New Hampshire formulando un sistema de reglas, instituciones y procedimientos por los que se regirían las relaciones comerciales y financieras en la economía mundial.
Ese mundo ha cambiado mucho en los últimos 65 años debido, entre otras cosas, a las transformaciones de 1989. La conmoción actual está cambiando el panorama una vez más.
Ya podemos advertir posibles cambios de poder y en las instituciones y la cooperación internacional. Los cambios dependerán tanto de la manera en que las partes se adapten a las nuevas circunstancias, de la rapidez de la recuperación, del cambio de manos del capital, la tecnología y los recursos humanos del mundo y de lo que hagan con ellos, como de la manera en que los países cooperen o no lo hagan.
¿Cuáles son las percepciones y realidades del poder después de la crisis?
La hipótesis actual es que la economía política posterior a la crisis evidenciará la creciente influencia de China, y probablemente India, así como de otras economías emergentes grandes. Presuntamente, Estados Unidos, el epicentro de la crisis financiera, verá disminuir su influencia y poder económico.
Hay buenas razones para creer eso. China ha dado una firme respuesta a la crisis, tanto en términos de políticas monetarias como de estímulo, y al parecer cuenta con muchos recursos para respaldar sus primeras medidas. China ha logrado una rápida recuperación, lo que ha servido de ayuda a otros, algo que subraya la creciente influencia de China.
Es más, en la actualidad, China actúa como fuerza de estabilización en la economía mundial. A China e India juntas les corresponde el 8,5% de la producción mundial. Ambas naciones, así como otros países en desarrollo, están creciendo considerablemente más rápido que los países desarrollados.
Sin embargo, el futuro de China no está echado. Su rápida recuperación en 2009 se vio impulsada por una ampliación del crédito del 26% del PIB en los primeros ocho meses del año. Este aumento ahora está disminuyendo, y es probable que las autoridades lo coarten más, por temor a los efectos en los precios, la calidad de los activos y, en definitiva, la inflación general. China aún encara grandes incertidumbres para 2010.
Los líderes de China admiten la existencia de estos riesgos, incluida la dependencia constante de China y otras economías emergentes del crecimiento impulsado por las exportaciones. A China no le resultará fácil pasar a depender cada vez más de la demanda interna, especialmente de un mayor consumo que podría ayudar a equilibrar el crecimiento mundial y contribuir, al mismo tiempo, al objetivo de China de configurar una “sociedad más armoniosa”. El protegido sector de los servicios de China, incluidos los servicios financieros, coarta las oportunidades para los empresarios y los aumentos de la productividad.
A su vez, Estados Unidos se ha visto muy afectado por la crisis. Sin embargo, está arraigada en la cultura de este país su capacidad de recuperación de las crisis, de adaptarse a las nuevas circunstancias y de reinventarse.
El futuro de Estados Unidos dependerá de si habrá de corregir los grandes déficits, recuperarse sin inflación —ya que esta podría socavar su crédito y su moneda—, y reorganizar su sistema financiero para preservar la innovación y proveer al mismo tiempo a la seguridad y solidez, así como de la manera en que habrá de hacer todo eso. Estados Unidos también debe ayudar a las personas a ajustarse al cambio, de manera que pueda mantener su mayor triunfo: la apertura al comercio exterior, las inversiones, las personas y las ideas. Los expertos en geopolítica estarán atentos a la aparición de señales de que los problemas económicos de Estados Unidos están conduciendo al debilitamiento de la confianza, la energía y los recursos de Estados Unidos para proyectar sus intereses a escala mundial en cooperación con otros.
Japón es el primero de los poderes industriales más importantes en experimentar una conmoción política después de la crisis. La elección del Partido Demócrata de Japón podría crear una democracia sostenible de dos partidos por primera vez en la historia del país.
Japón resurgió de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial como un “Estado que mantiene relaciones comerciales”, el modelo de crecimiento impulsado por las exportaciones. No está claro si el viejo modelo de crecimiento basado en las exportaciones será sostenible en una economía mundial más “equilibrada” que no dependa tanto del consumidor estadounidense. El envejecimiento de Japón dará lugar a nuevas necesidades de consumo. Una economía mundial con más polos de crecimiento podría ofrecer a Japón nuevos mercados, especialmente por su asombrosa capacidad para hacer un uso eficiente de la energía.
El mundo se mostrará muy interesado en la configuración de una política exterior de Japón que pueda ser sostenida por distintos partidos y que podría asumir nuevas responsabilidades. Dicha política exterior podría basarse en las experiencias de Japón en materia de desarrollo. Japón podría intensificar la cooperación con otros agentes de Asia y el Pacífico en la Asociación de Naciones del Asia Sudoriental (ASEAN), Australia, China y Corea, y seguir cumpliendo al mismo tiempo su función a nivel mundial, especialmente a través de las relaciones con Estados Unidos. Las oportunidades en materia de desarrollo que presentan África, América Latina, Asia central y Oriente medio también permitirían a Japón “obtener buenos resultados mientras hace el bien”.
Es posible que la UE haya tardado en reconocer que esta crisis económica fue la primera prueba importante, derivada de las revoluciones de 1989, que debió encarar la nueva Europa. Sin embargo, se adaptó con relativa rapidez, y las instituciones europeas pueden salir fortalecidas por ello.
Las economías de Europa central y oriental se vieron especialmente afectadas por la crisis. Además, sus problemas están lejos de haberse solucionado. Sin embargo, al menos para los miembros de la UE, el apoyo ofrecido por la Comisión Europea, el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo y el Banco Europeo de Inversiones, con la asistencia del Grupo del Banco Mundial, ha sido decisivo. Al parecer, los bancos europeos que invirtieron en sus vecinos de Europa central y oriental están manteniendo sus inversiones. La buena noticia estratégica es que los Estados europeos, pese a todo el espectro de sus negociaciones y debates internos, han reconocido su interdependencia. Esta vez, en situaciones difíciles, Europa no se escindió.
El Banco Central Europeo (BCE) cumplió una función decisiva bajo el hábil liderazgo de su presidente, Jean-Claude Trichet. Debió actuar con sumo cuidado para respaldar el sistema financiero europeo e incluso ayudar a los europeos que no pertenecían a la zona del euro, y asegurar al mismo tiempo la credibilidad del euro. En consecuencia, es muy posible que los miembros más nuevos de la UE fuera de la eurozona deban esforzarse por lograr su seguridad.
Con todo, en el marco de una situación económica difícil, la UE aún debe encarar incertidumbres. Su vulnerabilidad energética es preocupante y torna más difíciles las relaciones con sus vecinos del este, especialmente Ucrania y Rusia. Los Balcanes todavía arden y la falta de atención que se presta a Bosnia podría reavivar los temores acerca de la falta de capacidad de la UE para ofrecer seguridad, aún en su propio continente. La UE y Turquía aún deben forjar una visión común acerca de su futuro compartido. A medida que su población vaya envejeciendo, Europa también tendrá que lidiar con la integración de los inmigrantes.
Es posible que Asia sudoriental también haya recibido un impulso de la crisis, según la manera en que se aprovechen las oportunidades. La región se encuentra en la encrucijada geográfica entre India y China, dos poderes en ascenso. Al parecer, ASEAN ha reconocido la oportunidad y ha tomado medidas para intensificar su integración y tender al mismo tiempo lazos con otros.
Habida cuenta de la considerable importancia relativa de Indonesia y la creciente influencia de Viet Nam, su sólido desempeño en condiciones de conmoción económica contrasta claramente con el registrado hace una década. Sin embargo, siguen pendientes cuestiones de ajuste y transiciones políticas en países como Tailandia y Malasia. También está la cuestión de si otros reconocerán a la ASEAN emergente. China e India, al parecer, lo están haciendo, pero ¿lo harán América del Norte y la UE?
Para otros, el impacto a largo plazo de la crisis puede depender de los productos básicos, especialmente el precio del petróleo, que en los últimos años han tenido un alto rendimiento. Cuando el precio del petróleo es de US$100, estos países son fuertes. Cuando es de US$30, casi todos tienen problemas graves. La dependencia del petróleo y los productos básicos es una base precaria sobre la que erigir la economía en un mundo que está luchando por reducir su dependencia de los combustibles fósiles y en el que los precios de los productos básicos oscilan a medida que los inversores entran y salen de una “clase de activos”. ¿Usarán los países estos rendimientos acertadamente a fin de diversificar y forjar un desarrollo económico de base más amplia? Estos son interrogantes para Rusia, los países del Golfo y algunas naciones de América Latina y África.
Entender el cambio de las relaciones de poder es fundamental para configurar el futuro, como lo reconocieron los delegados reunidos en Bretton Woods. La base política de ese sistema se forjó con el intercambio de experiencias en lo que se refiere a la falta de asunción de responsabilidades después de la Primera Guerra Mundial y una clara evaluación de la fuerza después de la Segunda Guerra Mundial. Si se modifican esas relaciones de poder, y la naturaleza de los mercados que las conectan, el sistema parece poco realista. Analicemos algunos ejemplos:
¿Seguirá siendo el dólar de Estados Unidos la moneda de reserva predominante?
El sistema monetario de Bretton Woods fue reemplazado en 1973 por los tipos de cambio flotantes y el dólar como la principal moneda de reserva del mundo. Se han planteado muchos interrogantes con respecto a la confiabilidad del dólar como moneda de reserva, pero su valor se fortaleció durante la crisis, puesto que se presentaba como un refugio para los inversores.
Estados Unidos es muy afortunado de que el dólar goce de esta posición especial. Cuando trabajo con países que se esfuerzan por cubrir sus presupuestos o financiar sus déficits comerciales, reflexiono acerca de la manera en que los estadounidenses no piensan siquiera por un momento en las singulares ventajas de poder emitir bonos e imprimir dinero libremente. La historia de las guerras napoleónicas habla de grandes campañas y batallas, pero la victoria final de Gran Bretaña y su coalición dependió del aburrido capítulo relativo a la restauración del crédito de Gran Bretaña que logró Pitt.
Estados Unidos se equivocaría si diera por sentado el lugar que ocupa el dólar como moneda de reserva predominante del mundo. En el futuro habrá cada vez más opciones distintas del dólar.
Habida cuenta del desempeño del BCE en los últimos tiempos, hay razones de peso para creer que la aceptabilidad del euro podría aumentar. La influencia del euro dependerá, en parte, de la competitividad de los países de la UE en los años venideros, así como del grado de desarrollo y liquidez de sus mercados financieros. También tendrán importancia las perspectivas demográficas y de crecimiento. Con todo, el financiamiento en euros constituye una alternativa respetable si el dólar es débil.
Por otra parte, China está avanzando hacia la internacionalización gradual de su moneda. China está haciendo que sea más fácil para los países con los que mantiene relaciones comerciales hacer negocios en renminbi, por ejemplo, a través de los canjes de monedas. Es probable que también veamos este cambio en el mundo de las inversiones: por primera vez este mes, China emitió bonos soberanos en renminbi para inversores extranjeros. China anunció hace poco que las empresas extranjeras podrán cotizar sus acciones en China, un paso adelante con miras a convertir a Shanghai en un centro financiero internacional. En su calidad de principal importador de productos básicos, cabe imaginar nuevos índices de referencia establecidos en Shanghai u otros puertos de China, con el tiempo en renminbi.
Los líderes chinos actuarán con cautela. Casi todos quieren mantener el control que se deriva de una cuenta de capital cerrada. Los mercados financieros y bancarios probablemente sigan estando sujetos a varios instrumentos de intervención y control. Con todo, creo que es muy probable que China se vuelque inevitablemente al exterior. En el curso de entre 10 y 20 años, el renminbi evolucionará hasta convertirse en una fuerza en los mercados financieros.
Los países y los mercados también pueden experimentar con financiamiento denominado en derechos especiales de giro (DEG), que guardan relación con una cesta de las principales monedas.
Naturalmente que el dólar de Estados Unidos es y continuará siendo una de las principales monedas. Sin embargo, la suerte de esta moneda dependerá mucho de las elecciones que haga Estados Unidos. ¿Solucionará Estados Unidos sus problemas de la deuda sin acudir a la inflación? ¿Puede Estados Unidos someter al gasto y su déficit presupuestario a una disciplina a largo plazo? ¿Está el país restableciendo la robusta capacidad del sector financiero para la innovación, la liquidez y el rendimiento, sin generar los mismos riesgos de grandes burbujas y quiebras institucionales? El valor del dólar también dependerá de la medida en que se produzca el retorno de una economía del sector privado dinámica e innovadora.
Las relaciones de poder también están siendo cuestionadas dentro de los países. Los bancos centrales han cumplido una función considerable en esta crisis.
¿Permitirán los Gobiernos democráticos que los bancos centrales independientes asuman todavía más facultades?
Al Congreso de Estados Unidos le sorprendió conocer el alcance de las facultades de la Reserva Federal para crear fondos, comprar activos, concebir líneas de crédito recíprocas mundiales y realizar transacciones fuera de los procesos habituales para gastar fondos públicos.
El Congreso ha mantenido una relación precaria con los bancos y los banqueros desde la época de Alexander Hamilton. Estados Unidos recién creó un banco central en 1913. La Reserva Federal consiguió su independencia tras años de denodados esfuerzos.
De modo que no debería sorprender que la democracia de Estados Unidos esté dudando otorgar a la Reserva Federal autorización para supervisar los riesgos bancarios sistémicos, así como también dirigir la política monetaria, con lo que tendría más poder.
En el Reino Unido se está llevando a cabo un debate acerca de las funciones del Banco de Inglaterra y de la Dirección de Servicios Financieros. Los países de la eurozona también encaran este problema, con la complejidad adicional de que existen varias autoridades nacionales de supervisión. Es un tema que también atañe a los países en desarrollo emergentes que cuentan con mercados bancarios y financieros cada vez más desarrollados.
Los bancos centrales tuvieron un desempeño excelente cuando se desencadenó lo peor de la crisis. Sin embargo, se han planteado objeciones razonables respecto de la manera en que abordaron la constitución de reservas, incluidas la inflación de precios de los activos y las fallas importantes de supervisión. Queda por ver si los bancos centrales pueden manejar la recuperación sin que la inflación se descontrole.
Stanley Fischer, gobernador del Banco Central de Israel y ex primer subdirector gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), defiende la combinación de instrumentos de política monetaria y la supervisión de normas de disciplina y control de los bancos centrales por una cuestión de eficacia organizacional. Otros señalan que una de las funciones inevitablemente será tratada como un pariente pobre, o que una dirección a cargo de ambas funciones aumenta el riesgo de que se cometan errores al no contarse con una segunda opinión. Algunos llegan a señalar que existe un conflicto de intereses.
Este debate pondrá de manifiesto distintas tradiciones políticas y actitudes hacia los bancos y los bancos centrales. En Estados Unidos es difícil investir de más facultades a los tecnócratas independientes y poderosos de la Reserva Federal. Mi interpretación de la gestión de la última crisis es que el Departamento del Tesoro necesitaba más facultades para reunir a un conjunto de distintas autoridades encargadas de las reglamentaciones. Además, el Tesoro es un departamento del Poder Ejecutivo y, por lo tanto, el Congreso y los ciudadanos pueden supervisar de manera más directa cómo ejerce toda facultad adicional.
Otro legado de los arquitectos de Bretton Woods es nuestro sistema de comercio mundial. ¿Está este a la altura de las exigencias de la economía mundial?
La respuesta es un “no” inequívoco.
Considerando su lado positivo, los cataclismos derivados del aislacionismo económico de los años treinta han prevenido a casi todos los Gobiernos del riesgo de que vuelvan a producirse. Hasta ahora, el proteccionismo comercial tradicional ha sido equivalente a unos pocos grados de fiebre, sin embargo, la temperatura está aumentando.
La política económica del comercio se ve representada por la “teoría de la bicicleta”: habida cuenta de la influencia local que ejercen los productores proteccionistas en casi todos los países, la única manera de contrarrestar su fuerza gravitacional es avanzar con un programa de liberalización del comercio. Los posibles beneficios de la apertura de los mercados pueden ayudar a movilizar intereses que contrarrestarán a quienes claman por la aplicación de obstáculos.
En la actualidad, los pedales apenas están moviendo a la Ronda de Doha de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Además, con un programa concebido hace casi un decenio, la Ronda de Doha está quedando rápidamente a la zaga de los nuevos desafíos. Deberíamos hacer que la Ronda de Doha concluya con prontitud, para luego mirar hacia el futuro.
La Ronda de Doha podría llevar a reducir, someter a una disciplina e incluso eliminar algunas de las subvenciones agrícolas cuya existencia se permitió durante años fuera del sistema comercial basado en normas. Podría llevar a la moderada apertura de los mercados de productos manufacturados y bienes agrícolas en las economías desarrolladas y en las principales economías en desarrollo. Podría conducir a “fijar” los obstáculos de los principales países en desarrollo en niveles mucho más bajos, lo que aumentaría la sensación de contribuciones mutuas y limitaría los riesgos de grandes aumentos de aranceles. La Ronda de Doha también podría llevar a la apertura de los mercados de servicios y la reducción de los niveles máximos de los aranceles de los países desarrollados que coartan la actividad manufacturera básica y la producción de valor agregado de los países más pobres. La Ronda podría redundar en la corrección de las normas que se han soslayado para coartar el comercio con demasiada libertad. Estos son beneficios reales que demostrarían la capacidad de las economías desarrolladas y las principales economías emergentes de hacer concesiones recíprocas en beneficio del interés mutuo y sistémico.
Una vez concluida la Ronda de Doha, debemos pasar rápidamente a abordar un nuevo programa. La integración regional es parte de la globalización, pero necesitamos reglas que permitan a los países captar los beneficios de una liberalización más profunda e integral mientras se fomenta al mismo tiempo un regionalismo abierto. La OMC debe respaldar el programa relativo al cambio climático sin valerse de nuevos aranceles por emisiones de carbono. Necesitamos contrapesos frente al proteccionismo financiero y de subvenciones que surgió de la crisis. Debemos reducir los obstáculos al comercio Sur-Sur. El comercio de servicios debe ampliarse para corresponderse con las oportunidades de desarrollo y crecimiento. Necesitamos más ayuda para los países más pobres que han sido menos capaces de aprovechar las oportunidades de crecimiento derivadas del comercio.
El nuevo programa debe basarse en los esfuerzos iniciales del director general de la OMC, Pascal Lamy, respaldados por el Grupo del Banco Mundial, por vincular la facilitación del comercio a la ayuda para el comercio. Para beneficiarse de la reducción de los obstáculos al comercio, los países más pobres necesitan contar con integración regional para crear mercados más grandes y acceso para los países sin litoral; energía; infraestructura; sistemas logísticos; fácil acceso al financiamiento para el comercio; asistencia con las normas, y procedimientos aduaneros y fronterizos racionalizados. Los camiones solían tardar dos días para hacer los trámites fronterizos entre Kenya y Uganda. Actualmente, gracias a un puesto fronterizo centralizado que el Banco Mundial contribuyó a establecer, ese tiempo se ha reducido a dos horas o menos.
El sistema de Bretton Woods fue forjado por 44 países en momentos en que el poder estaba concentrado en un reducido número de Estados. Las grandes oleadas de descolonización recién estaban apareciendo; los pocos países en desarrollo que existían eran vistos como objetos, no sujetos, de la historia. Ese mundo ya pasó hace mucho tiempo. Las nuevas realidades de la política económica exigen un sistema diferente.
¿Qué papel cabrá a los países en desarrollo después de la crisis?
La crisis ha subrayado la creciente importancia de las grandes economías emergentes, especialmente de China e India, aunque también de otras. En efecto, la economía mundial se está “reequilibrando” conforme a las participaciones relativas de hace unos dos siglos, antes de la revolución industrial, con el agregado de una nueva América del Norte.
Las economías en desarrollo emergentes deberían cumplir una función clave en la recuperación. En la mayoría de los pronósticos se prevé que la demanda sea tibia y que los consumidores estadounidenses se retraigan. Muchos países en desarrollo podrían ampliar la demanda si pudieran tener acceso a financiamiento. Cuentan con espacio fiscal para contraer empréstitos, pero no pueden obtener los volúmenes que necesitan a precios razonables sin desplazar a sus sectores privados. Además, en los países de ingreso mediano vive el 70% de la población mundial que se encuentra en situación de pobreza extrema. El Grupo del Banco Mundial y los bancos regionales de desarrollo pueden prestar asistencia.
Un análisis más amplio revela que un modelo de crecimiento más equilibrado e incluyente para el mundo se beneficiaría con la existencia de varios polos de crecimiento. Con inversiones en infraestructura, las personas y la empresa privada, los países de América Latina, Asia y Oriente medio en general podrían hacer un aporte a la “nueva normalidad” de la economía mundial.
Con el tiempo, África también puede convertirse en un polo de crecimiento. Los mensajes que me llegan de la mayoría de los países de África son los mismos: los habitantes de ese continente necesitan energía, infraestructura, agricultura más productiva, un sector privado dinámico y mercados integrados a nivel regional vinculados al libre comercio. Es un mensaje que podría haberse escuchado en la Europa devastada de hace 60 años.
Antes de la crisis, las tasas de crecimiento de varios países de África estaban alcanzando niveles notables en forma constante. Al salir de la crisis podría haber una nueva oportunidad. Algunas empresas manufactureras de China, con el apoyo del Gobierno, están analizando trasladar su producción básica a África. El Grupo del Banco Mundial está colaborando con China en el análisis de la creación de zonas industriales para que la infraestructura, la energía y las actividades de capacitación estén a la altura de estas empresas.
Las perspectivas de China con respecto a África, que comprenden el desarrollo de recursos y la infraestructura, probablemente se complementen con las de otros países. Brasil está interesado en compartir su experiencia en materia de desarrollo agrícola. India está construyendo ferrocarriles. Estamos ante el inicio de una tendencia que crecerá.
El Grupo del Banco Mundial puede ofrecer un contrapeso al proteccionismo financiero y comercial respaldando estos avances a nivel mundial. El Grupo del Banco Mundial ha puesto en marcha una nueva Corporación de Gestión de Activos, a través de la IFC, nuestra institución miembro que se ocupa del fomento del sector privado, para realizar inversiones en bancos, capital, infraestructura y la reestructuración de la deuda. Contamos con un programa paralelo para respaldar el desarrollo de los mercados de bonos en monedas nacionales e invertir en esta actividad. Los inversores a largo plazo, como los fondos soberanos y de pensiones, ahora reconocen que los mercados desarrollados también plantean riesgos y que los mercados en desarrollo pueden tener buenas perspectivas de crecimiento.
Conclusión
Al salir de esta crisis, tenemos la oportunidad de reconfigurar nuestras políticas, arquitectura e instituciones. Tenemos la oportunidad de crear un nuevo sistema mundial para un siglo XXI de “globalización responsable”, en que se promueva el equilibrio del crecimiento y la estabilidad financiera a nivel mundial, se abarquen los esfuerzos mundiales por hacer frente al cambio climático y se aumenten las oportunidades para los más pobres. Entraña ampliar los beneficios de la apertura de los mercados y el comercio, las inversiones, la competencia, la innovación, el espíritu empresarial, el crecimiento, la información y el debate sobre las ideas. Debe ser una globalización que sea tanto incluyente como sostenible y que amplíe las oportunidades cuidando del medio ambiente.
Sin embargo, no se producirá naturalmente.
En la cumbre del Grupo de los Veinte (G-20) que se celebró en Londres en abril, los líderes se encontraban frente a un abismo económico. En la actualidad, el peligro no es caer en el abismo, sino el exceso de confianza. A medida que mengua la crisis, será más difícil presionar a los países para que cooperen en “reconstruir para hacerlo mejor”. El examen por los pares de un nuevo marco para el crecimiento sólido, sostenible y equilibrado que se acordó la semana pasada en la cumbre del G-20 es un buen comienzo, pero exigirá un nuevo nivel de cooperación y coordinación a nivel internacional, incluida la nueva disposición a tomar en serio las conclusiones del seguimiento mundial. El examen por los pares deberá constituirse en presión de pares.
El cambio climático se presenta como una primera prueba. La principal tarea en Copenhague en diciembre consistirá en crear incentivos para que los países en desarrollo participen en un crecimiento con bajo nivel de emisiones de carbono. Los responsables de adoptar las decisiones deberán enmarcar el proceso que se encuentra en marcha para reducir la emisión de gases de efecto invernadero y promover al mismo tiempo el cambio tecnológico, la adaptación y el crecimiento.
Necesitamos un sistema de economía política internacional que se corresponda con una nueva polaridad múltiple de crecimiento. Es preciso que integre a las nuevas potencias económicas como “partes interesadas responsables” y reconozca al mismo tiempo que en estos países aún viven cientos de millones de pobres y que estas naciones encaran desafíos abrumadores de desarrollo. Dicho sistema debe lograr la participación de las energías y el apoyo de los países desarrollados, cuyos ciudadanos sienten la pesada carga de la deuda y la ansiedad competitiva y creen que los nuevos poderes deben compartir las responsabilidades. Debe ayudar a tender la mano a los países más pobres y débiles, a los 1600 millones de personas que aún viven sin electricidad y a los “1000 millones de personas que viven en la extrema pobreza” y sumidos en esa situación debido a los conflictos y a la mala gestión de gobierno.
Las monedas y las finanzas mundiales, el sistema comercial, el desarrollo incluyente y sostenible, el cambio climático, los Estados que se debaten con la fragilidad y los conflictos, y diversas cuestiones de seguridad más: todos estos temas son importantes en sí mismos, pero todos están interconectados.
Sin cooperación, los países del mundo nunca atenderán eficazmente a este programa. El multilateralismo económico de otra época no se condice con la realidad actual. Debemos modernizar el multilateralismo y los mercados.
Como se acordó en Pittsburgh la semana pasada, el G-20 debería convertirse en el principal foro para la cooperación económica internacional entre los países industrializados adelantados y las nuevas potencias. Pero no puede ser un comité independiente. Tampoco puede ignorar las voces de los más de 160 países que quedan fuera.
El G-20 debería funcionar como “grupo directivo” en toda una red de países e instituciones internacionales. Podría reconocer las interconexiones entre las distintas cuestiones y promover puntos de interés mutuo. Este sistema no puede ser jerárquico y tampoco debería ser burocrático. Con un impulso, los temas podrían ser tratados por otros grupos de negociación, regímenes internacionales, o instituciones mundiales y regionales. El FMI, el Grupo del Banco Mundial, la OMC, el Consejo de Estabilidad Financiera y los organismos de las Naciones Unidas podrían alertar a los países acerca de problemas, proporcionar análisis, encontrar soluciones en un medio de cooperación y ayudar a aplicar las políticas.
Para ser eficaces y consolidar su legitimidad, las instituciones internacionales también deben evolucionar. Sus derechos de voto deben corresponderse con la influencia relativa y las nuevas responsabilidades de las nuevas potencias, y asegurar al mismo tiempo que los pobres tengan participación. Las instituciones internacionales deben actuar con transparencia y agilidad dentro de redes de empresas privadas, fundaciones y sociedades civiles, así como entre sí.
El viejo orden económico internacional estaba luchando por mantenerse a la par de los cambios antes de la crisis. La conmoción actual ha revelado la existencia de grandes deficiencias y necesidades acuciantes. Es hora de ponernos al corriente y avanzar.
La cuestión es si los líderes pueden cooperar para dirigir los cambios. Se verán llamados, como es debido, a defender los intereses de los ciudadanos que representan. Sin embargo, también encararán el desafío de reconocer y crear intereses comunes, no solo atendiendo a las particularidades de cada caso, sino a través de instituciones que se condigan con una “globalización responsable”.
Estamos asistiendo a una revisión general de Bretton Woods. Esta vez llevará más tiempo que las tres semanas de New Hampshire. Habrá más participantes en el proceso. Sin embargo, dicho proceso es igual de necesario. La próxima conmoción, sea cual fuere, se está gestando ahora. La disyuntiva es configurarla o ser configurados por ella.
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