Un
expresidente enloquecido con las nuevas tecnologías... y sueña con un aparatito
que manejan muy bien los pelaitos...
Lo
bueno de esos pequeños es que tienen todavía una inocencia a flor de piel.
Esa
inocencia les sirve para que les perdones sus tremendas “cagadas”.
Meten a
veces el dedo, donde no deben y dañan un negocio.
Pierden sus parejas.
Irrespetan a sus padres y a los mayores.
Y como son tan jóvenes, se acercan,
piden disculpas en privado y hasta en público y su vida sigue.
No
tienen esos rencores que cargamos, a veces, los ciudadanos mayores.
A
ellos, les podemos disculpar y perdonar muchísimas equivocaciones.
Pero,
cuando eso ocurre con una persona mayor de 50 (medio siglo), uno dice: “eche”…
este señor no está loco. Lo que está diciendo, expresando y “twittiando” es
verdad.
Él es consciente, así que… esto está bien delicado.
Delicado
para él.
Para el país.
Para el mundo entero que creyó en él un rato largo.
Lo
que está ocurriendo con Álvaro Uribe, es triste… debemos orar por él. ¿Cómo terminará su existencia?
RADAR,luisemilioradaconrado
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Pd:
mi amigo Fabio Osorio lo llama: El popular "Loquito del
Twiter"
PORTADA. Semana. Con sus últimos ataques, hasta sus admiradores creen que se le está yendo la mano.
PORTADACon sus últimos ataques, hasta sus admiradores creen que se le está yendo la mano.
Aun para sus ya conocidos estándares de oposición al gobierno y agresividad antisantista, la última salida del expresidente Uribe la semana pasada sorprendió a muchos. La revelación de unas coordenadas militares secretas tenía implicaciones más graves que sus puyas anteriores. Tan es así que el presidente Santos, quien había tomado como mantra la decisión de no revirarle a los ataques de Uribe, no se pudo contener y lo acusó de “irresponsable”
El origen de este incidente fue el
hecho de que el exmandatario hubiera publicado las coordenadas
geográficas de una delicada operación militar. El gobierno había
autorizado la salida de algunos guerrilleros del país rumbo a La Habana
con el fin de avanzar a otra fase del proceso. Para esto era necesario
suspender las actividades militares en la zona donde iban a ser
recogidos los subversivos por helicópteros de la Fuerza Aérea. Esa
operación, por razones lógicas, tenía que ser confidencial.
Aun dentro de las Fuerzas Armadas
pocos tenían conocimiento de la logística por evidentes consideraciones
de seguridad. Sin embargo, alguien le filtró a Uribe las coordenadas
exactas, quien las retransmitió por Twitter. Este era un acto que podría
poner en peligro no solo el proceso de paz sino la vida de muchas
personas. Esas negociaciones requieren para salir adelante un nivel de
confianza recíproca, aun cuando se estén desarrollando en medio del
conflicto. Si la filtración del expresidente hubiera producido algún
acto de violencia, cualquier cosa hubiera podido suceder.
Uribe seguramente no lo hizo para que hubiera bala en el momento
del traslado. Lo hizo para mandar una señal en el sentido de que dentro
de las Fuerzas Militares hay sectores que todavía le copian más a él que
al actual gobierno. Esto puede ser verdad, pero estimular y atizar esos
sentimientos tiene también la consecuencia de generar rebeldía en los
cuarteles.
Y esa actitud no es de la altura de una persona que ha ostentado la
primera magistratura de la Nación. El militar que le suministró la
información al expresidente irá a la cárcel si es descubierto. Lo de
Uribe, por más indignación que haya creado, no tendrá consecuencias
judiciales. Pero sí las tiene en la opinión pública porque una cosa es
la crítica y otra el sabotaje.
Ese no es el único episodio en que el expresidente Uribe ha cruzado
esa raya. La primera vez fue cuando después del fallo de la Corte de La
Haya hizo un llamado para que los colombianos rechazaran esa sentencia.
Esa causa no tiene pierde pues apelar al patriotismo en defensa de la
integridad territorial es siempre taquillero. Pero no es realista ni
respetable agitar esos sentimientos ante una situación dolorosa que no
tiene remedio.
En circunstancias como esas, lo lógico hubiera sido anteponer lo
que él siempre ha llamado “los superiores intereses de la patria” sobre
cualquier consideración política personal. Esto no sucedió. Instigar al
país a incurrir en el desacato de un fallo internacional de esta
naturaleza dejaría a Colombia en una situación que va en contravía de su
trayectoria como país de leyes y de su historia.
Muchos tirapiedras pueden asumir esa posición, pero no una persona
que ha tenido la dignidad de la Presidencia y que ha regido los destinos
del país. Y esto para no mencionar que Uribe, por haber gobernado ocho
años, es el mandatario que más tiempo tuvo en sus manos el manejo de ese
pleito. Además, está el hecho de que él mismo aparece filmado en un
video de marzo de 2008, al lado del presidente Daniel Ortega, diciendo
textualmente: “Presidente, esté tranquilo. Tenga toda la seguridad de
que lo único que estamos haciendo es esperando la definición de la Corte
de La Haya, la cual respetaremos totalmente”.
En el paro cafetero el expresidente no se portó mejor. Las
pretensiones económicas de los productores del grano eran absurdas y de
cumplirse habrían descuadrado las finanzas de la Nación. Esto no lo
entiende todo el mundo, pues es más fácil comprender los problemas del
pequeño caficultor que la minucia presupuestal del Estado. Por eso, esos
paros siempre permiten pescar en río revuelto y la izquierda no deja de
utilizarlos en forma efectista.
Pero Uribe es un experto en Hacienda Pública y más que nadie tiene
que entender esas realidades. Si él fuera presidente, en esas
circunstancias se hubiera parado valientemente con un megáfono frente a
los cafeteros sublevados a ponerles el tatequieto. En su gobierno
definitivamente se vio más la mano firme que el corazón grande. ¿Qué
explicación tiene ahora que esté de promotor de todas las revueltas
populares contra el orden institucional?
Su posición frente al proceso de paz es más legítima. Todo el mundo
reconoce el derecho a la crítica que tiene cualquier ciudadano hacia
este. Ese experimento despierta escepticismo y hay muchos argumentos
sensatos para no compartirlo. Un sector importante del país tiene esas
reservas y su vocero ha sido Álvaro Uribe. Nadie como él tiene la
credibilidad y la autoridad para enarbolar esa bandera, y es por eso que
su compromiso con esa causa ha hecho tanto daño.
Lo malo es que el expresidente en algunos casos utiliza su
autoridad y su credibilidad para llevar su oposición a deformaciones de
los hechos y a excesos que no corresponden con la realidad ni son
coherentes con posiciones suyas anteriores. Por ejemplo, él da la
impresión de que es un error del presidente Santos haberle apostado al
final del conflicto por la vía del diálogo. Sin embargo, Uribe mismo en
su libro No hay causa perdida incluye seis referencias en las cuales
reconoce que él mismo exploró seriamente esa posibilidad.
Es pertinente citar textualmente cuatro de esos apartes para ver cual ha sido su posición sobre el tema.
1) Desde 1997, cuando era gobernador de Antioquia, le manifestó a
García Márquez que “estaba interesado en cualquier tipo de
conversaciones que pudieran conducir a la paz y que si las condiciones
lo permitían aceptaría, en coordinación con el gobierno nacional, hablar
con las Farc” (página 87).
2) “Siempre he creído que si nuestro objetivo es la paz, nunca podremos alcanzarla solo por la vía militar” (página 91).
3) “En mi discurso de investidura, ofrecí la paz a las Farc y
revelé que Kofi Annan, el secretario de las Naciones Unidas, había
aceptado mi solicitud para mediar en los esfuerzos tendientes a regresar
a la mesa de negociaciones” (página 161).
4) “La posibilidad de este acuerdo sorprendió a quienes
consideraban a nuestro gobierno como de ‘línea dura’, poco o nada
dispuesto a negociar. No era así; siempre declaramos nuestra voluntad de
hablar con las Farc bajo ciertas condiciones; lo que no podíamos
tolerar bajo ninguna circunstancia era una zona de despeje similar a la
que hubo en el Caguán durante el gobierno anterior y que sirvió a este
grupo para reconstruir su capacidad militar mientras fingía estar
interesado en la paz” (página 224).
Con estas frases escritas de su puño y letra no es muy fácil
entender por qué le genera tanta indignación que el presidente Santos
esté haciendo lo mismo que él consideraba debía hacerse. El resumen de
sus planteamientos es que no era posible acabar con la guerrilla por la
vía militar y que había que llegar a una mesa de negociación siempre y
cuando no hubiera despeje. Esto corresponde milimétricamente a lo que
está sucediendo en la actualidad.
Aceptado el hecho de que era necesario llegar a una mesa de
negociación, el único debate posible que surge es entonces en qué
condiciones se negocia, qué concesiones toca hacerle a la guerrilla y en
qué no se puede ceder. Una de las críticas que ha formulado el uribismo
es que como no se conoce ningún detalle de lo que se discute en La
Habana, se está negociando de espaldas al país. Como el gobierno y las
Farc decidieron que no se iba a revelar nada hasta que todo estuviera
acordado, es bastante especulativo oponerse a algo desconocido. La
negociación en secreto puede ser criticada, pero es la única forma de
avanzar. El mismo Uribe lo sabía porque todas las gestiones que realizó
su alto comisionado para la Paz, Frank Pearl, para buscar un
acercamiento con las Farc se hicieron bajo la más absoluta reserva.
Una negociación pública como la de El Caguán se convierte en una
feria de vanidades y de discursos para la galería que garantizan el
fracaso. Lo importante es que el resultado final sea considerado
aceptable por las dos partes y tenga algún tipo de refrendación popular.
Eso lo ha garantizado el gobierno puntualizando que no se va a convocar
una nueva constituyente para no abrir una caja de Pandora.
Por todo lo anterior, el caballo de batalla real que le queda al
expresidente Uribe ante la opinión pública es el de la cruzada contra la
impunidad de los guerrilleros. Esta es una causa muy popular pues la
mitad de los colombianos cree que los guerrilleros deben ser tratados
igual que los paramilitares. Esa división es tan clara que en una orilla
está el procurador, y en la otra el fiscal. Para Alejandro Ordoñez y
los primeros es inaceptable que personas que han cometido delitos
atroces, ya sean guerrilleros o paramilitares, no paguen un día de
cárcel. Para el fiscal Eduardo Montealegre y los segundos, los dos casos
no son comparables.
La comunidad internacional y la Justicia diferencian entre delitos
políticos y comunes. Para este grupo, los guerrilleros estarían en la
primera categoría y los paramilitares en la segunda. Por más arbitraria
que pueda parecer esa interpretación, ya que las atrocidades que
cometieron ambas partes son igual de aterradoras, al guerrillero se le
reconoce una motivación ideológica en su rebelión que no se le reconoce
al paramilitar.
Sobre este tema el expresidente Uribe tampoco ha sido muy
coherente. Ahora pretende estar del lado del procurador en la exigencia
de que se juzguen drásticamente todos los crímenes de la guerrilla, pero
su hoja de vida dice otra cosa. El propio Uribe fue uno de los primeros
en considerar que los guerrilleros que se sometían a un proceso de paz
requerían un tratamiento jurídico especial, que podía incluir una
amnistía.
En 1992, para apoyar una ley de indulto del gobierno a favor de los
guerrilleros del M-19, presentó una proposición con su firma en los
siguientes términos: “Desígnese una comisión… para tramitar con
celeridad un instrumento jurídico que haga claridad en el sentido de que
la amnistía y el indulto aplicados al proceso de paz (con elM-19),
incluyan aquellos delitos tipificados en el holocausto de la Corte
Suprema de Justicia, a fin de que no subsistan dudas sobre el perdón
total a favor de quienes se han reintegrado a la vida constitucional”.
Eso significa que él compartía el concepto de que los guerrilleros,
por ser delincuentes políticos, podían ser sujetos de fórmulas
jurídicas que correspondieran en la práctica a una amnistía o a un
indulto. No es muy coherente, por lo tanto, de su parte considerar ahora
inaceptable que se le otorguen a las Farc los beneficios jurídicos que
él mismo propuso para el M-19.
La situación real es que las Farc nunca hubieran llegado a una mesa
de negociación para pagar años de cárcel. Sobre todo si se tiene en
cuenta que prácticamente los únicos que quedarían tras las rejas son los
mismos que tendrían que firmar el acuerdo en La Habana. Ellos son los
comandantes y la prisión sería más para ellos que para la tropa.
Por lo tanto, si se trata de discutir en términos realistas las
negociaciones de Cuba, es posible que desemboquen en una firma con
alguna fórmula jurídica que no implique penas privativas de la libertad;
también es posible que fracasen; lo que es definitivamente imposible es
que haya una firma de un acuerdo con cárcel para quienes negociaron.
Esto lo saben todos los protagonistas de la negociación, aunque ninguno
lo puede reconocer públicamente.
De lo anterior se puede deducir que el expresidente en su oposición
al proceso de paz de Santos puede haber sido convincente, pero no
coherente. Él ha criticado la búsqueda de una salida negociada y no
militar cuando él mismo, en su autobiografía, reconoce que buscó eso
mismo. Ha criticado que la negociación sea reservada cuando es evidente
que si fuera pública no funcionaría. Y ha pretendido que las Farc no
puedan ser objeto de una amnistía total cuando él mismo la pidió para el
M-19.
Álvaro Uribe es probablemente el estadista más popular que ha
habido en Colombia en los últimos 50 años. Que se recuerde, solo el
retiro de Alberto Lleras de la Presidencia de la República en 1962
provocó el mismo nivel de agradecimiento que el que se vio al final de
los ocho años de la seguridad democrática. Lleras Camargo había
terminado con la violencia partidista con la creación del Frente
Nacional y el país entero se lo reconocía. Uribe no terminó el conflicto
guerrillero que reemplazó al partidista, pero le dio una estocada que
parecía haberlo dejado herido de muerte. Ese mérito no se lo podrá
quitar nunca nadie.
Ese reconocimiento ha sido tan grande que ha producido lo que se
denomina el efecto teflón. Por esto se entiende que todos los ataques
contra él le resbalaban. Eso en cierta forma sigue pasando, como lo
demuestran sus relativamente altos índices de popularidad, pero se
comienzan a ver grietas. Su conducta como expresidente ha sido tan
radical y en cierta forma tan irracional que aun sus adoradores se
sorprenden.
El exmandatario no tiene por qué estar de acuerdo con las políticas
de este gobierno, pero tampoco tiene por qué tener una obsesión para
que fracasen. Al respecto se le podría decir que pensara en el ejemplo
del expresidente George W. Bush. Cuando le preguntaron qué opinaba del
gobierno de Barack Obama respondió: “Obviamente tengo muchos
desacuerdos, pero considero que mi sucesor merece mi silencio”.
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