El papel de los periodistas.
La dignidad de los comunicadores.
El rol de los medios.
La corrupción que se apoderó de la profesión.
El rescate de la misma.
El poder las redes sociales.
Todo eso, lo podemos repensar leyendo a María Jimena Duzán, en esta columna de Semana.
RADAR,luisemilioradaconrado
@radareconomico1
Opinión | 2016/02/20 00:00
El fin del periodismo
por María Jimena Duzán
No voy a
defender la publicación del video. Lo que me interesa es la manera
virulenta como aplastaron a Vicky Dávila en las redes sociales.
María Jimena Duzán
Foto: Guillermo Torres
Ser periodista en
Colombia hasta hace poco era un oficio aprestigiado, así no fuera ni
bien pago, ni la mejor manera de hacer amigos. Sin embargo, de un tiempo
para acá, esa aureola respetable con que la sociedad nos ungió en años
pasados se nos ha ido evaporando en la medida en que la opinión pública,
que no es boba, se ha dado cuenta de que el periodismo que se practica
hoy en Colombia es sinónimo de soberbia, de likes, de arrogancia y de
genuflexión ante los poderes económicos y políticos, y que valores como
la independencia y la ética son parte ya de la prehistoria.
Ese
repudio y hastío frente al papel que desempeñan los periodistas y los
medios lo venía notando en las conferencias sobre periodismo a las que
me invitan con alguna frecuencia, y en las que las críticas a los medios
sobrepasaban incluso las críticas a la corrupción en los partidos
políticos y en las instituciones gubernamentales. Me sorprendió también
ver esa misma reacción en las víctimas de Bojayá que estuvieron en la
ceremonia de reconciliación con las Farc. Para ellas, los medios son un
enemigo tan temido como las Farc o los paramilitares. Luego de esa
amarga experiencia tuve la impresión de que los medios teníamos que
reflexionar seriamente sobre nuestro papel y sobre el periodismo que
estábamos haciendo. Algo debíamos estar haciendo muy mal para que una
comunidad como la de Bojayá hubiera prohibido la entrada de periodistas
el día de la ceremonia de reconciliación por considerarnos un agente
perturbador.
Sin embargo, fue con el
linchamiento que se dio en las redes sociales contra Vicky Dávila, por
haber sacado en La F.M. de RCN un video en el que se veía al
exviceministro del Interior y a un policía en una conversación
sexualmente explícita, que este malestar llegó a su cenit. Ese día en
que se publicó el video, una señora me enrostró a mí la publicación, y
me dijo que estaba hastiada porque los periodistas se creían dioses y
jueces. No le pude decir nada, porque tenía razón. Por la noche, un taxi
al que me subí me insultó cuando supo que era periodista. Tampoco pude
decir algo en favor de los colegas.
No voy a defender la publicación del video de marras -no lo habría publicado por considerarlo innecesario para la investigación que estaba adelantando la periodista en torno a una red de prostitución que habría existido al interior de la Policía-, porque lo que me interesa para esta discusión es la manera virulenta como aplastaron a Vicky Dávila en las redes. La indignación fue tan tenaz que era evidente cómo a Vicky no solo le enrostraron su error, sino todos los excesos que los periodistas y los medios hemos cometido.
Yo
atendería este clamor, así sea exagerado e injusto con la propia Vicky
Dávila, quien por un error de criterio periodístico no merece ser
lapidada en las redes. Y lo atendería porque hay en esa reacción un
mensaje que la sociedad nos está mandando y que no deberíamos hacer a un
lado con la soberbia que siempre nos caracteriza.
Hace
rato el periodismo en Colombia perdió su dignidad porque se comenzó a
ejercer con los mismos estándares éticos con que se hace política en el
país. Hay periodistas corruptos que han convertido el periodismo en un
negocio; trafican con la información y se aprovechan de su condición de
periodistas para acceder a lugares con el propósito de engordar sus
bolsillos, mover procesos o conseguir dádivas. Periodistas que además
son intocables porque la Fiscalía ni los emplaza ni los investiga, como
bien lo resaltó hace poco en una columna en El País de Cali, Gustavo
Gómez. Hay columnistas que no declaran sus conflictos de intereses pero
sí tienen el coraje de exigírselos a los políticos y a los ministros que
denuncian. Y hay periodistas que se meten a tocar temas en los que sus
novios o sus maridos son protagonistas sin decirle a la audiencia cuáles
son sus relaciones con el poder, argumentando que se trata de su vida
privada. Hay periodistas que trapean con los ministros, con los
alcaldes, con los superintendentes con una soberbia propia de quien se
cree de una casta superior. Y también hay periodistas que investigan no
para descubrir la verdad de los escándalos sino para tumbar a
funcionarios, a ministros o a presidentes y nutrir de esa forma su
egoteca y su rating.
El periodismo es una
herramienta fundamental para garantizar la libertad de expresión y es
vital en una democracia. Ojalá que los periodistas aprendamos la lección
de lo que sucedió con Vicky Dávila y volvamos a los fundamentos del
periodismo. Todavía estamos a tiempo de enderezar el caminado y lo que
menos necesitamos es que sea el presidente Santos quien nos dé clases de
periodismo. Ahora, si persistimos en seguir acabando con el oficio
terminaremos por finiquitarlo.
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