Con Ricardo Ávila Pinto nos hemos
encontrado en muchas partes del mundo.
En las Asambleas del Fondo
Monetario Internacional y el Banco Mundial.
También en las del BID, el Banco
Interamericano de Desarrollo y en las locales, en las Asambleas de los gremios:
Andi, Fenalco, Asobancaria…
Varios años estuvo dirigiendo
Portafolio y participando en eventos económicos en El Tiempo.
Un día cualquiera me dijo: “Ya
llegó el momento del retiro”.
No iba a dejar de escribir. Era
el retiro de la dirección, que es más estresante.
Ahora, escribe con más reposo.
Y me gozo este trabajo que se
publicó este domingo en El Tiempo.
Vamos a leerlo con tranquilidad,
la tranquilidad que no tenía antes Ricardo, por los afanes del periodismo…
RADAR,luisemilioradaconrado
@radareconomico1
América Latina: la otra batalla entre China y Estados
Unidos
A Colombia debe diversificar mercados y buscar
una mayor inserción en Asia
SEPTIEMBRE 20 DE 2020 11:07 A.M.
El avión de color azul y blanco,
con una franja dorada en la mitad, que aterrizó en la noche del viernes en el
aeropuerto El Dorado trayendo en su interior al secretario de Estado de Estados
Unidos, Mike Pompeo, acabó con una larga sequía en materia de bienvenidas
protocolarias. Como lo señalaron los observadores, se trató de la primera
visita en más de seis meses de un funcionario extranjero de primera línea al
territorio nacional.
Aun así, mascarillas y
distanciamiento confirmaron que la nueva normalidad cobija a las relaciones
internacionales, que ahora tienen lugar en otros escenarios. Por cuenta de la
pandemia que redujo los contactos personales a su mínima expresión, la
diplomacia cara a cara ahora exige al menos dos metros de espacio, cuando no
debe adaptarse a la virtualidad, tal como le sucedió a las Naciones Unidas,
cuya asamblea general anual transcurre en el ciberespacio.
Ese hecho hace más significativa la presencia del enviado de Donald Trump,
quien cerró en Bogotá una gira que lo llevó a Surinam, Guyana y Brasil, escalas
en donde envió varias veces el mismo mensaje. El más sonoro se le dirigió a
Nicolás Maduro, quien volvió a recibir una invitación a dejar el poder. Pero
también fue clara la advertencia sobre China, lo cual llevó a Pekín a decir que
la mano derecha de Donald Trump busca “sembrar discordia” en la región.

Aunque el cruce de salvas entre las dos principales potencias del planeta
resulta usual desde hace un tiempo, es claro que la tensión se extiende a
América Latina. Washington no ve con buenos ojos que se le metan en su patio
trasero y menos ahora que la Casa Blanca sigue alimentando la hoguera con
acciones y palabras dirigidas al que ahora es su gran adversario, al otro lado
del océano Pacífico.
Guerra comercial, prohibición de inversiones, cierre de consulados y limitación
de frecuencias aéreas son algunas de las armas utilizadas en las que promete
ser una confrontación de largo aliento. Para los expertos, lo que está en juego
es nada menos que la supremacía mundial a lo largo del siglo XXI.
Aunque la batalla no ocurrirá necesariamente en el terreno militar,
armamentista o ideológico, como pasó con la antigua Unión Soviética, sino en el
económico y tecnológico, esta va a ser intensa y puede dejar daños
colaterales. El mayor riesgo es que se obstaculicen los flujos de
intercambio de bienes y de capitales, limitando el acceso a diversos mercados y
las posibilidades de progreso.
SI POR ALLÁ LLUEVE
Semejante escenario puede sonar lejano en Colombia, cuyas urgencias inmediatas
son de otra índole. Sin embargo, las estadísticas confirman que la nación
asiática no solo es el segundo socio comercial, sino que desde hace un tiempo
relativamente corto el país comenzó a recibir inversiones chinas
importantes que se expresan no solo en un grupo de empresas cada vez más
amplio, sino en varios proyectos de gran envergadura.
La lista es larga y comienza con el metro de Bogotá, la obra de infraestructura
de mayor costo en la historia del país. En el mismo segmento está el Regiotram
de Cundinamarca y la autopista Mar 2, una de las concesiones de cuarta
generación, a la cual se le podrían sumar las del fracasado grupo Solarte.
De otro lado, aparece una fuerte presencia en telecomunicaciones, a través de
nombres tan conocidos como Huawei –proveedor de celulares y redes para
telefonía móvil–, ZTE, Hytera, TP Link, Vivo o Xiaomi. En energía se encuentra
Hydro Global, que desarrolla una iniciativa hidroeléctrica en el Chocó, mientras
que en minería Zijin Mining pagó 1.400 millones de dólares por una compañía que
explota un yacimiento en Buriticá, en Antioquia.

A lo anterior hay que agregarle a CMIG International que se quedó con los
activos de Old Mutual en el área financiera, a Didi en el transporte de
personas o a marcas de vehículos como BYD –especialista en buses
eléctricos–, al igual que JAC, Chery, Haima, Changan y DFSK. El cálculo es
que el número de compañías supera con facilidad las setenta.
Aunque se corre el peligro de sumar peras y manzanas, puede decirse con un alto
grado de certeza que hay cerca de 10.000 millones de dólares involucrados en
operaciones de diverso tipo. No todo ese dinero ha llegado, pues en ciertos
casos hay emprendimientos que tomarán años en madurar.
Según el Banco de la República, el flujo acumulado de la inversión directa de
China en Colombia ascendió a 277 millones de dólares entre enero de 2000 y
junio de 2020. Como proporción del total, esa cifra representa apenas un 0,14
por ciento, que es un guarismo bajo.
Quienes saben del asunto
advierten que la explicación es que los registros identifican el país de donde
viene el dinero y no donde se toma la decisión de girarlo, por lo cual en más
de un caso aparece Panamá o algún paraíso fiscal, así su remitente sea una
firma de capital de la República Popular.
No hay duda de que estamos en la mira. En opinión de Margaret Myers, directora
del programa de Asia y América Latina en el Diálogo Interamericano en
Washington, lo sucedido “refleja el trabajo de ciertas instituciones
colombianas para hacer conexiones y también un importante proceso de
aprendizaje de parte de las compañías chinas”.
Y es que después de varios años, en esta parte del mundo ha tenido lugar una
adaptación hacia mecanismos más sofisticados. Eso lo evidencia “tomar parte en
asociaciones público privadas (APP) con frecuencia creciente, en lugar de
apoyarse en créditos atados, lo cual pasa por juntarse con empresas
internacionales cuando hace sentido, como es el caso del metro de Bogotá”,
añade Myers.
Para Lan Hu, el embajador en Bogotá, “el crecimiento de la inversión china en
Colombia es el resultado de la creciente apertura y atracción de un país que
goza de condiciones favorables como estabilidad política, desarrollo económico
y un sistema legal sólido”. El enviado de Pekín asegura que lo que hacen
las firmas de su país “no es una simple inversión de capital o contratación de
obras, sino que a través de proyectos APP y otros traen tecnología y
administración más avanzada, en aras de colaborar con el pueblo colombiano por
un mayor desarrollo”.
En paralelo, se observa un estrechamiento de los vínculos comerciales. “El
intercambio económico se volvió importante en los últimos diez años, pero sobre
todo en los últimos cuatro las exportaciones colombianas a China han crecido
300 por ciento”, anota Guillermo Puyana, presidente de la Asociación Colombo
China.

TENSIONES DE FONDO
Semejante evolución es un reflejo de cómo se ha movido el péndulo del poder
económico hacia la zona del Asia Pacífico. Son varias las naciones de esa parte
del mundo que han liderado los indicadores de crecimiento, pero no hay duda de
que por su tamaño China está en una categoría aparte.
Basta recordar que genera un 17 por ciento del producto interno bruto global y
que cuenta con casi 1.400 millones de consumidores, cuya calidad de vida
ha cambiado sustancialmente en menos de cuatro décadas. Aparte de ser el mayor
exportador de bienes, también es un enorme comprador de materias primas, con un
gran impacto regional: adquiere el 78 por ciento de las ventas de soya de
Brasil o el 41 por ciento del cobre que saca Chile, para solo citar un par de
datos.
Como consecuencia, es uno de los dos principales destinos de las ventas
externas de los países de América Latina, que se concentran en alimentos y
minerales. Ese surgimiento tuvo lugar en lo corrido de este siglo y claramente
ha sido de doble vía.
Los superávit acumulados y el mismo tamaño de sus empresas hacen lógico que la
inversión china sea cada vez más relevante en el planeta. En muchos casos, los
capitales se han enfocado en garantizar el abastecimiento de una nación
deficitaria en bienes primarios. En otros hay la intención de impulsar
transnacionales en los sectores más diversos.
Dicha evolución debería ser más acelerada ahora, por cuenta de la
pandemia. Al tiempo que cerca del 90 por ciento de las economías en los
cinco continentes entran en recesión, la china se encamina a cifras positivas
en 2020, así estén por debajo del promedio observado desde comienzos de los años
ochenta.

A lo anterior se agrega el despliegue de lo que varios analistas llaman la
“diplomacia de la máscara”. Justo en el momento en que Estados Unidos parece
estarse replegando y toma una actitud confrontacional, incluso con sus aliados
más cercanos, Pekín logró dejar atrás el estigma de ser identificado con el
covid-19. Para conseguirlo multiplicó sus donaciones de equipos de protección o
ventiladores de uso médico, aparte de comprometerse a compartir las vacunas que
está desarrollando.
En respuesta, Washington frunce el ceño y habla duro, pero no tiene mucho que
mostrar más allá de una iniciativa para promover inversiones en las Américas,
descrita como algo gaseosa. Lo anterior no desconoce que las tensiones están
ocasionando cambios importantes que pueden convertirse en oportunidades para
los países de este hemisferio.
De un lado, Estados Unidos recortó sus compras de productos chinos, pero esa
disminución benefició a los exportadores latinoamericanos. Del otro, China
también impuso barreras y eso la lleva a buscar otros proveedores.
Al mismo tiempo, es probable que algunas industrias decidan localizarse en
estas latitudes, con el fin de disminuir el riesgo geopolítico y acceder al
mercado estadounidense. Los menores costos laborales y la cercanía son argumentos
que juegan en favor de la región.
Así las cosas, el mensaje es que a América Latina le conviene ser neutral en la
confrontación de las superpotencias. Como afirma Margaret Myers: “Espero que
las naciones del área no tengan que escoger entre agradar a Estados Unidos o
agradar a China”.
Ello obliga mantener buenas relaciones con todos, no prestarse a los juegos de
poder y defender los principios del regionalismo abierto. En caso de que Trump
repita mandato y trate de volver realidad sus amenazas de desacoplarse de su
antagonista al otro lado del océano Pacífico, habrá que mantener la cabeza fría
y usar la diplomacia.
Volviendo a Colombia, lo que corresponde es diversificar mercados y buscar una
mayor inserción en esa parte del mundo, pues nuestros pares regionales han
avanzado más rápido. A este respecto, el ministro de Comercio, José Manuel
Restrepo, subraya que “China, que hace diez años no aparecía todavía en los
primeros diez destinos de las exportaciones colombianas, hoy ocupa el segundo
puesto, con mucho más dinamismo que las del resto del mundo y menor dependencia
de bienes minero energéticos”.

Café, aguacate, banano, pulpas de fruta, frutas secas y chocolates son
renglones que muestran una muy buena dinámica. El desafío es ampliar ese
abanico, y ojalá con artículos de mayor valor agregado y con el objetivo de
equilibrar una balanza comercial que sigue siendo ampliamente deficitaria.
Por otra parte, es previsible que las inversiones sigan llegando y que
eventualmente, una vez la pandemia quede atrás, los turistas. Nada de eso era
así de claro hace cuatro décadas, cuando Bogotá y Pekín establecieron
relaciones diplomáticas.
En ese lapso, las cosas han cambiado mucho, pero hay que reconocer que la
historia apenas comienza. Y así al Tío Sam le moleste, todo apunta a que el
dragón chino seguirá batiendo sus alas en esta parte de la cuenca del Pacífico.
RICARDO ÁVILA
Especial para EL TIEMPO
En Twitter: @ravilapinto