Guerrero, listo,
atrevido, excelente reportero gráfico, “mamador de gallo”, todo eso era Pedro.
Pedro Anchila, un
hombre que se hizo famoso en Barranquilla y en Colombia por su trabajo como
fotógrafo.
Pero no era cualquier
fotógrafo, como lo narra Estewil.
Vamos a leer lo que
resalta Estewil, que lo conoció muy bien, porque fueron testigos de aventuras
periodísticas…
RADAR,luisemilioradaconrado
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Foto La Cháchara.org
Semblanza de Pedro Anchila, el audaz de la reportería gráfica. Para él, que murió el pasado 8 de septiembre en Barranquilla, no había imposibles
Por: ESTEWIL
QUESADA FERNÁNDEZ
18 de septiembre
2020, 08:25 a. m.
La noche del
miércoles 4 de enero de 1989, Humberto Jaimes Cañarate, el curtido jefe de
redacción de Diario del Caribe, llegó hasta nuestro escritorio de la sección de
deportes con un rostro de preocupación, sin dejar de rascarse la cabeza.
--No se pudo --nos dijo el hombre nacido en Mompox (Bolívar), que había sido compañero de estudios de Gabriel García Márquez en el bachillerato de Zipaquirá y que por unos 30 años había ejercido como jefe de deportes del diario EL TIEMPO y se había paseado por el mundo en cubrimientos periodísticos
--¿Quién cree usted
que puede hacerlo? --nos preguntó.
--Anchila --respondí,
de inmediato, sin pensar-- para referirme a Pedro Anchila Ferrer, como él mismo
se presentaba, el audaz e intrépido reportero gráfico nacido en Ciénaga
(Magdalena) que murió el pasado 8 de marzo en Barranquilla, a la edad de 79
años.
Instantes antes,
había ingresado a la sala de redacción el segundo reportero gráfico que había
intentado, sin lograrlo, entrar al Instituto Psicoterapéutico Villa 76,
en el norte de Barranquilla, con la misión de fotografiar al campeón del peso
welter de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB), Tomás Molinares.
La noticia del
ingreso de Molinares, con un cuadro depresivo que llegó a manifestar
"sentir asco por el boxeo", se había filtrado al caer la tarde.
Aunque Jaimes
Cañarete desconocía que su interlocutor y otros dos periodistas --Jaime de la
Hoz, de El Heraldo, y Pepe Sánchez, de La Libertad-- fueron los únicos testigos
garantes del ingreso de Molinares al centro de salud, poco después de dos de la
tarde, saliendo desde la oficina del apoderado del deportista, William
Chams, en la calle 76 con carrera 73.
--¿Será? -preguntó el
también fundador del espacio radial La Polémica Nacional de los Deportes, en
compañía de Mike Forero y Mike Schmulson.
--Seguro --respondí.
--Teléfono de Anchila
para llamarlo, por favor... --ordenó Jaimes Cañarete.
Pasión por la
fotografía
Conocí a Pedro Anchila en mis inicios en El Heraldo, en enero de 1980, cuando el periódico aún funcionaba en la calle 33, cerca de la Iglesia de San Nicolás. Era el más famoso reportero gráfico del periódico.
No era empleado de
planta, era un free lance especial que vendía sus fotos al medio, pero solo en
cubrimientos especiales: Reinado Nacional de la Belleza, partidos del Junior
--era el único reportero gráfico del país que acompañaba al equipo de su ciudad
a todos los partidos como visitante-- y la toma de personalidades: Julio Mario
Santodomingo, Julio Iglesias, Pelé...
Trabajé con él
de cerca, desde 1981, por orden de Juan Gossaín, uno de los dos directores de El Heraldo Deportivo --el
otro era Fabio Poveda Márquez--, al incumplir en un trabajo un reportero
gráfico de planta. "Utilice de ahora en adelante a Pedro Anchila o Scopell
(una agencia de fotografía que prestaba servicios a El Heraldo)", dijo
Gossaín.
Y pude ver desde
entonces su pasión por la fotografía, que siempre he creído, en términos de
pesos, no le representaba tanto como la satisfacción de lograr fotos que nadie
podía hacer.
Eso sí, era hábil
para los negocios --aprovechaba los viajes a Estados Unidos para traer cámaras
profesionales de segunda y venderlas acá en estuches nuevos, al igual que
vendía el papel de fotografía a los periódicos, material que traía de Panamá--.
Esas fotos que tomaba después las vendía.
Las del Junior, al
tiempo que les regalaba a jugadores que lo tenían como uno más de la familia,
las vendía a patrocinadores.
Las de boxeo, a los
empresarios. Siempre en afiches y por cantidades.
Y después, ya en
eliminatorias de fútbol, la de la selección Colombia que cortó el invicto de
Argentina en 1993, por millares a los aficionados.
Además, sabía
'vender' su nombre, que representaba ser contratado por empresas para eventos
de todo tipo, a través de un estudio que tenía.
Con Anchila no había
imposibles.
Jamás decía que no a
nada.
Alguna vez, recuerdo,
los reporteros gráficos de planta no pudieron tomar una foto en el coliseo
Humberto Perea, porque el lugar estaba acordonado por el Ejército
Nacional.
Le dijeron a
Anchila, y regresó con ellas.
¿Cómo hizo?
Nunca se supo.
El crédito de 'Foto
Anchila' era la marca más reconocida de la ciudad. Era Pedro y varios
reporteros gráficos, entre ellos el más aventajado, Libardo Cano, que tenía una
sola mano y sacaba espectaculares fotos.
Uno iba a cubrir cualquier acontecimiento, por ejemplo, de crónica roja en días de turno, y su nombre salía a relucir. Cuando llegaba el reportero gráfico, pidiendo permiso para pasar, en medio de la aglomeración de curiosos, y tomar las placas del muerto, siempre alguien gritaba, sin saber si era o no, "¿Qué, te crees Anchila?".
Anchila, rodeado del
director técnico Julio Comesaña y su hija Marcela, en el reconocimiento que le
hizo Acord Atlántico, en diciembre pasado por su carrera.
A comienzo de los 80, hubo un partido trágico en Bucaramanga entre Junior y el Atlético Bucaramanga, con muertos entre los aficionados por una decisión arbitral adversa al equipo local. Las únicas fotos de los hechos fueron de él.
Ese día estrenó un aparato
para transmitir fotos y el hit al día siguiente fue único.
A Olguita Emiliani, la asistente de dirección y persona que manejaba todos los hilos periodísticos de El Heraldo, le gustaba el compromiso y la responsabildad de Anchila.
Era su reportero
gráfico preferido.
Incluso le gustaba
verlo antes de los eventos sociales a cubrir, porque iba impecable, con
esmoquin incluido.
Anchila, exagerado para decir los acontecimientos, la complacía y a la redacción llegaba, con buen sentido del humor, echando sus cuentos y soltando carcajadas.
Pero, en 1986,
Anchila salió de 'pistolera', no recuerdo el motivo, con Olguita Emiliani, en
medio de gritos de ambos en la oficina de la asistente de dirección.
Estaba alterado, sus
amigos de redacción deportiva --Ahmed Aguirre, Wilder Molina, William Vargas
Lleras y yo-- tratamos de calmarlo cuando bajaba las escaleras, pero fue
imposible.
Al llegar al primer piso perdió el conocimiento y fue necesario el auxilio de Gustavo Sánchez, el tesorero del periódico, frente a cuyo lugar de trabajo se desplomó.
Aunque Emiliani se
preocupó por la salud del reportero, Anchila no regresó más a El Heraldo (entró
en depresión).
Un día, la asistente
de dirección salió a la sala de redacción y preguntó: "¿Qué saben ustedes
de Anchila?".
Un reportero gráfico,
tan mamador de gallo como el propio Pedro, respondió: "ese es un muerto de
la fotografía".