Esas son algunas de las vainas que me incomodan y me golpean de vivir en Colombia.
La injusticia, la inequidad, la hijueputes de gente que se ha preparado, pero que no ha entendido que el Servicio Social es para usarlo, no para joder a los demás...
Esta historia nos debe servir para que aprendamos a no cometar estos errores.
Para mi, el rollo se armó por no ampliar el plazo... "La letra menuda del contrato de la comisión
de estudios decía que el plazo máximo del doctorado era de “sólo cuatro
años”. Sin embargo, el promedio de un doctorado en Berkeley es de 5 a 6
años. Lo peor vino después. Sin el respaldo de la Universidad
Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC), le exigieron el
pago de la totalidad del crédito otorgado por la universidad y
Colciencias: unos $400 millones (los intereses siguen contando)"...
¿Qué ganan la UPTC y COLCIENCIAS con joder a un ciudadano que lo que ha hecho es estudiar?
No entiendo...
Espero que los magistrados sean más inteligentes.
Colombia ya tiene problemas... para que le acomodamos más rollos a una nación que sigue siendo cruel con sus propios hijos...
RADAR32AÑOS,luisemilioradaconrado
@radareconomico1
Nacional 6 Feb 2016 - 9:00 pm
La historia del profesor Héyder Carlosama
Un genio al borde del colapso por $400 millones
Es hijo de un cortero de caña. Hoy está a punto de doctorarse
en la Universidad de Berkeley. Sin embargo, no regresó a tiempo de su
permiso de estudios y hoy enfrenta un proceso kafkiano.
Por: Juan David Laverde Palma
Héyder Carlosama López, investigador y profesor de 43 años. / Archivo particular
Manuel Salvador Carlosama tiene 76 años. A los 7 se fue de
la casa huyendo de la rudeza y el maltrato. Sobrevivió a la crueldad de
la calle y años después terminó aprendiendo los oficios del jornalero
para rebuscarse la vida. Durante las siguientes tres décadas, como
cortero de caña, se rompió el lomo bajo el sol canicular de las
planicies del Cauca y el Valle del Cauca. Jamás pudo estudiar. Lo suyo
fue la supervivencia. Y el legado. A sus hijos sólo les prometió el
estudio. Hoy, Héyder Carlosama López –el menor de ellos– está a punto de
doctorarse en ingeniería civil y ambiental de la prestigiosa
Universidad de Berkeley, en California, Estados Unidos, y aprende en las
mismas aulas por las que han pasado 45 premios nobel. Una hazaña.
Sin embargo, el hijo del cortero de caña candidato a doctorado está a punto de enloquecerse. Pero de eso hablaremos ahora.
Héyder
nació en zona rural de Popayán hace 43 años. Su madre, Esneda López,
solo pudo estudiar hasta tercero de primaria, pero con fina inteligencia
capoteó la estrechez de la vida y administró las finanzas de un hogar
sostenido a punta de machete y azadón. Cuando Héyder apenas tenía 3
años, su familia se mudó a la vereda El Jagual del municipio de Corinto,
Cauca.
Allí transcurrió su infancia. En una escuela de bahareque, sin
libros ni biblioteca, el hijo del cortero de caña aprendió a leer. Su
devoción por el conocimiento se tragó todas las dificultades: un potrero
florido como cancha de fútbol, el lápiz gastado, estudiar bajo la luz
de las velas cada noche. Y los 40 minutos de trayecto, a pie, de ida y
de regreso de su casa hasta la escuela. Todos los días.
En 1983 comenzó el bachillerato y por primera vez lo
deslumbró el poder de un libro. Conoció la biblioteca de Corinto y
todas las tardes se dedicó a devorar tratados de ciencias, matemáticas y
filosofía. “Intenté en vano entender en aquel momento la realidad y
teorizar sobre lo bueno y lo malo. Fue una etapa de mi vida académica
muy intensa. Aún conservo aquel documento que escribí, titulado La gran teoría heyderiana acerca de la vida”,
dice. Los años y los libros lo fueron despertando para el mundo. Eran
tiempos de exacerbada violencia guerrillera, pobreza, desplazamiento y
muerte. Tenía 11 años cuando las Farc se tomaron el pueblo. Corinto fue
entonces –como continúa siéndolo hoy– territorio de guerra y de olvido.
“Recuerdo
aquella vez cuando mi hermano, mis compañeros de clase y yo jugábamos
al fútbol en horas de la tarde en una cancha a un costado del pueblo. De
pronto la gente corría desesperada y nos gritaba que nos fuéramos.
Corrimos hacia la calle principal, buscando la salida hacia nuestra
casa, que estaba a 40 minutos de ahí. Sin embargo, aturdidos por las
explosiones y disparos, nos protegimos a la entrada de una casa. Los
guerrilleros pasaban por el frente, nos miraban, algunos nos apuntaban y
entonces seguían. Pasaron unos minutos y llenos de pánico corrimos a la
carretera. Milagrosamente mi padre nos encontró cruzando el cementerio y
nos llevó a casa protegiéndonos entre los cañaduzales. Al llegar, mi
madre lloraba desconsolada”.

Las memorias de la guerra son
cicatrices de su pasado. Héyder no olvida cuando unos bárbaros
arrodillaron a toda una familia en una vereda de Corinto, le prendieron
candela a la casa y le dispararon en la cabeza a un amigo de infancia de
apenas 12 años. Sobrevivió de milagro, pero quedó parapléjico y sin
memoria. O aquella vez en el barrio en donde otro infame se bajó de la
moto, sacó del cinto su arma y disparó un rafagazo que dejó tendida en
un charco vinotinto a su vecina de siempre. Corinto fue en 1984
escenario del fallido proceso de paz con el M-19. Héyder aprendió a
caminar entre los fusiles y las botas de los subversivos en aquellos
años azarosos. Muchos de sus amigos fueron muertos o desplazados por ese
contexto de violencias cruzadas. Héyder venció todo eso, se graduó con
el mejor promedio de su clase y obtuvo la medalla Andrés Bello del
Ministerio de Educación. Una hazaña.
En esa época, Héyder no sabía
que se pudiera estudiar más allá del bachillerato. Fueron sus
profesores de física y filosofía los que le abrieron los ojos. El
primero le envió una nota a su madre implorándole que le permitiera
viajar a Popayán para tantear una carrera. El segundo lo contactó con el
decano de Filosofía de la Universidad del Cauca. Al final se decidió
por la ingeniería civil. Sin plata, el hijo del cortero de caña aterrizó
en una habitación estrecha, en las residencias universitarias, en las
que compartía cuarto y en donde un miniclóset funcionaba secretamente
como cocineta para preparar los alimentos. “Eran también tiempos en los
que la gaseosa y el pan se hacían en tamaños más grandes”, dice. Fue el
mejor de su clase. Su promedio académico bastó para no pagar semestres
ni matrículas.
Terminó becado en la Universidad de los Andes para
estudiar una maestría en ingeniería civil y ambiental. También fue
becario de la Organización de Estados Americanos y la Universidad
Nacional de San Juan de Argentina para estudiar la especialización en
Carreteras de alta montaña. Se graduó con honores, aquí y allá.
Diplomados, estudios, libros. Héyder terminó enseñando en la Universidad
Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC). Pero quería más.
En 2008
se propuso realizar un doctorado en la Universidad de Berkeley. La
escogió por los innumerables aportes científicos al mundo de sus
egresados y profesores. “En total 72 personas distinguidas con el premio
Nobel han estado afiliadas de diferente forma con la universidad.
Actualmente hay nueve profesores ganadores del Nobel, de los cuales dos
han sido galardonados durante mi estancia en esta universidad”, cuenta.
Héyder
pidió una comisión de estudios remunerada y la universidad se la dio
por cuatro años, con el apoyo de Colciencias. Viajó a Estados Unidos y,
empeñado en seguir devorando libros, se propuso profundizar sus
conocimientos en ingeniería geotécnica y geofísica aplicada. Ha cumplido
a rajatabla sus obligaciones académicas y hoy está en la etapa final de
su trabajo de investigación doctoral. Un ejemplo. Pero todo comenzó a
enredársele en 2013. Vencido el tiempo de comisión de estudios, la UPTC
le exigió que regresara. Héyder les hizo saber a las directivas que no
podía regresar sin su título, que necesitaba una extensión de un año más
y que comprendieran que no estaba en Estados Unidos ni de paseo ni de
parranda. Como no regresó, la UPTC declaró el abandono del cargo el 30
de diciembre de 2014.
Héyder se cansó de llamar a la universidad,
de escribir correos a Colciencias y de pedir un plazo más para culminar
sus estudios. Nada sirvió. La letra menuda del contrato de la comisión
de estudios decía que el plazo máximo del doctorado era de “sólo cuatro
años”. Sin embargo, el promedio de un doctorado en Berkeley es de 5 a 6
años. Lo peor vino después. Sin el respaldo de la UPTC, le exigieron el
pago de la totalidad del crédito otorgado por la universidad y
Colciencias: unos $400 millones (los intereses siguen contando). Más
grave aún, las prestaciones y la seguridad social de Héyder y su familia
quedaron en el limbo. Su esposa embarazada, que convivía con él en
California, tuvo que retornar a Colombia con su hijo de ocho años. En
una estrechez económica infinita terminaron conviviendo en una modesta
habitación en Bogotá.
Desesperado, Héyder hizo malabares para
conseguir dinero y traer de vuelta a su familia. Endeudado hasta el
cogote, con amenaza de embargos por doquier, solo, sin ayuda alguna de
la UPTC o Colciencias, el candidato a Ph.D entró en una depresión
profunda a causa del estrés emocional. No duerme. Matt Goodman, del
departamento de Sicología de la Universidad de Berkeley, certificó en
septiembre de 2015 que Héyder “reporta síntomas sustanciales de ansiedad
que fueron detonados por la pérdida de fondos económicos y la
incertidumbre profesional que esta situación le ha generado”. El médico
Cristiano Guilleminault, del Centro de Medicina del Sueño de Stanford,
dictaminó el “sueño alterado o interrumpido durante el 80 % del tiempo
total del sueño” de Héyder Carlosama.

Un genio al borde del
colapso. Acudió a la tutela. ¿Sus razones? Según él, la UPTC violó sus
derechos fundamentales a la dignidad humana, a la educación y al debido
proceso al retirarlo de la institución por abandono del cargo. El
Tribunal Administrativo de Cundinamarca y el Consejo de Estado les
dieron un portazo a sus pretensiones y concluyeron que había otros
mecanismos de defensa. Como si no fuera suficiente, la UPTC le notificó a
Héyder la apertura de una investigación disciplinaria. En la tutela el
abogado de Héyder, Carlos Alberto Paz, resumía así esta tragedia: “Se ha
modificado el estatus del actor y el de su núcleo familiar, han pasado
de ser becarios del Estado a convertirse en verdaderos rehenes de una
deuda que desquicia y reconfigura todo su horizonte material, mental y
afectivo”.
El pasado 29 de enero, en carta enviada a la presidenta
de la Corte Constitucional, María Víctoria Calle, Héyder Carlosama
López le imploró que su tutela sea seleccionada para revisión del alto
tribunal. “Soy un amante profundo pero humilde del conocimiento”, le
escribió. “Jamás he fracasado, porque siempre he dado hasta la última
gota de vida para lograr mis sueños. Jamás he dicho o pensado ‘No se
puede’. Ni mis orígenes extremadamente humildes, ni la nefasta
marginalidad que esto conlleva, ni el hambre, ni la enfermedad, ni la
más criminal e inhumana violencia que siempre acecharon mi vida en mi
tierra de crianza (Corinto) han sido suficientes, todos ellos juntos,
para vencer mis propósitos y doblegar mi espíritu. Siempre he concluido
lo que he empezado”.
Y añadió: “Hoy, sin embargo, me encuentro
desesperado ante las injusticias contra mí y mi familia derivadas de las
acciones insensatas desplegadas por la Universidad Pedagógica y
Tecnológica de Colombia, con el silencio y beneplácito de Colciencias.
Escribo abatido por las circunstancias ya prolongadas que no solo han
puesto en riesgo el cumplimiento de mi sueño de doctorarme, sino también
la integridad de mi familia y la propia (…) En procura de terminar lo
que empecé y cumplirles a Colciencias, a la Universidad de California, a
mi familia, hemos y estamos atravesando hambre y toda clase de afugias
económicas (…) Siento que se me está castigando por el único delito que
al parecer he cometido: soñar en grande, querer hacer patria estudiando
para servir mejor y creer que Ser pilo paga en Colombia”.
En
un país en el que apenas se registran cinco doctorados por cada millón
de habitantes (mientras Brasil registra 63, México 24 y Argentina y
Chile 23); en un país en donde solo el 5,4 % de los profesores
universitarios tienen título de doctorado (muy por debajo de la media
regional); en un país donde la movilidad social es casi un mito y en el
que habrían tenido que pasar varias generaciones para que el tataranieto
de un cortero de caña pudiera alcanzar un doctorado, la historia de
Héyder Carlosama López es un pequeño milagro. Él solo se saltó cinco
generaciones y sus viejos están vivos para atestiguar que no necesitaron
de un siglo para que un descendiente suyo esté ad portas de
conquistar el mayor logro académico de su familia. ¿Podrá lograrlo? Hoy,
deprimido, jodido y devastado, lucha contracorriente para burlar un
destino kafkiano. Como Joseph K. en El proceso. ¿Qué hará la Corte?