Insisto en que la ignorancia es atrevida.
Desconocemos tantas cosas, que nos atrevemos a decir estupideces en
contra de nosotros mismos y nuestras familias.
Este artículo del BID, nos enseña que debemos ser cautos en medio de la
crisis.
Pone varios ejemplos y espero que nos puedan servir para actuar
responsablemente.
Los colegas de Caracol, registraron una información donde el alcalde de
Chia, Cundinamarca, Colombia, Luis Carlos Segura, le dice a su pueblo: “Tenemos
que ser conscientes”.
Es que los ciudadanos no quieren acatar el aislamiento preventivo que
pidió el gobierno. “Tenemos que ser conscientes. El día que tengamos 3.000
muertos encima y que no podamos ni ir a velarlos ¿qué vamos a decir?...
Crisis, pero nosotros la agrandamos.
Y todo, por la miserable ignorancia…
RADAR,luisemilioradaconrado
@radareconomico1
En
la lucha contra el coronavirus, la economía del comportamiento puede ser un
arma poderosa
Con miles de muertes en todo el mundo, el coronavirus ha sembrado el
pánico en casi todos los países y territorios donde ha golpeado. La gente le teme no solo a
la infección y a la muerte, sino a las alteraciones de su vida cotidiana, sus
rituales y sus tradiciones. Todo, desde generar un ingreso hasta tener una vida
familiar normal o incluso proveer comida para la familia, se ha vuelto más
difícil.
Y en algunos casos, la incertidumbre y los miedos
pueden llevar al pánico.
Podemos verlo en los supermercados donde la gente compra
grandes cantidades de papel higiénico, conservas y otros suministros básicos
porque ven a las personas a su alrededor acaparando de igual forma. Podemos
verlo en la premura por comprar máscaras, a pesar de que hay mejores maneras de
protegernos y de que esas máscaras son muy necesarias para los trabajadores de
la salud.
Nuestro problema
para evaluar el riesgo
El problema es que, como lo demuestran las publicaciones que utilizan la
economía del comportamiento, somos muy malos evaluando riesgos. En estos
momentos de incertidumbre, necesitamos que nuestros gobiernos nos ofrezcan una
mano firme, que nos ayuden con información precisa que limite el peligro tanto
para nosotros mismos como para la sociedad, sin provocar el tipo de ansiedad
que causa daño social y personal innecesario. Necesitamos implementar, tanto a
nivel gubernamental como personal, algunas de las técnicas de la economía del
comportamiento para que podamos comportarnos de manera más racional.
Este es un desafío enorme, en gran medida debido a nuestros prejuicios
innatos. Tomemos, por ejemplo, el problema de lo que los economistas del
comportamiento llaman “heurística de disponibilidad”, por la cual sobrestimamos
la probabilidad de eventos que llaman más nuestra atención. Esto ocurre, por
ejemplo, cuando las personas reaccionan con horror ante las noticias de un
reciente ataque de tiburón a kilómetros de distancia, pero no se les ocurre
pensar sobre los riesgos mucho mayores de conducir un automóvil, incluso hasta
el punto de hacerlo en estado de embriaguez o sin cinturón de seguridad.
O el
problema del “descuento hiperbólico”, por el cual la gente prefiere una
recompensa más pequeña ahora que una más grande después, lo que nos dificulta
dejar pasar la oportunidad de divertirnos en un bar o restaurante ahora en aras
de evitar el coronavirus en el futuro.
Considerando el
impacto en los demás en la lucha contra el coronavirus
Aún peor es nuestra capacidad de tener en cuenta las repercusiones, o
externalidades, sobre los demás. Por ejemplo, las personas del movimiento antivacunación, no consideran que al
negarse a asumir el riesgo insignificante de ser vacunadas, también están
poniendo en riesgo a otras personas.
Las personas que acaparan las máscaras no piensan en
cómo esto podría perjudicar al sistema de salud y poner en riesgo a quienes
están en primera línea en la lucha contra el coronavirus.
En el Grupo de economía del comportamiento del BID analizamos estos tipos
de sesgos y proporcionamos soluciones a los gobiernos. En esta época de
pandemia, creemos que la principal prioridad del
gobierno es proporcionar información útil y clara, que permita lograr un
equilibrio adecuado entre la conciencia y el pánico. Esto implica hacer
que la población comprenda que la amenaza del coronavirus es inminente,
virulenta e inexorable, aunque sin exagerar los riesgos. Significa ser
proactivos al brindar mensajes claros que no inciten a las
personas a saturar los hospitales y los sistemas de salud, a resignarse a la
infección, o a dejar de tomarse en serio una epidemia la próxima vez que
ataque.

Diseñar mensajes contundentes y con objetivos precisos es crucial para que
las personas se protejan a sí mismas, protegiendo a su vez a quienes las
rodean, asegurando que limiten el contacto directo con los demás (distanciamiento social) y reducir así la tasa de
contagio. La radio y la televisión pueden transmitir eficazmente estos mensajes
a las personas mayores o a aquellas con menos educación. Las redes sociales
funcionan mejor para llegar a los jóvenes. Videos, infografías e incluso canciones son todas formas de
llegar a diversos grupos.
Usar las lecciones de la economía del comportamiento para reducir los
comportamientos peligrosos
También debería llevarse a cabo un esfuerzo por parte de las autoridades
para fomentar el uso de las lecciones de la economía del comportamiento a fin
de ayudar a las personas a hacer frente a los desafíos y al estrés del momento
actual. Por ejemplo, ciertas técnicas como usar gafas de sol
o enseñarnos a mantener una mano en el bolsillo al hablar por teléfono, pueden
reducir nuestra costumbre de tocarnos la cara, y ser esenciales para reducir el
contagio.
Cosas como instalar dispensadores de jabón de bajo
costo en los hogares, mezclar juguetes con el jabón para los niños y
promocionar campañas de higiene adecuadas pueden hacer que la gente se
lave las manos más a menudo.
Se nos puede alentar a
practicar el distanciamiento social y a evitar el contacto social a través de
campañas, con el apoyo de las redes sociales y relaciones y acuerdos entre
amigos y familiares para supervisarse mutuamente. Después de todo, el poder
de las redes y el peso de la información que obtenemos de nuestros pares es muy
enorme.
Cualquiera que sea el enfoque en un momento y lugar determinados, la
clave está en asegurar que las campañas se mantengan y se adapten a las
circunstancias cambiantes. Eso significa que no hay que relajar los esfuerzos
de comunicación y hay que ir modificándolos a medida que se filtran las buenas
y las malas noticias sobre la enfermedad y las percepciones de la gente sobre
los cambios de riesgo. De la misma manera que los anunciantes privados adaptan
sus anuncios a las nuevas tendencias de moda y los políticos reforman sus
anuncios políticos para adaptarlos al clima político; las autoridades y sus
socios privados en la lucha contra las enfermedades deben estar siempre
dispuestos a estar atentos a las creencias y percepciones y a modificar en
consecuencia la información, el mensaje y la forma de comunicación.
Será una lucha larga. Pero por ahora, las mejores soluciones son las
elementales de practicar el distanciamiento social, lavarse las manos
repetidamente y evitar tocarse la cara. En esta larga y crucial batalla, los
mejores remedios son los mensajes efectivos – y flexibles – junto con la
vigilancia continua para ver lo que funciona y lo que no funciona.