El hombre siempre ha
luchado contra la adversidad. Y este es un momento clave para tomar decisiones precisas
para no equivocarnos.
Este trabajo de Ceyla
y Ayhan, alerta a los responsables de las fórmulas que pueden activar las
economías: “la disminución
de la pobreza extrema —del 36 % al 10 % de la población mundial entre
1990 y 2015— es un indicio alentador de que las economías más pobres están
avanzando en
materia de productividad e ingresos”.
Por ahí, íbamos bien…
Sin embargo: “Desafortunadamente, muchos de los factores que impulsaron la
productividad en décadas anteriores han ido perdiendo vigor en los últimos años”.
No habíamos terminado
de alegrarnos, cuando los mismos actores, nos señalan que no debemos “apresurarnos”.
El asunto no está
para aplausos.
RADAR,luisemilioradaconrado
@radareconomico1
Para no perder de vista los objetivos de
desarrollo, los responsables de formular las políticas deben reactivar el
crecimiento de la productividad
El crecimiento de la
productividad —producción por trabajador—es indudablemente el principal factor
del aumento duradero de los ingresos per cápita, que constituye, a su vez, el
motor primordial de la reducción de la pobreza. El hecho de
que la pandemia de COVID-19 (coronavirus) pueda afectar aún más la
productividad, después de una década de amplios retrocesos, debería ser motivo
de preocupación e
intensificar los esfuerzos por alcanzar los objetivos de desarrollo mientras
nos recuperamos y emprendemos la reconstrucción.
El aumento de la
productividad contribuye claramente a elevar el nivel de vida: en las economías
de mercados emergentes y en desarrollo que se registraron mayores avances en la
productividad laboral durante el período de 1980 a 2015, las tasas de
pobreza extrema disminuyeron en un promedio superior a un punto porcentual al
año, de acuerdo con un nuevo estudio del Banco Mundial titulado Global Productivity: Trends,
Drivers, and Policies (Productividad mundial: Tendencias, factores y políticas) (i). En el mismo período, las tasas de pobreza
subieron en los países con un menor aumento de productividad.
Si bien la diferencia
de productividad entre las economías en desarrollo y el mundo avanzado sigue
siendo grande,
la disminución
de la pobreza extrema —del 36 % al 10 % de la población mundial entre
1990 y 2015— es un indicio alentador de que las economías más pobres están
avanzando en
materia de productividad e ingresos.
Desafortunadamente,
muchos de los factores que impulsaron la productividad en décadas anteriores
han ido perdiendo vigor en los últimos años. El crecimiento de la productividad
mundial alcanzó su punto máximo en 2007. Tras la crisis financiera mundial de
2007-09, las economías de mercados emergentes y en desarrollo sufrieron el
desplome del aumento de productividad más abrupto, prolongado y sincronizado en
décadas, que puso en peligro los avances conseguidos con tanto esfuerzo para recuperar
terreno frente las economías avanzadas. Y ahora, el golpe bajo que la pandemia
de COVID-19 asestó al mundo amenaza con frenar aún más la productividad.
Manejar las
gigantescas dificultades sanitarias y económicas desencadenadas por la pandemia
de COVID-19 es la prioridad inmediata. Pero cuando los responsables de formular las
políticas reflexionen sobre la recuperación y la reconstrucción, la
reactivación de la productividad debería ocupar uno de los primeros lugares en
su lista de tareas por emprender para recobrar el terreno perdido. A fin de
trazar un plan es imperioso tener una visión integral de la evolución de la
productividad y comprender qué la impulsa y de qué políticas se dispone para
revitalizarla en la situación actual.
El análisis de las
medidas vinculadas a la productividad en las economías avanzadas, emergentes y
en desarrollo en los últimos 40 años muestra que las mejoras derivadas de
la reasignación de recursos de los sectores menos productivos a los más
productivos, como el desplazamiento del empleo en las manufacturas de bajo
valor a los servicios, a la larga llegaron a su fin. Además, la estabilización
del nivel educativo y el estancamiento de los avances de las cadenas de valor
mundiales han contribuido en gran medida a frenar el aumento de la
productividad. También han incidido en ello la estabilización o la disminución
de la diversificación económica, la urbanización y la innovación. A esta
situación se ha sumado una serie de impactos negativos, el más reciente de los
cuales es la COVID-19. Los desastres naturales son cada vez más comunes.
Solamente en lo que va de este siglo, las epidemias de síndrome respiratorio
agudo grave (SRAG), ébola y zika precedieron a la de COVID-19 y, asimismo,
las guerras y los conflictos armados han causado estragos.
En la actualidad hay
numerosas formas en que la pandemia de COVID-19 podría amplificar las fuerzas
que juegan en contra del crecimiento de la productividad. La inversión y
el comercio, ambos fundamentales para promover la productividad, podrían
retroceder ante la incertidumbre acerca de la duración de la pandemia y del nuevo panorama que se presentará para las
empresas cuando la pandemia termine. La pérdida de oportunidades de
escolarización retrasará la acumulación de capital humano para muchos jóvenes.
Las restricciones a la movilidad pueden lentificar el desplazamiento hacia
firmas y sectores más productivos.
“La aceleración
de la adopción de tecnologías y una mayor resiliencia en las cadenas de
suministro se cuentan entre las formas en que la productividad puede haber
recibido un fuerte impulso a raíz de las perturbaciones provocadas por la
pandemia”.
También puede haber
oportunidades de mejorar la productividad fomentadas por nuestra búsqueda de
soluciones a los problemas que enfrentamos. La aceleración de la adopción de
tecnologías; la incorporación de tecnologías digitales en las manufacturas, las
finanzas y la educación, y una mayor resiliencia en las cadenas de suministro
se cuentan entre las formas en que, paradójicamente, la productividad puede
haber recibido un fuerte impulso a raíz de las perturbaciones provocadas por la
pandemia.
Aun así, los
responsables de formular las políticas deben asegurarse de que los posibles
beneficios en estos ámbitos se distribuyan equitativamente y de que los cambios
en el mercado laboral relacionados con la tecnología se acompañen de
capacitación y protección social. Del mismo modo, la inversión pública
destinada a generalizar el acceso a Internet podría ampliar la disponibilidad
de escolarización y formación virtuales de buena calidad. Una fuerza de trabajo
mejor educada tiene menos probabilidades de ser reemplazada por la
automatización.
El contexto general
nos exhorta a analizar de qué manera se pueden recuperar o acelerar las mejoras
de productividad una vez que la pandemia haya remitido.
Algunos ejemplos pueden
resultar ilustrativos. Diversas economías de mercados emergentes y en
desarrollo han cerrado con especial acierto la brecha de productividad con las
economías avanzadas. Comparten algunas características, como una sólida base
educativa, fortaleza institucional y una estructura de producción
diversificada.
En el futuro, las
prioridades normativas variarán de una región a otra. Por ejemplo, las
políticas concebidas para impulsar la inversión serán particularmente
importantes en Asia meridional y África al sur del Sahara, donde las
deficiencias de infraestructura son grandes, así como en América Latina y el
Caribe, donde la inversión ha menguado o se ha contraído. Las iniciativas
encaminadas a elevar el nivel educativo también podrían estimular el aumento de
la productividad en Asia meridional y África al sur del Sahara.
“La amenaza que
la pandemia plantea para la productividad requiere medidas urgentes para
contener esas caídas”.
La diversificación
económica podría ser clave para fortalecer la productividad en regiones que
dependían considerablemente de la producción de energía y metales, como Europa
y Asia central, América Latina y el Caribe, Oriente Medio y Norte de África, y
África al sur del Sahara.
Las políticas para
revitalizar la adopción de tecnologías y la innovación podrían incentivarse
reforzando los derechos de propiedad intelectual en Asia oriental y el
Pacífico, reduciendo la propiedad estatal en Europa y Asia central, o
modernizando la rígida normativa laboral en América Latina y el Caribe.
En todas las
regiones, la reducción de las barreras comerciales y la integración en las
cadenas de valor mundiales también podrían estimular la productividad de las
empresas. Además, en vista de la posibilidad de dificultades financieras en los
meses venideros, la
transparencia en relación con la deuda y la inversión será crucial para lograr
buenos resultados en términos de desarrollo.
Teniendo en cuenta el
papel preponderante —y el bajo nivel de productividad— de la agricultura en
muchos países de ingreso bajo, las políticas aplicadas para elevar la
productividad agrícola mediante la inversión en infraestructura y la promoción
de los derechos sobre la tierra y los bienes también traerían aparejados
notables beneficios.
La desaceleración de
la productividad es compleja, y resolverla exigirá soluciones polifacéticas. La
amenaza que la pandemia plantea para la productividad requiere medidas urgentes
para contener esas caídas. Si no perdemos de vista la recompensa de poner fin a
la pobreza, incluso a la vez que enfrentamos los impactos devastadores de la
COVID-19, debemos hallar formas de reactivar el crecimiento de la productividad
y generar un aumento de los ingresos sostenible, equilibrado y equitativo.