Al columnista de El Tiempo le molesta que la Fundación de Gabo contrate con el gobierno. Pero ¿a qué se dedica Dattis?
Por
Jorge Sarmiento Figueroa
Esta semana, dos columnas de opinión han tenido resonancia en el
gremio periodístico nacional por tocar temas esenciales del oficio.
Una de ellas es de Daniel Coronell, publicada en la revista Semana con
el título
La sencilla tarea del reportero. Y la otra es de Mauricio Vargas, publicada en el diario El Tiempo con el título
No dejes para mañana.

Daniel Coronell.
En la primera, Daniel Coronell -que no solo es columnista sino
periodista en ejercicio de los que pelean la batalla diaria y se meten
con sus investigaciones en la línea de fuego- hace reflexiones sobre la
función periodística y en especial señala las diferencias que a su
juicio hay entre ser periodista y ser relacionista público o comunicador
organizacional. Sin quitarle mérito a una u otra afirma que “las
relaciones públicas no solamente son distintas al periodismo sino que
son contrarias”.
Basados en esta reflexión de Coronell se puede hacer una lectura un
poco más profunda de la que quiso Mauricio Vargas mostrarnos en su
reciente columna, en la que deja unas líneas finales para criticar la
decisión de la Fnpi de contratar con el gobierno colombiano un
Programa de formación para la cobertura del proceso de paz en Colombia.

Mauricio Vargas.
A Vargas, que no solo es columnista sino uno de los actuales
relacionistas públicos más exitosos de Colombia a través de la agencia
Dattis que tiene junto con su hermano Darío Vargas, le “extraña que la
Fundación, que hoy lleva el nombre del nobel, haya accedido a dejarse
contratar por el Gobierno por 1.932 millones de pesos, para realizar
seminarios sobre el cubrimiento periodístico de las negociaciones de La
Habana”. Y a continuación pregunta: “¿Puede un periodista aprender
independencia en un seminario pagado por el Gobierno?”. Su reflexión,
venida de quien fue uno de los más brillantes periodistas colombianos de
la generación posterior a Gabo, Gossaín, Yamid Amat y otros, despierta
la inmediata alerta sobre lo que la Fnpi se juega al pretender formar a
periodistas sobre el actual Proceso de Paz de La Habana con “rigor e
independencia”, siendo financiados por el gobierno de turno.
Pero al cruzar el análisis de Vargas con la reflexión de Coronel
sobre “la sencilla tarea del reportero”, encontramos aristas que vale la
pena sumar al contexto:
Primero: la información que da Vargas, la misma Fnpi
la hizo pública, como se puede ver en el enlace de su web, con detalles
de contratación y ejecución y, sobre todo, con los nombres de los
reconocidos periodistas que ejercieron como profesores durante los
talleres de formación. Lo que hace la Fnpi muchas organizaciones
quisieran poder hacerlo.
Segundo: Mauricio Vargas critica a la Fnpi por
esa cercanía con el gobierno que le permitió contratar los talleres,
pero no comenta que él y su hermano Darío son uno de los equipos de
comunicadores con mayor ascendencia en el poder colombiano, tanto en el
gobierno nacional como en los gobiernos locales, ni revela que pocas
agencias como Dattis tienen en este país un dominio e influencia en
esferas como el Congreso o las ramas judiciales. De hecho, cuando alguna
empresa multinacional tiene interés en que una ley o una decisión
estratégica sea tomada entre el Gobierno y el Congreso, la primera
agencia en la que piensa es en Dattis. Se puede aquí deducir entonces
que los Vargas se benefician enormemente de su cercanía con el gobierno y
demás ramas del poder, generando ingresos millonarios por punta y
punta, entre el sector público y privado, mucho más que lo que la Fnpi
genera en sus relaciones. Lo que hace Dattis muchas organizaciones
quisieran poder hacerlo.
Tercero: Mauricio Vargas menciona de manera directa a
Jaime Abello Banfi como responsable de la Fnpi y de su decisión de
contratar con el gobierno. Si nos atenemos a la diferencia entre
relaciones públicas y periodismo, Abello Banfi no funge ni ha fungido
nunca como periodista. Sino como lo primero, un relacionista público a
todas luces, y su gestión se ha enfocado a eso, granjeando recursos
nacionales e internacionales, públicos y privados, con los que en 21
años de labores han pagado los servicios de prestigiados periodistas de
varios continentes para formar a su vez a más de 60 mil periodistas de
Iberoamérica.
Si Abello Banfi hubiese fungido como profesor de
periodistas, habría sido un despropósito mayúsculo que convertiría a
Gabo en un loco de remate. Lo que el Nobel hizo fue entregarle la
dirección para que cumpliera el objetivo de traer a maestros del oficio
para que los periodistas se formen con ese rigor que no está viendo
mucho en las propias salas de redacción de Iberoamérica. En eso Abello
Banfi, con sus errores y defectos incluidos, tiene en su beneficio el
testimonio vivo de los periodistas que han pasado por los talleres de la
Fnpi.
Aquí en este tercer punto miremos entonces hacia Mauricio Vargas,
quien al mismo tiempo que ejerce su exitosa labor de relaciones públicas
con empresas públicas y privadas, realiza también talleres de
periodismo. El ejemplo concreto de ambas actividades sucede en
Barranquilla, en donde es, en un secreto público, asesor de Alejandro
Char desde cuando este estaba organizando su primera campaña a la
alcaldía y necesitaba un asesor de comunicaciones estratégicas de marca
mayor que lo ayudara a salir sin muchos rasguños mediáticos del lío de
Campo Alegre, de las bodegas de la Dian y de las corruptas
contrataciones de los Nule. Hay que decir que Vargas y su equipo
resultaron tan buenos que Alejandro Char no solo salió ileso sino
catapultado con la imagen de “el mejor alcalde del país”.
Además de esa brillante labor, Vargas es uno de los talleristas
principales en la formación de los periodistas del diario El Heraldo, el
medio de comunicación más representativo de Barranquilla y cuyos
ingresos dependen en gran medida de la publicidad de la Alcaldía.
Entonces, después que Vargas sale de una reunión de planeación
estratégica de las comunicaciones con su alcalde cliente, va a El
Heraldo y enseña rigor e independencia periodística a los colegas.
Surgen preguntas:
¿Cómo hace Vargas para enseñar a los periodistas de esta Casa
editorial los principios para mantener distancia frente al poder
gubernamental, si él recibe beneficios de un lado y del otro, y si El
Heraldo tiene incluso accionistas suyos trabajando con el gobierno
distrital que Vargas asesora?
Ante ese escenario, ¿cómo les da a los periodistas las claves para
obtener y tratar la información no siempre santa que la Alcaldía
distrital preferiría mantener en bajo perfil?
Con relación al manejo de la información y el derecho de la comunidad
a estar informada, ¿quién se ha beneficiado con los servicios de
Vargas: la Alcaldía o El Heraldo, el periodismo o el poder?
Vargas dice que Gabo no permitiría que Abello Banfi hiciera lo que
hace en su nombre. ¿Qué opinaría Gabo de lo que hace Vargas, quien fue
uno de sus más queridos pupilos?

Hace
mucho rato al columnista de El Tiempo no se le ve ejercer el periodismo
desde la línea de fuego. Esa distancia que ha tomado podría legitimar
su actual labor comercial. El problema es que en casos como este en el
que da talleres en medios, funge como periodista. Y ahí sí, tuerce la
puerca el rabo. Y muestra el tamaño de sus orejas, aunque le grite al
burro: “¡orejón!”.
Apuntes finales
Este debate de posturas y moralidad en el ejercicio de la
comunicación y el periodismo no solo atañe a Vargas y a Abello Banfi. Y
no solo está relacionado con Barranquilla o el Proceso de paz entre el
gobierno y las Farc. Son muchos los casos actuales en los que las
administraciones locales y nacionales tienen asesores a su servicio que
andan con un maletín en cada mano. En el de la izquierda portan las
hojas de ruta para un periodista pulcro, puro y duro; y en el de la
otra, llevan el dinero contante y sonante para que un director esquivo o
un editor ‘pringamosero’ termine pintando la imagen del poder con el
color de las cayenas. A lo largo y ancho del país se reparten miles de
millones de pesos en los medios granjeando su apoyo incondicional, no ya
de la sencilla tarea del reportero que cubre la fuente, sino de los
jefes al más alto nivel, cuyo precio sube según la escala y se mantiene
según se mueva bajo la batuta del asesor de imagen. Con lo cual, una vez
más, la corrupción viene de arriba, de abajo y de donde menos se
espera.
Todo esto merece ser reflexionado por los protagonistas y mucho más por la ocasión:
- Colombia se debate en un proceso de paz que implica mucho de verdad y ética.
- El periodismo nacional y local llegó a un estado crítico en el que
no se sabe quién es vocero del gobierno, de los monopolios económicos,
de las multinacionales, y quién es en verdad un periodista.
- Cada día los periodistas en Colombia pierden más derechos a tener un
trabajo seguro y equitativo frente a los demás oficios y profesiones.
- Muchos colombianos, impulsados con las redes sociales y los medios
digitales alternativos, han empezado a escuchar y expresar visiones
distintas, que ponen en jaque la supremacía de los medios que por
tradición se han pegado a la teta del poder.
De los talleres que la Fnpi y Vargas y tantos otros hacen, un
periodista siempre aprende. Y de debates como este que Vargas ha
abierto, también. En mi caso particular estoy aprendiendo, viendo las
experiencias y visiones de otros, y poniendo el espejo en mi propia
experiencia, para ver mis propias orejas, ya que desde muy niño vi el
ejemplo de mi padre y ejercí el periodismo desde esa temprana edad, para
luego dejar de hacerlo y desempeñarme durante más de una década como
comunicador organizacional y jefe de prensa. Hace un par de años decidí
sacar adelante un proyecto periodístico con mi familia y colaboradores
cercanos, lo que implica que tengo al mismo tiempo que escribir estas
líneas e ir pensando en qué nuevo cliente puedo visitar para que
invierta en La Cháchara, sea del sector público o privado. Es decir,
todos los días tengo que volver a dibujar mi propia frontera entre el
periodismo y las relaciones públicas. Confieso que a veces esa línea se
ve muy clara y a veces el día está tan oscuro que ni se ve. ¿Hay algún
periodista que no tenga que hacerlo a diario?