El Premio Nobel se buscó siempre.
Y es un reconocimiento al presidente Juan Manuel Santos, quien desde hace muchos años ha estado soñando con la terminación del conflicto.
Conflicto que le ha costado muchas vidas y muchos sueños frustrados a los habitantes de Colombia.
En este escrito, Jaime Abello Banfi nos narra algunos pasajes que se han presentado en la historia del país, en los que Gabriel García Márquez y Juan Manuel Santos soñaban con una Colombia en paz...
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Juegos de rol con
Gabo /
Opinión
Tanto Santos como
el escritor García Márquez habían contemplado escenarios de paz para el país.
Por: JAIME ABELLO BANFI
1:50
am | 9 de Octubre de 2016
Ese
enero de 1999, un Gabriel García Márquez rebosante de vitalidad jugó roles
claves por la paz, pero de verdad verdad, mientras que nosotros los ensayamos
de mentiras en el laboratorio de ficción lúdico-académico que habíamos diseñado
con él, con Juan Manuel Santos y la profesora Donna Hicks.
Gabito
aterrizó en Cartagena para unirse al seminario-taller ‘El cubrimiento de los
conflictos internos, juegos de guerra y paz’ y encontró que Mauricio Rodríguez,
director de Portafolio, usaba el exótico nombre cingalés de Sr. Arul, que Pachito
Santos, María Teresa Ronderos y Ana Mercedes Gómez, directora de ‘El
Colombiano’, hacían de guerrilleros de los Tigres de Liberación Tamil y que
Juan Gabriel Uribe, director de El Siglo, actuaba como el reverendo Ratsara, un
promotor de paz.
Treinta
periodistas llevábamos dos días encerrados en el Hotel Charleston Santa Teresa
con expertos, funcionarios de la ONU, el actual Presidente de la República y
hasta un espía colado por la Dirección de Inteligencia de la Policía Nacional,
dedicados a juegos de roles sobre casos del conflicto interno en la remota Sri
Lanka, acuciosamente preparados por los investigadores de Picar, el programa de
análisis y resolución de conflictos internacionales de la Universidad de
Harvard.
El
ejercicio que convocamos la Fundación Buen Gobierno, creada por Santos
Calderón, y la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), creada
por García Márquez, buscaba que los periodistas suspendieran el paradigma
profesional de no involucrarse personalmente y probaran a asumir las
perspectivas de las personas involucradas en un conflicto y la búsqueda de su
solución, para entender mejor las complejidades de los procesos de negociación
y reconciliación, partiendo de la teoría psicológica de las necesidades básicas
subyacentes en los seres humanos.

Días
después, Juan Manuel Santos concluiría en un artículo que publicó en este
periódico en febrero de 1999: “El mensaje es que un conflicto como el que
tenemos entre manos es mucho más complejo de lo que se percibe, y para
resolverlo es necesario analizarlo con mucha profundidad y desde muchos
ángulos. Quedarse en el terreno de las posiciones de cada parte y ver en qué
momento cede uno o cede el otro, o como en un partido de fútbol, esperar a ver
quién le mete gol a quién, es garantizar el fracaso de las negociaciones. Esta
es una lección para negociadores y para periodistas”.

La
experiencia había sido enriquecedora y divertida. La llegada de Gabo al salón
de reuniones de la antigua capilla de Santa Teresa fue recibida con alborozo y
curiosidad. Con las palabras de saludo que pronunció, en su rol oficial de
presidente de la FNPI, se supo que había llegado de La Habana en el avión
presidencial venezolano, en el rol, también oficial, de reportero de la revista
‘Cambio’ –publicaría dos semanas más tarde su estupendo perfil ‘El enigma de
los dos Chávez’–, después de participar entre bambalinas, el 16 y 17 de enero,
en la reunión del veterano presidente de Cuba, Fidel Castro, el novel
presidente de Colombia, Andrés Pastrana, y el entrante presidente electo de
Venezuela, Hugo Chávez Frías, para analizar el proceso de paz iniciado con las
Farc.
Aunque
no lo dijo, no era difícil imaginar que Gabito había coadyuvado a posibilitar
ese encuentro. Las incipientes negociaciones necesitaban apoyo por su primer
traspiés: un par de semanas antes, el 7 de enero de 1999, había ocurrido el
histórico desplante de ‘la silla vacía’, cuando ‘Manuel Marulanda Vélez’,
fundador de las Farc, prefirió no presentarse a la ceremonia de instalación de
la mesa de negociación en San Vicente del Caguán y mandó a leer un extenso
memorial de agravios en el que reclamaba con acritud a Pastrana como cabeza del
Estado colombiano, entre otras cosas, las gallinas y los cerdos muertos en el
bombardeo a Marquetalia que dio origen a la insurrección y creación de las Farc
en 1964.
Como
lo recordaron la semana pasada el expresidente Belisario Betancur y el senador
Antonio Navarro Wolff a la audiencia del cuarto Festival y Premio Gabo de
Periodismo en Medellín, el rol extraoficial de facilitador o mediador
diplomático informal era un papel que le fascinaba jugar a nuestro fundador y
presidente. Comprometido a fondo con la paz y los derechos humanos, Gabo
llevaba y traía mensajes, hacía mandados, propiciaba encuentros, ayudaba a
personas en problemas, especialmente disidentes o presos políticos, que fueron
decenas en Cuba. A Navarro Wolff le salvó la vida al sacarlo de Colombia a
México en 1985, herido por una granada, y luego contribuyó a su campaña con una
suma grande de dinero cuando fue candidato político en la legalidad.
Esa
fue una dimensión esencial de este gran escritor y periodista, Premio Nobel de
Literatura de 1982: jugó su rol de ciudadano, con el pragmatismo mágico y
conciliador que siempre lo caracterizó, convirtiendo su fama y cercanía al
poder en capital político independiente pero leal a la amistad, crítico y a la
vez discreto, para invertirlo obsesiva y secretamente en la conspiración
continua y tantas veces fallida de apostar a la paz para Colombia. Declaró
“¡Viva la paz con los ojos abiertos!” y desde entonces buscó impulsarla una y
otra vez, no solo con Belisario Betancur, sino con todos los presidentes que
siguieron. Hay constancia de que en 1995 Gabito empezó a conversar del tema con
el hermano menor de su querido colega Enrique Santos Calderón, un político
sagaz, resuelto desde esa época a conseguir la paz para su país.
Presidente SANTOS, su ESPOSA y su PREMIO NOBEL
Celebremos
ahora que en justo reconocimiento al perseverante esfuerzo del jugador
visionario que ha sido Juan Manuel Santos, y en solidaridad con la aspiración
colectiva de sus compatriotas de trasmutar unidos los dolores de la guerra por
las oportunidades de la paz, ingrese este invierno en Oslo, como su amigo
Gabito en Estocolmo, al panteón de gloria en vida que inventó Alfred Nobel.
JAIME ABELLO BANFI
Director general de la FNPI