¿Será
que estamos tan graves?
Eso es
lo que dicen los que saben.
Hagamos
esta pregunta:
¿Qué
pasó en los años 80 en América Latina?
La
crisis de la deuda latinoamericana también conocida como la “década perdida de
América Latina”, fue una crisis financiera que se desarrolló a inicios de los
años 1980, cuando los países latinoamericanos alcanzaron un punto en donde su
deuda externa excedió su poder adquisitivo y no eran capaces de hacer frente a
los ...
¿Llegaremos
a eso?
Yo no
creo, pero, debemos estar atentos.
Nosotros
estamos pilas. Evitando excesos…
®rada®luisemilioradaconrado
@radareconomico1
https://radareconomicointernacional.blogspot.com/
América Latina no está en riesgo de sufrir
una crisis semejante a la de los años ochenta (pero se avecina una era de
oportunidades perdidas)
Filas
de varias cuadras para recibir comida. Niveles de desempleo que se disparan.
Inflación descontrolada. Deuda insostenible. Estos problemas, que sacudieron a
muchas economías de América Latina en los años ochenta, siguen resonando hoy en
día y, dadas las condiciones económicas actuales, resulta casi inevitable
pensar que la historia pueda repetirse.
Sin
embargo, hoy el mayor riesgo que enfrenta la región no es la posibilidad de
otra “década perdida” generada por las crisis financieras, sino que sobrevenga
una década de oportunidades perdidas.
Las
crisis de deuda de los años setenta y ochenta fueron experiencias dolorosas que
resuenan en los problemas actuales. En aquel momento, al igual que ahora, los
países de América Latina tenían grandes cargas de deuda. En aquel momento, al
igual que ahora, la economía mundial experimentó perturbaciones macroeconómicas
extraordinarias que llevaron a que la inflación se disparara (el embargo
petrolero árabe en aquel entonces; la pandemia y la guerra de Ucrania en la
actualidad). Y posteriormente, al igual que hoy en día: los bancos centrales de
todo el mundo —especialmente la Reserva Federal de Estados Unidos— subieron las
tasas de interés para combatir la inflación.

Sin
embargo, hay una diferencia clave entre aquel entonces y ahora, hoy los países
latinoamericanos están mucho mejor preparados que hace cuatro décadas para
reaccionar frente a estas conmociones, debido en gran parte a las enormes
mejoras que se han introducido en las políticas económicas y financieras de
toda la región. Si bien la Reserva Federal de Estados Unidos ha sido acusada de
“quedarse corta” (i), la mayoría de los bancos centrales latinoamericanos han
actuado con rapidez para mitigar la inflación y reorientar sus economías hacia
los niveles de inflación previstos.
La
decisión de subir las tasas desde un primer momento ha ayudado a mantener los
tipos de cambio bajo control. En el pasado, las economías de América Latina
estaban inmersas en un círculo vicioso de depreciación-inflación-depreciación:
las monedas perdían valor, lo que generaba inflación, que a su vez las hacía
perder aún más valor a medida que se deterioraba la confianza en la gestión
macroeconómica. Hoy en día, ese ciclo representa un riesgo menor en la mayoría
de las economías latinoamericanas. Si bien es cierto que algunas monedas (por
ejemplo, el peso en Chile y Colombia) se han depreciado considerablemente en
los últimos meses, los circuitos de retroalimentación que tienen lugar durante
los períodos inflacionarios están más controlados que antes.
Más
allá de la reciente lucha monetaria que la región ha emprendido —con éxito
relativo— hasta ahora, las economías latinoamericanas también han experimentado
mejoras estructurales que las hacen más resilientes que durante la década de
1980.
Por
ejemplo, la creación de bancos centrales independientes, la adopción de tipos
de cambio flotantes y regímenes de metas inflacionarias, y el fortalecimiento
de las instituciones normativas han reforzado la mayoría de los sistemas
financieros latinoamericanos. En un contexto de inflación más previsible y
monedas estables, los mercados de deuda locales se han convertido en la
principal fuente de financiamiento público y han generado mayor estabilidad reduciendo
la dependencia de la deuda denominada en dólares (que es vulnerable a las
perturbaciones cambiarias) y el financiamiento a corto plazo. Esto explica por
qué las principales economías de la región han logrado implementar grandes
programas anticíclicos para proteger a las familias y las empresas de los
peores impactos de la crisis de la pandemia, una respuesta fiscal que habría
sido impensable en las últimas décadas.
Asimismo,
en los años ochenta, muchas empresas e instituciones públicas de América Latina
carecían de acceso a los mercados financieros nacionales: el sistema bancario
mundial era la principal fuente de financiamiento para los Gobiernos, lo que
significa que, debido a los altibajos de los mercados financieros externos, los
Gobiernos tenían más dificultad para controlar su propia política fiscal.
Esta
situación ha cambiado: en las últimas décadas, los mercados de capital locales
se han desarrollado y los Gobiernos han recuperado el control de la política
fiscal. El mayor control fiscal se ha traducido en una mayor capacidad para
enfrentar con eficacia perturbaciones como la pandemia (aunque de distintas
maneras entre los países latinoamericanos). La combinación de mayor acceso a
los mercados mundiales y mercados internos más desarrollados brinda a las
empresas privadas muchos más mecanismos para acceder al financiamiento y
protegerse de sus riesgos que hace 40 años.
En
resumen, somos optimistas acerca de la mayor parte de la capacidad de la región
para evitar las crisis.
Esto
no equivale a decir que el camino está allanado. Si bien es muy poco probable
que América Latina experimente una gran contracción económica o un aumento
desenfrenado del desempleo, corre el riesgo de que se prolongue el
estancamiento económico de la última década.

Desde
el auge de los productos básicos impulsado por la rápida expansión económica de
China en la primera década del siglo xxi, los países de América Latina y el
Caribe no han encontrado un motor de crecimiento comparable. En la última
década, el crecimiento del producto interno bruto per cápita de la región ha
sido, en promedio, casi nulo, lo que representa el nivel más bajo registrado
desde fines de los años ochenta. El crecimiento modesto no debería ser la
norma.
Los
países de América Latina y el Caribe comercian poco con otras economías
(especialmente en el caso de Brasil y de Argentina), lo que significa que los
líderes del mercado nacional no se sienten presionados por la competencia
internacional para innovar. Las condiciones comerciales no son tan propicias
para la actividad empresarial como podrían ser. La regulación de los
consumidores sigue siendo innecesariamente engorrosa. Los sistemas escolares
siguen generando resultados educativos decepcionantes, sobre todo entre los
niños de familias de bajos ingresos, lo que refuerza los patrones históricos de
gran desigualdad. La ausencia de un mercado regional que permita la libre
circulación de la mano de obra obstruye la asignación eficiente de recursos e
impide lograr mayores economías de escala.
Hay
mucho en juego. La falta de capital humano y de incentivos para innovar está
poniendo freno al ingenio e impidiendo que la región se convierta en el hogar
de la próxima gran invención disruptiva. La consiguiente disminución de la
productividad también limita la reducción de la pobreza, obstaculiza la
inclusión y aumenta la necesidad de bienestar.
Estos
avances logrados con tanto esfuerzo en la gestión macroeconómica también son
vulnerables a los retrocesos, ya que el lento desarrollo económico es terreno
fértil para el malestar social y las ideas populistas. El aumento de los
niveles de deuda —atribuibles en parte a la respuesta a la pandemia— ahora
deberá controlarse gradualmente, en un momento en el que la polarización y el
malestar social dificultan el ajuste fiscal.
Estos
resultados son completamente evitables. Los encargados de formular políticas
deben actuar ahora mismo para que no se hagan realidad.