Siento que en medio de todos los tropiezos las mujeres han ido tomando
más importancia.
Para mí, este mundo sin ellas no sería tan agradable.
Son hermosas.
Tengo muchas a mi alrededor y quiero socializarles esta nota de Amylkar
Acosta para analizar su importancia…
RADAR,luisemilioradaconrado
@radareconomico1
LA MUJER
VULNERABLE Y VULNERABLE
Por Amylkar Acosta Medina
Con ocasión de la celebración
del Día de la mujer, el 8 de marzo, me permito compartir estas disquisiciones
en torno a la vulnerabilidad y a la vulneración de la mujer en Colombia.
Este 6 de marzo, hace un año, se reportó el primer caso de contagio en nuestro
país con el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 portador de la COVID - 19, declarada
como pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS) cinco días
después. Desde entonces, todos los países y Colombia no es la excepción tomaron
medidas primero de prevención, luego de contención y por último de mitigación;
pero, pese a ello, dicha pandemia alcanzó a cobrar más de dos millones de
víctimas fatales antes de poder desarrollar las vacunas contra la misma por
parte de la industria farmacéutica.
Los estragos en la salud, en
la economía y en los indicadores sociales no se hicieron esperar, siendo
mayores en Latinoamérica que en el resto del mundo. Sus repercusiones han sido
catastróficas, afectando mayormente a los más vulnerables tanto por estratos
sociales como por género[1].
Las cifras son elocuentes y muestran palmariamente que la mujer en Colombia ha
llevado la peor parte de los devastadores efectos no deseados, pero no por ello
menos impactantes, de las medidas de bioseguridad tomadas por parte del
Gobierno para contrarrestar la pandemia.
Cabe advertir que la
vulnerabilidad del sexo femenino en Colombia no se le puede atribuir a la
pandemia, tal condición era preexistente a la misma, de modo que en el 2020
sólo se dio el empeoramiento y profundización de las enormes brechas de género
que aún subsisten en Colombia. Y ello, no obstante que la Constituyente de
1991, integrada por 70 hombres y sólo 4 mujeres (¡!), consagró en la
nueva Constitución Política, que está a punto de cumplir sus primeros 30
años de vigencia, en su artículo 43 la igualdad de género.

EL DESEMPLEO Y LA POBREZA
TIENEN ROSTRO DE MUJER
Desde luego se han registrado avances
legislativos que han desarrollado tal precepto constitucional, destacándose
entre ellos la expedición de la Ley 581 de 2000, más conocida como la Ley de
cuotas, la misma que tiene en aprietos al Presidente Iván Duque para su
cabal cumplimiento. Pese a ello, el desempleo y la pobreza siguen teniendo
rostro de mujer: la brecha de la tasa de participación de la mujer con respecto
a la del hombre es de 20.8 puntos porcentuales. El desempleo femenino en el
2019, antes de la pandemia, se situó en el 13.6%, más de 3 puntos porcentuales
con respecto al promedio nacional y 5.6 puntos porcentuales por encima de los
hombres. En el año 2020 esta brecha se amplió y esta vez fue de 6.1 puntos
porcentuales.
La mujer en Colombia está en
desventaja a la hora de vincularse laboralmente, empezando porque tiene que
desempeñarse en una “doble jornada”, ya que a la actividad remunerada,
cuando tiene acceso a ella, se le viene a sumar la actividad doméstica y de
cuidado, que no se reconoce como aporte al PIB y de contera no es
remunerada. El contraste no puede ser mayor, como lo delata las columnistas Juanita Villaveces y Laura Ramos, mientras
el género masculino trabaja 12:39 horas diarias, de las cuales 9:14 horas son remuneradas,
las féminas trabajan 14:49 diariamente, de las cuales sólo 7:35 horas son remuneradas[2].
Es decir, que la mujer dedica la mitad de su tiempo laborado, generalmente en
condiciones precarias, a actividades no remuneradas. Llama poderosamente
la atención que el tiempo dedicado a actividades no remuneradas por
parte de la mujer no varía con el nivel de estudios.
Es de anotar que, a
consecuencia de las cuarentenas, de las restricciones a la movilidad y sobre
todo debido a la virtualidad de la educación básica y primaria, muchas madres,
sobre todo aquellas que son cabeza de familia, han tenido que renunciar a sus
empleos o a ganarse la vida en la informalidad o rebusque para poder atender y
asistir a sus hijos. Esta es otra razón por la cual su tasa de participación en
el mercado laboral se reduce sensiblemente, muchas de ellas entran a engrosar
el número de los que la estadística del DANE cataloga como “inactivos”, que no
es otra cosa que desempleo disfrazado, los cuales en la práctica se
vienen a sumar a los desempleados, así no se refleje en la cifra oficial de
la tasa de desempleo.
Y, a propósito de la economía
del cuidado, bueno es advertir que el 78% de la misma recae sobre los
hombros de las mujeres y como ya quedó dicho un altísimo porcentaje de la labor
que demanda es no remunerado. A este respecto, bueno es recordar que el
11 de noviembre de 2010 fue sancionada la Ley 1413 de economía del cuidado,
la cual fue impulsada por la ex ministra de Estado Cecilia López y la Senadora
Gloria Inés Ramírez. No obstante que en ella se establece que la economía
del cuidado, la cual según la ex ministra aporta al PIB entre el 18% y el
20%, mucho más que la industria y la agricultura que a duras penas participan
con el 11% y el 6.3%, respectivamente, “el espíritu de la Ley no se ha
cumplido, no se le da el valor que tiene la economía del cuidado”[3].
Con razón decía el caudillo Jorge Eliécer Gaitán que “el pueblo no demanda la igualdad
retórica ante la Ley, sino la igualdad real ante la vida”.
Lo propio ocurre con la
femenización de la pobreza, la cual en tratándose de las zonas rurales del país
es más acentuada la discriminación en contra de la mujer. Según el Índice de femeninidad
en hogares pobres de la CEPAL, en Colombia por cada 100 hombres que viven
en hogares pobres 116.9 mujeres están en una situación similar. Y para rematar, la mujer se ve afectada además por
la brecha salarial adversa que bordea en promedio el 16.1%
y en las zonas rurales alcanza el 45% (¡!), lo cual incide en su pobreza y
empobrecimiento.
Como es bien sabido, a
consecuencia de la crisis pandémica, según la misma CEPAL, la pobreza en
América Latina alcanzó en 2020 sus niveles más altos en 12 años. En el caso
particular de Colombia, según la proyección de FEDESARROLLO, la pobreza que ya
había subido desde el 34.7% en 2018 al 35.7% en 2019, se elevaría en 2020 a un
nivel que oscilaría entre el 47% y el 49%, desde luego este porcentaje será
mucho mayor para las mujeres, ampliándose aún más la brecha.

LA IGUALDAD DE GÉNERO, LA
EQUIDAD Y EL PROGRESO SOCIAL
No hay que perder de vista
que, como lo sostiene el BID “la igualdad de género contribuye a la
reducción de la pobreza, da como resultado mayores niveles de capital humano
para las generaciones futuras y mejora la efectividad en el desarrollo de las
inversiones públicas”[4].
De manera que, además de las razones de equidad, la igualdad de genero
coadyuva en la lucha contra la pobreza y promueve el desarrollo humano. Y no es
para menos, habida cuenta que, como afirma
el Secretario General del Consejo de Europa Terry Davis, “una sociedad
que tolera la desigualdad está bloqueando su propio progreso social y
económico. Al igual que en el fútbol, no se puede ganar si se juega tan solo
con la mitad del equipo”[5].
En suma, la igualdad de género, además de ser un asunto legal, de
derechos humanos y de dignidad de la persona, es atinente también al
desarrollo, el crecimiento económico y la sostenibilidad, que
para serlo debe ser incluyente. La igualdad de género, entonces,
no es sólo asunto de mujeres.
En ello coinciden el Programa
de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y los Objetivos del Desarrollo
Sostenible (ODS), en el sentido que “no es
coherente pensar en un desarrollo humano, económico, social y político que
excluya a la mitad de la población, y en en el caso de Colombia a un poco más
de la mitad, 51.7%. No sólo es ilógico desde el plano de los derechos, si no
también desde lo productivo”[6].
Más claro, solo el agua!

EL FEMINICIDIO: CRIMEN
EXECRABLE
Ahora bien, a la desigualdad, a la inequidad de
género y a la discriminación de la que sigue siendo objeto la mujer, por
serlo, se viene a sumar uno de los crímenes más abominables y execrables
como lo es el abuso sexual, el maltrato y la violencia intrafamiliar que en no
pocos casos derivan en el feminicidio, considerado por la Secretaria ejecutiva
de la CEPAL Alicia Bárcena como “la
expresión mas extrema de violencia contra las mujeres”[7]. Las
cifras, in crescendo año tras año, de los feminicios en Colombia son
horripilantes, espeluznantes. El número de ellos ha venido creciendo
exponencialmente, pasando de los 100 en 2015 a los 568 de 2020, 94 más que en
2019, atribuible en gran medida a su exacerbamiento a consecuencia del
“encierro”, el confinamiento y a la mayor permanencia de la mujer en el hogar,
que se ha convertido para muchas de ellas en el séptimo circulo, el
de la violencia, que se ha ensañado contra la mujer, del infierno de la
Divina comedia de Dante[8].

Es una vergüenza para el
país que, en promedio, el año pasado se registraran diariamente 1.5 víctimas
fatales del feminicidio y ello pese a que en 2008 se expidió la Ley 1257, a
través de la cual se busca sensibilizar, prevenir y sancionar la violencia y la
discriminación contra la mujer y en 2015 la Ley 1761, la cual dispuso que el
feminicidio se calificara como delito autónomo y se endurecieran las
penas por la comisión del mismo. Pero, vuelve y juega, de nada sirven las leyes
si estas se quedan como letra muerta en el Diario oficial. Son tantos y tan
frecuentes los feminicidios que estos ya no despiertan el mismo repudio y
sanción social que enantes, lo cual se puede explicar con la patética
afirmación de Albert Camus en el sentido que “hasta la tragedia se vuelve monótona”.
Eso no puede ser, ello es inadmisible, no es tolerable, toda la ciudadanía debe
reaccionar ante el escalofriante número de mujeres víctimas del feminicidio!
Barranquilla,
marzo, 6 de 2021